2. Solución
Ya estaba dentro de los pasillos de la escuela, y justo ahora me estaba dirigiendo al salón correspondiente donde iba a presentar el primer examen del día. Aunque estaba nerviosa por lo sucedido, realmente agradecía a Dios de que el sujeto no me asaltara directamente y hubiera perjudicado de manera grave mi integridad física. En base a eso, hice el débil intento de aminorar esos nervios, moviendo con frenesí mis dedos.
Calma, Narella. El profesor lo entenderá.
Me lo repetí una vez, luego otro más, y otro más. Y mientras lo hacía, me di cuenta de que ya estaba en la entrada del salón, lugar que se hallaban mis 20 compañeros y el profesor, dándome la espalda.
Entonces, volteó la cabeza hacia mi dirección.
─Buenas tardes. Entrégame tu ensayo y toma asiento en ese lugar ─señaló con su dedo, pero no me atreví a mirar hacia donde me indicaba.
─Buenas tardes, profesor ─hice el intento de no sonar nerviosa, pero al parecer fracasé cuando emití otra palabra─. Hace unos minutos me acaban de robar la mochila. Ahí traía el ensayo que usted pidió desde hace un mes.
El profesor, que vestía esa ocasión una camisa blanca, encima un suéter negro, sus pantalones anchos y lisos acompañado de unos zapatos bien lustrados, me miró con la ceja levantada.
─¿En dónde le robaron la mochila, Avnet?
─En una cafetería. Está a dos calles.
─¿Qué hacía ahí?
Ahora era yo la que levanté una ceja ante la pregunta.
─Me compré un capuchino, profesor. Dejé la mochila sobre una de las mesas...
─No pedí que me contaras que sucedió ─me interrumpió con la mano arriba, haciéndome estremecer de los nervios que tenía hasta la frente─, no traes ensayo que solicité desde hace un mes, por lo tanto, no puedes presentar examen ─comenzó a mover la mano hacia la salida del salón─. Por favor retírese y reportase con su Director Académico.
─Profesor, ¿no me dejará presentar el examen? ─pregunté con sorpresa.
─¿Está sorda? Eso fue lo que dije.
─Por favor, le pido que...
─No quiero oír más. Vete a reportar.
Miré de reojo a mis compañeros. Esos bobos vestidos con pantalones de mezclilla holgados, sus tenis sucios, usando esas gorras multicolores que estaban a la moda en esa época me miraron queriendo aguantarse de la risa. Sin embargo, eso era lo de menos, no podía importarme ahora. Mis compañeras eran las que me miraban con un aire de superioridad. Todas las chicas de ojos claros transmitieron un gusto por la penosa situación que estaba viviendo.
Tontas y más tontas, pensé.
─Profesor, he sido una alumna con excelentes calificaciones ─hablé haciendo el esfuerzo de que mi voz sonara serena, cuando en realidad estaba que me llevaba el demonio─. ¿Es que no me cree lo que le digo? ¿Este asunto debo de llevarlo hasta la Dirección?
El profesor cruzó sus manos hacia abajo, luego ladeó la cabeza donde me mostró una sonrisa, como fingiendo ser amable conmigo.
─No se trata de eso, Avnet. Pedí un solo requisito para presentar el examen final, y había hecho mención con puño y letra que, si por cualquier cosa no trajeran el ensayo, no era problema mío.
Bueno, en parte tiene sentido.
─Está bien ─asentí con la cabeza y di la vuelta para salir─. Ya verá que me dará el examen ─susurré para mí.
Caminé más rápido, y me agradecí interiormente de que estaba usando mis tenis blancos, ya que casi siempre solía usar zapatillas o botas con tacón alto, y que me cubrieran la pantorrilla. Realmente el uso de las zapatillas era debido a las constantes prácticas, juegos de roles, exposiciones, pláticas y hasta por presentación propia.
Bajé por las escaleras de dos en dos, por lo que acorté el tiempo y salí al aire libre. Distinguí las oficinas de la carrera de Medicina, que eran varios metros a mi derecha. Apresuré el paso rápidamente, porque de pronto comencé a enojarme en cuanto más pensaba sobre el regaño del profesor.
Me adentré al lugar en cuanto llegué, habiendo varios chicos hablando con sus directores académicos, entonces busqué el mío con la vista. Cuando lo hallé a lo lejos, me di cuenta de que la fila era larga, que simplemente estaba cerca de mí.
Me quedé quieta un segundo en mi lugar. Después miré el reloj de la muñeca, y es cuando me decidí a esperar en la larga fila, pues el otro examen final iniciaba en dos horas. Me sentí mucho más tranquila cuando calculé el tiempo que tendría con cada estudiante, y que era muy poca la probabilidad de que yo llegara tarde al segundo examen.
Visualicé una de las sillas cómodas pegadas a la pared, la última que se encontraba libre. Me dirigí hacia el mobiliario y tomé asiento.
Me di cuenta de que traía mis audífonos colgando en mi cuello y el Walkman en mi mano. A continuación, sentí una sensación de culpabilidad, asintiendo involuntariamente con la cabeza al recordar que eché a tirar el café recién comprado a la persona que tiré al suelo.
Me alegré luego de ver que solo transcurrió alrededor de media hora. Éramos solo dos chicos y yo, que para mi fortuna era la última persona a la que el Director iba a recibir esa misma tarde. O esa última hora.
Saqué de mi bolsa pequeña de la chamarra de mezclilla que vestía una pluma que guardé anoche y que no la había guardado en la mochila. Abrí mi mano y comencé a anotar las cosas pendientes que tenía que comprar.
Uno: Comprar otra mochila. Tal vez me anime a uno más caro.
Dos: Comprar otro libro de Edmundo De Amicis.
Tres: Ir a la tienda de discos para comprar otro caset de Santana.
Alcé la vista y noté como los dos ya se habían ido por fin. Me puse de pie en cuanto el Director me vio con sorpresa.
─Buenas tardes, señorita Avnet ─me saludó casi nervioso, abrochándose los botones del saco al ponerse de pie─. ¿En qué puedo ayudarla? Por favor, siéntese.
Aquí vamos otra vez.
Hice el intento de no rodar los ojos ante su actitud tan amable y nerviosa mientras tomaba asiento frente a su escritorio, dándole la espalda a la entrada de las oficinas de los Directores.
─Director, vengo a que me ayude con el profesor Frank Bravo, quien imparte la materia de Psicología Del Hombre, a que me dé la oportunidad de realizar mi examen ─su cara casi se distorsionó de la confusión, pero me apresuré antes de que emitiera alguna palabra ─. Hace aproximadamente una hora me robaron la mochila, ahí traía el ensayo que el profesor pidió. Sé que sus indicaciones fueron que el ensayo era el boleto para el examen, y que no nos justificaba nada si no lo traíamos. Pero necesito hacer una excepción.
─No me diga eso, señorita Avnet. ¿Por qué no me avisó en cuanto sucedieron las cosas?
─Lo siento, no quise meterme entre la fila cuando sé que ellos también están para exponer sus problemas ─me referí a los otros alumnos.
─No, no. En cuanto pase algo en base a su seguridad, hágamelo saber de inmediato ─se ajustó la corbata en un acto de nerviosismo─. Le pido que no vuelva a suceder algo así.
─Lo siento ─admití con pena luego de reflexionar su respuesta.
─Eso explica su blusa sucia...
Me miré instintivamente la parte delantera. No había pensado en siquiera mirarme al espejo del baño para tener el conocimiento de que tan mal me veía en ese instante.
─Por ahora no importa ─reí con nervios al alzar la mirada y darme cuenta de que sus ojos seguían fijos en ese punto─. ¿Podría ayudarme, entonces?
─Por supuesto. Vayamos al salón.
Se puso de pie abrochándose de nuevo los botones de su impecable traje. De igual manera me puse de pie y proseguí estar de su lado cuando nos dirigimos hacia la salida de las oficinas. Tomamos el elevador por los próximos pisos hasta detenerse al piso correspondiente, y caminar por el pasillo hasta llegar frente a la puerta del salón, la cual se encontraba cerrada. El Director abrió la puerta con lentitud, asomó su cabeza, donde escuché como en un susurro le pidió que saliera del salón para hablar. Respiré hondo para ahuyentar los nervios, dar la impresión de que estaba tranquila con la situación, cuando en realidad me sentía ridícula con esto. Creí que me daría el acceso fácil de presentar el examen y no verle la cara por milésima vez en este ciclo escolar.
El profesor salió del salón. No se sorprendió cuándo me vio, a lo que dio a entender que esto iba a pasar.
Era lógico.
─Ya me comentó la situación la señorita Avnet. ¿Qué problema tiene usted de no darle la oportunidad de que presente el examen final, profesor Frank?
El profesor me observó unos segundos, volvió entonces su atención al Director Académico, quien lucía algo nervioso.
Me pregunto qué pasaría si no fuera hija de Elliot Avnet.
─Le comenté a Avnet que sin ensayo no presenta examen.
─Entiendo. Pero ya le comentó que le robaron la mochila, por ende, ahí se encontraba el ensayo ─volvió a acomodarse la corbata por los nervios que tenía a flote─. Creo que no afectaría a nadie que haga una excepción con la señorita Avnet.
─Claro que afecta. En este caso a mis indicaciones, Director ─noté un atisbo de sonrisa malévola─. Claro..., aun así, tenía pensado avisarle a Avnet que presentará su examen el día de mañana a primera hora.
Mi cara de serena cambió por una de sorpresa, ligeramente.
─¡Perfecto! ─escuché como la voz del Director cambió─. Todo aclarado, entonces.
─Sólo una pregunta ─intervine sin moverme un solo centímetro ─. ¿Si me evaluará con el porcentaje completo? ¿O valdrá la mitad, aunque saque completo en el examen?
El profesor Frank me miró casi alzando una ceja. Pero no quitaba aún su sonrisa malévola que mostraba debajo de su horrible bigote walrus.
─Eso lo discutiremos mañana, Avnet.
─De acuerdo ─el Director habló por mí─. Muchas gracias por su tiempo, profesor.
Yo sólo hice acopio de una sonrisa medio hipócrita en su dirección, pero no alcanzó a notarlo ya que me di la vuelta caminando a lado del Director, quien parecía ahora más relajado.
─Le parece bien, ¿verdad, señorita Avnet? ─me dedicó una mirada nerviosa.
─Sí, perfecto. Muchas gracias por intervenir ─hablé amablemente, aunque no tenía ganas de hacerlo.
─No fue nada. Ya sabe que cuenta con la Institución para cualquier cosa que usted necesite.
Sí, sí. Ya me lo dijo tanto que perdí la cuenta.
─Por aquí sigo mi camino ─habló el Director, luego me dirigió su mano─. Que tenga un buen día.
─Igualmente, Director. Gracias.
Asintió con la cabeza luego de darnos la mano. Él bajó por las escaleras y yo me decidí por subir a la última planta del edificio. Al ver las puertas de vidrio, sonreí sin poder evitarlo. Saludé a la encargada de la Biblioteca en un breve saludo y silencioso. Me saludó de igual forma, y me dio la tarjeta, que era el permiso para agarrar cualquier libro.
Prácticamente, la Biblioteca de la Facultad tenía cualquier libro, tanto académico como de literatura popular. Los clásicos no podían faltar.
Me encaminé hacia la sección de géneros, busqué el libro que había dado inicio esta semana, que sólo faltaban unas páginas restantes para terminarlo, pues no eran más de 150 páginas.
La suerte estaba ahora de mi lado por primera vez en mi día en cuanto tengo tuve mis manos El Principio Del Placer de José Emilio Pacheco.
Hace unos años, durante una cena a la que tuve que acompañar a la Familia Avnet, escuché una breve conversación entre mi padre y su muy buen primo medio loco, Arnold Foster, donde hablaban acerca de un libro que venía con seis historias diferentes, y que cada uno era diferente al anterior, mencionando que había que reconocerle ese mérito al escritor mexicano.
La historia me interesó al instante, y lo único que pude oír fue Pacheco.
Quise preguntar, armándome de valor para interrumpir a mi papá, que era una de las cosas que no le gustaba que hiciera durante una conversación, pero Kathleen me jaló la mano haciéndome tronar la muñeca y pedir disculpas ante los invitados de esa noche. Comenzó a arrastrarme por todo el pasillo hasta dar con el baño más próximo para encerrarnos. Era en ese momento en que me dijo que la prueba de embarazo salió negativa. Nos alegramos tanto que olvidé por completo preguntar, hasta que unos días después hice memoria. Entonces fui a la Biblioteca del centro de Chicago y estuve preguntando y averiguando sobre el libro, hasta que difícilmente pude conseguirlo. Inclusive me habían recomendado otra magnífica novela, que tenía como nombre Las Batallas En El Desierto. Ese día me aventuré a leerlo, ya que la lectura era incluso más corta de la que yo estaba buscando. Ese día fue uno de los mejores por todos los sentimientos encontrados que tuve al momento de leer la novela mexicana.
Busqué un lugar que estuviera más alejado de los estudiantes. Di con un sillón cómodo que se ubicado justo a lado del ventanal estilo gótico, mostrando la estructura del instituto que se mostraba a varias hectáreas.
Por un breve momento, eché una mirada hacia las afueras de la ciudad. De pronto, comenzaron a surgir esos recuerdos que tuve con mi papá desde pequeña, tanto así que me acordé de que mañana por la noche, Elliot Avnet regresaría a Chicago. Me puse más contenta ante eso.
¡Buenas, aquí otro capítulo más, mis lectores!
Apenas vamos iniciando, pero espero que les esté gustando. Regálame un voto y coméntame lo que quieras. 💜
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