1. Boleto
Miércoles, 12 de Mayo de 1993
─No.
Nuevamente repetí aquella palabra por enésima vez desde la noche anterior, al grado que me sentí un poco fatigada.
─Por favor, yo sólo necesito que lo llames y me hagas ese favor ─me miró con suplicio.
─Sigo con la idea de que deberías ir a su casa y a enfrentarlo cara a cara ─ladeé la cabeza sin dejar de mirarla.
Kathleen agarró su bolso azul de marca Chanel. Sacó un cigarrillo, encendiéndolo con un prendedor que tenía en su bolso del pantalón de mezclilla.
─Tengo miedo de que lo niegue todo y me haga sentir como una estúpida.
─Sé consciente. Tú misma acabas de decirme que ya no lo sientes como antes. Y el simple hecho de que transcurra mucho tiempo en su consultorio no es normal. Al menos era para que te diera una explicación coherente desde hace semanas atrás.
Comenzó a ponerse nerviosa por la manera en cómo sus dedos temblaron junto con el cigarrillo. Se lo llevó un par de veces a la boca para inhalar el humo y exhalarlo unos instantes después.
Podría decir que mi prima Kathleen ya se hallaba en ese estado desde la noche anterior, pero lo cierto era que este asunto estaba siendo escarbado desde hace unos tres meses. Ella había encontrado unas llamadas en el teléfono de su prometido en su departamento situado en Nueva York. Dijo que en esas llamadas se oía la voz de una mujer distinta a la de Cynthia, la secretaria de su prometido.
Por supuesto, de mi parte le dije que solo estaba suponiendo cosas que no eran, ya que siempre he tenido esa idea de que es mejor preguntar y no suponer las cosas, porque sucede que te llevas una gran idea equivocada de las cosas. Pero la terquedad de Kathleen era mayor que mi sentido común, por lo que solo decidí ayudarla a averiguar algunas cosas, pero lo raro era que no encontrábamos nada de aquella chica del teléfono. Investigamos quienes eran las amistades de su prometido, viejas amigas o sus exnovias. Inclusive la inseguridad de mi prima llegó al punto de investigar a los mismos pacientes que su prometido atendía en su consultorio en Nueva York.
Estábamos a solo un paso de darlo por tiempo perdido a todo lo que hacíamos realizado, pero no fue hasta que un compañero de trabajo confundió a Kathleen por el nombre, llamándola como Glinda. El hombre casi quería desaparecer por arte de magia, así que solo inventó boberías, haciendo que mi prima confirmara más esa duda. Tanto que, supo con exactitud quién era aquella chica. Investigó el número telefónico, el lugar de trabajo y hasta la dirección de su hogar.
Pero había un pequeño problema: si Kathleen llamaba a la chica, ella le reconocería la voz y habría una terrible discusión gracias a un evento del pasado, por lo que ella decidió que yo fuera quien lo hiciera, y que era más probable que Glinda confirmara ese algo que mi prima quería saber desde hace semanas.
Y para ser honesta, cuando me dijo que le hiciera ese favor desde hace unas horas, no quise, ya que no acostumbraba a meterme en los asuntos de los demás.
Pero miré a mi prima en esa posición. Y sus ojos claros me daban ese indicio que solo yo podía hacerle ese favor, no su mamá.
─De acuerdo, lo haré.
Alzó la mirada y sólo asomó un atisbo de sonrisa.
Agarré mi teléfono portátil, marqué los números que me supe de memoria luego de visualizarlo unas pocas veces. Me lo puse al oído y esperé.
─¿Diga?
Por un momento no hablé, hasta que volvió a preguntar lo mismo.
─Buenas tardes ─hablé en tono amistoso ─. ¿Se encuentra Sean?
─¿Quién habla? ─habló tajantemente, no agradándome en lo absoluto.
─Soy su prima de Luisiana ─nuevamente utilicé el mismo tono de voz mientras miraba a Kathleen ─. ¿Con quién me estoy dirigiendo?
─Soy Glinda Morgan, su novia. ¿Qué quieres con Sean?
─Oh, ¡hola! ─hice sonar la voz aún más fingida de felicidad ─. Glinda Morgan, por supuesto. Sean me habló mucho de su novia, ¿llevan un par de meses, cierto?
─Un par de meses no. Llevamos aproximadamente un año ─su tono de voz cambió ligeramente ─. Yo no conozco a ninguna prima de Sean que sea en Luisiana. ¿Cómo te llamas?
─La llamada está fallando mucho, no logro escucharte, Glinda. Pero avísale que llamé para saludarlo. ¡Espero verlos para conocerte!
Antes de oír su voz nuevamente, colgué rápidamente. Iba a reírme por la pésima actuación mía, hasta que visualicé a Kathleen frente a mí muy de cerca.
─Lo siento mucho. El muy descarado lleva engañándote desde hace un año, Kathleen ─toqué sus antebrazos.
Ella sólo negó rítmicamente con la cabeza. Observé atentamente sus expresiones, buscando algún indicio de dolor que estuviera sintiendo en ese momento. No mostró nada expresivamente.
Pero sabía que le estaba doliendo.
─Maldito desgraciado, ojalá se pudra en el purgatorio.
─Kathleen ─hablé casi como un regaño.
─Hace unos meses me pidió que me casara con él. Y yo acepté. No entiendo ahora porque me está engañando con alguien desde hace un año, ¡un maldito año!
Abrí ligeramente los ojos por lo último dicho. No dije nada, solo me limité a escucharla.
─¿Por qué, prima? ¿Por qué me pidió casarme con él mientras estaba con otra chica?
Alcé un poco las comisuras de los labios, sintiéndome un poco incómoda.
─Pienso que..., solo era cuestión de un tipo de juego, y que le divertía más... andar con más de una novia ─callé al instante ─. O no lo sé, pero te prometo que Sean lo va a pagar muy caro, Kathleen. Lamento bastante que te esté doliendo.
─Oh, no. No voy a permitirme sentir este dolor ─se limpió con fuerza los pómulos para quitar rastro alguno de lágrimas ─. Mañana a primera hora voy a terminar con él de una vez por todas.
─Sólo procura estar tranquila, no te alteres.
─Estaré tranquila ─asintió con la cabeza, dejándome con la duda.
Instintivamente miré el reloj atado en la muñeca, dándome cuenta de que en varios minutos tenía que estar en la escuela.
─¿Irás a la escuela, Kathleen?
─Prefiero quedarme aquí. Hoy no tengo nada que hacer en el colegio ─habló mecánicamente, con la mirada puesta en un punto fijo de su habitación.
Hice una mueca de tristeza.
─Bueno..., yo tengo que irme a presentarme para dos exámenes. Regresaré más tarde por si tu mamá pregunta por mí ─sonreí de lado con la espera de que ella alzara la vista ─. Es muy preguntona.
Aun así, Kathleen solo asintió con la cabeza. Me despedí dándole un corto beso en su cabellera rubia. Agarré mi mochila, colgándomela en mi hombro derecho, salí de la habitación donde emprendí el camino por el largo pasillo alfombrado color rojo. Bajé rápidamente por las escaleras, donde terminaba en la Gran Sala, adornándose de un alfombrado gris claro, haciendo contraste con las paredes blancas y unos retratos de la Familia Avnet. Saludé a una de las empleadas qué pasó a mi lado, devolviéndome el saludo cuando estaba por salirme por la puerta principal. La bicicleta que estaba haciendo de su uso estas últimas semanas se encontraba frente a las escaleras de la entrada. Sólo me di el gusto de cambiar mi auto que me regaló papá en mi cumpleaños el año anterior por la bicicleta durante un breve tiempo.
Salí de la estancia y pedaleé por las calles con facilidad mientras escuchaba a Toto a través de mi walkman. Al llegar a la entrada del estacionamiento de la Facultad de Medicina de Pritzker de la Universidad de Chicago, saludé amistosamente al guardia de la entrada, saludándome de igual manera. Me adentré más al estacionamiento donde después dejé la bicicleta cerca de la entrada principal de la escuela. Por un momento, admiré la estructura de la Universidad, que se componía de grandes edificios y varios ventanales a la vez.
Un grupo de chavos se pasearon a mi lado sin darse cuenta de mi presencia, pero logré escuchar algo relacionado con una fiesta que darían esa misma noche. Sonreí de lado, dándome cuenta de que ya estábamos a unas cuantas semanas de concluir el ciclo escolar, y por supuesto... de graduarnos con honores.
De pronto recordé que el profesor había dicho que llegaría 15 minutos tarde a causa de una consulta que tenía en su consultorio, irónicamente cerca de la escuela. De pronto pensé que debí quedarme, aunque fueran sólo unos minutos más con Kathleen, pero calculé mentalmente el tiempo, a sabiendas de que no iba a ser meramente posible. Aun así, me animé a acercarme a la salida para hablar con el señor Bell.
─¿A tiempo para sus exámenes?
─Muy a tiempo. El profesor dijo que llegaría unos minutos más, por lo que ahora iré a la cafetería para ahorrar tiempo.
El señor Bell sonrió con amabilidad.
─Siempre tan sencilla, señorita Avnet.
Asentí complacida por su comentario. Hice una seña militar hacia él, donde me correspondió de igual manera y pidiéndome que tuviera cuidado al cruzar las calles. Crucé un largo tramo hasta por fin estar en la acera de la calle, afuera de la Universidad, con los árboles de la ciudad. Di vuelta en una esquina para luego cruzar otra calle. En ese mismo lado, di vuelta a la esquina, que solo a unos pasos más se hallaba mi cafetería favorita.
Era un espacio cuadrado medianamente grande, con alrededor de cinco mesas circulares altas, y otras cinco mesas en las afueras del lugar, pero estas mesas eran bajas. Todas las mesas eran de una madera muy clara, con sus sillas altas y normales del mismo diseño, y algo que más me hacía encantar este lugar era la música: música instrumental. Aunque en mi escuela había una cafetería como en todas las escuelas, me agradaba más estar aquí, y hacía que me sintiera más reconfortante.
Joe, el chico que atendía la cafetería Joe's me dedicó una sonrisa encantadora en cuanto abrí la puerta del lugar.
─Buenas tardes, Joe.
─Muy buenas tardes ─me miró de manera enternecedora como siempre lo hacía cada que ingresaba a este lugar ─. ¿Lo mismo de siempre, preciosa?
─Claro. Por favor, Joe.
Ágilmente comenzó a mover las manos tomando un vaso desechable transparente, llenando en él los ingredientes correspondientes que preparaba como mi capuchino doble. A los pocos segundos, hizo aparecer la bebida frente a mis ojos.
─Muchas gracias. Iré a pagar ─señalé con el dedo el lugar de la caja donde se pagaba las bebidas o postres.
─La casa invita.
Le sonreí de manera tímida.
─Es muy amable de tu parte, pero puedo pagar.
─Insisto, preciosa.
─No me gustaría que tu papá te regañara ─miré a través de él, pues su padre se encontraba a unos pasos de nosotros. Me miraba de forma seria, haciéndome sentir ahora más incómoda ─. Siento que tu papá me está regañando.
─Mi padre exagera.
─Vamos, Joseph. Tienes clientes que atender ─expresó su padre.
Le mostré una sonrisa apenada a su padre y volví a mirar hacia Joe.
─¿Y si mejor salimos a comer?
Aquí íbamos de nuevo. Era justo la quinta vez que me invitaba a comer o solo a salir a caminar mientras habláramos de cosas de nosotros. Le dije que iba a estar sumamente ocupada con los exámenes, y que no iba a tener cabeza para salir con él. Claro, la verdad pensé que ya no me iba a decir nada, pero siguió insistiendo en estas últimas semanas que ahora no sabía qué hacer.
─¡Joseph!
Ni siquiera me dio tiempo de responderle, el señor ya estaba en frente de mí. Antes de que me dijera una sola palabra, puse las monedas sobre el estante y me di vuelta para salir de la cafetería.
Me reí por unos segundos, negando con la cabeza luego de poner la mochila sobre la mesa circular. Puse también el café para sacar mis audífonos y el walkman. Me los puse y agarré el café con la mano derecha. Con la izquierda estaba por tomar la mochila verde, cuando un sujeto corrió tomando el objeto.
─¡MI MOCHILA!
Me quedé quieta en mi lugar, cuando me acordé de que tenía un ensayo de veinte páginas, en relación con los tipos de trastornos parafílicos, explicando sus causas y consecuencias, la evolución que ha tenido al paso del tiempo y algunas comparaciones entre ellas.
Entonces comencé a correr como una loca cuando supe que justo esas hojas eran el boleto para realizar el examen que tenía en unos minutos.
En mis adentros me felicité al darme cuenta de que el ejercicio me estaba ayudando mucho en ese momento para alcanzar al sujeto. Pero para mi mala suerte, él estaba corriendo mucho más rápido que yo. Casi lo perdí de vista cuando lo visualicé cerca de la esquina, que ya estaba cruzándolo.
─¡Por Dios!
Traté de detener el paso para dar la vuelta, pero antes de siquiera intentarlo, sufrí un choque tan brutal que terminé en suelo con la mejilla pegada sobre este. El líquido caliente comenzó a derramarse sobre el pecho delantero, y es cuando me maldije interiormente por no soltar mi capuchino.
─¡Lo siento mucho!
Hablé sin mirar a la persona que yacía debajo de mí. Me puse de pie casi con pasos torpes, y miré de reojo a una mujer rubia con unos impresionantes rulos. Se mostró sorprendida por el hecho desastroso frente a sus ojos azules. Sin embargo, yo solo seguí corriendo, dejando a la persona debajo de mí con el desastre que había provocado.
Sabía que debía darles una disculpa más formal y a ayudar a que la persona se levantara. Pero no había tiempo.
─¡Maldición! ─bramé furiosa cuando el sujeto ya se había esfumado como el aire.
¡Buenas noches!
¿Cómo les va? Seguro durmiendo, jiji.
Pues verán, aquí está el primer capítulo. No es nada, pero espero que les haya gustado.
Regálame un voto y un comentario, me alegrarías un momento de la noche.
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