Fin del mundo: Doctor Favor
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—Buenas noches señoras y señores —El presentador estaba en el centro del plato, recibiendo un caluroso aplauso—. Esta noche como invitado especial tenemos el placer de presentaros —Hizo una teatral pausa—: al Doctor Favor.
El aplauso se volvió atronador al paso de un elegante señor que se detuvo junto al presentador. Pasaron varios minutos antes de tomar asiento en sendos taburetes, listos para dar comienzo con la entrevista.
—Bienvenido Doctor —estrecharon sus manos—. Quiero agradecerte en nombre del director del programa que aceptara nuestra invitación.
—No hay de que —Algo sonrojado, Favor carraspeó en un intento por aclararse la voz—. Es de vital importancia lo que vengo a comunicar. Si me permites —Solicitó sin rodeos, para que no le hiciera ninguna pregunta trivial y esperó a que le diera paso.
—¡Claro!
El público se levantó entusiasta, hacía mucho que esperaban oír en qué consistía su descubrimiento. El presentador parecía molesto porque le hubiera hecho esa encerrona, la idea era conocerle un poco antes de dar paso a su gran noticia.
El Doctor se sintió alagado por tantos aplausos y vítoreos. Se acomodó en el taburete y comenzó con su presentación:
—En mi laboratorio he creado una cura para todos los males que aqueja al mundo. —Todo se quedó en silencio, el público estaba atento a sus palabras—. Al principio creí que podía ser excesivo, pero después pensé que si la sociedad era capaz de poner en el gobierno a presidentes como los actuales, tal vez yo debía hacer esto por nosotros como especie.
»He creado una criatura que terminará con todos los males. Ya no sufriremos por hambre —La gente aplaudió enardecida—, la tristeza, llegar a fin de mes, nada.
—¿Cómo lo hará? —El presentador se pasó la mano por su pelo rebelde con gesto coqueto para su público.
—¡Fácil!, nos aniquilará a todos. De un modo respetuoso, claro —Se afanó en añadir.
Todos se habían quedado anodadados, incluido el presentador. El Doctor se imaginó que su noticia podía causar ése efecto, así que prosiguió explicando:
—Mi búsqueda de una solución no era ésa en un principio. Primero buscaba la cura de la "tontería", pero en algún momento me dije: «Quizás no sea suficiente». Algo así resultaba imposible de realizar. ¿Dónde comienza uno a mostrar comportamientos estúpidos o tontos? ¿Se nace o nos volvemos? ¿Cuándo algo inteligente pasa a ser una tontería? ¡Y es que para colmo!, no es lo único que necesitamos.
» La solución me la dio la señora de la limpieza con un tropiezo. Tiró un tubo de ensayo mezclando su contenido con el agua del cubo de fregar los suelos. Un gas irrespirable inundó el laboratorio y tuvimos que salir. Mientras esperábamos a que ventilara, conversábamos y llegado un momento, ella me dijo: Muerto el perro se acabó la rabia. Ya ni recuerdo el porqué lo dijo, pero su frasecita fue muy reveladora para mí.
—Es una broma, ¿no? —Al presentador le comenzaba a temblar la voz.
—No —respondió con una amable sonrisa, pero fue rotundo—. Resulta la mejor solución. Y los del tercer mundo no tienen de que preocuparse —anunció con tono alegre, cantarín—, mi criatura ya vuela libre por el aire. En cuestión de días, según las corrientes de aire, alcanzará hasta el último rincón del planeta.
»Quería aprovechar para saludar a alguien: Gracias Adela, sin tus palabras mi inspiración no habría dado con la solución.
Adela gritaba eufórica a su familia:
—¿L'habéis escucha'o? Ha si'o gracias a mi ma'á. Pa'que después me digas que no valgo pa' na'a.
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