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18. Un detalle llamado sueño II

No quería seguir pensando en ese sueño que había tenido hace un par de horas. Tampoco quería seguir en ese estado de ansiedad que lo único que me hacía era cerrar los ojos. Tenía que estar en plena calma.

Fue cuando recordé que tenía mi libro de la semana:

Observé la hora de mi reloj atada en mi muñeca. Aún faltaban una hora y media para que llegara mi turno. Era la última. Creí que yo iba a ser la primera en entregarle el ensayo como boleto de empezar el examen, y seguido de eso iniciar el examen oral. Pero no, era la última.

El Dr. Redford había dicho que sólo nos haría una cuantas preguntas dependiendo de qué tan bien respondiéramos, como podían ser cinco preguntas o diez preguntas. Éramos treinta en total, así que me tocaba esperar hasta que dieran tres con cuarenta minutos. Por ahora, sólo podía distraerme en escuchar música en español, leer mi libro para adelantarle o bien... estudiar un poco más para el examen.

Comencé a leer. Lo había logrado hasta terminar la página doscientos noventa cinco, le di vuelta a la hoja y miré adelante. Observé a mi compañera Cassie, que estaba exponiendo su respuesta ante la pregunta del Dr. Redford. Él tomaba notas en la libreta rayada de hojas amarillentas, encima de un manual era donde se apoyaba para escribir.

Dejé de mirarlo para concentrarme en mi lectura. Me acomodé mejor en mi banca y decidí sacar los audífonos para escuchar música, pero oí mi nombre en boca de Rick.

─Hola, bonita. ¿Qué haces? ─se acercó a mí.

─Leyendo una novela ─le enseñé el libro y luego los audífonos ─. Iba a escuchar música instrumental para leer.

─¿De qué trata? ─preguntó con interés.

─Trata acerca de un joven que se pierde en el bosque. Se hallaba en un campamento militar por órdenes de su padre, al quien tanto él odiaba... ─

A su lugar, joven Rick.

Ambos miramos al Dr. Redford. Rick murmuró algo que no entendí y luego se fue a sentarse en su lugar, que estaba a dos filas de donde yo me encontraba. No quise ver de nuevo al Dr. Redford, así que me puse mis audífonos, introduje un caset de Santana y me puse las manos a la obra con mi lectura.

Me sentí más en calma cuando sentí la necesidad de ir al baño. Dejé el separador dentro de mi libro para pausar la lectura. Me puse de pie y dejé los audífonos en la banca. Era otro compañero cuando pasé en frente de ellos. Seguí sin mirar al Dr., pero por el rabillo del ojo noté el saco negro colgada en perchero que se encontraba a lado del marco de la puerta del salón.

Sentí como había respirado al caminar en el pasillo. Los baños se hallaban muy cerca, así que seguí en mi velocidad normal. Entré y fui a hacer mis necesidades, me lavé las manos y me miré al espejo. Acomodé unos cuantos rulos desordenados fuera de mi frente, me acomodé mejor la coleta y luego mi chaleco que portaba.

Salí del baño y regresé al salón. Miré de reojo a mis compañeros, contándolos solo faltaban quince todavía. Solté un suspiro y luego fui hacia mi lugar, donde me senté y tomé mi libro para reanudar la lectura.

Pero la curiosidad mató al gato. Alcé lentamente la mirada hacia el Dr. Redford. Ahora estaba tomando un vaso, al que yo quise suponer que estaba bebiendo café. Tal vez un café negro.

Me miró por encima del vaso y yo regresé bruscamente la mirada hacia las palabras plasmadas sobre las hojas que yo portaba en mis dos manos. Me hice una regañada mental por hacer algo así, quise verlo como algo fuera del margen.

No era así, bien que yo lo sabía.

Miré mi reloj y todavía faltaba muchos minutos. Me sentí algo cansada, pero no de cansancio, si no de aburrimiento. Entonces saqué mis hojas que había armado como la guía de estudio, me dije en voz baja que esto me iba a ayudar a no estar fuera de mi concentración.

Pero la mente es mucho más traicionera que el entorno.

...pero es lineal, y ahí es donde te guío. Te guío por el hoy. No el ayer, que daña. No el mañana, que es improbable.

¿Me guía adónde? ¿Qué era eso lo que él me estaba diciendo? ¿Por qué estaba detrás de mí, susurrándome en mi oído? ¿Por qué en el punto débil del ser humano?

Sin ser obstinada, alcé la mirada hacia al frente por encima de la ranura de mi libro. El Dr. Redford estaba anotando sobre la libreta mientras oía a mi compañero; no mostraba tantos gestos, solo los simples; como asentir la cabeza, hacer el breve sonido de los labios..., inclusive su ceja levantándose por un micro segundo como el que había realizado hacia unos momentos. Sin ser impertinente, bajé la mirada a su boca, que lo movía para emitir el sonido grave que utilizaba al hablar. Entonces volví a recordar el sueño, pero en mi mente formé el simple escenario a como lo recordaba, desde un ángulo del lugar que me era desconocido me vi a mí misma; mi cabello café de manera quebrada hacía lo suyo, y detrás de mis cabellos se visualizaba el rostro de él. Me estaba hablando, volvía a decirme las palabras en mi oído, miraba un punto hacia abajo, pero luego miraba hacia mi rostro.

Sentí un eterno escalofrío por todo mi cuerpo, que hasta sentí como mi cuerpo tembló por unos instantes. Me pasé el nudo de saliva por la garganta, entonces me moví para estar lo más cómoda posible sobre la dura banca de madera. Por inercia, miré al frente y él me estaba mirando. Sin pensarlo, le dediqué una sonrisa muy nerviosa, como si supiera lo que había pasado por mi mente. Pegué la mirada a las hojas y solté el breve sonido de mi respiración.

Sostuve el peso de mi cabeza sobre la palma de la mano encima de la banca donde se tomaba los apuntes. Quería cerrar los ojos para tomarme los minutos posibles, para poder estar más tranquila.
Me sentí ansiosa. Pero sentí más que eso cuando miré a un lado donde se hallaban mis compañeros. Analicé la situación, y supe que los que terminaban de realizar el examen oral se retiraban del salón. Conté a mis compañeros restantes: siete en total.

Esto que sentía se incrementó a un punto por un minuto, o menos quizás..., cuando supe que yo me iba a quedar sola.

Sola con el Dr. Redford. Sola con él.

No. No podía estar sola.

¿Qué era lo que me estaba pasando ahora?

Volví a cerrar mis ojos y me permití en que mi mente se quedara en blanco. Por completo.

Por los siguiente minutos que transcurrieron sin estar pendiente del tiempo, abrí mis ojos. De pronto temí que me hubiera quedado dormida, así que me incorporé sobre mi lugar y fui a ver lo que sucedía en mi entorno. Sentí una piedra enorme caerme encima cuando el penúltimo compañero estaba realizando su examen oral.

Metí mis hojas sobre mi bolsa a modo de distracción, me puse de pie rápidamente y prácticamente corrí a la puerta del salón para dirigirme al baño. Al llegar me recargué sobre el lavamanos. Estaba sudando frío. A conciencia me agaché sobre los baños para saber si no había alguien que estuviera ahí, para escucharme.

─¡Controláte! ─comencé a decirme mientras me miraba directamente al espejo ─. Actúas como una loca frente a todos, ¡frente a él! ¿Qué diablos te sucede ahora, Narella? ─exhalé por la boca fuertemente, y comencé a inhalar profundamente sin dejar de mirarme.

Puse mi puño sobre mis labios y cerré los ojos. Comencé a respirar con normalidad, y sin antes de detenerme a pensar en otra cosa, me di la vuelta y salí del baño.

Me detuve en el marco de la puerta del salón. Ya no había nadie.

─Puede cerrar la puerta, señorita Narella.

¿Cerrar la puerta?

Tardé dos segundos, así que cerré la puerta a mis espaldas. Él estaba sentado, dándole la espalda al material, a mí. Inhalé con toda la tranquilidad que pude, jalé hacia abajo con ligereza mi saco y comencé a caminar para sentarme en la banca que estaba frente a él. Ahora ya estaba frente a él.

─¿Se encuentra bien? ─expresó con la mirada sobre la libreta de hojas amarillentas.

─Sí, sí..., estoy bien ─respondí con la mayor naturalidad posible.

Fallé, porque alzó la mirada hacia a mí.

─Haré que su respuesta es verdadera ─alzó ambas cejas ─. ¿Tiene su ensayo?

Asentí con la cabeza, regañandome mentalmente. Me puse de pie y jalé la bolsa. Volví a sentarme donde abrí mi bolsa, saqué la carpeta rosa que había estado usando en el último año, luego saqué el folder color carne. Dejé la bolsa en el respaldo y estiré el brazo hacia su dirección con el folder en mi mano.

El Dr. Redford la tomó y la puso encima del manual, luego su libreta.

─¿Comenzamos? ─preguntó.

─Claro.

Aclaré la garganta y crucé mis piernas para calmar mi ansiedad.

No recuerdes, no recuerdes. Concéntrate, Narella.

─Con sus propias palabras, definame que es Constructivismo.

Asentí con la cabeza, lamí mis labios y comencé:

─Costructivismo es donde un ser individuo conoce acerca de un tema, ejerce el conocimiento de su profesor o docente, pero la diferencia del conocimiento como lo conocemos hoy en día, es que a través de eso nosotros como alumnos reinterpretamos esa situación, ese elemento que conocimos de acuerdo a nuestras experiencias ─me detuve, y él hizo un breve asentimiento con la cabeza ─. Es decir, aplicamos el aprendizaje significativo para dar con una construcción que ya sabemos, y por ende estamos conociendo otras cosas, por ejemplo: Si en una película que está basada en hechos reales, hace un conjunto de situaciones de la vida que pueden ser un aprendizaje para el espectador. Ahí no solo conoce la vida de los personajes, también observa la actuación de los actores, la manera en como se formula los diálogos, el vestuario que portan, etcétera.

Di por terminado. Respiré.

─Espléndido ─me miró por un segundo y volvió la vista al material ─. ¿Cuáles son los Trastornos De Ansiedad?

─Bien. Trastorno de Ansiedad por Separación, Mutismo Selectivo, Trastorno de Pánico, Fobia Específica, y... ─me detuve para la última que me faltaba ─. Ansiedad Social.

─Trastorno de Ansiedad Social, recuerde que debe decir el término completo ─alzó la mirada.

─Lo tomaré en cuenta.

─Última pregunta ─dijo, para mi afortunado alivio ─. Mencióneme cuáles son las tres etapas del Triángulo de Sternberg y defínamelos.

Me quedé quieta un momento. ¿Triángulo de Sternberg?

Observé que el Dr. Redford no se había percatado de mi silencio, ya que estaba leyendo, o al menos echando una vistazo a mi ensayo.

No recordaba tal término. Por más que trataba de relacionar alguna palabra clave que me diera una idea meramente clara, no lo lograba.

─¿Y bien, señorita Narella?

Lo miré. Inevitablemente inhalé con fuerza.

─No lo recuerdo, Dr. Redford.

Me mordí el labio inferior con cierto enojo, así que quité la vista de sus ojos para darme un regañada mental por milésima vez en mi día.

No me sucedía a menudo, pero cuando eso pasaba, sentía como mi enojo incrementaba por no saber algo que seguramente no era mayormente complejo saberlo, como el Triángulo de Sternberg.

─La teoría del Triángulo de Sternberg ─habló, entonces lo miré tomando fuerzas ─, tiene tres componentes que pueden presentarse en una relación de pareja ─bajó las hojas de mi ensayo y mostró su puño enfrente de nuestras caras ─: Intimidad. Pasión. Y compromiso ─al terminar, tenía tres dedos arriba, como forma de enumeración ─. Definame que es la Intimidad.

─La intimidad es cuando hay mucha cercanía entre dos personas. Puede ser de manera emocional. O sexualmente.

─Definame que es la Pasión.

─Es cuando existe atracción física.

─Por último definame que es Compromiso.

─Darle la seguridad, la confianza a la pareja. Sobrellevar la relación a pesar de las dificultades que pudieran tener en su relación.

Había cruzado la pierna, poniendo el tobillo sobre la rodilla, y había puesto uno de sus dedos sobre su boca sin dejar de mirarme.

─¿Cómo siente que le fue en el examen?

─Uhm... ─sonreí nerviosa ─. No muy bien.

─¿Quiere que le haga más preguntas? ─sostuvo la ceja arriba.

─No, no sé. Usted es el profesor. Debería decidirlo usted.

─Considero que le fue bien ─bajó la mano y luego su pierna ─. Supo como responder, porque a diferencia de sus demás compañeros... ─abrió ligeramente los ojos por unos segundos.

Volví a sonreír, entonces me puse de pie y di un paso casi atrás para estar a lado de la banca y no estar tan cerca de él.

─Gracias por el examen oral, Dr. Redford ─le di la mano antes de arrepentirme.

El Dr. Redford se puso de pie y dio un paso a mi dirección lineal, entonces tomó mi mano con gentileza.

─Gracias a usted por asistir a las tres clases. Fue un gusto conocerla ─hizo un ligero movimiento con las manos ─. Le deseo lo mejor.

─También le deseo lo mejor.

Quité mi mano y me di la vuelta para después tomar mi mochila que había colgado en el respaldo de la banca, me lo colgué en el hombro y fui hacia la banca donde había dejado mi libro y el walkman que se suspendía casi al raz del suelo. Lo tomé y me encaminé hacia la salida.

Le tengo otra pregunta más, señorita Narella.

Me detuve ante la manija de la puerta, con la mano suspendida en el aire. Tragué saliva, me advertí que debía salir a tomar aire fresco. Sin embargo, me di la vuelta con curiosidad.

─¿Sí, Dr. Redford?

Estaba de espaldas. Dio la media vuelta hacia a mí con las hojas de mi ensayo sobre su mano izquierda, y la otra mano en el bolsillo de su pantalón negro. Las luces del salón enfocaba sus ojos azules, esos que ya no sabía como interpretarlo.

─Es un camino con muchas brechas, hoyos por doquier y sin un lugar a donde ir. Pero es lineal, y ahí es donde te guío. Te guío por el hoy. No el ayer, que daña. No el mañana, que es improbable ─bajó las hojas ─. ¿Eso dije en su sueño?

Me estremecí, lo miré con mucha sorpresa, luego con mucha pena. ¿De dónde demonios había sacado ese fragmento confuso?

─¿Qué palabras deberían salir de mi boca? Una pregunta interesante, señorita Narella ─hizo un gesto dócil en su boca.

─¿Cómo sabe lo que soñé hoy?

Sentí la fuerza con la que latía mi corazón, porque no podía estar pasando lo que estaba pasando. Simplemente no podía ser.

Dio un par de pasos hasta solo dejar una distancia prudentemente cerca de mí, dio vuelta a la hoja donde se hallaba mi escrito. Ese que había hecho en la mañana.

Me sentí derrotada por la pena, por la vergüenza infinita. No me había dado cuenta que lo había tomado a ciegas, poniéndolo con el clip que juntaba con las hojas del ensayo.

─Por favor, disculpe mi imprudencia ─expresé con movimientos nerviosos ─. Fue un sueño... confuso, y no quería olvidarlo a causa de mi insistente curiosidad. Quería saber que era lo que... usted me había dicho en el sueño, Dr. Redford.

Me rasqué la frente.

─Fue un error. No me había dado cuenta que estaba aquí.

─¿De qué se está disculpando? ¿De haberlo escrito en la hoja? ─ladeó la cabeza, mirándome como curiosidad ─. ¿O de haberlo puesto en un lugar equivocado?

─Uhm... ─parpadee para pensar mejor ─. De las dos cosas, Dr. Redford.

Sonrió entonces, a manera de humor.

─Debo decir que usted causa curiosidad ─bajó la mirada a un punto de mi cara ─. Mucha curiosidad.

─No hace falta que mienta, Dr. Redford ─me expresé con voz que estaba por entrecortarme por las emociones ─. Yo sé que causo mucha pena, lástima o algo más grave que eso.

Subió la mirada al instante. Aún seguía con la cabeza ladeada ligeramente. Comencé a odiar que hiciera eso, porque no podía definir exactamente su lenguaje corporal ante mi vergüenza y estúpida situación.

─¿Cuál es la razón por la que piensa que yo miento?

No quise hacer el mismo sonido de mis labios, así que me mordí el labio inferior muy nerviosa. No sabía que responderle, por lo que tardé un par de momentos.

─Porque acabo de causar una situación incómoda con mi escrito. No le encuentro lógica el hecho de que usted me diga que yo le causo curiosidad, cuando en realidad debería ser pena, ¿no lo cree?

─¿Sabe una cosa, señorita Narella? ─dio un breve paso a mi dirección, un poco más cerca de mí ─. Tiene usted razón al decirme que miento. No estaba siendo honesto con usted.

Dígame todo. Soy una persona muy estúpida que lo único que quiere es que la tierra la trague, pensé.

─Usted me causa curiosidad ─vi sus ojos azules más cerca de los míos, donde estiró un brazo a mi dirección ─. Más que curiosidad.

Una capa de confusión, mezclada con términos como el estremecimiento se paseó por todo mi cuerpo. Temblé ante ello.

─Que tenga una buena graduación. Y buenas vacaciones ─abrió la puerta, donde pude oler su loción que activó mis sentidos─. Cuídese, señorita Narella.

Lo miré por unos segundos a la cara, luego a la dirección de su boca. Me sonrió, sintiéndome morir.

No pude más. Salí corriendo de ahí con él corazón latiéndome como una alarma chillona.

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