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28 | A un paso del abismo.

Maratón 1/3


Capítulo 28 | A un paso del abismo.

Amber

Jamás pensé que llegaría a sentir un dolor tan atroz como aquel. Era ese tipo de desamparo que te dejaba desorientada, a merced de una realidad de la que no eras consciente. Tu cerebro omitía toda conexión con el mundo exterior para evitar que tu corazón se desangrara de dolor. En mitad de ese universo paralelo, un resquicio de cordura se abría paso y entonces todo estallaba.

Como en el Big Bang, de repente las emociones se agolpaban. Tus pulmones se cerraban por el bombardeo de sentimientos. No conseguías registrarlos todos, pero sí los más importantes.

Porque me sentía tonta. Y usada. Y un trozo de papel que desechas a la basura cuando ya te has sonado los mocos.

El odio es una sensación aberrante, pero la decepción se calaba en tus huesos hasta dejarte inerte. Sentías el peso de la desconfianza sobre los hombros, susurrándote al oído que las personas están hechas para ser crueles.

Sacudí la cabeza conforme la sensación de quemazón en la garganta aumentaba y apresuré mi paso fuera de la biblioteca. El tiempo parecía haber descendido diez grados y, no sé si por frío o por consuelo, me abracé a mí misma.

Por un momento, me habría gustado abrir los ojos y darme cuenta de que todo había sido una simulación, una jugarreta de la subconsciente digna de psicoanálisis. Sin embargo, era una realidad tan impactante que chocó contra mi pecho como una pelota de tenis proyectada a larga distancia.

Mi cabeza no dejaba de maquinar preguntas, desesperada por encontrar respuestas que no existían o no tenía. Todas conducían a la misma: ¿por qué? ¿Por qué usarme cuando podría haberlo conseguido todo sin engañarme? ¿Por qué obligarme a desconfiar de él? ¿Por qué todos los besos, los abrazos, los consejos? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

—¡Amber!

Reconocí esa voz. La voz de la mentira.

La ignoré, buscando, desesperado, una vía de escape. Era consciente de mis límites y, si lo veía ahora, mi autocontrol colapsaría.

Estaba furiosa y dolida y siempre se ha dicho que solo los borrachos y los iracundos dicen la verdad. Ahora mismo solo diría cosas de las que después me arrepentiría porque no hablaba Amber, hablaba la rabia y la traición.

—¡Amber! —insistió. Gritaba como un poseso, cada vez más cerca de mí. Notaba su aliento en la nuca. Lo sabía por el estremecimiento que recorría mi piel como si mi cuerpo todavía no se hubiera dado cuenta de que nos había fallado.

Una parte de mí quería escucharlo explicarse. Otra sabía que no lo creería por más razones que me diera para creerle. No era una persona tozuda, pero era consciente de que no estaba en mis completas capacidades para jugar a ser empática.

Me metí en el primer coche que se paró sin importarme si era un psicópata, maltratador o asesino. Por suerte, era un taxista, uno que no me miró como una lunática cuando le grité que saliera pitando de allí. Tampoco me dirigió una mirada mientras se fijaba por el retrovisor la figura tensa de Garret.

Hacía frío, el suficiente como para ponerte un par de capas de manga larga. Pero Garret había salido con una maldita camiseta. Me dio rabia pensar en que podría coger un resfriado.

No me di cuenta de que lloraba hasta que el conductor me tendió un paquete de pañuelos. Murmuré un agradecimiento con voz ronca que me hizo sollozar más. La impotencia no se comparaba a la sensación de enfado, pero ayudaban a que dejara de llorar. Si me centraba en buscar respuestas, dejaría de llorar. O eso quise creer.

A través del temblor de mis manos, logré alcanzar mi teléfono. Llamé a Lynnette, pero no me tomó la llamada así que colgué y marqué el número de Jay-Jay. Sonaron tres o cuatro timbres antes de que descolgara.

—¿Jay-Jay? —pregunté, con la voz rota. No servía de nada engañarme pensando que lo tenía todo bajo control.

El silencio se extendió por la otra línea y tuve que volver a llamar su nombre. El sonido de una respiración invadió mis oídos, una respiración a trompicones entre el hipido y la inspiración.

—¿Amber?

Esa no era la voz de Jay-Jay. No se parecía en nada a su voz grave, aunque sonaba ronca como si se hubiera pasado toda la noche llorando. Dejé a un lado mis sentimientos al borde del colapso porque un miedo irracional volcó mi corazón. Se detuvieron mis lágrimas, pero solo porque la incertidumbre que se abría paso era mayor que todo lo demás.

—¿Chad? ¿Por qué tienes el móvil de Jay-Jay?

Reinó el silencio. Un silencio que se extendía como un incendio sin escapatoria, a la espera de que el fuego te alcanzara y acabara con tu piel, tu cuerpo, tu alma hasta convertirlo en cenizas.

—¿Chad?

Sus siguientes palabras no solo me quemaron, sino que se llevaron mi alma con ellas.

—Es Jayden, Amber. Está herido en el hospital.

—¿En el hospital? ¿Qué...?

—El padre de Nora le ha disparado. Está grave. Muy grave. Y Nora está con las enfermeras para que...

El mundo se me cayó encima y de pronto no respiraba. Las paredes se cernieron sobre mí y el aire no llegaba a mis pulmones. Me cosquillearon los dedos y mi visión se había reducido a una franja mínima que solo tenía como objetivo el hospital.

Jayden.

Garret.

Ben.

¿Quién más?

Lo último que recuerdo de ese día fue gritarle al taxista que fuera al hospital, la voz de Chad a través de la línea como un sonido lejano y mi corazón retumbando en mis oídos como si, de esa forma, pudiera intercambiar el corazón de Jay-Jay por el mío.

—¿Os han...? —Tomé una bocanada de aire cuando el miedo me arrancó la voz y me empujé a decir lo que llevaba pensando tanto tiempo—. ¿Os han dicho algo?

Me sostuve a mi café como si fuera la razón de mi existencia. Casi lo sentía así, como si ese líquido negro me devolviera a la vida. No quise pensar en quién más lo tomaba de esa forma, tampoco en la razón por la que había decidido comprar mi estúpido café así.

Porque dolía demasiado pensar en él. Dolía demasiado pensar en Jay-Jay. Dolía demasiado cerrar los ojos, abrirlos, y darte cuenta de que el mundo se te caía encima.

—Todavía no. Pero deben estar por salir.

Chad y Nora estaban acurrucados en una de las sillas incómodas del hospital. Me contaron hasta el último detalle de lo que pasó.

Nora cargaba con un pasado de pesadillas y descontrol. Su padre había sido condenado por maltrato, asesinato y tentativa de homicidio. Había jurado hacer la vida de Nora un infierno. Al final, su padre había logrado escapar de la cárcel y encontrarla. Su padre murió en cuanto la policía llegó, pero se habían llevado a Jay-Jay con él.

Miré el pasillo cuyo final me permitiría ver a Jay-Jay. Un suspiro escapó de mis labios para detener la necesidad de cruzar esa distancia y decirle que lo necesitaba. Más que a nada, más que a nadie.

No soportaba la bola de fuego que crecía en mi pecho, que desgarraba mi piel y aterraba mis músculos. Estaba paralizada, detenida en mitad de un segundo que parecía no transcurrir. El tiempo se paraba, la vida seguía, pero yo no era consciente de que sucedía.

—Familiares de Jayden Montmayor —su voz se abrió paso a través del tiempo, como una sequía que por fin encontraba su diluvio.

Antes de terminar, ya estábamos frente al hombre de piel oscura y expresión cansada. Observé cada centímetro de su rostro en busca de una mueca, una lágrima, una sonrisa torcida. Cualquier cosa que me indicara que Jayden estaba bien, pero en su lugar encontré unas facciones indiferentes, carentes de emociones, casi como si no tuviera sentimientos.

Nos miró, desconfiados. Mi sistema auditivo batallaba con escuchar sus palabras a través de los latidos apresurados que me ensordecían.

—¿Sois familiares de Jayden?

—Somos como de la familia —respondió Chad por nosotras.

—¿Y sus padres?

Quise pegarle un puñetazo por hacer tantas preguntas y no contestarnos la más importante.

—No viven aquí, han cogido un avión, pero tardarán un poco más en llegar. ¿Podemos saber cómo está Jay? —Su tono sonó tan exasperado como yo me sentía. Había comenzado a morderme la piel de mis labios y si seguía así me haría sangre.

—Jayden está en cuidados intensivos —contestó. Parte de la tensión se alivió de mis hombros, tan solo hasta que registré que Jay-Jay no estaba muerto, pero tampoco sano.

—¿Eso qué quiere decir? —pregunté. Mi paciencia llegaba a mi límite, casi igual que sucedía con ese impaciente y desconsiderado doctor que no hacía otra cosa que bufar y mirarme con condescendencia.

El tipo inspiró hondo.

—Quiere decir que le hemos extraído la bala y que debería estar bien. No ha rozado ningún órgano vital y no ha entrado en parada en ningún momento, pero hemos de dejarlo en observación hasta que podamos bajarlo a una habitación general.

—¿Eso es que está bien?

Me sentía tonta formulando esas preguntas, pero era necesario para que mi corazón desbocado se apaciguara. El hombre puso los ojos en blanco.

—Significa que no tiene ningún problema para no estarlo y que lo más lógico es que esté bien cuando despierte —masculló.

Solté el aire contenido.

Lo siguiente que hizo fue largarse de nuestro alrededor, quizás para que no lo atiborráramos a más preguntas. A veces no comprendía a las personas que trabajaban sin vocación en labores de tal envergadura como la medicina. ¿Si no te gusta ser doctor, para qué demonios lo estudias?

La noticia ahondó tanto en mis músculos que sentí que me mareaba. Chad abrazó a Nora hasta casi romperse las costillas. Sonreí, pero solo hasta que me di cuenta de que era una mera espectadora. No tenía a nadie a quien abrazar, nadie con quien compartir mi alivio. No estaba Garret y ya no lo estaría.

La incomodidad se filtró en mi piel, como una capa de grasa de la que, por más que limpies, no te quitas. Los miré de refilón aflojando el agarre de la taza de café entre mis manos.

—¿Os importa si paso yo primero? —pregunté en un hilo de voz. Aún no me había preparado para lo que sería entrar a verlo, pero necesitaba comprobar por mí misma que se encontraba bien.

Tanto Chad como Nora me miraron, tan absortos en ellos mismos que no repararon en mí hasta que hablé. Con una sonrisa de boca cerrada, asintieron con la cabeza. Nora fue la que contestó.

—Claro. Corre a buscarlo.

Me fui de allí en cuanto las últimas silabas salieron de sus labios, deseosa no solo de ver a Jay-Jay, sino de apartarme de esa escena diabética que solo me hacía pensar en Garret. Y tener a Garret en mi mente hacía que pensara en lo que había pasado. Y lo que había pasado me hacía sentir como una ilusa.

Gracias a una enfermera, mucho más maja que el médico que nos atendió, conseguí llegar hasta la puerta de Jay-Jay. Comprendí entonces la sensación que experimentó Garret al ver a su hermano postrado en la cama de hospital hace unos días, pues era el mismo sentimiento que atemorizaba mi alma ahora.

Jay-Jay ya estaba despierto lo que me hizo preguntarme cuánto tiempo habían estado los doctores postergando la noticia de que estaba bien. Hizo que quisiera salir de allí, agarrar la primera maceta que encontrara y lanzarla contra la cabeza de ese doctor imbécil y cruel.

—Hola —susurré. Mi voz sonó ronca y Jay alzó la vista conforme me escuchó. Sus ojos se suavizaron al reconocerme, pero se volvieron preocupados cuando me miró con atención. No debía lucir muy bien—. ¿Cómo estás?

Hizo un gesto torcido con la boca.

—No me puedo quejar —respondió mirando hacia las sábanas—. Estoy vivo. Eso es lo importante.

Asentí con la cabeza, aunque no me miraba. El silencio se instaló, incomodo, sobre nosotros. Estos no éramos nosotros. Estos no éramos Amber y Jay-Jay, las personas que sonreían hasta cuando no había nada por lo que sonreír. Por un momento, eso me dio más miedo que verlo en una cama de hospital.

—Estábamos muy preocupados por ti —Las lágrimas se apalancaron en mis pestañas, aunque me había pasado casi toda la noche lloriqueando—. Pensamos que morirías, que... —Hipé. Veía todo borroso y me miré las manos buscando una distracción. La voz me traicionaba y mi mente era un batiburrillo de pensamientos inconexos—. Pensé que no volvería a verte y que te perdería. Eres una de las personas más importantes de mi vida, Jayden. ¿Cómo demonios iba a sobrevivir sin tus juegos o sin que me dijeras lo mala que soy jugando? —Todo el miedo, el terror que se había aferrado a mi piel, explotó como si hubiera estado contenido toda la vida—. No vuelvas a hacer eso, Jayden. No vuelvas a hacerlo en tu maldita vida, joder, yo...

—Llamita...

Eso terminó por romperme. Mis piernas temblaron hasta hacerme desfallecer y, de no ser por lo próxima que estaba a su cama, Jay no habría podido alcanzarme. Se incorporó sobre sí mismo, a pesar del vendaje que cubría su abdomen, y me sostuvo entre sus brazos.

Su abrazo alivió el dolor de unas quemaduras que me habrían matado.

—Lo siento —susurró—. Lo siento mucho.

Porque no se disculpaba por haber salido herido. Se disculpaba por habernos preocupado, se disculpaba por haberse interpuesto entre esa bala y Nora sin conocer si sobreviviría, se disculpaba porque podría no haber estado abrazándome ahora mismo.

—Solo... —tragué saliva, sin aliviar el escozor que crecía allí con cada sollozo—. Solo no vuelvas a hacerlo. No vuelvas a hacerte el héroe.

—No lo haré —prometió.

Me apartó de su abrazo y con sus dedos sostuvo mi barbilla para obligarme a mirarlo. Sus ojos marrones se habían oscurecido y se llenaban de lágrimas que por más que intentó controlar, se desbordaron de sus párpados.

—Estoy bien, llamita. Estoy bien.

Lo repitió tantas veces como creyó que necesitaría escucharlo. Me envolvió de nuevo entre sus brazos y escuché el latido apresurado de su corazón. La habitación se convirtió en nuestro refugio y de pronto sentí que podría convertirse en mi bunker para no lidiar con el exterior. Jay-Jay también pareció sentirlo así, porque no preguntó por los demás ni tampoco tenía intención de hacerlos llamar. Parte de mí creyó que estaba conmigo porque sabía que algo me ocurría, pero, por una vez, quise ser egoísta y disfrutar de mi mejor amigo hasta que me sacaran de la habitación a patadas.

Un repiqueteo en la puerta nos detuvo y una enfermera asomó la cabeza.

—Garret Royle está fuera y pregunta si puede pasar —dijo la mujer, con una pregunta implícita en sus palabras.

Miré a Jay-Jay y mis ojos reflejaron todo lo que mi interior sentía. El miedo, el nerviosismo, la decepción, el profundo e interminable dolor. Jayden se apropió de todas esas emociones y, cuando levantó la cabeza, sus palabras sonaron como un bálsamo para un corazón malherido.

—Dile que estoy durmiendo. Cuando despierte, le haré pasar —respondió. La enfermera asintió y después dejamos de ver su cabello oscuro y sus ojos tan verdes como los de la persona por la que preguntó.

Cuando la puerta se cerró, Jay-Jay preguntó.

—¿Qué ha pasado?

Mis ojos evitaron verle pues sabía que, una vez viera esos ojos marrones con esa expresión dulce, me rompería en pedazos. Siempre había sido muy abierta con mis sentimientos. No me importaba llorar, ni enfadarme, ni reírme como una loca cuando así lo sentía. Pero, en aquel momento, quise dejar de sentir porque sentir lo hacía todo más real.

—Ha sido todo una mentira, Jay-Jay. Garret solo necesitaba a alguien que sirviera de intermediario entre Chad, tú y él. No podía usar a Nora porque salía con Chad y era lógico que le contaría cualquier cosa que Garret confesara, así que me utilizó a mí para que yo pudiera mover las piezas por él.

—Eso... eso no tiene ningún sentido.

—Pero es lo que ha pasado. Lo he escuchado de su boca. Lo escuché antes de que Chad me dijera que te habían ingresado aquí. Solo me quería para solucionar sus propios problemas.

—Llamita...

—¿Podemos no hablar de esto? —interrumpí. Sé que fui demasiado borde cuando sus caricias en mi brazo se detuvieron. Me limpié las lágrimas de mis mejillas antes de suavizar el tono—. Yo... Creo que no soportaré hablar de él justo en este momento.

Jay-Jay asintió volviendo a acariciar mi piel. Peiné su cabello desordenado, tan solo para tener otra cosa que hacer que no fuera llorar sin descanso.

—Solo quiero que sepas... —habló en un tono que contenía cierta cautela—. Que jamás he visto a Garret como era contigo.

Lo miré a los ojos bajando mi mano con lentitud.

—¿A qué te refieres?

Jay-Jay negó con la cabeza como si él mismo no encontrara las palabras adecuadas.

—Garret ha sido rencoroso toda su vida. No recuerdo haberlo escuchado pedir perdón nunca. Solo cuando tú llegaste, se ha atrevido a perdonar.

Resoplé.

—Necesitaba perdonarte para cumplir con lo que quería.

—Puede ser —confirmó—. Pero nunca ha dejado su orgullo atrás. Ni siquiera cuando necesitaba algo y...

Se quedó callado.

—¿Y? —apremié.

—Y nunca he visto a Garret tan feliz como lo ha estado contigo —confesó. Sus palabras fueron una herida tierna que volvió a abrirse y sangrar—. Garret te mira y no parece ver nada más. ¿Sabes una cosa? El día que Garret me pidió que abriera la biblioteca, ya llevaba tiempo planeado.

—¿Cómo?

Jay asintió.

—Garret me pidió que abriera la biblioteca y me dijo que quería pasar la mañana contigo. Le pregunté qué pasaba entre vosotros. ¿Sabes lo que me dijo?

Negué con la cabeza.

—Me dijo que por fin tenía un sueño.

—¿Un sueño?

Asintió.

—Me dijo que toda su vida se había reducido a cumplir todo lo que Ben no había conseguido, pero cuando me llamó lo primero que dijo fue que eras su primer deseo. Eres la primera persona por la que Garret ha querido vivir algo. Has sido su primer sueño.

Los ojos se me llenaron de lágrimas y pronto me encontré llorando otra vez. No sabía que ocurriría, ni siquiera sabía bien lo que sentía. Jay-Jay no me presionó más allá de esas palabras que se quedaron grabadas a fuego.

No estaba preparada para enfrentarme a Garret, pero, por suerte o por desgracia, no lo vi en el hospital cuando salí de la habitación de Jay-Jay. Sus palabras todavía rebotaban en mi cabeza al salir. 

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