I.XIV - Corazón de Ángel
Dean estaba distante. Incluso con Anna acostada allí a su lado, a altas horas de la madrugada. Era un milagro que ninguna pesadilla estuviera invadiendo sus sueños. Lo único que funcionaba a esa hora, eran los pensamientos de la pelirroja.
Anna podía sentir cómo se alejaba de ella. Sentía que el destino lo dirigía en otra dirección. Él se deslizaba entre sus dedos, y no sabía cómo detenerlo.
Un nuevo comienzo. Eso era lo que necesitaban. Pero cuanto más duro la marca venció a Dean. Cuanto más duro lo empujó a ser un monstruo, más temía arrastrarla a la oscuridad con él. Podía verlo en cada mirada triste.
Ya no confiaba en que podía mantenerla segura. Y Dean haría cualquier cosa para protegerla. Incluso si tuviera que hacerlo de sí mismo.
Ella pasó los dedos por su sien. Sobre su mejilla. Los ojos de Anna ardieron. Su nariz tapada por las lágrimas silenciosas que había estado derramando durante la última media hora.
—Por favor, no me dejes, Dean —susurró en la oscuridad.
Las palabras fueron absorbidas por el silencio. Tenía la sensación de que no iban a cambiar lo que sabía que se había vuelto inevitable: Dean Winchester la dejaría algún día.
Tarde o temprano sucedería. Él no era un hombre capaz de arruinarle la vida. Y ella no podía negar que eso era lo que estaba sucediendo.
La marca se interponía entre ellos. Acercándola cada vez más, hasta que se arruinaron. Hasta que ninguno de ellos tuvo la fuerza para aguantar. Ella sería felizmente destruida por él, pero él nunca lo permitiría.
La abandonaría antes de quitarle la poca vida que quedaba en los ojos. Fue una bendición y una carga ser tan amado.
Incapaz de aguantar más, Anna se levantó de la cama y salió de la habitación para encontrar consuelo en los brazos de un hombre que sabía que nunca la abandonaría.
Los ojos de Dean se abrieron en el momento en que escuchó la puerta cerrarse.
Se había despertado al oír sus primeros sollozos. Tuvo el instinto de consolarla. Tomarla entre sus brazos y sostenerla hasta convencerla de que todo estaría bien. Pero no lo hizo.
Sabía que Anna lloraba por él y eso lo hizo mantener los ojos cerrados. Porque él no estaba bien. Y no podía convencerla de lo contrario.
El destino era una mierda. Le había presentado a una mujer como ella, le había dado la idea de la vida que quería y luego lo maldijo con la marca.
Él nunca podría quedarse con ella. La amaba demasiado para convertirla en su guardiana. Para hacerla la víctima de otro monstruo. El monstruo que vivía dentro de él. Eso que estaba marcado en su brazo.
No la convertiría en lo que odiaba.
****
—¿Te sientes mejor? —Sam murmuró cuando Anna entró en la biblioteca y se arrastró hasta su regazo, recién duchada.
—No —susurró, metiendo la cabeza debajo de su barbilla—. No creo que vaya a estarlo hasta que la marca se haya ido.
Los brazos de Sam la envolvieron. Fuertes y sólidos. Y, sin embargo, sentía que el piso la tragaría en cualquier momento.
—Nos va a dejar —susurró ella—. Puedo sentirlo. Aquí... —presionó una mano sobre su corazón.
Sam seguía negado, pero no se atrevió a decirle lo equivocada que estaba. Sus sentimientos no eran algo que se pudieran arreglar con palabras tranquilizadoras. Y se negó a hacer algo más que darle exactamente lo que ella necesitaba.
Si tuviera que destrozar el mundo para deshacerse de la marca, para hacerla feliz otra vez, lo haría.
Cuando sonó el celular de Anna, casi no la dejó contestar.
Dejaría que el mundo sufra, necesitaba abrazarla hasta que la oscuridad abandonara sus ojos. Pero luego volvió a sonar. Y ella respondió porque era Castiel, y nunca rechazó al ángel cuando más la necesitaba.
Claire estaba en el hospital con una conmoción cerebral. Se metió en una pelea con un tipo llamado Ronnie cuando fue a buscar a su madre.
Fue encontrada desmayada cerca de un contenedor de basura en el callejón de atrás de un bar.
—¿Cuándo fue la última vez que alguien supo de ella? —preguntó Sam, de pie al final de la cama de hospital.
Su voz era gentil y dulce.
Anna automáticamente se acordó de Bobby. Cuando la salvó de su padre. Él también había tenido una dulzura inusual para explicarle todo lo que estaba pasando.
Por un momento se preguntó a sí misma, que pensaría él de toda la situación que estaban viviendo. Que consejo le daría.
Ella deslizó su mano entre la de él. Sam no hizo preguntas, solo enredó sus dedos con los de ella y apretó.
Dean observó como se tomaban de la mano. Deseaba poder ayudarla como lo hizo Sam. Ojalá no fuera una maldición sobre su vida.
Claire arrastró su mochila hacia ella mientras trataba de ordenar los hechos y sacó un diario. —Cuando vivía con mi abuela, ella acostumbraba mandarme postales. Esta es la última —sacó una tarjeta postal y la extendió para que Sam la tomara.
—La recibí justo antes de que mi abuela muriera. Hace dos años. Desde entonces, nadie sabe nada. Me la envió desde un motel aquí en el pueblo. Es el mismo lugar donde me he estado quedando. Estaba en el Bar Susie buscando a un sujeto llamado Ronnie Cartwright. El diario de mi mamá dice que se iba a reunir con él a la misma hora en que ella desapareció. Antes de que él me empujara, recordó el nombre de mi mamá. Él sabe algo.
—¿Por qué Amelia buscaba a este tipo? —preguntó Cas.
Claire se encogió de hombros. —Ella estaba buscando milagros. Ella te estaba buscando a ti.
****
Dean quería localizar a Ronnie. Anna sabía por qué. Y Sam también. Pero decirle que no podía ir ya no era una opción. Iría a ver al imbécil que empujó a una adolescente.
Incluso con Cas en el asiento del pasajero, el Impala se sintió vacío para Dean. Tranquilo sin las respiraciones de Anna. Aburrido sin su sonrisa. Era extraño cómo las cosas que alguna vez amó no significaban nada en comparación con ella.
Anna no quería que la pusieran en un pedestal. La asustaba. La hizo sentir que no podía estar a la altura de lo que él quería. Pero ella no entendió que su sola existencia era suficiente para él.
Ella no vio lo que él vio.No entendía lo que él sentía cuando estaba cerca. La seguridad. El alivio. La felicidad pura.
El miedo.
Porque él arruinó las cosas buenas. Y Anna era lo mejor que le había pasado. No podía confiar en que no la lastimaría. No con esa cosa en su brazo.
—Cas, escucha —habló Dean, porque el silencio era demasiado para soportar—. Lo que haces por Claire y ayudarla a encontrar a su mamá... está bien. Es muy bueno.
—¿Pero?
—¿Pero dónde acaba esto? —preguntó—. No quiero ser un idiota, pero la verdad es que no eres su papá. De hecho, no eres nada de ella excepto un recordatorio de alguien que ya no está.
—No, yo... —contestó Cas—. Soy responsable de todo lo que le ha pasado.
—Mira, lo que quiero decir, es que ella ha sobrevivido por su cuenta desde hace un tiempo, y eso se debe en parte a que no tiene a nadie ante quien responder. Sabes, no hay... no hay nadie quien la pueda detener.
Automáticamente pensó en Anna. En cómo la conoció. Estaba sola, tan despreocupada por la vida, una sonrisa en los labios y una respuesta sarcástica para todo. Ella era fuerte.
Hasta que los demonios se apoderaron de ella, todos sus miedos y traumas habían salido a flote al poco tiempo de conocerlo. Rompió su caparazón y contaminó a la mujer que estaba dentro. Mejoraría sin él cerca.
Ella viviría. Sam se aseguraría de eso.
—La encontramos en un hospital —dijo Cas—. ¿Y me dices que estaría mejor por sí sola?
—Yo solo digo que ella podría ser más fuerte por su cuenta.
Anna siempre lo había sido.
****
Los ojos de Claire y los de Anna era iguales. Ella era terca. Capaz. Fuerte.
Y con miedo.
Cuando Anna la conoció, se preguntó si Claire terminaría como ella. Si había alguna forma de evitar que eso sucediera. Y había sido una idiota al pensar que tenía ese tipo de poder.
Claire sería lo que tenga que ser y no había nada que Anna pudiera hacer para detenerla. Esas cosas estaban más allá de ella, no se podían controlar.
—¿Viajaste hasta aquí solo para reclamar por qué te abandonó? —preguntó la pelirroja mientras Sam inspeccionaba un libro intimo que Claire tenía sobre el último paradero conocido de Amelia.
—¿Siempre te llevaste bien con tu mamá? —la adolescente contraatacó, metiendo su ropa en una bolsa de lona.
Su cuerpo se puso rígido. Pensó unos segundos si debía compartir información con ella.
—La verdad es que no —contestó sin pensarlo—. Cuando se volvió loca al ver a mi padre convertido en un demonio, la llevé a un psiquiátrico y la dejé morir allí. No quería verla.
Las palabras habían sonado más duras de lo que hubiese querido, pero era la verdad. Sin dudas no se llevaría el premio a la hija del siglo. La mano de Sam se apoyó en su espalda y frotó, ofreciendo algún tipo de consuelo.
Claire hizo una pausa. —Lo siento. No quise...
—No más que yo —le ofreció una sonrisa amarga.
Claire asintió y fue a buscar otro bolso. —Mi caso es diferente. Mi mamá me dejó.
Anna tomó la postal y leyó el reverso. —"Claire, regresaré a casa pronto. Las dos estaremos en casa". Esto no suena a alguien que quisiera abandonarte. ¿Revisaste los registros de sus tarjetas de crédito?
Ella apretó los labios. —El banco no me envió sus registros.
—Está bien —Sam tomó su portátil de su bolso—. Yo sé que quieres estar en donde sea lejos de nosotros, pero dejame enseñarte cómo acceder a los registros de su tarjeta de crédito. Esto te ayudará a obtener una pista acerca de tu mamá.
Su mandíbula se apretó y Anna sabía exactamente lo difícil que era para ella aceptar su ayuda. Sam también lo supo, por eso sonrió cuando vio que él no espero su respuesta para enseñarle todo lo que sabía.
****
Ronnie le había dado un nombre a Dean: Peter Holloway. Un aparente sanador de fe que escogió a qué personas sanó y cuáles no. Fue un momento agridulce.
Soltar el nombre no fue fácil para Ronnie y no terminó bien para él tampoco. Una alerta policial sobre su muerte apareció en la computadora de Sam. Y Dean volvió a salir por la puerta tan pronto como había venido. Seguido por Cas y Claire.
Al parecer no había sido muy suave con Ronnie al sacarle información. Según el ángel, había explotado y estaba empeorado.
—No me gusta esto, Sammy —habló Anna, mirando la puerta por la que se había ido Dean. Caminando inquieta de un lado a otro.
—Lo sé —Sam seguía con su computadora portátil. Buscando lo que pudiera encontrar sobre Peter—. Pero tenemos un caso. Úsalo para dejar de pensar en él.
Anna lo miró furiosa. —¿Por qué? ¿Por qué debería? Él es mi esposo —Sam la miró fijamente, con paciencia. Y fue exasperante. Dean habría peleado con ella. Podría liberar sus tensiones—. ¿Por qué no estás preocupado? ¿Cómo no te estás volviendo loco?
Él se puso de pie, reuniendo sus pensamientos mientras se acercaba a ella y tomaba su cara entre sus grandes manos. —Estoy preocupado —le aseguró—. Estoy aterrado por mi hermano. Pero en este momento, necesitas que me mantenga tranquilo. Entonces eso es lo que estoy haciendo.
Y ahí estaba la razón por la que Anna los necesitaba a ambos.
Dean pelearía con ella. La dejaría desahogarse. Gritar y gritar hasta que no haya nada más en su cuerpo. Pero Sam la mantendría segura. Razonable.
Le recordaría que había demasiadas cosas en juego. Era un balde de agua fría apagando el fuego en su interior, que no todo eran disparos y gritos.
Su sollozo salió de la nada seguido por las lágrimas. No sabía cuánto necesitaba llorar hasta que Sam la envolvió en sus brazos. Ahogó sus gritos y su llanto contra su pecho, mientras él la sostenía en silencio y la abrazaba cada vez más fuerte.
La injusticia de toda la situación cayó, y él permaneció fuerte mientras ella gritaba por el amor que estaba siendo arrancado de su alcance.
¿Por qué tenía que ser Dean? ¿Por qué tenía que ser ella? ¿Por qué no pudieron los tres tener una vida normal? ¿Una relación normal? ¿Una relación feliz?
Una voz en su cabeza respondió la pregunta. Porque si hubiese tenido una vida normal, nunca los hubiera conocido. Su relación fue poco convencional desde un principio. Ellos no se acostumbrarían a una vida normal.
Dean regresó después de una hora. Mucho después de que Anna se hubiera recuperado. —Oye —ella lo saludó, con voz más ronca de lo normal—. Nosotros... tenemos una pista de Peter Holloway.
Él se detuvo en seco y la miró fijamente.
No había indicios en su rostro de que hubiera estado llorando. Pero él la conocía, la amaba lo suficiente como para saber cuando ella estaba sufriendo. Y si él no hubiera sido la razón de ese dolor, hubiese acudido a ella.
En cambio, solo habló. —Bien, porque probablemente está a punto de dejar la ciudad. Ronnie hizo unas llamadas antes de ser asesinado.
—¿Piensas que le avisó a Holloway? —preguntó Sam, movió sus pies debajo de la mesa para chocarlos contra los de Anna.
Esos pequeños detalles fueron los que le hicieron saber que él siempre se preocuparía por ella. Que siempre estaba en su mente.
—Si lo hizo, probablemente por eso está muerto —Dean apoyó las manos contra la mesa—. Así que... tenemos que encontrarlo antes de que desaparezca.
—Genial. De acuerdo a los registros del condado, Holloway es dueño de una granja a unos 50 o 60 kilómetros de aquí.
Anna se levantó y se dirigió al mapa de Claire, llenó de alfileres, y señaló un punto en el centro de todos ellos.
—Así que, crucé referencias con los recibos de la tarjeta de crédito de Amelia. La casa está justo aquí, y ella estuvo moviéndose entre Biggersons y las gasolinerías alrededor de esta área.
—Probablemente vigilando el lugar —habló Dean mientras se paraba a su lado.
El calor de su cuerpo cerca al suyo, la hicieron querer acercase a él. Su corazón y su menté lo deseaban. Y aún así ella sabía que él no quería lo mismo.
—Sí.
—¿Qué estamos esperamos? —Claire tenía la esperanza renovada y estaba llena de determinación—. Vamos.
—Claire, no irás a ese lugar —le aseguró Cas.
Ella lo miró incrédula. —Es mi mamá.
—Esa casa puede estar vacía y ser una trampa. Es muy peligroso. No puedo dejar que nada te pase.
La niña se burló. —Nada más, quieres decir.
—Claire, no vas a ir —la voz de Dean sonó firme.
Cas lo miró fijamente. —Tú tampoco Dean.
—¿Qué?
—¿Recuerdas a Ronnie en el bar?
Dean levantó las manos. —No seas así, Cas. Él no iba a decirnos nada. Solo... lo motivé a hablar.
—Dean —Anna soló susurró su nombre.
Había un silencio agonizante en la habitación. Él la miró, listo para pelear con ella, pero cuando observó sus ojos verdes, automáticamente cerró la boca.
Su corazón se rompió. Podía ver lo cansada que estaba y no sólo físicamente. Y sabía que era su culpa.
****
—Anna... —algo en la voz de Cas hizo que ella se girara en el asiento para mirarlo, mientras Sam conducía el Impala hacía la granja—. Cuando esto acabe, ¿crees qué... debería dejar en paz a Claire?
—¿Qué? Claro que no. Es de la familia. Bueno, ella no es exactamente tu familia, pero son cercanos. Los dos tienen historia. Tan simple como eso.
Ese tipo de historia hizo que Anna se uniera a ellos.
—¿Entonces no crees que está mejor sola?
—Cas, ella acaba de cumplir 18.
—Estabas sola cuando fuiste a la universidad a su edad, ¿verdad?
Anna apretó los labios y se recostó contra la puerta. —Si y no fue bueno, yo... mi vida en la universidad no era buena. Salí del infierno que era mi casa pero nada mejoró. Me hubiese gustado que alguien estuviera conmigo para guiarme por un buen camino.
Cas asintió con dolor. Sin embargo supo que si Anna no hubiese pasado por todo lo que pasó no se hubiera convertido en la mujer que era.
—Mira —la pelirroja continuó—. Todo lo que sé... es que estar sola, no es manera de vivir. Estar ahí para ella, aunque piense que no deberías estar ahí, es bueno para los dos.
—Quizá, al final —murmuró Cas, mirando por la ventana.
Sam se acercó y apretó su pierna. —Al final —repitió, mirándola a los ojos.
****
Anna se preguntó si alguna vez, cualquier persona que llevaba su vida, realmente tuvo un final feliz. Porque cuando vio a Claire gritar por su madre muerta, los finales felices parecían una fantasía inalcanzable.
Un ángel que decidió que prefería alimentarse de humanos en lugar de protegerlos. Una mujer perdida, en el lugar equivocado en el momento equivocado, se cruzan y la vida de una niña se derrumba.
Tal vez ella estaba siendo pesimista.
Tal vez su situación con Dean y desenlace inminente que podía sentir en la boca del estómago la volvían negativa.
Claire no merecía perder a su madre. Ver a un extraño caminar en el cuerpo de su padre.
Dean no merecía ser envenenado de adentro hacia afuera por una antigua marca que no discriminaba a sus anfitriones.
Sam no merecía reprimir todos sus sentimientos sólo para mantenerla segura.
Sin embargo... así fue como terminó su día.
Claire fue enviada a casa de Jody. Con los ojos llenos de tristeza y una espada de ángel en su mochila. Justo al lado del oso de peluche que Cas le había regalado por su cumpleaños.
Ella por lo menos lo saludo con un abrazo y le prometió que lo llamaría.
Un poco de final feliz, algo de esperanza, al menos.
—Anna —la mano de Dean se envolvió alrededor de su brazo, sosteniéndola con suavidad, mientras la tiraba hacia atrás.
Sam y Cas se dirigieron al auto y él los miró.
Por favor no me dejes, Dean.
Esa súplica rota hizo eco en su mente.
Él quería decirle que nunca lo haría. Pero eso era una mentira, y ella merecía más que promesas vacías. Merecía una buena vida. El tipo de vida que solo Sam podía darle.
El tipo de vida que Dean pensó que algún día podía tener.
—Necesito saber... —tragó duro—. Necesito saber que todavía sabes que te amo. Más que nada en este mundo.
Los labios de Anna temblaron. Sus ojos se pusieron vidriosos. Pero él siguió adelante. Porque cuando llegara el momento... necesitaba saber que ella estaría bien. Que ella podría odiarlo, pero no se rompería.
—Todo lo que hago —continuó—. Lo hago todo por ti. Lo hago todo porque te amo.
Anna no dijo nada. Solo envolvió sus brazos alrededor de su cintura. Dejó que la abrazara, y eso fue suficiente respuesta para él.
Una parte de ella moriría cuando él finalmente se fuera... pero ella sobreviviría porque tenía que hacerlo.
Porque Sam la necesitaba más de lo que ella necesitaba a Dean.
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