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26. Lisas y rayadas

Había ido al baño a hacer mis necesidades a causa de la copa de vino. Había sido solo una copa, pero la diferencia era que tenía un grado de alcohol más alto del que acostumbraba a tomar rara vez. Desde que habia ingresado al Casino Austriaco tenía hartas ganas de quitarme los prendedores y soltarme el cabello. ¿Como lo iba a hacer frente a Arnold, el Dr. Hanks y el Dr. Redford?

No quise pensarlo más, así que había regresado a la mesa de cartas. Ahora ya no estaba ganando, más bien perdía en casi todas las rondas. Era curioso, me molestaba que perdiera seguido aunque no estaba sola, el Dr. Hanks también perdía, pero el que no perdía era el Dr. Redford. Sí, la suerte estaba con él.

Miré la hora, y como aún eran las nueve y media, no me había animado a regresar a mi apartamento prontamente, así que quise permanecer aquí. Y tal vez jugar en otro que no fuera aquí, en 21.

─¿Pide?

─Sí.

Me dio la tercera carta. Tenía 19 en total.

Gana, por favor.

El Croupier reveló su segunda carta, como puntaje final había sido 20. Bufé y me lamí los labios. Miré a los demás. El Dr. Redford había sido el único que había ganado, porque anteriormente tenía el 21 asegurado. Ése era el Blackjack o 21.

─Iré a probar suerte en los Dados ─dijo Arnold, poniéndose de pie ─. ¿Quieres, Narella?

─En un momento. Adelántate, Arnold.

─Te acompaño Arnold ─dijo el Dr. Hanks.

Este último me miró y me dedicó una sonrisa de complicidad para después irse con Arnold. Abrí ligeramente los labios con la mirada sobre las cartas, sintiéndome nerviosa.

¿Quiere que le comparta mi suerte, señorita Narella?

Al principio creí que había sido mi vaga y corta imaginación. Pero lo miré, él esperaba mi respuesta.

─¿Como es eso, Dr. Redford? ─pregunté un poco confundida.

Me sonrió como lo hacía. Me puso más nerviosa.

─Primeramente..., que esté aquí ─movió la cabeza hacia la silla que estaba a su lado ─. Por último, le diré en secreto.

Meditando sus respuestas mientras lo miraba era casi un reto, una indecisión. Pero no por mucho tiempo porque una pareja se acercaba a las sillas disponibles. Debía decidirme.

Me puse de pie con las pocas fichas de jugador que tenía entre manos, y en dos largas zancadas con los zapatos negros, me senté a lado de él. Su traje me rozó el brazo izquierdo, sentí el choque de mi rodilla con la suya que había hecho al momento de sentarme sin medida alguna. Me acomodé mejor y miré al Croupier, quien ya deslizaba las cartas.

─¿Cuál es su número favorito, señorita Narella?

Apreté mis labios, luego hablé:

─En realidad no tengo ningún número favorito.

─¿De verdad? ─preguntó curioso.

─¿Por qué un número favorito?

La curiosa había sido yo.

─De alguna manera, atrayendo un número favorito es como mantener a la suerte en las jugadas. Yo tengo uno.

─¿Cuál es?

─¿Cuál cree usted? ─me miró sin rodeos.

─Um... ─pensé y dije lo primero ─: el número uno.

─Adivinó ─asintió con la cabeza.

Sus cartas habían sido Blackjack por el J de diamantes y A de trébol. La mía era apenas un 2 de corazones y 2 de trébol.

─El número uno no está solo, ¿lo ve? Acompaña al otro número uno ─volvió a mirarme.

─¿Debo escoger un número y tenerlo en mente? ─pregunté regresando la mirada a mis cartas.

─Así es.

─¿Divide? ─me preguntó el Croupier.

─Sí.

Separó ambas cartas y deslizó un 3 de diamantes, luego un 3 de picas.

─¿Pide? ─señaló las primeras cartas.

─Sí.

El señor deslizó la tercera carta de 4 de corazones. Pedí la cuarta, un 9 de picas: 16 puntos. Para las segundas cartas, pedí y era un 9 de diamantes, pero pedí la cuarta carta y era un Q de picas.

─Demonios ─murmuré en cuanto retiró las cartas y las fichas.

─No sea negativa, tuerce a la suerte, señorita Narella. Aún tiene oportunidad en las primeras cartas.

Él descubrió la carta. Dos A de diamantes: perdí.

─Torcí la suerte ─repetí malhumorada.

─Tal vez esto le resulte interesante ─achicó los ojos y se puso de pie, dándole las gracias al Croupier ─. Acompáñeme.

Me levanté del lugar y lo seguí detrás. Bajamos por los pequeños escalones y fue entonces que me hice una idea de lo que él se refería.

Sí, lo era.

─Pienso que me debe una partida, señorita Narella.

Me miró del otro lado de la mesa de billar que se dibujaba frente a nosotros gracias a las lámparas que enfocaba las luces en él.

─Pensé que no lo recordaría.

─¿Por qué no recordaría cuando la conocí por primera vez en Las Vegas?

Quise reír, pero de la vergüenza.

─¿Cuál es la trampa? ─miré la mesa para no mirarlo a él.

─¿Trampa? No hay ninguna.

─¿Por qué tengo esa sensación de que se está vengando por aquella noche de la fiesta de graduación?

Me arrepentí enseguida.

─Así que lo recuerda, señorita Narella.

Alcé la mirada a su dirección.

─Lo recuerdo, sí ─afirmé.

─Ese asunto había quedado concluido con dejarme llevarla a su casa esa misma noche. Su novio no apareció.

Apreté ligeramente la frente, confusa.

─De acuerdo. ¿Solo le debo la partida que le negué en Las Vegas, Dr. Redford?

─Así es ─torció el gesto acompañado de una sonrisa.

Me dirigí hacia los tacos que estaban pegadas en la base de la pared. Tomé uno y una tiza nueva de color azul. Comencé a hacer fricción del objeto azul a la suela del taco mientras me posicionaba frente a la mesa de billar del lado más largo.

─Antes de iniciar la partida ─dijo cuando se posicionó frente a mí desde el otro lado ─. Solo por esta noche quisiera que nos tuteáramos.

─¿Tutearnos? ─me mostré nerviosa ─. ¿Por qué?

─Si le expreso mi razón, temo que se lo tome a personal.

Abrí ligeramente la boca y sonreí por un momento.

─Le tengo una propuesta, Dr. Redford ─comencé sin quitarle los ojos de encima ─. Abrirá la partida, y si yo meto cualquier bola a la primera ocasión, me dirá la razón y no nos tutearemos. Caso contrario, no me dirá y nos tutearemos.

En su gesto se dibujó la misma sonrisa, pero esta era diferente a las que hacía regularmente. Esta sonrisa era completa y verdaderamente atractiva.

─Acepto la propuesta, señorita Narella

Abrió el primer botón del saco y se inclinó hacia la mesa, enfocando la suela del taco a la bola blanca. Enseguida abrió la partida.

Lo que nos esperaba era que uno de las bolas cayera en unos de los hoyos. No contaba ése, claro. Pero no se detuvo, se dirigió a la bola rayada número 9 y pegó. Éste cayó.

─¿Había dicho qué también la suerte me acompaña en el Billar, Narella?

Con los labios medianamente fruncidos moví un poco la cabeza a un lado.

─Creo que la suerte te acompaña en cualquier lado, Marlon ─respondí casi temerosa de pronunciar su nombre.

Marlon. Redford. Ahora era Marlon.

Nuevamente se inclinó sobre la mesa, apuntó a la bola rayada número 11 y pegó, haciéndolo caer.

─¿Cómo ha sido tu estadía en Viena, Narella?

─En los tres meses que llevo viviendo aquí en Viena ha sido agradable. Es... otro mundo ─sonreí de lado ─. ¿Es la primera vez que visitas Viena?

─No. Es uno de los lugares que más frecuento.

Se movió desde su lugar para buscar donde golpear, porque ninguna bola rayada daba la salida fácil. Regresó al mismo punto y entonces enfocó la suela junto con la bola, para después golpear. La bola dio el pego directo, golpeando la madera que enmarcaba la mesa para soló mover la bola rayada número 15.

Fui hacia la izquierda para golpear la bola lisa número 4. Cayó por primera vez y me felicité en silencio.

─Ademas de Vienna, ¿qué otros lugares visitas con frecuencia, Marlon?

Le eché un vistazo y luego miré a la mesa para enfocar otra bola lisa que estuviera más próxima a salir. Caminé hacia el lado corto de la mesa y me incliné para enfocar hacia la bola lisa número 1.

─Inglaterra, Alemania, Las Vegas. Y Chicago, por supuesto.

Pegué y éste cayó. Me enderece moviendo el cabello a hacia la derecha y finalicé con poner la mano en mi cintura.

─¿Qué lugar te hace sentir como en casa? ─pregunté mientras buscaba otra bola lisa más.

─Siempre ha sido Estados Unidos. Oklahoma, Minnesota, Florida, California. No importa en dónde ─alzó los hombros sin esfuerzo ─. Siempre me siento como en casa.

Ubiqué la bola lisa número 7 y golpeé, cayendo sin ningún obstáculo.

─¿Siempre has vividos en Estados Unidos, Narella?

Lo miré y entre que asentí y negué con la cabeza.

─Desde los diez años me fui a vivir a Chicago con mi papá. Antes vivía con mi mamá en Grecia.

─Así que tu nombre proviene de ahí, ¿cierto? ─se mostró interesado.

─Cierto ─sonreí ─. Mi segundo apellido proviene de ahí también.

─Goumas, ¿cierto?

─Goumas. Pero me gusta mucho más el apellido de mi papá.

Golpeé la bola lisa número 2, pero en realidad el impacto cayó sobre la bola lisa número 4, dándole la salida al hoyo negro.

─Buen golpe, Narella ─le oí decir.

Desde ese mismo lado, pegué hacia el borde de madera para que se impactara con la bola lisa número 5. Pero fue poca la fuerza que le di que apenas se movió. Resoplé ante ello.

Marlon me miró casi con la ceja arriba. Se preparó para golpear una vez que tuviera la bola enfocada. Se inclinó y junto con la bola blanca, golpeó hacia bola rayada número 15, haciéndolo caer. Se movió a donde yo estaba, así que me hice a un lado viendo como se inclinaba para golpear la bola rayada número 12. Dio poco fuerza que se movió poco.

Sonreí de lado acompañado de un poco de humor. Él me miró y me sonrió humorístico.

Me moví hacia el otro lado de la mesa, entonces me incliné. Enfoqué la bola lisa número 5 y golpeé para hacerlo caer. Caminé hacia el lado largo de la mesa para enfocar la bola lisa número uno. Pero me impedía la bola rayada 12 que Marlon no había logrado golpear.

Me arriesgué con golpear, pegándose a la esquina del hoyo y no cayó.

¿Quién gana?

Me enderecé al ver a Arnold parado y lado de Marlon, dándole unos breves golpes en su espalda.

─Al parecer yo estoy ganando ─respondió Marlon.

─Tal vez no ─agregué con una ceja alzada ─. No me rindo todavía.

Marlon me miró al igual que Arnold.

─Ten cuidado. A mí me gana siempre. Bueno..., casi siempre ─fingió melancolía.

─Esta será la excepción. Lo sé ─sonrió Marlon.

─Ya es hora de irme. Recuerda que debemos hablar de ése asunto, Marlon. Me urge ─expresó con ansias Arnold.

─Te veo en Chicago, Arnold. Buenas noches.

Arnold se dirigió a mí y me dio un beso en la mejilla con un breve abrazo.

─Sigue así ─murmuró, refiriéndose a la Residencia ─. Nos vemos en el Hospital.

─Descansa, Arnold.

Se despidió de Marlon con un afectuoso y ruidoso abrazo.

Fui hacia una esquina de la pared que se encontraba un simple espejo adornado de latón en forma de espirales que salían por la forma ovalada del material. Llevé las manos a mi cabello y solo me quité un prendedor por el ardor que sentía en la raíz.

Puedes soltarte el cabello.

Lo vi a través del espejo, casi insegura de lo que había pronunciado.

─¿Aquí? ─recorrí la mirada hacia el lugar ─. No creo que sea el lugar adecuado.

─Tal vez no lo sea, pero importa más tu comodidad que el que dirán.

Me di la vuelta y le sonreí casi nerviosa.

─Dame un momento antes de seguir.

Él asintió rítmicamente con la cabeza y se mantuvo ahí, a tres pasos de mí.
Le di la espalda y me miré al espejo para comenzar a quitarme los prendedores. A cada mechón suelto los agarraba entre mis dedos los prendedores negros, y mientras era así, él me veía con el taco sobre en la mano derecha.

─Listo ─intenté apurarme para borrar su mirada intrusa.

Rápidamente metí los dedos sobre la cabellera y peinar los cabellos fuera de su lugar. No era lo mejor, pero ya descansaba de los prendedores.

─¿Seguimos?

Fui por mi taco y me encaminé al lado corto de la mesa de billar, juntando las manos junto con el material.

─¿Ya te sientes más cómoda?

Preguntó con la mirada en la bola blanca que enfocaba la bola rayada número 12. Este cayó en la esquina.

─A decir verdad, sí ─respondí ─. Lo estaré más cuando llegue a mi casa con el vestido afuera.

Me mordí la lengua. Largo y fuerte como pude.

¿Qué demonios dije?

Recorrió los ojos azules desde pies a cabeza hacia mi dirección de una manera rápida.

─¿Disfrutas ver películas? ─pregunté para borrar mi inocente y estúpido comentario.

Me moví y fingí observar mis uñas entre el taco.

─Lo hago ─le escuché decir y golpeó la siguiente bola, que era el número 14 ─. Hace unos días fui al cine a ver una de Martin Scorsese. ¿Sabes de cuál hablo?

─Claro. La Edad De La Inocencia. El libro lo leí hace unos años por recomendación de una amiga de mi tía ─expresé contenta.

─¿Qué tanto sabes de Cine? ─preguntó con evidente interés.

─Creo que no lo suficiente. Pero lo que me pregunte alguien, procuro siempre decir la verdad ─alcé los hombros ─. ¿Has visto Un Tranvía Llamado Deseo?

─No. Nunca he oído de esa película. ¿Cuál es su historia?

─La protagonista Blanche visita a su hermana Stella y a su cuñado Stanley. Dada a las circunstancias por un sueño frustrado sureño, vive con ellos una temporada ─comencé un poco nerviosa por su mirada tan directa ─, esconde un pasado oscuro que termina por desequilibrar a la pareja. Stanley es un hombre violento que busca encontrar la verdad en Blanche. Pero las cosas terminan muy mal para Blanche ─torci la boca con los labios ligeramente abiertos ─. Lo que me llamó la atención de esa película es el guión que manejaron. Es extenso, como para verla una y otra, y ponerle la atención suficiente.

─¿Quién interpreta a Stanley?

Reí.

─Lleva tu nombre. Marlon Brando.

─Vito Corleone.

─El Padrino ─agregué con entusiasmo.

─¿Sabes? Una vez lo conocí.

Me sorprendí, a lo que él cerró rápidamente sus ojos y asintió, confirmándome lo que decía.

─¿En dónde?

Marlon se movió, casi cerca de mí y dándome la espalda para inclinarse y golpear la bola rayada número 13, dándole la salida.

─En un viaje a Italia, precisamente. Me lo encontré en las carreteras largas que tiene el lugar cerca del mar. Estaba en su auto escuchando música sinfónica a todo volumen en su Cadillac ─me miró a pocos metros de mí ─. Por un momento creí que era imaginación mía, me quité los lentes que portaba y él volteó. Lo saludé y me la devolvió. Después arrancó dejándome con el coche encendido.

─¡Guau! ─exclamé muy emocionada ante su relato ─. Espero que no sea un invento.

─Lo juro. Es verdad.

─Casi me lo imagino ─hablé sin pensarlo ─. Marlon Brando. Ahí, en su Cadillac. ¡Como si fuera un pelicula!

Volvió a sonreírme. En ese punto, sentí un calor tan ardor que temí sonrojarme.

Marlon pasó por detrás de mí, sintiendo su breve cercanía. Había sentido el tacto de su traje rozar con el vestido. Tragué saliva.
Se inclinó hacia la mesa, y tronó la bola 8, dejándome inquieta.

─Gané.

Le aplaudí un momento.

─Eres un excelente jugador. Lo admito, Marlon.

─Tú también lo eres. Un día me ganarás.

─Será en mucho tiempo, pienso.

─¿Cuánto es para ti?

─No lo sé. Pero cada quien sigue su vida, ¿cierto? Esta partida será como cualquier otra.

─¿Quién dice que será así, Narella?

─Lo supongo.

─Pregúntame.

─¿Qué cosa?

─Pregúntame cuando nos volveremos a ver.

─¿Cuándo nos volveremos a ver, Marlon?

─Me gustaría que fuera pronto, Narella.

Se acercó a mí con la vista fija en los ojos. Me quitó el taco entre las manos. Sentí el roce de sus dedos.

─Me tengo que ir ─aclaré la garganta ─. Debo madrugar para mañana.

─Vamos. Te llevaré a donde vives.

─No te molestes.

─No es molestia. Quiero hacerlo, Narella.

Ofreció el camino para dar los pasos. Entonces pasé y al mismo tiempo salimos del casino.

Su limusina estaba ahí. Gunther me vio y solo me saludó con el gorro entre sus dedos.
La puerta se abrió por el chófer de Marlon, dándome las buenas noches con familiaridad entre su bigote café.

Marlon deslizó su mano en la altura de mi espalda con delicadeza, pidiéndome que entrara. Me adentré al espacio y me senté en los sillones color beige. Marlon se sentó a mi lado y la puerta se cerró para después arrancar a la brevedad.

Mantuve casi todas las extremidades pegadas a mi cuerpo. Temía sentir el simple hecho de tenerlo tan... cerca de mí. Lo temía altamente.

─¿Dónde vives, Narella?

─En la Residencia Rudolfsheim-Funfhaus. Está cerca de dos museos de galería.

No lo miré. Miraba mis uñas rojas porque no había otro lugar por ver. Pero dejé de hacerlo por dar la impresión de que podía estar incómoda por su presencia en un espacio de menor medida.

Incómoda no. En absoluto lo estaba.

─¿Es tu color favorito? ─preguntó, a lo que lo miré confundida ─. Las uñas, quiero decir.

─Sí. También el negro. El morado me fascina. El blanco no se queda atrás.

─Curioso. Te he visto vestida con los colores dichos. Admito que luces muy bien con ellos.

─Gracias ─le sonreí, tratando de relajarme.

─¿Te apetece algo dulce? ─se inclinó agarrando un frasco de vidrio, ofreciéndome.

─Gracias ─murmuré y tomé algunos bombones de azúcar.

Me metí unos a la boca y el último lo tuve entre el inferior y el pulgar para succionar su sabor a limón.

─¿Warren es tu novio?

─¿Perdón? ─saqué el bombón de mis labios.

─Tu empleada Ava me mencionó que aún no lo eran, pero parecen novios.

─Oh... ─parpadee para procesar la información ─, no..., lo que dijo ella es verdad. Warren busca... ─me detuve para pensar mejor las palabras ─. No entiendo tu curiosidad.

─Es curiosidad ─expresó para después mirar al frente.

─Está conquistándome ─finalicé y seguí con mi bombón de azúcar.

─¿Y como lo calificas?

Lo miré con un poco de molestia.

─¿Curiosidad?

─Sí.

─No es algo que te interese.

Comenzó a reír brevemente. Me miró  y dijo:

─Busco un tema de conversación. ¿No odias los momentos de silencio?

─No ─mentí ─. Para nada.

─Pienso que sí, Narella. A veces uno lo hace por dos cosas: conocer o distraerse.

─¿Y para ti cual de los dos elementos son, Marlon?

La limusina se detuvo, cortando la conversación y el extraño ambiente que apenas se estaba formando.

─Hemos llegado ─dijo él y la puerta se abrió, saliéndose.

Me ofreció su mano y la tomé para salir de la limusina.

─Ha sido una noche agradable, Narella. Descansa.

─A veces siento que disfrutas burlarte de mí ─expresé molesta.

Marlon miró hacia nuestras manos. La quité enseguida.

─No lo hago. Pero disfruto verte así.

─Buenas noches.

Me di la vuelta por su comentario.

Comenzó a reír y sentí como me giró por el brazo.

─¿Por qué te lo tomas tan personal?

─No me gusta que la gente se ría de mí.

─Me río de tus reacciones. Pero no significa que me estoy burlando. Nunca pienses que lo hago con alguien como tú.

El corazón dio un salto fuerte, así como la respiración se me cortó por un momento.

─Lo que digas ─murmuré ─. Buenas noches, Dr. Redford.

─Aún es de noche.

─Pero se ha terminado. Descanse, Dr. Redford.

Me soltó y yo me giré para adentrarme al portón de madera. Al cerrarla sostuve la mano en la puerta.

Ya me estaba agradando.










Y bien, aquí hemos llegado.

Me refería que estoy al corriente de la actualización de mis capítulos, jaja. El siguiente lunes publicaré el capítulo 27, así que estén al pendienteeeees.

Díganme que les pareció esta convivencia más larga que han tenido hasta ahora nuestro protagonistas, ¿les está gustando? ¿Es bueno, malo, aburrido, ridículo?

Lo que sea, me gustaría que me lo  comentaran y votaran si les gustó.

Amor y paz.

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