
Capítulo 6
Sentada en el suelo con su cabeza colocada en sus rodillas pensaba Eloísa en todo lo que le estaba ocurriendo. ¿Por qué tenía que encontrarse encerrada en aquella diminuta celda por culpa de otros?
Maldijo Armando por haberse dejado engañar por él cuando fingía un amor que ni el mismo sentía. En esos momentos estaría disfrutando junto a Flori mientras ella oprimía sus lágrimas para no mostrarse débil.
Durante unos instantes volvió a culparse de haber sido tan estúpida y haber caído en la trampa.
―Hija―Allí se encontraba, detrás de unos barrotes dejando caer sus gotas de angustia su madre.
Eloísa trataba de contenerse para no llorar, pero quien podía sujetar un dolor que la estaba malcomiendo por dentro. El dolor de una madre se transmitía y ella no le quedó de otra que llorar junto a su madre.
―Mamá, lo siento.―Avergonzada y herida pedía perdón a su madre por verse entre rejas.
―Tú no tienes nada de qué avergonzarte mi hija.
―Mamá esa mujer me ha chantajeado, y el cabrón de Armando es el culpable de que esté aquí encerrada. El muy desgraciado le pidió dinero y ella ahora me ha acusado de robo si no acepto ir hasta España y hacerme pasar por ella. Mamá yo no quiero hacer eso. Y tampoco he robado nada.
Esme, miró por unos instantes a su hija a sus ojos azules. Azules como los de su madre. Ya había pasado veinticinco años. Veinticinco años llevando en su interior una promesa que hizo en su tiempo y que día tras día le va pesando más. Ver a sus hijas crecer y saber que le está ocultando la verdad la mata por dentro. Aunque hubiera querido revelarle la verdad, no podía por no faltar a su promesa. Pero ahora, dada las circunstancias, era el momento que sus hijas supieran quien es su familia. Por su puesto ella no podía confesarle la verdad, pero debía de hacer algo para que sus hijas supieran la verdad.
Armándose de valor con su corazón dañado por ver a su hija en ese estado, Esme le ordenó que aceptase la propuesta de Mariola.
―Eloísa, tú eres inocente mi niña, por desgracia no tenemos dinero para pagarte un buen abogado para demostrar tu inocencia. Por lo cual, acepta la oferta de esa señora y viaja hasta España. Cumple con tu palabra. Prométeme que serás fuerte. ―Mientras Esme se deshacía de su dolor por tener que seguir guardando silencio. Eloísa la miraba sin entender porque Esme le decía todo aquello. Preocupada, e inquieta madre e hija se despidieron.
En la calle, Esme miró hacia el cielo buscando la solución a sus plegarias. Cuantas veces había pedido a la virgencita que le concediera el deseo de que sus hijas supieran la verdad acerca de su familia. Pero no de esa manera. Ahora estaba empujando a su hija hacia aquella casa donde vivía un hombre rencoroso y vil. Un hombre que no le tiembla el pulso a la hora de desquitarse con alguien.
Miguel Urtizo, impulsivo y ruin. Sin sentimientos en su corazón y sin miedo a nada. Solo le importa ganarse el respeto de todo el mundo a base de miedo y temor.
Esme, con sus dedos entrelazados rezaba para que todo saliese bien. Si Eloísa viajaba hasta España haciéndose pasar por Mariola podría llegar a enterarse de la verdad. Una verdad que durante todos estos años la han ido dañando llegando arrasar con su felicidad. No había día que no se hubiera alegrado de poder criar a las hijas de Eloísa, pero saber que le estaba mintiendo era devastador. Cuantas noches se las ha pasado llorando cuando sus hijas le han hecho alguna pregunta referente a su familia. Hasta hoy, había sido discreta manteniéndose callada. Pero ya no podía seguir permaneciendo callada. Había llegado el momento de que sus hijas conozcan a su familia. El problema, era la manera de como la iban a conocer.
La visita de Mariola fue corta. Eloísa le había dicho amargamente que iba hacer lo que ella le pedía. Sin cortarse un pelo, Mariola se echó a reír victoriosa. A los diez minutos se encontraba retirando la denuncia. Eloísa sería puesta en libertad ese mismo día.
Todo estaba saliendo bien le dijo a Emilio mientras brindaban tumbados en una toalla en la playa.
Emilio, sin poder creerse que por fin fuera a pasar más tiempo junto a la mujer que ama, la besó con fervor dejando que sus manos recorrieran cada curva de su cuerpo. Amaba a Mariola, y él se iba a encargar de que todos sus sueños se hicieran realidad.
Cada día Eloísa acompañaba a Mariola de compras, al salón de belleza donde se hizo su transformación. Tras pasar medio día en el salón de belleza haciéndose todo tipo de tratamientos faciales...a continuación pasó por peluquería donde le teñirían el pelo y la maquillarían.
El resultado saltaba a la vista. Mariola y Eloísa se parecían bastante. Si no fuera porque no son de la misma manera de ser, se podría decir que se trataba de la misma mujer.
―A ver hermanita, qué te ocurre, te veo muy seria.―Lorena se encontraba preocupada por su hermana. En todos estos días casi no han podido hablar. Eloísa ha sido como la sombra de Mariola. Y allí estaba sentada con sus piernas cruzadas mirando a un punto fijo.
Sentándose a su lado, Lorena agarró de la mano a su hermana. Quería darle ánimos y poder aliviar su preocupación.
―Lorena, no dejo de pensar en todo lo que me está pasando. Desde que mamá me dijo que viajara a España, empecé a sospechar. Sabes que ella nunca nos ha hablado de nuestra familia. No tenemos ni idea de quien es nuestro padre, abuelo, tío...No sabemos nada de nuestra familia. Lo único que sabemos que según los papeles de adopción nacimos en España y que nuestra madre se llamaba Eloísa. Ni el apellido sabemos.
―Eloísa, me estás preocupando. ¿Hasta dónde quieres llegar?
―Quiero decirte bruji, que hay algo sospechoso en todo esto. Además mírame. Es que soy igual que Maléfica. Una cosa es parecérsele y otra cosa es date un poco maquillaje, vestir con ropa cara y ser clavada a ella. Mírame Lorena si somos iguales las tres.
―¡Ay, Eloísa! Me estás asustando. Pero...mirándolo bien...llevas razón. A mí también me parece que todo esto es muy raro. Además me parece raro que mamá te diga que viajes a España, cuando ella nunca ha permitido que viajemos ni al pueblo de al lado. Ahora que lo dices...pienso como tú. Quizás mamá quiere que descubramos quien es nuestra familia, puesta que ella no tiene valor a contarnos la verdad por no romper esa promesa que hizo hace años.
—Si bueno, promesas. Da igual. El caso que ahora lo que más me intriga es poder viajar hasta España concretamente hasta la finca de la familia Urtizo y poder descubrir si nosotras tenemos que ver con esa familia.
—Ten cuidado Eloísa. Lástima que yo tenga que viajar hasta París y no pueda ayudarte.
—Tranquila Lorena, espero que todo salga bien. Y quien me dice a mi que allí en la finca se me conceda el deseo de encontrar al hombre de mi vida.
—Quien sabe. Bueno yo voy seguir empaquetando mis cosas, esta noche salgo para París.
—Me alegro por ti Lorena. Espero que seas buena doctora para poder presumir y de paso me haces los justificantes médicos para cuando esté perra de ir al trabajo.
Ambas se echaron a reír. Sin duda Lorena y Eloísa estaban muy unidas y se querían demasiado como para tener que separarse.
Al atardecer, Esme y Eloísa despedían en el aeropuerto a Lorena. Un par de horas tendría su vuelo y tener que separarse de su única familia le partía el corazón.
Sin quedarle de otra, Lorena se despidió de ellas con la mano lanzando besos al aire, antes de pasar por el túnel que la conduciría hasta el avión.
Aquella era la primera vez que ella volaba. Nunca había subido a un avión y a pesar de querer aparentar estar bien, aquello le daba pavor.
A su lado se sentó un hombre más o menos de su edad. Éste, al ver el estado de tensión que padecía Lorena, quiso ayudarla. Lo primero que hizo fue pedir agua a la azafata. Después contemplando el rostro de tensión de su acompañante le extendió el vaso de agua.
—Disculpe que la moleste, pero no puedo verla en ese estado. Debe relajarse. — Aquella voz masculina susurrándole a su oído consiguió que Lorena abriera sus ojos para chocar con unos luceros brillantes castaños, rostro angelical y sonrisa fascinante.
—Lo siento. Pero es la primera vez que vuelo y como que me da mucho miedo.—Su torpeza a la hora de hablar le hizo reír a su acompañante. Él, viendo que ella seguía tensa, la agarró de su mano echando a su vez su cabeza hacia atrás poniéndose más cómodo en el sillón.
Aquel contacto fue cordial. Lorena por fin abrió los ojos sorprendida por el atrevimiento de ese joven. Quería decirle cuatro cosas, sin embargo no pudo. Su sonrisa la desarmaba, su voz la descolocaba y ese contacto la transformaba en una mujer que hasta ese día no sabía lo era que un hombre le prestase la mínima atención. Y ahí estaba él. Portándose amable y sin dejar de sonreírle cuidando de ella.
—Soy Lorena.—Balbuceó ella buscando la seguridad que desapareció en el momento que el la agarró de su mano.
—Vaya que torpe, no me he presentado. Me llamo Iñaki.
Lorena sonrió sin poder apartar sus ojos del hombre que tenía a su lado, y por alguna extraña razón comenzaba a inquietarse, a sentirse torpe por no poder decir una frase completa y a la vez bonita ante sus ojos.
Durante el viaje Lorena e Iñaki hablaron de sus vidas, de sus sueños incluso descubrieron que tenían cosas en común. Una de ellas era que ambos eran médicos pediatras.
«Es un locura» se repetía Lorena mientras se lavaba la cara en el mini servicio del avión. Lorena no podía creerse que aquel joven le atrayera tanto. Sería su buen comportamiento, o era su manera tan simpática y dulce de dirigirse a ella. Negando con su cabeza, volvió a echarse agua en su rostro. Aquello era surrealista, cómo podía gustarle un hombre del cual no volvería a ver.
Decida a no quedar como una tonta, Lorena volvió a su asiento. Dedicándole una tímida sonrisa a Iñaki cerró sus ojos dándole a entender que quería dormir. Cuando en realidad quería huir de lo que comenzaba a sentir dentro de ella, de como un calor agobiante se había formado en su interior movido por un deseo. Un deseo de poder volver a ver a ese joven, pero si seguía pensando así acabaría tan humillada como su hermana. Por lo cual decidió dejar de pensar en el hombre que tenía al lado y centrar sus pensamientos en lo que Eloísa le dijo y que sucederá cuando llegue a esa casa haciéndose pasar por Mariola.
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