24 | Miedo a lo increíble.
No estáis para lo que se viene, amores. Tengo escrita casi toda la novela ya y os juro que me muero por enseñaros cada pedacito de Garret y Amber. De verdad que estoy muy orgullosa con estos dos y muy pero que muy enamorada.
¡Disfrutad del capítulo!
Capítulo 24 | Miedo a lo increíble.
Garret
La noche anterior lo cambió todo y a la vez nada. Fue la forma en la que sus brazos me envolvieron toda la noche, acariciándome en cuanto mis pestañas revoloteaban y aferrándome a ella cuando recobraba un poco la consciencia.
Por alguna razón, no dormí más de dos horas, como mucho. Así que durante toda la noche me había dedicado a mirarla. A apartarle el pelo de la cara cuando se movía. A despertarla con besos en la nariz y caricias en la mejilla. A besarla cuando no se daba cuenta solo para ver cómo se formaba esa pequeña sonrisa en sus sueños, como si incluso ahí reaccionara ante mí.
Con cierta reticencia, me escabullí de entre sus brazos para prepararle el desayuno. Una bolita de calidez se instaló en mi pecho al pensar en ello. En hacerle el desayuno, mimarla y cuidar de ella. Quería hacer todas esas cosas con ella y mil más. Pensar que teníamos todo el tiempo del mundo para disfrutarnos me hizo sonreír y voltear a mirarla.
Me entretuve con el desayuno porque, mientras vertía el agua caliente en la taza de Amber, me quedé mirando mis manos. Esas manos habían acariciado cada rincón escondido de su cuerpo. La habían adorado hasta escalar el cielo y escarbar en el infierno. Con mis dedos había trazado constelaciones sobre su cuerpo. Con mis besos había explorado lugares que habrían creado otro anillo de pecado en el infierno de Dante.
No solo se trataba de lo que habíamos hecho, sino de lo que habíamos dicho sin hablar. De las verdades sin palabras y la realidad en miradas. La realidad era que cada día más me perdía en ese círculo de calma y calidez. Cada día era más difícil imaginar la idea de separarme de alguien como ella. Y, ¿lo que habíamos compartido anoche? Solo era una demostración más de que lo que sentía por ella iba más allá de lo físico, más allá de mis objetivos. Ella había sido mi destino en un océano desconocido y había acabado convirtiéndose en mi brújula, mi mapa y mi faro.
Terminé de preparar su té y mi café. Me resultó gracioso ver la forma en la que ambas tazas nos describían. Ella con ese brebaje verde y yo con el café solo. Color y oscuridad, luz y sombra. Sin poder evitarlo, una sonrisa se acopló en mis labios. Incluso las tazas parecían decir algo. Yo había escogido una taza amarilla para ella, su color favorito, mientras la mía era blanca. Amarillo y verde. Blanco y negro. Yo nunca había confiado en los grises, todo o nada, pero Amber... Ella te miraba y abría ante ti una infinidad de colores con distintas tonalidades, matices, brillos, texturas.
Con ese pensamiento en la cabeza, llevé las tazas al salón y las dejé en una mesita. Me hice un hueco en el sofá, a la altura de su cadera y miré embelesado cómo dormía. Había descubierto que no babeaba, aunque sus ojos se quedaban semiabiertos en diminutas rendijas durante el sueño profundo. A veces daba miedo, pero no podía evitar enamorarme todo su conjunto. Lucía irresistiblemente adorable.
Con una mano acaricié su mejilla mientras con la otra me apoyé en el sofá para inclinarme sobre ella. Comencé a esparcir besos por todo su rostro, deslizándome por su cuello y por todo lo que veía a la vista. Era una tentación ver cómo la sábana escondía zonas de su cuerpo que me moría por tocar.
—Arriba, abejita —susurré entre beso y beso. Una pequeña sonrisa comenzó a brotar en sus labios y mi corazón dio un vuelco. Ella, soñolienta, sonriendo por mis besos era lo más fascinante que vería nunca.
—Cinco minutitos más —ronroneó.
Me reí a centímetros de sus labios y me incliné para besarla en cuanto tuve oportunidad. Correspondió al beso con una pereza que desbordó mi corazón. Era uno de esos besos que se dan cuando sabes que tienes todo el tiempo del mundo, tan íntimo, tan eterno.
—Ya casi es la hora de comer, cariño.
Eso pareció animarla a desperezarse. Respondió a mis besos y poco a poco ella nos movió hasta que sus muslos rodearon mis caderas y nuestros cuerpos encajaron. El corazón me latió, ansioso, cuando su mirada gris se enredó con la mía. La intensidad con la que me observó me recordó a la primera vez que la vi. Siempre había pensado que sus ojos oscuros no encajaban con su vitalidad, una broma genética de la que solo se reirían las personas que la conocían.
Me alegró estar en ese grupo de personas. De saber que la tristeza de sus ojos solo era un espejismo porque la realidad era que no había persona más extrovertida, risueña y con ganas de vivir que ella.
Gimió sobre mis labios en un reclamo desesperado. Tiró de mi pelo para apartarme de ella exhalando un grito con los ojos muy abiertos.
—La biblioteca.
Reí retirando un mechón de pelo de su frente.
—Le pedí a Jayden que abriera él por la mañana —susurré. No es que lo tuviera planeado, pero en cuanto las agujas habían marcado las siete y vi que Amber seguía en un sueño profundo, le envié un mensaje. Sus ojos grises comprendieron y me miró con una ternura que debilitó mi alma.
—Has pensado en todo —sonrió. Me volvió loco, por completo. Su sonrisa tenía el poder de crear una guerra en un segundo y paralizarla en el siguiente. Así de feroz y atrevida era.
—He pensado en ti.
La besé otra vez deteniéndome todo el tiempo que ella me permitió en explorar su cuerpo con mis manos y su piel con mi boca. Ella apalancó las manos sobre mi cuello, acariciando mi mandíbula, mis pómulos. Cada caricia enviaba un estremecimiento por mi columna vertebral. Tenía la piel suave.
Si había alguna reacción química que pudiera provocar esa adrenalina y anhelo, deseé que me la suministraran a todas horas. Existía una alta probabilidad de que acabara desarrollando una adicción a esa sensación. A la de volar sin alas, respirar sin aire.
No sé cuánto tiempo nos quedamos ahí. Saboreándonos. Adorándonos con la boca, la lengua y las manos. No quería separarme de ella más de lo estrictamente necesario y me sorprendió darme cuenta de ello. Después de tantos años sin depender ni de mi propia sombra, tener estos pensamientos me asustaba. ¿Qué pasaría si ella decidía alejarse?
Desterré los pensamientos de mi mente cuando nos separamos para tomar aire. Sus labios, enrojecidos, habían perdido la línea que separaba el contorno de su boca con el de su rostro. No me resistí a darle otro pico como si con ello consiguiera calmar la hinchazón.
Ella sonrió. Su mirada se iluminó tan vivaz y llena de energía como un cuatro de julio. No lograba quitarme la sensación de necesidad por sus besos, por sus caricias. Lo confirmé cuando sus dedos acariciaron mi mandíbula y me incliné para no abandonar su tacto.
—Garret —susurró. Mi nombre en sus labios fue un dulce imposible de resistir—. Si te hago una pregunta, ¿serías completamente sincero?
Todo mi cuerpo se puso en tensión, aunque sabía que no debía temer con ella. Nada bueno venía cuando esas palabras salían de boca de cualquiera. Era como la típica pregunta de "¿seguro que no estás enfadado?" cuando estaba claro que algo te molestaba.
—Claro. Dime.
Me permití relajarme entre sus caricias y me hice un hueco a su lado poniendo mi cara sobre el hueco entre su pecho y su hombro. Sus dedos dibujaban formas extrañas sobre mi piel y, a pesar de haberme levantado hace unos segundos, habría vuelto a dormirme con sus caricias.
—¿Es verdad que robaste en casa de Chad?
Me incorporé de repente y apoyé los brazos a cada lado de su cuerpo, encerrándola entre el sofá y yo. Su mano seguía sobre mi mejilla, como si de esa manera se cerciorara de que no me iba a ningún lado. Enfrenté su mirada curiosa y me alegré de no percibir desconfianza en ella. Por alguna razón, su rostro no demostraba sospecha sino una profunda intención de conocer. De conocerme.
—No me importa saber que lo hiciste. Lo que me interesa saber es por qué —Siguió hablando cuando vio que no contestaba—. No dudo que tengas buenos motivos para hacerlo después de todo lo que ha pasado entre tu hermano y él, pero me gustaría saber qué era tan importante como para allanar su casa.
La observé hasta la saciedad debatiéndome si hacía lo correcto al estar adentrándola en un mundo del que no había salida. Al final, me decidí, aunque sabía que las consecuencias podrían ser nefastas.
—No allané su casa —me defendí—. La madre de Chad estaba en casa y ella me dejó entrar en el despacho. Buscaba algunas facturas que pudiera usar para que un amigo mío entrara en sus cuentas bancarias.
—¿Para qué querríais entrar en sus cuentas?
—Clay esconde el dinero de la trata de personas bajo pseudónimos. Solo recibe una aportación al mes por cada niño que entrega —expliqué—. Al entrar a sus cuentas descubrimos que todos los pseudónimos correspondían a personas reales.
—¿Seguro que son ellos? —Supe que con ellos se refería a las personas víctimas como mi hermano.
—Ben confirmó todos los nombres.
—Menudos cabrones —espetó Amber. Sonreí sin gracia. Su tono enfadado me hizo sentir de nuevo esa bolita de calidez en el pecho. Sus caricias volvieron a repartirse por mi piel, esta vez descendiendo a mis brazos.
—Lo peor de todo no es eso.
—¿Hay algo peor?
La miré a los ojos. Ahora se oscurecían bajo la sombra del enfado y la impotencia. Mi pecho se comprimió al verla entenderme tan bien.
—Clay ha borrado todas las cuentas a su nombre —respondí. Su mirada se oscureció aún más, si eso era posible. Alcé la mano para acariciar el contorno bajo sus ojos. No me gustaba ver esa mirada triste y molesta en ella. Yo toleraba esa mirada en mis ojos, pero verla en los suyos era insoportable.
—¿Por eso él vino a tu apartamento? ¿La vez que te golpearon? —preguntó en un susurro. Hablábamos en un tono tan bajo que, de no haber estado a centímetros de su boca, no nos habríamos escuchado. Me encantaba que habláramos susurrándonos, contándonos secretos, a pesar de ser solo nosotros los únicos que ocupaban esas cuatro paredes.
—Sí —afirmé. Rocé sus labios con la yema de mis dedos viendo como su boca se entreabría ahogando un suspiro—. Se enteraron de lo que había encontrado y supongo que Clay los avisó
—¿Por qué no se lo has contado a Chad?
—¿Crees que no lo he intentado? —reí sin humor. Atrapé un mechón de su pelo anaranjado y lo enredé en mi dedo índice, rizándolo—. Pero Chad cree en su familia, no puedo culparlo por eso. No concibe que su familia sea capaz de hacer eso y, en cierto modo, lo entiendo.
—Pues yo no lo entiendo —Levanté la mirada hacia ella y lo que vi en ella me encantó—. Solo los que no se atreven a enfrentarse a la verdad camuflan la ignorancia por fe.
Su tono mordaz me desbordó por dentro. Esa fiereza en su voz que por poco me desarmó. Muy pocos se han atrevido alguna vez a hacerle frente a la verdad frente a sus ojos, aunque eso supusiera desmitificar dioses y leyendas. El corazón me estalló en el pecho con algo más que cariño y ternura, pero estaba demasiado embelesado por ella como para buscar de qué se trataba.
—Yo soy el primero que lo piensa, abejita, pero eso no evita que mi hermano se desviva en ese sitio y Clay siga encarcelando a más niños.
Se impuso sobre nosotros un silencio tenso, de esos que no alivias con palabras sino con acciones. Dejé un beso sobre la frente de Amber y me resigné. No valía la pena enfadarse por cosas que ya habían sucedido cuando tenías mil posibilidades para hacer que el futuro fuera diferente. Quizás por eso me hizo tanta gracia escuchar las siguientes palabras de Amber.
—Los humanos somos imbéciles —masculló a viva voz.
Casi me atraganté con mi risa.
—Sabes que tú también eres humana, ¿verdad?
—Claro que sí. Me incluyo en el paquete—farfulló—. Seguro que las gaviotas piensan que somos tontos. Si yo fuera una gaviota, me miraría a los ojos y pensaría "tanto cerebro para tan poca inteligencia".
—¿Por qué una gaviota?
—Porque yo pienso que las gaviotas son tontas desde que vi La sirenita así que me parece justo que ellas opinen lo mismo de nosotros.
La conversación derivó a temas todavía más extraños a cada cual más interesante y estrambótico. El resto del día se trató de solo nosotros dos. Explorándonos, conociéndonos. Descubrí que el hermano mayor de Amber había tenido una relación con Lynnette, su amiga íntima, y que ahora estaban en una especie de tira y afloja, de idas y venidas. También me di cuenta de que Amber amaba los masajes en la espalda porque, cuando lo hice, me recompensó permitiéndome disfrutar de su cuerpo y su intimidad hasta quedarnos saciados. Aunque comenzaba a darme cuenta de que con Amber siempre quería más.
Ni Ben ni Chad ni Clay se inmiscuyeron en ese instante donde solo fuimos y nada más. Me dio vértigo reconocer que todos mis problemas se hacían más ligeros e insignificantes con ella a mi lado. Sin embargo, no la habría dejado escapar ni por todos los vicios del universo.
Y eso, esa sensación de plenitud con ella a mi lado, sí que daba miedo. Porque no quería ni imaginar cuándo acabaría. Porque lo haría. Era cuestión de segundos, minutos, días, semanas. Mientras tanto, pensaba aprovecharlo hasta el final, sabiendo que terminaría, pero muriendo por que no lo hiciera.
Con esa inquietud en el vientre, ese nuevo miedo que se abría paso en mis venas, me prometí que la amaría toda la vida.
***
¿Os ha gustado? Esta pareja es un amor y ahora estamos en la parte más bonita. Dentro de poco se vienen cositas interesantes.
Decidme, ¿qué opináis?
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Muchas gracias por todo, amores <3<3<3
Besos y XOXO
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