18. Tiempo juntos
Seguimos caminando en silencio, no quería ahondar en preguntas porque no deseaba intimidarlo.
—¿Dónde pasarás Navidad? —preguntó.
—Para serte sincera mis planes eran quedarme unos días aquí con Rob y luego ir a pasear por alguna otra ciudad. Pasar las fiestas sola por primera vez, ya que mi padre está con su pareja y yo no tengo ganas de ir allí.
—¿Y entonces? ¿Hasta cuándo te quedas aquí? —preguntó.
—Es que... uhmmm... ahora, no quiero irme a ningún lado. Me siento bien aquí. —Él sonrió, sabía que me refería a él.
—Todavía nos quedan dos o tres semanas, si decides quedarte... —se silenció.
—¿Me está invitando a quedarme, Profesor Galván? —bromeé moviéndome hacia adelante y quedándome justo frente a él impidiéndole el paso.
—Algo así, Señorita Vargas —dijo abrazándome por la cintura. Yo escondí mi cabeza en su cuello y absorbí su aroma.
—Estás tremendamente guapo esta noche. —Hablé con sinceridad mientras envolvía mis manos en su cuello y tocaba la tela de su camisa.
—Tú también lo estás —comentó sonriendo.
—Me alegra que lo notes, me vestí así para ti —respondí divertida y él se echó a reír desenfadado, alegre, llevando su cabeza hacia atrás.
—Daría igual si te pones papel encima, no puedo ver cómo te vistes... No inventes —bromeó.
—No traje demasiada ropa buena, pero me puse un jean —dije tomando una de sus manos y guiándola a mi cadera para que sintiera la textura de la tela—. Un pullover de lana de color turquesa. —Repetí la operación haciéndole sentir la lana en la zona de mi abdomen—. Tengo una bufanda marrón chocolate y una campera de cuero del mismo tono. —Hice que acariciara esas prendas—. Debajo de todo tengo mil abrigos porque hace frío, pero en realidad me gusta esta ropa, creo que me sienta bien y de verdad la elegí por ti...
—Te lo agradezco —murmuró volviendo a colocar sus manos en mi cintura—. Sé que te has de ver hermosa... Me gustaría tanto poder verte, Ámbar... —sonó melancólico.
—¿Me creerías si te digo que eres capaz de ver en mí mucho más que las demás personas? —No contestó, sólo sonrió y acercó su cabeza a mis cabellos absorbiendo mi aroma y suspirando... Luego me besó en la frente. Cerré los ojos ante el cálido contacto de sus labios contra mi piel fría. Dejó allí su boca mientras sostenía mi cabeza con sus manos y volvió a suspirar.
—No sé qué me sucede... —susurró y yo no necesité contestar aquello, me pasaba lo mismo que a él, aunque no supiera lo que era.
Esa noche no pasó nada más, nos separamos de aquel abrazo luego de un rato y seguimos caminando en silencio. Llegamos de nuevo al convento y tomé un taxi para regresarme, Mariano insistió en volver conmigo, pero lo convencí de que no era necesario.
Los siguientes días transcurrieron más o menos iguales. Nos veíamos a diario y encontrábamos una actividad para hacerla juntos. También intentaba encontrar tiempo para pasar con Rob, después de todo estaba allí por él. Mariano también necesitaba compartir con las hermanas que tanto lo adoraban, así que a pesar de no querer separarnos, buscábamos la manera de encontrarnos aunque fuera por unos minutos todos los días, y en mejores ocasiones la pasábamos juntos todo el tiempo.
El veintitrés de diciembre decidimos ir a una playa que quedaba a una hora de distancia, íbamos a ir en bus, pero la Hermana Josefa se ofreció a llevarnos con la excusa de ir a visitar a su familia que era de ese pueblo. Sabíamos que era solo una excusa pero la aceptamos, Josefa era una mujer divertida, todo lo contrario a lo que uno esperaría de una monja, nos subimos a la camioneta y ella colocó música pop que iba cantando a todo volumen a lo largo del camino. Luego de un tiempo, Mariano y yo también estábamos cantando y bailando. Cuando llegamos a la playa, Josefa nos dejó en frente diciendo que nos buscaría en un par de horas. Hacía frío y debíamos volver antes del anochecer.
Mariano y yo bajamos luego de abrigarnos y caminamos hasta el lugar. Allí había mucho movimiento a pesar del crudo invierno, en las veredas los niños jugaban y andaban en bicicletas o monopatines, los jóvenes enamorados caminaban de la mano y algunas madres se encargaban de abrigar una y otra vez a sus pequeños que corrían en libertad por el lugar.
—¿Te has dado cuenta que paseamos mucho? —Le pregunté mientras de la mano iniciábamos nuestra caminata de regreso—. Somos algo parecidos a Darcy y Elizabeth en ese sentido —sonreí.
—Creo que en varios sentidos... No parecemos de esta época —agregó él.
—Tienes razón, si fuéramos una pareja normal... ya... bueno... tú sabes...
—¿Somos una pareja, Ámbar? —preguntó y no supe qué responder.
—Me refiero a que... bueno, somos dos... estamos caminando... juntos... yo... —Me sentí incómoda y sin saber qué decir. Él rio.
—No quería incomodarte —bromeó y lo golpeé ligeramente a modo de queja—. ¿Vas a pasar la Noche Buena conmigo, Ámbar? —preguntó entonces tomándome de sorpresa.
—¿Qué?... No me habías dicho nada de eso... —Me sorprendí aunque estaba bastante entusiasmada con la idea y debo admitir que lo estaba esperando.
—¿Tienes otros planes?
—Bueno... no... Ningún plan puede ser mejor que uno que te incluya a ti —admití y él meneó la cabeza sonriendo.
—¿Tanto te gusta estar conmigo? ¿Es en serio? —preguntó incrédulo.
—¿De veras necesitas que te responda eso?
—Hummmm... quizás...
—Mariano Galván, me encanta pasar tiempo contigo —admití sonriendo y apretando sus mejillas heladas por el fresco, él sonrió y me abrazó besándome en la frente.
El día de Noche Buena lo pasé con la familia de Rob y cerca de las siete de la tarde éste me llevó al convento. Allí todo estaba muy pacífico y la misa acababa de empezar. Mariano me esperaba en la entrada y me pidió que me colocara a su lado, y luego de dudarlo por un rato, terminé por acceder e ingresamos al templo. No iba a una misa desde aproximadamente los diez años, que fue cuando hice mi primera comunión. A pesar de que me habían instruido en el catolicismo no era devota, ni siquiera sabía si creía en Dios o no. Siempre le cuestionaba las cosas malas que le sucedían a la gente buena.
Vi a Mariano concentrado en las palabras del sacerdote, lo vi rezando y realmente me agradó esa imagen de él. Durante la homilía, el padre habló sobre Jesús naciendo en nuestros corazones. Después de la misa entramos al convento, las hermanas estaban felices y habían hecho muchísima comida, el Padre Manuel también pasaría con nosotros.
Nos sentamos a la mesa larga y bien arreglada que habían preparado las hermanas Lucía y Martina, y nos dispusimos a rezar —de nuevo—, antes de que se sirva la comida. Me parecía que era un poco temprano para la cena pero estábamos en un convento.
La comida estuvo deliciosa, en realidad que a algunas de estas monjas se les daba muy bien la cocina, debía plantearme tomar unas clases con una de ellas. Rita se ofreció a enseñarme a hacer el pastel favorito de Mariano. Pareciera que todas ellas asumían que entre él y yo, sucedía algo.
Cerca de las doce de la noche nos dispusimos a brindar, todos estaban muy felices y la verdad era que la pasé realmente bien junto a esa gente que se notaba era muy bondadosa. En ese sitio se respiraba paz.
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