
Capítulo 8
El ruido de la puerta al cerrarse, avisó a Mariola que se encontraba sola en la habitación. Despacio se dirigió hacia la ventana parándose para observar las vistas que le ofrece aquel lugar tan espectacular. Pero sin la compañía de Emilio nada para ella resulta ser tan especial.
Mariola no se considera una mujer que deja ver sus emociones tan fácilmente. Siempre se ha considerado bella y hermosa pero a la vez siente un enorme vacío a pesar de vivir rodeada de lujos. De siempre quiso saber lo que es vivir sin preocupaciones, divertirse a su antojo. Debido a la reputación de su familia, Mariola no podía actuar como ella hubiera deseado.
Estudiar en un internado de mujeres no le permitía tener ningún contacto con hombres. Y tras haber vivido con su hija aquel incidente tan bochornoso, Miguel decidió darle a su nieta una educación estricta y que se casara con el pretendiente que él considerarse oportuno para su ella.
A pesar de las rigurosas órdenes de su abuelo de no verse involucrado en ningún tipo de escándalo, Mariola siempre ha deseado vivir su vida como lo hacía cualquiera de sus amigas.
Pero ella no era como sus amigas. El respeto hacia su abuelo la había llevado a tener que aceptar sus órdenes. Entre ellas, se encontraba tener que casarse con Marcos Zisis.
Y sin embargo, allí estaba, disfruntando de la libertad que tanto ha codiciado junto a Emilio. Una pequeña lágrima rodó por sus mejillas de pensar de que su aventura se acabará pronto. Y por primera vez podía rozar con las yemas de sus dedos la felicidad.
Aún podía recordar el día que vio por primera vez a Emilio en aquel concierto de ópera. Había asistido con Marcos y varios amigos. Sólo fue un cruce de miradas, una sonrisa. Nada interesante. Ella no era una mujer fácil, le gustaba que le rogaran los hombres. Era algo de lo que le había enseñado su abuelo. Hacerse respetar y valorarse. Pero sobre todo estar por encima de los demás.
Irónicamente Mariola sonrió. Su abuelo la había educado con cariño, con firmeza, así como dándole todos los caprichos que ella pedía.
Sin embargo, había algo que deseaba y por lo tanto no sabía exactamente lo que era hasta que lo conoció a él. Emilio. Con su porte cortés, considerado, amable y con esos ojos claros y esa sonrisa encantador_a acompañado por unas palabras alentadoras, consiguió que Mariola actuase en contra de lo que no quería su abuelo. Que fuese una mujerzuela.
Y allí estaba, sola, intentando poner en orden sus pensamientos y a la vez encontrar sentido a lo tú que le ocurre y que tanto la confunden.
¿Porqué se inquieta tanto referente a Marcos? ¿Acaso siente celos de Eloísa?
¿Y porqué siente que sus ojos están al borde de las lágrimas? ¿Qué es eso que siente revoletar en su estómago cuando está con Emilio?
De pronto la puerta volvió abrirse. Era Emilio, el hombre que estaba ejerciendo de amante cuando en verdad la ama y debe guardar silencio por miedo a perderla. ¿Pero qué importaba eso ahora? Se cuestionó Emilio mientras se quitaba la ropa clavando sus ojos claros en aquella figura que tanto lo hacía enloquecer.
—Mariola, mírame por favor, debo decirte lo que hace tiempo llevo guardado aquí dentro.—Le susurró a Mariola cerrando su puño contra su pecho.
—Qué es eso que me quieres decir Emilio. —Se volteó para mirarlo.
—Te quiero Mariola. Eres y serás el amor de vida.—Una carcajada resonó en la habitación.
—No me hagas de reír Emilio. Sabes perfectamente cual es tú papel. Yo me casaré con Marcos y "esta aventura" se acabará. Así que querido, deja tus sentimientos para cuando encuentres otra mujer. O mira, te puedes quedar con Eloísa, se parece tanto a mí.—Mariola volvió a burlarse de Emilio.
En respuesta a su comentario, Emilio se fue directo hacia ella cogiéndola por su cintura, el deseo que le hacía sentir Mariola lo enloquecía.
Quería huir de ella, mostrarse frío, pasar de ella. Tal vez fuese fácil decirlo, pero ella era su punto débil.
Cobarde por dejarse llevar por la atracción, temeroso por no ponerla en su lugar y decir ¡Basta! Estaba tan colado por ella que cualquier intento de alejarse lo hacía sentir como un gallina.
Rendido a sus sentimientos la besó con fervor, atrapándola entre su cuerpo y su deseo.
Para Mariola aquel gesto no la hacía sentir indiferente, si no todo lo contrario. Anteriormente se hubiera arrepentido de lo que le hacía a Emilio. Ella no quería ser una hipócrita con él. Sin embargo debía apartarlo de su vida, rechazar al único hombre que la hace sentir viva, amada, confiada y segura.
Y en respuesta ante sus comentarios nada agradables, él le hacía el amor con tanto sentimiento, cuidadosamente tocando su cuerpo recibiendo unos besos dulces, descubriendo dentro de su interior espasmos que la enloquece, ansiando de querer más, incluso temía ser una adicta a todos sus galanteos para tener que dejarlo ir.
La mañana había amanecido calurosa. La arena de la playa comenzaba a calentarse y el choque de las olas termina en sus pies descalzos. Con sus manos entrelazadas Emilio y Mariola paseaban en silencio. Un silencio acogedor, tan solo se podía escuchar el sonido del mar y el de las gaviotas. Ambos caminaban revoloteando en sus mente los momentos que están pasando juntos y cómo será el día que se tengan que separar.
—Mariola mi amor, ¿Qué te parece si continuamos nuestra aventura en otro país?—Le formuló la pregunta Emilio con segundas intenciones.
Los segundos corrían deprisa para Emilio mientras que para Mariola su mirada se perdía en el horizonte. Quería a Emilio, lo que en un principio solo había sido química poco a poco se estaba volviendo en atracción y ahora todo había cambiado. Dentro de ella, unos sentimientos comenzaban a forjarse como el fuego que la aviva cuando esta junto a él. Por ello, Mariola aceptó hechizada por todo lo que está viviendo junto a Emilio.
— ¿Dónde te gustaría que fuésemos mi amor?
—Primero me gustaría ir a Argentina,Colombia, Ecuador...Y sobre todo me gustaría terminar en París.
—Tu deseo será concedido. —Sus ojos claros quedaron suspendidos en unos ojos azules como el mar que los rodeaba, embelesado por su belleza Emilio se acercó a ella aclamando sus labios. La besó despacio dejándose vencer por los latidos de su corazón. Amaba a Mariola, la deseaba con toda su fuerza, y aun así debía de apartarse de ella en el momento que ella contrajera matrimonio. Su felicidad se apagaría para siempre como la luz de una vela. Una vela que solo Mariola tiene el don de encender, de cautivarlo y hacer que todo lo malo desaparezca en él para dar la bienvenida a la intimidad que compartían ambos.
Por la noche, tras una cena romántica con una gran orquesta, Emilio le regalaba a Mariola una pulsera de oro blanco con diamantes. Asombrada por el regalo, Mariola le agradeció el detalle besándolo con todo el cariño que sentía hacia él. Pero había algo que la estaba martirizando. Guardar silencio, reservarse lo que de verdad siente disimulando que tan solo es un buen amante. Con cautela Mariola se puso la pulsera invitando a bailar a Emilio. Qué podía hacer si no fingir que todo aquello no le afectaba nada, cuando en realidad sus ojos comenzaban a picarle del sufrimiento que se formaba en su pecho. Con toda la calma posible, acentuando una sonrisa tímida, Mariola bailó con aquel hombre tan agradable y al mismo tiempo hermoso y gentil.
Al día siguiente Emilio y Mariola volaban rumbo a Argentina donde continuaría otro episodio de su historia de amor. Un amor que terminaría, que será pasado y el cual no podrá olvidar. Porque cuando realmente se está enamorado muy difícil resulta arrancar cada pedazo de lo que has vivido. Solo se puede hacer una cosa. Continuar a pesar de que la tristeza de no poder estar junto a la mujer que ama lo llene de amargura, lo aflija porque la desea y no puede seguir compartiendo más momentos juntos, incluso lo hiera profundamente al imaginase que lo vivido hasta ahora con él, un día se lo estará dando a otro hombre. La pesadumbre podrá con él debiendo olvidarla.
Él suspiró padeciéndose de sí mismo. ¿Estaría cometiendo una locura, o deberá escuchar a su corazón? O más bien tendría que esperar que algún día se le concediera el deseo de estar junto a Mariola.
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