36. Preparativos
Es increíble lo rápido que gira el mundo cuando una está feliz. Me cuesta mucho creer y aceptar que yo me merezca tanta felicidad y no puedo evitar sentir temor al respecto. Todos estamos en este mundo intentando día tras día hallar un minuto que nos de alegría, que nos haga sentir felices; pero cuando lo logramos no lo disfrutamos como corresponde, por miedo a perder ese gozo. Me ha pasado muchas veces, quizás porque desde chica he construido mi vida sobre el daño que he vivido, no puedo evitar pensar que si me pasó todo aquello fue por algo y que en el fondo, yo me lo merecía.
Así que construí una vida en base a la creencia de que yo no merecía nada bueno, que todo lo malo que me pasaba era normal para alguien como yo; que la felicidad era para los demás. Siempre para alguien más, pero no para mí.
Y ahí estaba yo sintiéndome amada por primera vez, más bien dejándome amar y aprendiendo a amar también. Porque no se trata solo de encontrar alguien que te ame, se trata de que una se deje amar. Se trata de entender que sí, cualquiera merece y es digno de amor. Y cuando empiezas a cambiar tus pensamientos, empiezan a cambiar los resultados y todo el entorno que te rodea.
Simplemente acepté el amor, acepté la felicidad y acepté que aquello era posible incluso para mí. Dejé que la sonrisa no se borrara de mis labios, y aunque a veces las cosas tristes sucedieran, de todo se puede aprender, a todo se le puede encontrar un lado bueno y convertir las lágrimas en una nueva sonrisa.
Mariano quería que nos casáramos, y yo quería hacerlo cuanto antes. No sé si era apurado o no, simplemente se sentía correcto. Pero cuando se lo dije a mi padre por teléfono le sobresaltó la noticia. Él ni siquiera sabía que yo tenía una relación con alguien.
—¿Casarte? ¿Este fin de semana? ¿No es demasiado acelerado? —preguntó asustado.
—No lo es, sé que no te dije nada antes... pero llevamos juntos mucho tiempo. Además es de esas historias en las que simplemente sabes que es el indicado.
—Sí, hija... pero, ¿estás segura? Mira que a veces uno se deja engañar por las emociones del momento... —insistió el confundido.
—Estoy segura, papá... Solo quiero que vengas a compartir ese momento conmigo. Trae a Rosa si deseas, pero ven... por favor —añadí.
—Entonces es una decisión tomada —afirmó.
—Lo es... —admití y mi padre tardó en contestar.
—Bien, eres adulta y confío en que eres madura. Si ese hombre ha llegado a ti de esta forma es que quizás tengas razón y sea uno de esos «amores verdaderos».
—Gracias, papá. Te vamos a esperar en la estación.
—Háblame de él. Dime quién es, a qué se dedica. No sé ni siquiera su nombre —rogó un poco confundido y aún bastante sorprendido.
—Se llama Mariano... era mi profesor... Es profesor de Literatura en la Universidad donde estudio —comenté.
—¿Es muy mayor que tú? —interrumpió mi padre—. Mira que si es así puede ser que tu...
—No, son solo unos años... pocos. No me está obligando a nada, papá. Lo amo como él a mí... Tenemos algo especial. Y por si acaso, es una persona no vidente —informé.
—¿Qué? ¿Es en serio? —cuestionó algo anonadado.
—Sí... ¿Qué tiene de malo? Te sorprenderá saber todo lo que hace y es capaz de hacer aun con su discapacidad —añadí orgullosa.
—Pero...
—Nada, papi... Él me ha visto como nadie lo ha hecho antes.
—Bien, hija. Admito que ya lo quiero conocer. Espero que sea como dices, si no tomaré cartas en el asunto.
—Te quiero, papá. Nos vemos pronto —me despedí sonriendo ante su frase anterior.
—Adiós chiquita, estaré allá cuanto antes.
***
Organizar una boda en poco días no era tarea sencilla, por más que no íbamos a hacer una gran fiesta siempre habían detalles que revisar. Por suerte todas las monjitas estaban entusiasmadas con el asunto y junto con Mamama estuvimos viendo los pequeños detalles. El vestido, las invitaciones, la comida para la pequeña recepción, la ceremonia religiosa y la civil, el coro y demás.
No íbamos a invitar a muchas personas, solo los más cercanos; amigos, familiares y algunos conocidos del convento. Yo con que estuvieran papá y Roberto ya era completamente feliz. Roberto me ayudó muchísimo también, me llevaba y traía a todos lados, además esperaba a que me decidiera con muchísima paciencia; y eso que yo era lenta para decidir.
—Entonces... ¿tienes todo? —me preguntó aquella tarde que habíamos ido a comprar algunas cosas.
—Sí, ya podemos ir a casa —sonreí luego de un par de horas de caminata.
—Falta algo —dijo guiñándome un ojo.
—¿Qué es? —pregunté sin entender.
—Sube —agregó cuando estuvimos cerca de la moto y entonces me llevó a un lugar.
Entramos a aquel salón comercial y yo pude entender por dónde iba mi amigo.
—Hola... ¿En qué les puedo ayudar? —saludó una vendedora del local. Roberto la observó y luego fijó la vista en su porta nombre.
—Hola Nancy, estamos aquí buscando un hermoso y sexy ajuar para la noche de bodas de mi amiga —dijo muy sonriente y efusivo mientras yo sentía que el suelo se abría bajo mis pies y la vergüenza invadía mi sangre y mi piel.
—Muy bien... ¿de qué estilo? —contestó la tal Nancy mientras nos llevaba a una de las estanterías y comenzaba a sacar pequeñas piezas de encajes y rasos en negro, rojo, blanco, rosa y violeta.
—Tiene que ser algo sexy pero un poco dulce... no tan de «femme fatale» —respondió Roberto mientras miraba uno a uno los conjuntos y los iba colocando a un lado.
—Voy a ir a buscar uno que creo les gustará —dijo la encargada dejándonos solos.
—¡Me vas a matar de la vergüenza! —exclamé.
—¿Por qué? Oye, es tu noche de bodas... además será tu primera vez... debes estar preparada y bonita —sonrió mi amigo—. Anda, pruébate estos, creo que son de tu talla.
Roberto me pasó dos perchas con unos conjuntos de mucho encaje en color rosa viejo y blanco, respectivamente. Lo miré confundida y con una seña me señaló el probador, dándome incluso un empujón para que pasara a ellos.
—¡Me llamas para ver cómo te quedan! —gritó cuando al fin me adentré en uno.
El blanco era un corpiño de encajes del cual salía una tela transparente y fina, que cubría suavemente el abdomen. La parte de abajo era también de encaje. El rosa era un corsé y una minúscula parte inferior obviamente con mucho encaje.
No sabía con cual me sentiría menos avergonzada para empezar, además Roberto quería verme y eso me ponía nerviosa.
Me probé el rosa y mientras pensaba si lo llamaba o no, él se adelantó golpeando la puerta.
—¿Por qué tardas tanto? ¡Quiero ver cuál te queda mejor, además Nancy trajo uno violeta muy hermoso! —exclamó efusivo.
Abrí la puerta apenas y Roberto metió la mano para abrirla un poco más. Me miró e hizo un silbido de esos que suenan de forma vulgar. Me cubrí rápidamente con los brazos como pude y él exclamó sonriente.
—¡Oh vamos!, déjame verte... si sabes que no me gustan las mujeres. Aunque tú... eres hermosa y especial.
Sonreí ante sus palabras y dejé que me diera su opinión. Después de todo aún me costaba verme bella, sentirme bien con mi cuerpo y pensar en la noche de bodas —por más que ya habíamos estado muy cerca de que sucediera todo—, me ponía tremendamente nerviosa.
Me probé el blanco y me gustó más. Roberto estuvo de acuerdo y Nancy nos ofreció otros colores del mismo modelo.
—No tiene mucho sentido lo del color —dije encogiéndome de hombros pero Roberto me miró negando.
—Lo tiene, para ti. Esto no es solo un regalo para él. Es para ti, Ámbar. Para que te sientas bella y sexy en ese hermoso cuerpo que tienes. Me gusta mucho el violeta, pero me quedaría con el blanco dadas las circunstancias de la relación de ustedes... es la primera vez, además el blanco es luz... y tú eres la luz en la oscuridad de Mariano.
Roberto se puso todo romántico y cuando Nancy escuchó lo de que era la primera vez me miró confundida, supongo que eso no le parecía normal.
Salimos de allí luego de que Roberto pagó el conjunto. Dijo que era su regalo para mí. Me dijo que las mejores amigas hacían eso por sus amigas a punto de casarse, pero que como yo no tenía una mejor amiga, a él le tocaba encargarse de aquello.
Luego me invitó a tomar un café y entonces decidí admitirle mis miedos, necesitaba un poco de contención.
—¿Crees que... lo haré bien? ¿Crees que cuando esté sucediendo no volverán a mí esos recuerdos? —pregunté nerviosa y avergonzada.
—Creo que ustedes se han confiado sus miedos, sus historias. Creo que han ido sanándose mutuamente con el tiempo, además Mariano te ha demostrado mucho amor y respeto ante todo lo que te sucedió. Yo creo que estás lista y que esos recuerdos no van a aparecer, Ámbar.
—¿En serio?
—Solo disfruta amiga, solo disfruta —añadió sonriendo.
—Gracias por ser tan buen amigo. No sé qué hubiera hecho sin ti.
—Definitivamente no estarías a punto de casarte y estarías perdida por alguna ciudad huyendo y sufriendo —zanjó divertido.
—Es cierto —sonreí.
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