24. Cena
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Domimgo, 10 de Octubre de 1993.
Afortunadamente habían pasado varias semanas y sumándose, habían pasado tres meses. El fin de año estaba por acercarse y yo no podía estar más que contenta por lo que lo que había ido transcurriendo este poco tiempo.
Las cosas en el Hospital Universitario Foster no podía ser más que mejor. La relación que manejábamos nosotros con la Dra. Sutton eran pasivas, sentía que la Dra. Sutton nos simpatizaba mucho, y nosotros a ella. Tenía su carácter, pero algo que en lo personal me agradaba es que la ayuda que nos brindaba se sentía genuinamente verdadero. Y más si ella veía el interés en cada uno de nosotros. Papá siempre me decía que la iniciativa era lo que único y bueno que había heredado de mi mamá.
Hacia un par de días había hablado por teléfono con mi papá, comentándome que tenía una cena a la cual quería que yo estuviera presente, ya que ahí iban a estar varios amigos suyos que eran Psiquiatras y sobre todo, iba a estar Arnold Foster. El día de ayer lo había visto salir de su oficina, había pasado al comedor para pedir un refresco de Coca Cola. Pasó a mi lado, pero iba tan absorto en sus pensamientos que no se dio cuenta de mi presencia.
Conocí a los dos Psiquiatras más que había en la Parte A del hospital. No estaba tan segura, pero Bob me lo había confirmado; la otra parte del hospital, —que era la Parte B— era lo mismo que en la Parte A. Tenían a sus cinco Residentes Médicos, dos enfermeros que lo acompañaban y todo el número de personal y pacientes que se conformaban como el de nosotros.
El psiquiatra Hans Moser, de 65 años nos visitó en la Biblioteca, buscando conocer a los residentes de la Dra. Donna Sutton. Por lo que había observado, él y ella se llevaban muy bien, algo que no había visto en mis profesores de la carrera. Nos dio unos sutiles consejos, y algunas recomendaciones de libros que podíamos encontrar en la Biblioteca que estaba ubicado detrás de los tres salones de la Sala de Enseñanza. Su personalidad era algo... sistémica, pero su humor lo delataba cuando entraba en confianza luego de unos minutos en convivencia.
Conocimos al segundo psiquiatra, Neil Green. Era más joven que la Dra. Sutton y más que el Dr. Moser. Lo conocimos en los elevadores cuando íbamos de bajada para acompañar a nuestra mentora con los pacientes que nos había asignado individualmente. Observé durante el rato de la bajada del elevador su comportamiento dentro de éste. Nos echó una mirada rápida y concisa a cada uno de nosotros. Cuando me miró a mí fue donde su escaneo duro e incómodo duró más tiempo.
Me preguntó si era hija de Elliot Avnet al salir de los elevadores, interrumpiendo mi caminata con los residentes. Por educación, le contesté que sí. Fue entonces que de manera indirecta había mencionado algo así como: es mucho para ti el hospital.
Su comentario me pareció un poco hiriente, pero no tuve el tiempo para mentalizarme, hacerme la idea de que debía desechar su comentario cuando la Dra. Sutton se acercó a él a decirle que no debía interferir en su trabajo. Me ordenó que la siguiera, cosa que hice sin mirar de nuevo al Dr. Green.
Las guardias que fui teniendo fueron relativamente lo mismo, sin mucha actividad de por medio. Lo que me hacía mantener los ojos más abiertos —además del café que me tomaba a cada tantas horas—, era Bob. Su compañía me complacía, y aún seguía ese mismo escepticismo de sus ojos negros que me atraían sin evitarlo. No había podido conocer a la hermana que tanto me mencionaba, contándome que era más probable que a Cindy la habían permanecido en la Parte B del hospital porque aun tenía infoaciom acerca de ella. Me dijo que tenia varios meses sin verla. Así que ambos esperábamos verla con prontitud.
El reloj que descansaba en la mesa de noche sonó. Me enderecé a observarlo y este marcaban seis y media. Fui al baño a desvestirme, despues, al tener la tina llena de agua caliente como me gustaba, me sumergí en ella por un largo rato hasta tener suficiente la relajación que me dediqué.
Me salí del baño hasta llegar a mi recámara. Me quité la toalla y me apliqué la crema hidratante de moras, después me seleccioné mi ropa interior. Miré el reloj que estaba en el buró de noche, donde marcaba ahora las siete con quince minutos. Caminé hacia el tocador de madera oscura, que contaba de un espejo en forma de óvalo, cuatro cajones estrechos y mis cosas de maquillaje. Me senté frente al mueble y comencé a maquillar mi rostro, empolvandome para tapar ciertas imperfecciones de la cara, me apliqué el rímel negro y un labial casi de color rojo. Arriesgándome por primera vez en mi vida, me peiné el cabello pelirrojo, donde hice desaparecer mis rulos quebrados, transformándolos en ondas más ligeras y suaves. Me recogí el cabello, apretándolo en forma de una coleta en donde dejé que la parte delantera quedara ligeramente esponjado y un copete que formé con la secadora de pelo. Fue el tiempo perfecto para terminar el peinado que considerablemente no me había quedado mal. Me puse de pie y saqué del armario el vestido negro que me había comprado desde la mañana en una tienda cuyo título no recordaba.
Era un vestido de cóctel. Negro, de tela hecha por una guía de flores que apenas se percibían. El cuello no era común, no me cubría los hombros, y no era bastante escotado. Seguía la forma de las flores, por lo que solo formaba un escote ondular. Me acompañaba también un collar que me cubría el cuello, y unos guantes que me llegaban antes de los codos. Por último, la falda me llegaba cuatro dedos arriba de las rodillas.
Teniendo en cuenta todo lo que había hecho, tomé mi cartera y miré el reloj. Ya eran las ocho, y tal como había dicho papá, tocó el timbre del departamento. Apagué la luz y salí hasta detenerme frente a la puerta, la abrí y me lancé hacia a él con una sonrisa grande en mi rostro.
─Creo que me echabas más de menos tú que yo, hija.
Me separé de él sin dejar la sonrisa.
─Luces tan bonita, Narella. Me agrada el vestido.
─Gracias, papá. Tú luces muy guapo con tu traje ─agregué dándole un beso en su mejilla.
Nos bajamos hasta llegar a la limusina. Gunther estaba ahí parado, me saludó y se la devolví. Nos abrió la puerta y nos subimos para después salir de la Residencia.
Por el camino escuchamos música instrumental que le gustaba papá. El trayecto no fue tan largo como yo había pensado, pues antes de que la canción terminara, la limusina se había detenido y apagado el motor. La puerta de este se abrió, permitiéndome bajar primero y después papá. Accedimos al restaurante de cinco estrellas que se miraban unas luces preciosas desde la recepción junto a una estructura de una ostra muy pronunciada desde lo exterior. Nos ubicaron en el primero piso, cerca de la banda clásica que se componía de unos violines y un piano de cola. La señorita nos sonrió y enseguida se fue para llegar el mesero que nos atendería esa misma noche.
─¿Nerviosa? ─preguntó papá hacia mí después de pedir una copa de vino blanco.
─En realidad sí ─acepté con una sonrisa de igual forma ─. ¿Les agradaré?
─Oh, por supuesto que les agradarás. Ten confianza en ti, no te minimices, hija. Hoy es una gran noche para ti y para mí. Sobre todo para ti.
Me tomó de la mano dándome un cariño beso en mis nudillos, sintiendo su bigote café en la piel. Mi sonrisa ahora era en calma, haciéndole entender a mi mente que también que debía estar en calma. Lo que tuviera que pasar hoy era cosa del destino.
La ópera que estaba a unos metros de nosotros continuaba con su rutina de la noche. El suelo estaba alfombrado de un color rojo casi desgastado. Había un segundo piso que se ayudaban de tres columnas de madera, por debajo de ellas seguían más mesas como la que estábamos papá y yo. Manteles blancos que llegaban casi al raz del suelo, una lámpara en forma de hongo y unos platos de porcelana.
Visualicé las escaleras que estaban detrás de mí y otras que estaban justo al frente de mí, pero del otro lado del primer piso.
─Buenas noches.
Frente a mí y mi papá vimos a John Hanks, un amigo de la Universidad de mi papá, amigo que conocía desde que era una niña.
─Buenas noches, John ─papá se paró a saludarlo con un gran abrazo.
─Buenas noches, Narella. Muy guapa esta noche.
Sonreí y nos dimos un gran abrazo, entonces se sentó a lado de mi papá.
─¿Han esperado mucho? ─nos preguntó.
─No. Llegamos hace unos minutos. Siempre puntuales, mi amigo ─respondió con un breve asentimiento de cabeza.
─¡Elliot, amigo!
Volteamos a ver. De nuevo mi papá se puso de pie.
Arnold Foster. Media casi dos metros, haciendo que mi papá se viera diminuto a su lado. La fuerza del abrazo movía ligeramente el cabello ya peinado de mi papá y su presencia física hacia el ambiente más reconfortante.
─¿Qué te ha hecho la vida? ─preguntó con un humor evidentemente alto.
─Terminar el trabajo de educar a mi hija ─mi papá se dirigió a mí, así que me puse de pie a su lado y frente a Arnold ─. Ella es Narella, mi única hija.
Arnold Foster me miró con una gran sonrisa tan grande y contagiosa en su rostro. Lucía un impecable traje gris oscuro de lana y camisa negra.
─Buenas noches, Dr. Foster.
─Buenas noches, Narella ─con sus dos manos tomó mi mano derecha con mucha confianza más no incomodidad ─. Así que eres la hija de la que tanto tu padre me ha hablado. Es un hombre que adora a su hija.
Observé de reojo a mi papá. Se veía feliz, bajo su bigote se vislumbraba una sonrisa, esas que había visto contadas veces.
─Muchas gracias, Dr. Foster.
─Está noche puedes llamarme por mi nombre ─sonrió y soltó mi mano.
Nos sentamos en nuestros lugares. El Dr. Hanks se había sentado frente a mí, Arnold frente a mi papá y yo a su lado.
Después de una media hora de haber pedido cada entrada de la comida, comenzaron a hablar de la calidad del Hospital que tenían cada uno. El Dr. Hanks no había terminado de evaluar cada área, por lo que decía que el tiempo le apresuraba, cosa que fue haciendo burla Arnold. Comenzaron a hablar acerca de una nueva estrategia de la que aún no se había probado. Arriesgada y un poco coherente, según para Arnold y para mi papá. El método consistía en no evaluar al residente médico cuando diagnosticara a un paciente que recién ingresaba a un hospital de dicho renombre, es decir, sin la presencia fisica del psiquiatra, para que al final del año, se viera cuáles habían sido los resultados generales.
Papá mencionó que era muy arriesgado. Arnold dijo que era poco coherente. Yo no intervine en nada, pues no tuve ideas para opinar por el creciente dolor de cabeza. Me sentía rara, e inclusive sentía ganas de marearme.
─Papá, voy al baño ─avisé en su oído, después me puse de pie ─. Con permiso, caballeros.
Ellos se levantaron por educación y yo fui por las escaleras directo al baño de mujeres. Llegué al lavabo a recargarme en él con las manos. Me miré al espejo unos segundos para después fijarme si no tenía algún síntoma fuera de lugar.
Nada. El problema era que tenía sueño. Estaba muriéndome del sueño. Me imaginé a mí misma sobre mi cama, situación que me hizo experimentar una sensación placentera para después golpearme con la realidad.
─Tómate un café ─me dije sin más.
Antes de salir, sentí la necesidad de vaciar mi vejiga.
Al regresar, volvieron a ponerse pie amablemente. Me senté nuevamente a lado de mi papá, y fue cuando nos trajeron la comida.
─Y cuéntame, hija ─habló el Dr. Hanks, mirándome entre la copa de vino ─. ¿Cómo te ha ido en el Hospital de Arnold?
Me enderecé más sobre mi lugar, y con una sonrisa en mi rostro y contesté:
─La verdad es que me sienta de maravilla. No puedo pedir más.
─¿De verdad? ─interesantísimo, Arnold preguntó mirándome ─. Ten la confianza de decirnos por qué, querida.
─Además del programa, que considero que está muy completo, es por los mentores. Quiero destacar el excelente trabajo de la Dra. Donna Sutton, mi mentora. Sus enseñanzas nos dejan mucho para aprender, nos motivan hacia nuestra persona y logramos cosas que nos ayuda a resolver. El método de reunir Residentes Médicos con Enfermeros Residentes no podía ser mejor ─me detuve para mirar a mi papá y seguir ─: es un conjunto de mentes que nos ayudamos mutuamente. He sentido más apoyo de lo que pude sentir en la carrera. Quiero pensar que tiene que ver una cosa que es esencial no solo para la Psiquiatría o cualquier rama de la Medicina ─sonreí genuinamente ─. Es el detalle conciso de ayudar a la humanidad con pasión, pasión por lo que nosotros tenemos una convicción, que es evolucionar como seres humanos.
Papá me sonrió cuando lo miré de reojo. Arnold asintió con la cabeza, entonces rió contento por lo que había dicho.
─No pudiste decir otra cosa mejor, hija ─expresó impresionado el Dr. Hanks.
Sonreí para cada uno, sintiéndome satisfecha. La noche estaba yendo tan bien como lo pensaba. Me sentí mejor.
Buenos días, ¿cómo estamos hoy?
Me desperté bien temprano por causa de los ruidos de mi hermano ya que tenía clases. Pero bueno.
Díganme, ¿qué les parece? Poco a poco se dará lo que se tiene que dar, así que pido mucha paciencia, jaja.
Por cierto, antes de que lo vuelva a olvidar..., participé en una entrevista de la EditorialHistorias9 y la entrevistadora DCsHelenawayne, ahí pueden echar un vistazo en el apartado de Entrevista a Nath. Pondré el link en mi perfil para que lo visiten.
Me gustaría mucho que lo leyeran, ya que he dado a conocer muy poco de mí , y en la entrevista di más detalles de mi vida.
Amor y paz.
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