11. Teléfono descompuesto
─Tú eres la mejor de todos ─sentí la mano de Rick en mi brazo cuando se puso de pie a mi lado.
Asentí con la cabeza.
─Antes de empezar, que vengan los jóvenes que se memorizarán el escrito.
El Dr. Redford se sentó serenamente sobre la silla. Cinco de nosotros nos encaminamos hacia a él y nos mostró media hoja del escrito suyo que había preparado en puño y letra.
Al principio me sentí incapaz de memorizarlo al notar que eran siete líneas en su totalidad. Supe que canto era, y en que parte se hallaba ese escrito que el Dr. Redford escribió sin pudor.
Nos llevó sólo dos minutos memorizarlo, para después retirar la hoja de nuestros ojos fijos en ese material. Lo miré a los ojos azules que poseía. Él me miró también.
Me di la vuelta y caminé hacia la última banca y tomé asiento. Cerré los ojos para concentrarme en el escrito y no en la mirada azulada.
─¿Qué escrito es? ─preguntó Sofía, una chica muy simpática y de cabello largo y negro.
─Es...
─Listo. Pueden empezar... ahora ─consultó a su reloj y nos miró a todos.
Me acerqué a su oído cuando Sofía se encontraba de espaldas, lista para escucharme.
─Cuando Laquesis no tiene ya lino, el alma se separa del cuerpo ─comencé en un susurro, de manera lerda ─, llevándose virtualmente consigo sus potencias divinas y humanas ─; me detuve para que ella lo procesara en su mente ─ todas las facultades sensitivas quedan como mudas; pero la memoria, el entendimiento y la voluntad son en su acción mucho más sutiles que antes.
─¿Qué mierda? ─dijo evidentemente nerviosa.
─No te desconcentres. Solo memorízalo. Concéntrate, Sofía ─, hablé segura de mí misma ─. Te lo repetiré de nuevo.
Volví a hacerlo, un poco más lento de lo nromal. Los demás alumnos ya se estaban pasando el escrito, no obstante, no me impedía a hacerlo de esa manera.
Nadie de la fila debía tener la hoja y la pluma en las bancas, a excepción de Rick que era el primero, como también los demás chicos que se hallaban en el primer lugar de la fila correspondiente.
Me sentía extraña. Tuve una ligera sensación de que me sentía mareada. Eran como de esas veces que no desayunabas nada y te hallabas desvelada en lo suyo. Tu mente no funciona cuando no tienes las energías recargadas. Muy además de eso, el escrito era cada vez más gratamente extraño al recordarlo una y otra y otra vez.
─Ya están sus escritos ─se puso de pie y caminó a la fila de su lado izquierdo, la primera fila.
Miró la hoja entre sus dedos. Alzó una ceja y soltó una risa.
─Uno contra cero.
Los demás comenzaron a buchear a la compañera.
Pasó a la siguiente fila y tomó el material.
─Éste es mejor ─miró de reojo a la fila ─. Un punto más para mí.
Vi la cara de ellas con lamento, causándome algo de risa por sus expresiones llanamente exageradas.
Pasó por nuestra fila y Rick le entregó su hoja al Dr. Redford. Brevemento echó un vistazo a cada uno de nosotros hasta detenerse en mi lugar. Desvié la mirada con nervios.
No escuché nada, pues siguió a la última fila. Leyó por unos segundos.
─Mis ojos... se pierden ─miró a Gael ─. Soy muy malo para interpretar los escritos de otros. Léelo, por favor.
Le entregó a Gael la hoja. Éste último carrespeó y comenzó:
─Laquesis no tiene lana, se separa de su cuerpo, con virtud en sus potencias humanas. Memoria, entendimiento son mucho más.
El Dr. Redford lo miró haciendo un gesto burlón en su dirección.
─Tres puntos para mí, joven Sullivan.
Gael soltó una grosería, haciendo reír a todos. El profesor se subió al estrado con la hoja de nuestra fila.
─Los jóvenes que memorizaron el escrito me dirán que tanto acertaron... o no ─fijó la vista a la hoja ─. Cuando Laquesis no tiene ya lino, el alma se separa del cuerpo, llevándose virtualmente consigo sus potencias divinas y humanas; todas las facultades sensitivas quedan como mudas; pero la memoria, el entendimiento y la voluntad son en su acción mucho más simples que antes.
Alzó la cara para escucharnos.
Era sutiles, no simples.
─Ya ganaron, profesor. Le ganamos ─habló con certeza la compañera que estaba a mi lado derecho.
Alzó ambas cejas ante la respuesta. Pero no dijo nada.
─Ellos lo escribieron tal como estaba ─dijo otra compañera del otro lado.
El de la fila que faltaba respondió lo mismo, donde pensé que nada de eso era verdad. Por eso no me gustaba memorizarme las cosas. Si bien era cierto que ayudaba, no era tan simple como describirlo con tus propias palabras.
─¿Y usted, señorita Narella? ─alzó ligeramente la cara para observarme mejor.
Todos volvieron la cabeza para enfocar su atención hacia a mí. Como era normal, no me gustaba que eso me pasara.
─Canto XXV. La Divina Comedia de Dante Alighieri ─dije más para mí que para él ─. Usted ha ganado. Eran sutiles..., no simples.
Y ahí fue el agua que derramó el vaso.
Comenzaron a buchearme por decir solo la verdad. Me sentí algo hostigada y comencé a sentirme mal por como habían reaccionado a algo tan irrelevante.
─¡Guarden silencio, jóvenes!
Todos se fueron callando poco a poco. Pero no quitó el hecho de que ahora muchas de mis compañeras me miraban muy molestas. Creo que ese era el precio a pagar por decir la verdad de las cosas. En algo tan irrelevante como puede ser de vida o muerte, siempre lo paga la persona por ser sincera ante el hecho.
─Estamos hablando de un simple juego, jóvenes ─habló con seriedad, pero no en absoluto ─. ¿Les causa algún problema con la señorita?
─Profesor, tiene usted razón ─Nina habló a los segundos ─. Lo lamentamos, ¿verdad?
─La disculpa no va para mí, señorita. Es a su compañera Narella ─me señaló con la hoja.
─No sucede nada ─hablé alto para que todos me escucharan ─. Yo decido si me importa o no sus reacciones.
Vi un atisbo de sonrisa asomarse por la boca del Dr. Redford. Sentí una ligera calidez en mi pecho.
─Lo lamentamos mucho, Narella ─dijo Gael, poniéndose de pie ─. ¿Verdad, chicos?
Casi uno por uno hacían ruidos con la boca en modo de afirmación, mientras que otros decían en alto una disculpa.
Eso era lo que no me gustaba de una escuela. Aunque no estaba en una gran escuela prestigiada como Princeton o Harvard, todas las escuelas eran lo mismo en cuestión del compañerismo. Eran un asco aún siendo jóvenes.
─Gracias ─fue lo único que dije.
La campana sonó, salvándome de esta ridícula e innecesaria situación. Todos nos pusimos de pie para salirnos del salón mientras que yo me esperé a que saliera la mayoría para dirigirme hacia el profesor.
Tenía que hacer algo que me rondaba por la cabeza.
─Dr. Redford ─hablé en cuanto me acerqué a su escritorio, donde él volteó a mi dirección ─. Quería pedirle una disculpa formal por la situación de hace rato en el pasillo. No sabía que era un profesor. Mi reacción fue muy inoportuna.
─Yo soy el que debe pedirle una disculpa, señorita Narella ─dejó el maletín en el escritorio ─. No medí los pasos y choqué con mi café. Lo derramé sobre usted y yo quedé intacto.
Miré su camisa y su traje. Intacto, como había dicho.
─Le acepto la disculpa ─apreté disimuladamente la mochila ya colgada sobre mi hombro ─. Hasta la próxima clase, Dr. Redford. Gracias.
No esperé a que me regresara el mismo comentario. Fue el impulso de irme de ahí y ya no verlo.
No me había dado cuenta que ya estaba bajando por las escaleras del tercer piso. Me detuve, entonces me fui hacia el elevador para evitar bajar por las tres escaleras restantes.
Al dejarme en la planta baja, fui a la cafetería a buscar a Kathleen. Tenía unas ganas inmensas de contarle lo sucedido, curiosamente deseaba saber su reacción.
No la encontré, por lo que salí al estacionamiento a buscar su Jeep. Tampoco estaba. Saqué el teléfono de la bolsa y busqué su número para luego marcar. No me contestó.
》《
Detuve mi lectura de esta semana cuando una de las empleadas me dijo que mi papá ya se encontraba en el comedor, esperándome a mí y a mi tía Ángela, si es que no llegaba tarde.
Me puse las pantuflas y bajé por las escaleras. Vi a mi papá sentado ya en la mesa mientras leía algo en unas hojas. Diagnósticos o informes, tal vez eso eran.
─Buenas noches, papá. ¿Cómo te fue hoy? ─lo saludé con un beso sonoro en su mejilla.
─Hoy fue un día tranquilo ─contó mostrándome una media sonrisa debajo de su bigote café ─. ¿Y a ti, hija?
Hice un gesto torcido antes de sentarme frente a él.
─Bien, dentro de lo que cabe ─hablé sin pensarlo mucho ─. ¿Y mi tía Ángela?
─Dijo que seguiría en Nueva York. Tiene un paciente con un tumor en el cerebro. Le llevará toda la noche extirparlo.
Me mostré sorprendida. Ya me imaginaba que hacía mi tía en ese lugar.
─¿Y Kathleen?─preguntó con curiosidad.
─No la he visto en todo el día. Me imagino que debe estar con Sean.
─Entiendo ─asintió con la cabeza ─. Esta noche cenaremos tú y yo, hija.
Le sonreí gustosa.
Por todo el rato de la cena papá me estuvo contando que hace unos años fue a dar unas clases en Harvard. Había conocido a un grupo de chicos que les había resultado extraños en sus comportamientos. Dijo que los síntomas parecían indicar a ese Tratorno de la Esquizofrenia Compartida. Sin embargo, fue a comentarlo con el Director y este no le correspondió lo dicho.
A los meses, surgió un escándalo terrible en una de las aulas. Uno de esos alumnos terminó muerto.
Aunque eran temas no agradables de escuchar para los demás, yo disfrutaba enormemente el pasar tiempo con él. Siempre que estaba contándome algo o contándole yo de algo muy sin caso, me recordaba que él había ido a buscarme y a pelear la custodia junto con mi mamá. Y fue que me di cuenta que la mejor decisión que había tomado en mi vida siendo tan pequeña era decidir estar con él, Elliot Avnet.
Lo era, porque gracias a él mi tía Angela ha formado parte de mi vida, como también Kathleen. Ellos eran mi familia. Eran el soporte de mi vida.
─¿Cuándo es la graduación? ¿Y el baile escolar?
─Cae el día viernes, 18 de Junio, papá ─le entregué su café en sus manos ─. ¿Irás a la entrada de papeles, verdad?
Me miró mientras tomaba su café.
─Claro que sí, Narella. Lo dices como si no fuera a hacerlo.
─Es que... casi nunca estamos juntos. E imaginé que tal vez estarías ocupado ese día.
─Narella ─dejó su café en el plato chico encima de su regazo, que hacia juego con la taza ─, yo sé que no nos hemos acompañado mucho últimamente, como antes lo hacíamos, ¿verdad? Pero las cosas son así. Pronto iniciarás la residencia, y ahora estarás verdaderamente ocupada. Y yo seguiré haciendo a lo que he dedicado la mitad de mi vida ─me tomó de las manos con ternura ─. Pero eso no significa que dejarás de formar parte de mi vida, ni yo de la tuya, hija mía.
Le sonreí, conteniendo las lágrimas.
─Recuerdalo, mi princesa ─dijo con voz de ternura, haciéndome recordar aquellos momentos de padre e hija ─. Sabes que te amo con todo mi corazón.
─Yo también te amo, papá. Muchísimo, muchísimo.
Me senté a su lado para abrazarle con la fuerza que me fuera posible. Sentí un inmenso amor en su abrazo. Y esto que yo estaba sintiendo era como un pedazo de cielo que me regalaba Dios.
Mi papá era mi vida entera. Siempre lo había sido. Y lo sería por toda la eternidad.
Buenas noches, mis lectores. Aquí les traigo otro más.
Yo disfruté bastante al escribir este capítulo. Así que, díganme... ¿Qué les pareció?
¿Estuvo bien Narella se disculpara con el Dr. Redford?
Vota si te gustó, y coméntame lo que quieras. :)
Amor y paz.
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