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I.XIII - El libro de los malditos

—La Marca es una maldición —Anna le comentó tartamudeando a Sam mientras él miraba su computadora portátil, estaba investigando pero todavía no había logrado encontrar nada.

Él se burló. —Sí, dímelo a mí.

—No, Sammy es... una maldición de verdad.

Él la miró con el ceño fruncido. —¿De qué hablas?

—Crowley habló conmigo y con Dean —hizo una pausa—. O mejor dicho, Rowena le dijo después de que intentó matarnos y fracasó.

Sus ojos se ensancharon, el cuerpo se giró hacia ella. —¿Qué diablos pasó?

Anna suspiró y se sentó junto a él. —Yo estaba protegida de algún modo. El hechizo de Rowena no nos afectó. Rowena realmente no tiene un problema con nosotros. Estaba molesta con Crowley porque cree que se ha vuelto suave.

—No está equivocada.

Ella se encogió de hombros. —Sí, bueno, después de que él y su querida mami discutieron...

—¿Querida mami?

—Rowena es la madre de Crowley —Sam la miró aún más sorprendido y separó los labios tratando de hablar—. Hablaremos más de eso después. Así que... luego él vino y nos dijo lo que ella dijo. La marca es una maldición de verdad. De cualquier modo, lo siento. Pensé que Dean te lo había dicho.

—Sí —suspiró. Sus ojos la escanearon por un momento—. Te han lanzado un hechizo... ¿estas bien?

Ella asintió. Meditó por un momento si debía decirle la verdad, luego supo que Dean se lo contaría eventualmente. —Dean podría estar un poco gruñón conmigo por eso.

Podía adivinar lo que había hecho, pero preguntó de todos modos. —¿Qué hiciste, Anna?

Ella se mordió el labio inferior. —Dean era el objetivo de Rowena. Yo... me interpuse en el medio.

—Anna... — suspiró cansado mientras se inclinaba hacia delante para descansar su rostro en sus manos—. Dean tiene la marca. Habría estado bien.

—Lo sé. Lo siento —ella se inclinó en la silla y envolvió sus manos alrededor de sus gruesas muñecas. Sus dedos ni siquiera se tocaron entre ellos—. No estaba pensando en eso. Estaba pensando que podría haber muerto.

Sam la miró. —¿Así que matarte fue la respuesta? —gruñó.

Apretó los labios. —Habrías hecho lo mismo por mí.

Su mandíbula se tensó mientras estudiaba su rostro, pero no podía negar que ella tenía razón. —Ven aquí.

Él se recostó contra el respaldo y la ayudo a sentarse en su regazo. Su mano se acercó a un lado de su cabeza mientras presionaba sus labios en su sien. Su otro brazo se posó alrededor de su cuerpo.

En ese momento, Dean entró y sonó el teléfono de Sam. Eran Charlie y Emily. Estaban agotadas, huyendo y la pelirroja mayor había sufrido un disparo de bala. Para colmo, tenían El libro de los Condenados.

El boleto de Dean para deshacerse de Marca.

****

El Impala aceleró por la carretera. Los tres estaban ansiosos por llegar a la cabaña, sobre todo Anna. Aunque los hermanos lograron calmarla, diciéndole que su hermana estaría bien, ella necesitaba comprobarlo con sus ojos. 

Le habían dicho a las chicas que se escondieran hasta que ellos llegaran. The Boys Are Back in Town sonaba en la radio, para sorpresa de todos Dean cantaba con la mayor pasión posible mientras movía sus dedos al compás de la música y golpeaba el volante.

Anna sonreía, algo que le había costado mucho. Los pies en el tablero, la mano de Sam entre sus muslos y el pulgar acariciándola. Se rió entre dientes de su hermano.

—¿Qué? —preguntó Dean.

—Nada —Sam respondió mientras apagaba la radio—. Nada. Es solo que no te había visto así en un tiempo, eso es todo.

—Es una buena canción, hombre. Cállate. —Sam volvió a reírse y sacudió la cabeza—. —Mira... —continuó Dean—. Ha sido un sándwich de mierda tras otro las últimas semanas, ¿bien? Oíste a Charlie. Tenemos una oportunidad de arreglar esto, así que si eso no te emociona, bueno...

—Si con "oportunidad", te refieres a un hechizo en un libro que no podemos leer que actualmente está siendo localizado... —comentó Anna.

Quería tener la misma esperanza que Dean, pero sabía lo difícil que era la situación. Además quería evitar las decepciones, ya había pasado por muchas.

Y un sentimiento en el fondo de su mente, salió a flote. Si esto no funcionaba, podría perder a Dean de nuevo, tal como la última vez. Y no estaba segura de si tenía la suficiente fuerza para seguir luchando.

—Estamos listos para una victoria, ¿de acuerdo? —dijo Dean—. Con retraso. Les diré algo más, si esto realmente funciona, nos vamos a tomar un tiempo libre.

—¿Qué, como unas vacaciones? —preguntó la pelirroja.

—Y no solo hablo como de un fin de semana en Las Vegas o quedarnos en algún motel de mierda viendo porno pre-pagado. No, hablo de una playa. Beber cervezas, ir a nadar. Joder, estoy deseando verte en un traje de baño —le dio una sonrisa sugerente y apretó su pierna—. Sexo en el agua. ¿Cuándo fue la última vez que alguno de nosotros estuvo en una playa?

—Nunca —contestó Sam.

—Arena entre los pies, Sammy. Arena entre los pies.

Dean encendió la radio de nuevo, sus dedos tamborileando al ritmo de la música contra el muslo de Anna.

****

Charlie y Emily estaban en mal estado cuando aparecieron en la cabaña. Agotadas y casi desmayadas, pero muy vivas. Anna volvió a respirar con tranquilidad.

El disparo que había recibido Charlie se curaba como debería. Después de muchos abrazos, los cinco pusieron manos a la obra.

—Bien, esto es lo que he aprendido hasta ahora —explicó Charlie—. Hace unos 700 años, una monja se encerró a sí misma después de "tener visiones de la oscuridad". Después de unas cuantas décadas de estar escondida, emergió con esto.

Emily desenvolvió un trozo de tela sobre la mesa, tomó un libro viejo y gastado. —Cada página está hecha de pedazos de su propia piel escritas con su sangre. Les dijimos, es pavoroso.

Se lo entregó a Sam. En el momento en que llegó a Anna... se sintió rara. Una vibra extraña emergía ese libro. Era algo malo pero lo peor era que se sentía reconfortante. Necesitaba tenerlo entre sus manos. Como si el libro la llamara. 

Dio un paso hacia atrás, con los ojos muy abiertos. Sam la miró preocupado y ella sacudió la cabeza. —Mantenlo alejado de mí.

—¿Qué pasa? —preguntó. Ninguno de ellos notó la forma en que Dean estaba mirando el libro.

—Eso... me hace sentir... bien —contestó—. Pero no un buen tipo de bien.

Sam abrió la boca para decir algo, pero se detuvo cuando Dean le quitó el libro de las manos, la cabeza inclinada sobre él mientras hojeaba las páginas y caminaba hacia la cocina. Sam parecía un poco confundido, pero Anna tuvo un mal presentimiento en el momento en que Dean tocó el libro.

—¿Dean? —ella lo llamó con la voz temblorosa. Él no respondió. —¡Dean!

Levantó la vista, sus ojos perdidos. —¿Qué? —entonces se dio cuenta de que estaba parado en la cocina y no recordaba haber caminado hasta allí. Cerró el libro—. No creo que sea buena idea que toque esto —caminó y se lo devolvió a Charlie—. Iré a sacar el resto de nuestras cosas.

Sam asintió y Anna se quedó congelada cuando él se fue, asustada de moverse en caso de que su cuerpo la acercara al libro.

—¿Qué demonios fue eso? —preguntó Charlie.

Sam la miró tristemente. —No está mejorando. Intenta cubrirlo, pero...

Los ojos de Emily se movieron hacia Anna. —¿Te encuentras bien?

Anna miró a su hermana. La preocupación inundaba su rostro. Una punzada de culpabilidad la pinchó. —Si... eso creo. No lo sé —contestó con una sonrisa vacía—. Pero digamos que tampoco voy a ser de mucha ayuda.

—Tenemos que encontrar esa cura, rápido —aseguró Sam mientras le quitaba el libro a Charlie.

Pasó aproximadamente una hora antes de que Sam descubriera la traducción. Cada minuto que pasaba hacía que Anna se sintiera cada vez más enferma. Trató de sentarse y revisar los archivos con Dean. Incluso trató de esconderse del libro, como si la cosa realmente pudiera verla.

No funcionó.

Ella seguía sintiéndose atraída hacia la cama en la que Sam estaba sentado. Luchando por tocar ese maldito libro.

Sam suspiro. —Pero he estado traduciendo, y ninguna de las palabras traducidas tiene sentido alguno. Simplemente son cosas sin sentido. Quiero decir, ¿quizás está en un dialecto diferente?

Charlie negó mientras tomaba el cuaderno de Sam y lo hojeaba. —Tienes razón, pero creo... Creo que está en código.

Sam se burló. —Un libro entero de texto ilegible que también está en código. Genial.

—Y se hacen llamar nerds —bromeó Dean, sentado en una silla desde el salón—. Vamos. Ustedes pueden.

—Tiene razón —aseguró Charlie—. Encendamos a nuestro Alan Turing. Desencriptemos a esta perra.

Anna miró a Dean. Sus ojos estaban fijos en el libro, reflejando la misma lucha que ella estaba sintiendo. Fue suficiente.

—¿Podemos seguir con sus notas por un tiempo, Sammy? —preguntó. Él la miró y ella negó con la cabeza—. No puedo estar aquí mientras esa cosa está afuera de la caja. Me está enfermando.

—Por supuesto —asintió Sam con la cabeza mientras lo deslizaba en la caja de seguridad cubierta de sigilos blancos. Dean la había encontrado en el búnker.

Funcionó. La cabeza de Anna se aclaró y pudo meterse en el trabajo. Sin embargo, lo que descubrió de los archivos le hizo desear no haberlo hecho.

La familia Styne. Era un culto de siglos de años. Todos los hechizos que usaban para construir sus riquezas provenían de "un libro de mal indescriptible" que perdieron hace unos cien años. Hasta que Dean leyó más y descubrió que había un precio oscuro por cada hechizo utilizado en el libro. No estaba dispuesto a arriesgarse.

Por supuesto, Sam estaba en contra de su hermano. Se negaba a perderlo de nuevo y no quería dejar pasar la oportunidad. Anna se había quedado en silencio mientras discutían. Hasta que Sam trató de ponerla de su lado con los ojos de cachorro.

Ella se encogió de hombros. Derrotada. —No sé qué hacer, Sammy. Pero estoy asustada de ese libro. Y no lo entiendes.

Dean la miró con comprensión. —Eso es todo —murmuró, dirigiéndose al perchero junto a la puerta. 

—Y ese libro no es la respuesta. Ahora, tenemos que destruirlo antes de que caiga en las manos equivocadas y eso me incluye a mí. Iré a conducir un poco. Charlie, olvidamos buscar tus bocadillos —Sam intentó rogarle a su hermano por última vez, pero Dean no cedió—. Hallaremos otra manera. Y Sam, tendré mis vacaciones. Pero hoy no. Así no... ¿Bebé?

Anna se giró para mirarlo, tenía su abrigo en una mano y el de ella en la otra, señal de una invitación silenciosa. Estuviera o no de acuerdo con Dean, no dudó en irse con él porque ambos estaban en el mismo bote. Y por mucho que Sam trató de entender... simplemente no podía.

****

—Detente. Para el coche.

Habían salido hace diez minutos antes de que Anna no pudiera soportarlo más. Su cabeza iba más rápido de lo que hubiese gustado. Se sentía al borde de un ataque. Su pecho ardía y era como si el aire no ingresara por sus pulmones.

Dean no la cuestionó. El Impala se detuvo. Apagó el motor y solo miró por el parabrisas. Ninguno de los dos sabía realmente qué decir. Y de repente parecía peor. Los oídos de Anna zumbaban y sentía como si su cabeza latiera. 

Salió del auto y camino delante de el. Tomó una gran bocanada de aire, la necesitaba. Estar allí dentro era como si no pudiera respirar.

Dean también salió. Se acercó lentamente hacía ella y apoyó una mano sobre su espalda con suavidad. Frotando hacía arriba y abajo.

Eso no lo hizo más fácil.

—No vamos a estar bien... ¿o sí? —susurró.

—No lo sé.

Lo miró y él a ella. Sabía que no estaba sola en este momento.

El aliento se le escapó cuando ella se lanzó hacia él. Sus dedos se clavaron en su cintura y gimió cuando ella le mordió el labio.

Las manos de Dean bajaron hasta sus piernas y la levantó como si fuera de papel. Para luego sentarla sobre el capot del auto. 

Era rudo, la forma en que agarró su cuerpo, en que comenzó a tirar de su campera. Anna gimió cuando sus labios fueron a su cuello. Besando y mordiendo con fuerza. Bajó hasta sus pechos y cuando se enderezó para volver a besarla en la boca, los ojos de Dean eran negros.

Anna gritó y pateó. Empujándolo lejos. Se bajó del auto con rapidez y se alejó de él. Estaba sobresaltada.

Los ojos de Dean estaban muy abiertos, con miedo y verdes. Más verdes que nunca.

Su cabello sobresalía para todos lados y sus manos estaban levantadas, mostrandole que no le haría daño. —Lo siento. Lo siento, lo siento —dijo Dean. Anna lo miró con culpa, su pechó estaba agitado y le temblaban las manos. Su voz se quebró y las lágrimas llenaron sus ojos. Ella sabía lo que él pensaba, pero esta a demasiado asustada para decir algo—. No quise.... nunca más haría algo así. Yo... Dios, Anna. No te lastimaría de nuevo. Nunca más.

La culpa de todo le que le había hecho cuando era demonio, estaban frescas todavía.

—No lo hiciste, Dean. Tus ojos eran...

Su rostro se puso pálido. Los ojos miraron el suelo de tierra. —Yo... yo también lo he visto —ahora estaba mirando su brazo, la marca—. Me estoy convirtiendo en esa cosa otra vez.

Sin pensarlo, Anna se tiró hacía él. Lo abrazó. Lo hizo tan fuerte como pudo. Los brazos de Dean rodearon su cintura, acercándola a su cuerpo. Las lágrimas no tardaron en salir y él no tenía vergüenza en llorar frente a ella.

Lloró desconsolado. Y la apretó más fuerte, como si ella fuera a dejarlo en algún momento. Anna solo resistió. Se quedó allí, acariciando su cabello y su espalda, mientras el cuerpo de Dean temblaba. 

No supo cuanto tiempo exacto estuvieron de esa forma, pero tampoco le importaba. Él la necesitaba.

—Lo siento —sollozó Dean contra su cabello—. Lamento habernos hecho esto. Solo quería protegerte.

Anna enterró la cabeza contra su pecho. Esta vez era su turno para llorar.

****

Cuando por fin Anna y Dean fueron por la comida de Charlie, la familia Styn los atacó. Y tuvieron que luchar. Ambos salieron vivos, pero no todo estaba bien. Eran fuertes.

—¿Qué está pasando? —preguntó Charlie cuando los dos entraron alarmados por la puerta.

—Los Styne nos encontraron —contestó Anna.

—Sí. Esos imbéciles también están bien preparados —añadió Dean mientras se dirigía al fuego de la chimenea.

—¿De qué hablas? —Sam lo miró.

Cuando Dean arrojó un poco de aceite sagrado al fuego, Anna contestó por él. —Dean le vació un cargador completo a uno antes de que el hijo de puta cayera.

—Dean, ¿qué haces con el aceite sagrado?

—Hay una cura para La Marca en el libro —respondió él—. Viene con un precio. Tenemos que destruirlo.

—¿Estás seguro de esto? 

Anna preguntó cuando Dean agarró la caja en la que estaba el libro. Los dos habían hablado de eso mientras volvían, pero ella todavía tenía algunas dudas. Consciente de los peligros, pero todavía tan desesperado por que una sola cosa salga bien.

—Me está llamando, ¿de acuerdo? —Dean le entregó la caja a Sam—. Puedo oírlo. Está llamando a La Marca. Quiere que tome el libro y huya con él. Quémalo, ahora —el sonido de un auto estacionando afuera hizo que Anna, Emily, Charlie y Dean sacaran sus armas—. Sam, quémalo ahora.

Decir que tuvieron suerte era quedarse corto. Ellos cinco contra tres de ellos, las probabilidades se inclinaron a su favor y no parecía que esperaran tanta pelea.

Jacob estaba muerto. El libro quemado. Y se sentía como si estuvieran de vuelta en el punto de partida.

Por supuesto, Sam sabía la verdad. Y una semana después, mientras estaba sentado frente a Rowena, con el Libro de los Malditos frente ellos, se sintió mal con la idea de que podía estar cometiendo el mayor error de su vida.

Un error que separaría a su familia de nuevo.

****







No sé si alguien sigue leyendo esta historia, pero acá estamos.

Hasta el final.

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