Capítulo 07 | Labios sabor a gominola.
Ver a Amber llorar me partió el corazón. Ver su fortaleza caerse, ladrillo a ladrillo. El lobo feroz había traído a su manada y soplaron tan tan fuerte que derribaron el enorme rascacielos de ladrillos que amurallaba su corazón. No les importó quedarse con los pulmones como estropajos de tanto bufar porque su único objetivo era destruir todo rastro de entusiasmo.
Amber se había mantenido fuerte. Era ese rayo de luz que no se apagaba por más que le acechara una tormenta colosal. Siempre conseguía escabullirse y alumbrar el mínimo rinconcito, aunque para ello tuviera que utilizar toda su energía. Porque ella sabía que si iluminaba lo suficiente, podría formar un arcoíris y solo por eso valía la pena.
Porque esa era su esencia. El mundo podría caerse en pedazos. Podría venir un meteorito ahora mismo y destruir nuestro planeta. Pero pese a toda la destrucción y el pánico, ella te cogería de la mano, colocaría una sonrisa en sus labios y te llevaría a un refugio acorazado. Aunque ella misma tuviera que morir para llegar a él.
Por alguna razón, había pensado que su vida era un camino de rosas. Por el amor de Dios, ¿cómo no iba a hacerlo? Con esa sonrisa, como si el mundo fuera una película romántica en la que sabías que todo terminaría bien de una forma u otra. Con ese andar despreocupado que sacaba una sonrisa a cada persona que se cruzaba con ella. Con esos colores que vestía y ese distintivo amarillo tan suyo que ya se había convertido en un sello que siempre buscaba en su ropa al verla. Todo, absolutamente todo, daba indicios de alguien que sabía lo que quería y que tenía la vida resuelta.
Pero cuando la vi entrar en la biblioteca con esa naricita enrojecida cobijada en sus propios brazos, con el dolor encorvando su espalda y haciéndole ver tan pequeña, caí en la cuenta y me sentí estúpido. Por supuesto que tendría problemas. Era un egocéntrico por creer que, por reír sin parar, hablar por los codos con un entusiasmo contagioso y tener esa hermosa sonrisa que iluminaba días oscuros, era sinónimo de éxito.
Se sintió como volver a la vida real después de haber vivido casi toda una vida en el País de las Maravillas.
Nunca pensé que ella pudiera acarrear ese dolor. La forma en la que buscó consuelo en mis brazos mientras se rompía con cada sollozo me recordó a mí, a Ben. La entendí tanto, ese terror intrínseco en el pecho, esa sensación de ser tú frente al mundo, corriendo una carrera a contrarreloj donde ni siquiera sabes dónde está la meta. Hasta que el aire no llega a tus pulmones para seguir corriendo. Hasta que estás tan roto que una frágil brisa te destruiría por completo. Y ya no te recuperarías jamás porque se han perdido todos los pedacitos de ti que quedaban y no sabes dónde están. Y estás tan adolorido que no encontrarás la motivación para levantar la cabeza e ir a buscarlos. Y lo dejas. Y los pierdes. Te pierdes.
Así que sí. Ver a Amber me partió el corazón cuando creía que era imposible resquebrajarse más. Me hizo pensar en el plan Por primera vez, pensar en ella como un plan dejó un regusto amargo en mi boca que quise escupir. Por primera vez, encontré en ella algo más que esa faceta risueña. Descubrí la atroz angustia que enmascaraban sus sonrisas y la ansiedad detrás de cada risa. Encontré en ella ese refugio cálido, ese sentimiento de protección igual al de mi hermano, de la misma forma que ella buscó ese tierno consuelo en mí.
Y supe que estaba jodido, lo supe. Pero quise seguir creyendo que tenía control sobre la situación, que simplemente sería un momento crítico que me haría que ella confiara más en mí.
Hipócrita de mierda que era entonces.
—¿Sabías que los caballitos de mar solo tienen una pareja durante toda su vida y, cuando una muere, el otro se queda solo y después muere también? —preguntó Amber, de la nada, con su culo apoyado en la mesa y observando cómo colocaba libros.
Se había convertido ya en costumbre. Mentiría si dijera que me molestaba. Me gustaba verla allí, haciéndome olvidar los problemas sin ser consciente de ello.
Sonreí.
—¿A qué viene esto? —devolví la pregunta mirándola de reojo.
Llevaba camiseta amarilla creada para llamar la atención de un policía a tres kilómetros de distancia. Se encogió de hombros y se le cayó uno de los tirantes de su peto con parches de personajes animados de Winnie the Pooh.
—Me ha parecido bonito. Encontrar a esa persona que amas con locura. Tu alma gemela, tu media naranja. Que, cuando ella muera, seas incapaz de volver a amar a otra persona y morir de amor para volver a estar con ella.
—Creo que eso es demasiado dependiente —murmuré. Lejos de hacerla rabiar, su ceño se frunció con curiosidad.
—¿En qué sentido?
Me volteé para mirarla. Un mechón de su cabello había caído de su coleta y caía en un tirabuzón en su rostro. Mis dedos picaron por acercarme a ella y quitárselo para poder ver esos ojos grises que se iluminaban con solo mirarte. Suspiré.
—Lo de amar a alguien toda tu vida está bien, es bonito y creo que todos deberíamos tener un amor de esos una vez en la vida.
—¿Pero...?
Me mordí el labio, buscando las palabras.
—El amor es libertad, es la perfección en estado puro. Amar significa querer estar con otra persona, no deber estarlo. No habría hecho bien mi papel de novio si mi pareja siente que debe estar conmigo siempre, incluso cuando yo muera. Si cree que no puede rehacer su vida con otra persona, si cree que tiene que estar atada a mí de por vida. Porque yo la voy a amar siempre y la amaré todavía más si decide ser feliz al lado de otra persona si yo ya no estoy.
Medí cada mínima reacción en su rostro. Sus ojos iluminados de nuevo con esa ternura que ya formaba parte de ella. Sus labios, levemente entreabierto tras terminar de hablar. No quise detenerme a mirarlo porque entonces solo pensaría a qué sabrían. A mí me recordaban a una chuche y hacía tiempo que venía anhelando probar una. De fresa, de limón, de melocotón. Todas serían válidas con tal de aliviar la necesidad por probar sus labios y descubrir todos los sabores que pudiera ofrecerme.
Me costó tragar la bola de saliva que se atascó en mi garganta.
—No puedo debatir eso —susurró, impresionada.
Sonreí con ganas y volví a colocar los libros.
—¿Alguna vez te has enamorado?
La pregunta flotó en el aire. Noté la tensión en mis hombros. Pensé la respuesta. La pensé en exceso, buscando algún lugar recóndito de mi mente donde pensara que estaba enamorado. Pero solo había vacío. Un vacío tan oscuro que me sorprendió.
—No. He estado demasiado ocupado para pensar en eso —dije. Las palabras sonaron amargas en mi boca.
—¿Por tu hermano? —Fruncí el ceño, confuso—. Me refiero, habrás tenido que estar cuidando de tu hermano en el orfanato e, incluso si ahora ya no estáis juntos, no creo que hayas dejado de cuidarlo.
Medité sus palabras con descaro. ¿Había estado tan inmerso tratando de salvar a mi hermano que nunca me había parado a pensar en aquellas cosas? Por un momento, me sentí perdido, desorientado.
—Sí, supongo que será por eso —murmuré. No quería pensar más en ello—. ¿Y tú?
—La verdad es que no lo sé. —Sus labios se curvaron en una sonrisa más dulce incluso que la miel—. ¿Cómo sabes que estás enamorado? Sé lo que dicen en los libros. Lo del cosquilleo en el estómago, el corazón acelerado, las ganas de besarlo, pero realmente no lo sé. Es demasiado subjetivo.
—¿Qué crees que significa estar enamorado?
—No tengo ni idea. Puedes estar enamorado de demasiadas cosas y de demasiadas personas. Yo estoy enamorada de las películas románticas o de la pizza con piña —la miré, escéptico, juzgándola con los ojos. Su sonrisa se agrandó—. ¡No me mires así!
—Es una abominación que te gusten esas cosas. Las dos.
Negó con la cabeza, riendo suave.
—Lo que quiero decir —replicó advirtiéndome con la mirada que no la detuviera más— es que no sé qué significa estar enamorada porque nunca he tenido la certeza de estarlo. He escuchado a personas hablar de ello y cada una dice algo distinto. Para unos es un refugio al que aferrarte cuando todo va mal. Para otros es como flotar al ritmo de las olas y ver a qué isla llegaras. Para otros simplemente es un rato que pasar con alguien a quien tienes aprecio.
—¿Y qué quieres que sea para ti?
Sonrió con los ojos clavados en los míos, pero sin mirarme realmente.
Yo hacía tiempo que era incapaz de despegar mi mirada de la suya. Estaba hermosa así, tan dispersa, tan... enamorada de esa tierna fantasía. Por un momento, quise ser partícipe de esa ilusión suya.
—Un atardecer en el punto más alto del mundo. Ver el cielo sangrar. Mirar abajo y saber que podrías caer. Sientes el vértigo en el estómago, pero lo miras y sabes que no te dejaría caer. Por nada del mundo.
Inspiré hondo. Cada una de mis terminaciones nerviosas palpitó en respuesta. Amber agachó la cabeza con una tímida sonrisa en sus labios.
—Ojalá algún día encuentres a alguien que te haga sentir así —susurré. Noté un frío cosquilleo recorriendo mi espalda ante la idea de que ella conociera un amor así. Tan puro y real.
—Mi abuela siempre decía que, en el momento más inesperado, llegará alguien. Y no necesitarás saber nada más porque sentirás con todo tu ser que esa es la persona, ese sentimiento del que todos hablan —su voz falló en las últimas palabras.
—Parece una persona muy sabia.
Asintió.
—Lo era —dijo, pero sacudió la cabeza, asustada—. Lo es —soltó un largo suspiro que pareció reverberar por todo su cuerpo—. No sabré lo que es estar enamorada, pero sé lo que es amar porque a ella la amo con locura.
Me acerqué a ella y me senté a su lado. Rodeé sus hombros con mi brazo. Al instante, su mejilla se apoyó en mi pecho buscando ese refugio. Mi corazón saltó en el pecho. Su cabello tan bonito como un atardecer sangrante me hacía cosquillas en la cara.
—¿Cómo está?
Sabía lo que me contó aquel día. Que se había olvidado de ella. Que no sabía quién era. No quise preguntar nada porque no soportaba la idea de ver sus ojos enrojecidos de nuevo y las lágrimas surcando sus mejillas.
—Los médicos dicen que está en la fase 2. Se olvida de rostros conocidos, repite acciones de forma casi enfermiza, se enfada con facilidad... Lo que más miedo me da es que todavía no ha pasado a la peor etapa de todas. Todavía le queda olvidarse de los recuerdos, de sí misma, de hacer acciones tan sencillas como ir al baño o tragar la comida —suspiró y el temblor en esa exhalación me resquebrajó la piel —. ¿Sabes que la mayoría de los enfermos de Alzheimer mueren de neumonía? —Apoyé los labios en su pelo—. No pueden tragar y entonces aspiran comida o secreciones. Sus pulmones se infectan y, como están tan débiles, dejan de luchar por sobrevivir.
El ambiente se volvió pesado. La apreté más contra mi pecho de solo pensar en lo que ella debía soportar. Ese terror a ser olvidada, de que un ser querido olvidara momentos que habían sido una parte fundamental de tu vida.
—Lo siento mucho, abejita —susurré. Las palabras sonaron sosas en mi boca, insulsas.
Frotó su rostro contra mi pecho, como un tierno gatito.
—No lo sientas. A mí me basta con que estés aquí —susurró.
Siempre, pensé. En su lugar, dejé otro beso sobre su cabeza e ignoré la voz en mi cabeza que me decía que era muy pronto. Era muy pronto para brindar esa incondicionalidad a alguien. Demasiado pronto para poner los problemas de otros sobre mi espalda. Demasiado pronto para nosotros, fuera lo que fuese aquel nosotros.
Quise decirle que me esperara. Que me iría de su vida, pero volvería para poder vivir juntos estos instantes que ahora sabían tan amargos, como arena en la boca. Que no podía tener estos sentimientos tan impulsivos por ella cuando ni siquiera sabía qué debía sentir.
Quería decirle que siguiera poniendo su mejilla en mi pecho, pero que también se alejara. Y en la contradicción de todas mis tinieblas, encontré la luz. Pero no toda luz es esperanza. A veces también te ciega, te arde en los ojos, te daña. Colisionan en tu retina y hacen saltar por los aires todos esos pedacitos de lucidez que te quedaban. No podía quedarme a su lado porque le haría daño. No podía quedarme porque me odiaría si lo hacía.
Pero, ¿cómo separarte de alguien que se estaba convertiendo en tu antorcha?
Dejé a Amber en su residencia con las mejillas coloradas y la nariz roja como el reno de Santa. Conforme su cuerpecito se hacía cada vez más pequeño, mis inseguridades crecían hasta volverse abismales.
Respiré el aire helado que cuarteaba mis pulmones con una mezcla entre alivio y frustración. Ojalá la cabeza no pensara. Ojalá el instinto y las emociones actuaran como serpientes. Voraces y directas. Sin tapujos, sin miedos, sin círculos viciosos.
Mis pies pisaban duro sobre el suelo, más fuerte de lo que yo me sentía. Con esa bravuconería que a mí me faltaba y esa parsimonia que no estaba dispuesto a aceptar. Negué con la cabeza como si eso fuera a hacerme olvidar cualquiera de las tantas cosas que habían pasado estas últimas semanas.
Conocer a Amber era como entrar en un laberinto. La emoción se palpaba en el aire mientras mirabas con ojos brillantes las puertas de uno de los retos más importantes de tu vida. Entrabas a la carrera eufórico, pletórico, lleno de fe y esperanza.
Existían miles de caminos por recorrer y solo una salida posible. Cada camino era una novedad, una nueva faceta que estaba dispuesto a descubrir. Pero después no había salida. Para entonces, ya me había dejado encandilar por todas las rosas, las amapolas, los tulipanes y las margaritas que hechizaban de belleza las paredes. Debía salir porque al otro lado de ese laberinto me esperaba mi hermano Yo era su salvación, su entrada a una vida sin dolor, tortura o sufrimiento.
Ese laberinto era insuperable. Todo parecía estar construido para ser adorado. Las flores, los rayos de luz empapando tu rostro, la música enamorando tus sentidos. Mi deseo más profundo era quedarme allí, aunque tuviera que perder todo lo demás. Pero entonces sales del hechizo y retrocedes. Tratas de buscar otra salida, y otra y otra. No la encuentras, pero te vuelves a enamorar de sus rincones.
Yo no quería entrar en ningún laberinto. No quería estar dentro de esos rincones tan hermosos y a la vez tan utópicos. No era para mí. No podía tener todo en esta vida, y quizás tampoco en la siguiente. Mi hermano era quien se lo merecía todo y, si para ello debía cortar con sierra todas las flores, taladrar todas las paredes, y destrozar aquel interminable laberinto, lo haría.
Aunque para destrozarlo a él tuviera que romperme a mí mismo.
Deslicé una mano por el bolsillo de mi pantalón, descolgando la llamada entrante de mi móvil.
—¿Bradley?
—¡Sí! Soy yo. Perdona las horas. He encontrado algo. —Hablaba atolondrado. Yo ya tenía el corazón en la garganta desde que había descolgado la llamada.
—¿Qué es? —pregunté. Me detuve en mi caminar porque las piernas me temblaban tanto que me desmoronaría.
—Creo que puedo acceder a los datos bancarios de Clay Clayton —El cielo se abrió frente a mis ojos. Podía escuchar los cantos angelicales y ver las luces divinas besar mis mejillas—, pero necesito un recibo o un documento donde consten todos sus datos.
Los dientes me rechinaron. Cerré los ojos soltando un largo suspiro.
—No creo que pueda conseguirlo. Los documentos que me los dio mi hermano de su... —busqué la palabra correcta. No había ninguna forma correcta de decir maltratador, chaquetero ni despreciable—. Jefe —escupí en su lugar—. ¿No hay otra forma de conseguirlo?
—Lo siento, Garret. Me estoy jugando el cuello entrando en cuentas ajenas para divulgar información personal, pero sin ningún dato bancario de Clay Clayton va a ser imposible que pueda entrar —Se quedó callado, al igual que yo. La tensión que resistían mis músculos era cien veces mayor que la de Atlas soportando el peso del mundo sobre sus hombros. Dolía—. Puedo intentar entrar en el perfil de ese jefe de tu hermano...
—No. No puedes hacer eso. —Me jugaba el cuello a que solo algunas personas de confianza tenían acceso a esas cuentas y me apostaba mi vida a que estaba controlado al milímetro todos los accesos, salidas y hasta un mero vistazo inocente—. Intentaré conseguir esos papeles.
—¿Cómo lo vas a hacer?
Era una buena pregunta. Tenía un plan. O, por lo menos, me convencí de que tenía uno. Que de una manera u otra lo conseguiría y solo necesitaba un poco de tiempo para llevarlo a cabo. Pero el tiempo era un elemento que se deslizaba por mis dedos como arena, inalcanzable, dispersa.
Habían creado curas contra enfermedades mortales, objetos capaces de descubrir todos los secretos del universo y tenderlos al alcance de un simple teclado y una conexión a internet. Seguía sin entender cómo todavía no habían conseguido detener el tiempo, o viajar en él, al pasado, al presente, me importaba una mierda. Solo quería escapar de ese momento, de esa vida.
—Pensaré algo —respondí. Era lo único capaz de asimilar en aquel momento—. ¿Te mando los archivos cuando los consiga?
—Por supuesto. Intentaré tenerlos cuanto antes.
Abrí los ojos y me separé de la pared sobre la que inconscientemente me había apoyado. Mi cuerpo estaba tan agotado que me preguntaba cuánto tiempo podría resistir. ¿Cuánto tiempo resiste una flor sin agua antes de marchitarse? ¿Cuánto tiempo resiste una cucaracha sin cabeza? ¿Cuánto tiempo resistiría yo?
—Muchas gracias, Bradley. Te debo una.
—Para nada. Si con esto conseguimos sacar a Ben de ese sitio, bienvenido sea.
Sonreí, apenas habíamos coincidido en el orfanato dos o tres semanas antes de mandarnos a este infierno de condado, pero Bradley había demostrado ser la persona más fiel y devota para cuidar de aquellos que habían pasado tan mala infancia como nosotros.
Me despedí de él prometiéndole que trataría de encontrar los archivos cuanto antes. El móvil quedó colgando en mis manos, casi de la misma forma que mis esperanzas pendían de esos archivos.
Siempre me ha parecido increíble lo vulnerables que somos. Sea como fuere algo hay que nos daña, nos envuelve en ese manto de miseria y perdición. No hay forma de encontrar la salida hasta que es demasiado tarde. Para cuando ese manto de inseguridad se desploma contra el suelo, el problema es tan grande que no puedes correr y huir. Te quedas ahí, esperando a que te coma, te devane los sesos y haga collares con tus huesos. Porque entonces, por lo menos, habrás encontrado algo de paz.
Miré a mi alrededor. Laentrada de un supermercado iluminaba el suelo con una media luna. Revolví en micabeza una y otra vez si aquello era lógico o, al menos, medianamente normal.Cuando la frustración venció la racionalidad, entré al supermercado. Teníaantojo de chuches y cierta pelirroja había vuelto a irrumpir en mi cabeza cualabejita zumbando.
(***)
Nuevo capítulo! La verdad es que estoy enamorada con estos dos. Con todos en general. Son tan achuchables todos. Ainss, me encantan.
¿Vosotros qué opináis? ¿Alguna idea sobre el siguiente capítulo?
¿Opiniones sobre la relación entre Amber y Garret?
Os leo!
Besos y xoxo,
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro