Maese Death
En boca en boca se pasaba el rumor de un héroe de tierras lejanas que, odisea tras odisea vencía a la muerte misma con sus atrevidos actos, con sus aguerridas palabras y con sus ferridos encantos. Todo aquel que lo veía pasar galante y orgulloso se hacía la misma pregunta: ¿Cómo era incapaz morir? ¿Qué oculta? ¿Sus dotes vienen en trato con algún Demonio? ¿O solo se trataba de un favorito de entre los ángeles y Dioses que cuidaban de aquel vasto mundo? ¿Podría ser entonces que aquel héroe acarreaba una maldición la cual purgaba abogando por los inocentes e indefensos? Nadie lo sabía, nunca lo sabrían, porque la realidad era más simple y, quizás, un poco más peliaguda que ello.
La luna, por otro lado, bien sabía lo que aquel espadachín de tez pálida y marcada por sus batallas escondía muy dentro de él, solo ella y las estrellas serían las mudas confidentes de sus pecados, de sus tratos, de sus deseos.
En una choza no muy lejana a cualquier pueblo que puedas conocer se encontraba justamente aquel maestro de la espada y baile, diestro en toda arte desarrollada por el hombre, un galán que provocaba en toda mujer una reacción de éxtasis y emoción con tan solo una mirada, un sinvergüenza que no veía su propio valor por más claro que fuese.
Aquel mortal de carne y hueso no tenía mucho para ofrecer a un ente sediento de miedo y almas de las cuales apoderarse, más, sin duda, si sabía uno que otro truco para extender sus oportunidades y anhelos de vivir más de lo que cualquiera hubiera podido vivir.
No en vano se le había atribuido el famoso apodo de “Gato”, ya que al salir astutamente ileso de situaciones mortales bien rivalizaba con la suerte de aquellos felinos de suma belleza e interés propio.
A la final jamás fue una mentira aquellas leyendas que contaban sobre sus encuentros cara a cara con la muerte misma, aún después de que cada uno de estos fuera más demandante que el anterior siempre lograba ser el vencedor, reclamando su premio como tiempo para gastar cómodamente entre los demás mortales, validando su título cada dos por tres, amando, odiando, sonriendo y llorando hasta que tuviera que verselas con él de nuevo, llegando a ser después de cierto tiempo una especie de rutina, algo puntual, exacto, mecánico, midiendo tiempo y experiencia de la misma forma con la que lo haría un reloj hacia su dueño.
Los besos de aquel ente de tez pálida y fría como el hielo no eran diferentes, más allá de la sensación que le daban cada vez que repasan sus labios y mejillas, brindándole extrañeza y desconcierto guiados por una pasión ciega de la cual ya se había hecho adicto.
No temía, no desde que sus duelos fueron más carnales que mortales.
Aquel hombre de hebras pelirrojas cerraba sus ojos, desviando la mirada en lo que se abría ante aquel funesto cazador de mala fama y fortuna, entregándose hacia aquel que lo quería en un sentido más allá de lo carnal, entregándose hacia aquel que lo había estado persiguiendo desde el día de su nacimiento, entregándose hacia aquel que tarde o temprano le daría un final donde nadie lo recordaría, eliminando de la historia cualquier hazaña que hubiera podido hacer.
El mayor, aquel ente de orejas atentas, cabellos grisáceos y orbes negros inyectados en sangre lo observaba en lo que recorría su orgullosa tez con su lengua, degustando en aquellas gotas de sudor el miedo de su presa, aquel sentimiento que movía, cegaba e impulsaba masas a su favor, gruñendo satisfecho ante lo poco que obtenía, ansioso de verlo temblar debajo de él, ansioso de verlo suplicar por más aún en su dolor, ansioso de ver nuevamente aquellos ojos esmeralda que rivalizaba con los suyos.
Las botas de aquel héroe reposaban a un metro de la cama, escondidas entre la penumbra de aquella habitación de paredes, suelos y techo de madera gastada y oscurecida por el paso del tiempo, sin dejar más en aquel cuarto que no fuera la cama de sábanas blancas en la cual ambos se hallaban, siendo acompañados solamente por la luz de la joven luna que se colaba más allá de las rasgadas y desechas cortinas de azul.
No había mucho tiempo. La noche no sería joven para siempre.
Sus garras repasaban aquel cuerpo lleno de cicatrices y músculos definidos, arrebatándole así la camisa con la que este usualmente vestía, liberando a su acompañante de esta por el resto de la noche en conjunto de su capa azabache gastada por sus aventuras, tirando ambas fuera de la cama, sumergiendolas en la oscuridad a la cual estaban destinadas.
El héroe frunció el ceño ante la delicadeza de sus actos, nervioso ante lo que aquel depredador pudiera estar escondiendo, más no cediendo a la presión, entendiendo que todo cuanto aquel monstruo buscaba era su miedo, con él negándose a entregárselo sin antes pelear.
Aquel de fauces repletas de dientes afilados rió roncamente sobre él, adorando el verlo tan inseguro pese a intentar ocultarlo. Pobre.
Ya había conocido a muchos héroes antes que él, y aún así no terminaba de entender cómo todos y cada uno accedía al mismo trato, al mismo plan, con la ingenua idea de que ello les serviría en lograr aquel objetivo que jamás existió en primer lugar. La ignorancia y deseo humano siempre fueron un misterio a su ver, y jamás los entendería, por más que lo intentara, jamás lo haría...
Repasó con su lengua aquellas cicatrices cercanas a su cuello, por sobre sus pectorales y abdomen, notando en estas el dolor y miedo que tuvo al obtener cada uno, aprovechando así para aferrarse con sus garras a aquel cuerpo mortal, en un desesperado intento de encontrar —o hacer— más.
La respiración de aquel fornido héroe se hizo pesada, respondiendo ante las atenciones mientras se aferraba a aquel que todos temían, disfrutando a su manera de lamidas y rasguños en su cuerpo, jadeando de forma suave mientras intentaba no ser más evidente de lo que ya era.
Lentamente, a su tiempo, aquellas lamidas fueron descendiendo hasta el vientre del héroe, dando la señal para la siguiente fase.
Con velocidad pero sin brusquedad aquella bestia despojó al español de sus últimas prendas, sorprendiéndose tras ver cómo este no llevaba ropa interior, dejando así que su pene erecto saltase a su encuentro, dando el primer saludo para iniciar verdaderamente la noche.
— Bien sabes que vengo preparado —habló con su conocida viril voz aquel pelirrojo mientras veía al de orbes rubí con una sonrisa ladina que presentaba deseos y ansias.
Aquel cazador de almas sonrió de forma ancha, complacido, agradecido de no tener que utilizar sus ansias en destrozar su siguiente prenda, si no en algo más...
Por fortuna él también había venido preparado.
Rápidamente se despojó de su capa, enviándola a las tinieblas junto a las otras para así revelar un cuerpo desnudo perfecto e ideal, con músculos definidos más no exagerados, donde no habían prendas que pudieran estorbar más allá de las vendas que se encontraban atadas alrededor de sus antebrazos y tobillos.
El más joven de ambos abrió sus ojos de par en par, tragando saliva mientras se encogía de hombros, con sus esperanzas de tener un poco más de tiempo destrozadas, resignado a que por esta noche no habrían mayor tipo de juegos, oh no, hoy él estaba ansioso y sin duda lo tomaría sin pena o medida... como la primera vez.
Con agilidad tomó las piernas del espadachín, separándolas de par en par, llevándolas a su máximo, poniendo a prueba su flexibilidad mientras le arrebata uno que otro gruñido ahogado.
Iba a suceder...
A este punto ninguno de los dos podría decir nada, lo habían hecho tantas veces ya que los comentarios que derrocharan ingenio estaban de más, simplemente irían al punto y después se irían cada quien por su lado hasta que fuera necesario un próximo encuentro.
Aquella bestia metió directamente su gran y gruesa polla en el interior del héroe, llegando directamente al fondo sin más. El pelirrojo debajo suyo reprimió un grito de dolor mientras se mordía el dorso de la mano, arqueando sus piernas ante lo que era sentir un impacto de esa magnitud dentro de él.
Las fosas nasales de aquel monstruo sintieron la caricia de su aroma favorito, haciéndole despedir un jadeo ahogado en deseo puro, en verdad lo adoraba, era el motivo por el cual existía y cumplía su deber, el motivo por cual siempre venía hacia él.
Su interior no había sido tratado de esta forma con anterioridad, lo que le producía al de tez pálida una sensación de dolor en lo que sus entrañas se expandian para darle paso a él, expandiéndose en lo que sentía el palpitar de su energía rebosante ansioso por comenzar a moverse.
No hubo mayor tiempo. El cazador bien rodeó su cintura con sus garras, apretando con estas su piel para posteriormente empezar a moverse, una y otra vez, saliendo y entrando de su cálido y apretado interior para posteriormente atacar con embestidas más fuertes y certeras, viendo en todo momento a su presa predilecta, estudiando sus expresiones mientras lo escuchaba balbucear entre gemidos ahogados.
Aquel joven pelirrojo intentaba contener sus arrebatos mientras cerraba sus ojos con fuerza, aferrándose a las sábanas debajo suyo para así tener fuerza para resistir un poco más, con su semblante rojizo debido a la vergüenza pero a la vez excitación del momento.
Quizás era un masoquista consagrado, quizás solo veía belleza en su propio dolor, quizás solo hacia esto porque se trataba de La Muerte misma, quizás... quizás esta eran una de las pocas que lo hacían sentir vivo.
Entre el sonido de ambas pieles chocando y los gruñidos de excitación de ambos la reducida habitación empezó a llenarse de calidez, un aire plagado de humedad entre toques de aromas conocidos y por descubrir, siendo liberados solo por la pasión indirecta que sentían al verse así, como la presa y cazador que eran y que siempre habían sido.
El pelirrojo sentía su interior expandirse y contraerse alrededor de aquella polla que tanto lo había hecho sufrir en noches pasadas, aguantandose las ganas de gritar y de forcejear cada que aquel pedazo de carne latente y firme golpeaba su punto débil, teniendo sus orbes de esmeraldas bañados en lágrimas que tarde el temprano saldrían de sus orbes.
Aquel cazador de ojos resplandecientes en sangre se encimó más sobre él, jalando su cintura hacia sí mismo mientras aceleraba el ritmo de sus movimientos, haciendo que su joven presa chillara y balbuceara piedad mientras se encontraba en su clímax.
Era adorable ver a aquel héroe en esta situación, sumiso, indefenso, con la boca abierta balbuceando incoherencias mientras blanqueaba sus ojos, preso del placer que sentía gracias a él, del placer que obtenía solo por él.
No pudo más.
Aquel justiciero arqueó su espalda mientras rasguñaba las sábanas de él, liberando finalmente su semilla tras haber recibido suficiente, tras llegar a su límite en cuanto placer se refiere, permitiendo que aquel líquido se derramase sobre su propio vientre, sin inmutar en lo más mínimo al ente sobre él, quien continuó follandolo con bestialidad ahora más que nunca tras sentir como su entrada se apretaba más alredor de su polla.
El ahora no tan intrépido héroe miraba horrorizado la escena en la que seguían penetrándolo sin piedad, haciéndole temblar mientras de su boca seguían escapando jadeos ahogados de forma involuntaria.
Temeroso, se aferró a las manos de su cazador, intentando separarlas de él mientras sus ojos se llenaban de lágrimas que salían aún sin su permiso, manchando aquel rostro enrojecido con miedo y ansiedad.
¿Por qué no se detenía? ¿El placer ya no era suficiente? ¿Qué buscaba en él? ¿Por qué continuaba moviéndose dentro de él, abusando de su punto dulce? ¿Por qué lo torturaba de esta forma? El acuerdo no iba de esto, no, no, no...
Aquella bestia no se había excedido y tomado su tiempo para nada.
Tras muchas lunas conociendo a su presa finalmente había dado con la fórmula para obtener los dos lados de la misma moneda. Sí, finalmente, después de tanto tiempo, había obtenido el placer y el miedo del mismo individuo, usándolo a su favor para saciarse y percibir así la droga que nutría su vivir.
Aquel olor, el aroma del miedo que despedía aquel joven hombre llegó a él, siendo suficiente para saciar su éxtasis, empujándolo bruscamente hacia su clímax, dándole la señal para acabar con esta velada de una vez por todas.
Tomó ambas manos del espadachín y tras sujetarlas por sobre su cabeza se hundió por completo dentro de él, eyaculando mientras gruñía de forma grave, llenando su interior con aquel líquido espeso y caliente, abultando su vientre como prueba de ello.
Ambos varones gritaron, uno en alivio y el otro en éxtasis por los premios recibidos y hechos por mano propia.
El silencio reinó en aquella habitación, siendo solo interrumpido por el sonido de las pesadas respiraciones de ambos, una seguida de la otra, en un espiral descendente de placer donde sus mentes se esclarecian una vez saciadas sus necesidades.
Definitivamente había pasado mucho tiempo.
El depredador se separó de su presa, saliendo bruscamente de él para así dejar salir todo el esperma que había depositado en su interior, con el pelirrojo retorciéndose mientras recuperaba el aliento, acurrucado contra las sábanas bañadas en su sudor en lo que buscaba apartarse de aquel ente con el que más que negociar se utilizaba para jugar... ¿pero qué pasaba cuando tu propio juego se salía de tus manos?
El de cabellos plateados sonrió con sorna al verlo. Sí, lo había visto cansado, sudado y más que destrozado cientos de veces, pero cada una siempre se sentía como la primera, y no sabía el porqué.
Se acostó junto a él, sin tocarlo o mirarlo, aprovechando el momento para descansar también y darse un respiro, cómodo con esto, con lo que habían hecho, con lo que él había hecho.
El tiempo no dió tregua.
Para cuándo aquella dupla acabó con su diversión el cielo empezaba a tornarse rojizo con detalles de lila, presagio de que un nuevo día estaba por llegar.
Tan pronto el joven héroe de dió cuenta de esto se puso de pie, rebuscando entre las piezas de madera del suelo cada una de las prendas que le despojaron con anterioridad, tomando una por una para así irse vistiendo con cierta prisa.
La muerte lo observaba, de arriba abajo, notando algo peculiar: pese a haberse estado retorciendo debajo de él hace apenas unos minutos ahora, de pie, no se veía con el más mínimo rastro de miedo o dolor. Sus piernas funcionaban y andaban con perfecta normalidad mientras que su semblante antes enrojecido ahora desprendía luz y calidez, brindándole un aura diferente, un aura de indiferencia, un aura que reducía su propósito y existencia a la nada.
Poco a poco, en el interior de su alma empezó a surgir algo. Ya no era deseo, ya no era admiración, ya no era hambre, no... era algo diferente. Algo amargo, algo de sabor metalizado como la sangre y mortal como su propio propósito, algo que sin duda jamás esperó sentir con él, algo inesperado pero necesario.
No estaba felíz.
No quería comprometerse con actores.
— Sí entiendes que este tipo de tratos no te servirán por mucho tiempo, ¿Verdad? —advirtió con su fulminante voz, mientras observaba a aquel pelirrojo de forma directa, enojado e impaciente.
El joven pelirrojo terminó de abrochar su cinturón ajustándolo al máximo, repasando cada una de aquellas palabras.
Vestido con su camisa blanca con pecho semiabierto, pantalones rojizos como el vino tinto, portando aquellas botas azabache de tacón ligeramente alto, mismas que hacían juego con su cinturón donde portaba orgullosamente su espada y su capa azabache con ataduras y bordes dorados, dejando como último detalle su distinguido sombrero negro con cinta carmín y pluma dorada, acompañando perfectamente lo que era su cabello rojizo cual fuego...
Alzó su mirada, tranquilo y posteriormente se dió la vuelta.
— Me seguirán sirviendo, viejo amigo, hasta el día que yo decida que a sido suficiente —sentencia con firme voz en lo que le sonreía con confianza digna de un Dios, firme ante lo que bien sabía.
Aquella bestia gruñó enteramente enardecida, confirmando su sospecha.
Aquel humano, aquel farsante, aquel cretino lo veía como una broma, como un juguete que podía controlar y usar a su antojo cuántas veces le hicieran falta.
Quizás no podría matar la leyenda, pero sí podría matar al héroe que le daba sentido a esta.
— Hasta entonces, Maese Gato —despidió finalmente aquel cazador mientras lo miraba fijamente a los ojos, retrocediendo mientras se hacía uno con las sombras, para dejarlo en paz, seguido de su ya conocida y melodiosa tonada.
El joven español se tensó por un momento, con su piel erizandose ante la sola mención de aquel nombre que no acostumbraba usar por más que fuera suyo, controlandose lo suficiente para no ceder al impulso de miedo o preocupación.
No hubo más que decir, el más joven de ambos inclinó su sombrero, dándose la vuelta para así abrir la puerta y salir de ahí, encaminándose de forma segura hacia la salida de aquella choza, bajando los escalones para dar con la salida directa, empujando la última puerta para así dar con los prados de verde que rodeaban aquella propiedad en compañía de pinos altos a la distancia entre un suave y fresco viento de verano que removía todo a su alrededor sin esperar al sol.
No quería perder más tiempo del que ya había perdido en aquella inusual conversación.
Buscó a su caballo quien se había quedado pastando en las cercanías de aquel lugar, encontrandolo así para llamarlo con un silbido, con la criatura acercándose a él a toda velocidad, pretendiendo pasar de largo en su carrera solo para que el héroe pudiera dar el salto y treparse sobre él, quedando en su silla de montar y con las riendas bien sujetas para demandar al animal que prosiguiera con sus energías ante el pueblo más próximo, ansiaoso y cegado por la sensación del viento pegando contra su semblante, sacudiendo su sombrero y atravesando sus vestimentas para limpiarlo y refrescarlo de todo lo vivido con anterioridad, galopando así a la par del horizonte con decisión y energías renovadas, alejándose por un día más de La Muerte, con seguridad de su destino, aún si este no fuera suyo en realidad.
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