—Hola, Jay-Jay —saludé al moreno que se entretenía con algún videojuego raro de los suyos. Nunca los había entendido, por más que se empeñara en enseñarme.
—Hola, llamita —contestó sin mirarme. Se me había quedado ese nombre desde el momento en el que vio mi cabello, hace ya más de dos años porque siempre que me lo decía me ponía a rabiar. El color de mi pelo no era rojo, era pelirrojo cobrizo. Nos conocíamos desde hace ya dos años, así que ni me molesté en poner los ojos en blanco para matizar mi desagrado. En el fondo, me gustaba aquel apodo.
Me senté a su lado en aquella aula con aspecto de coliseo romano. Él estudiaba Diseño y Desarrollo de Videojuegos mientras que yo había decidido tirar por Fotografía. Esa era la razón por la que compartíamos clases como Historia del Arte y Teoría de la Imagen.
—¿A qué juegas? —pregunté, asomándome por encima de su hombro para ver la pantalla de su móvil. Unos monigotes de colores se movían sobre una especie de rollo de color marrón que giraba sobre sí mismo, como un pollo en un asador. El escenario estaba lleno de dulces como donuts, caramelos y más cosas que no podía alcanzar a ver porque sus dedos se movían por la pantalla como serpientes.
—A Fall Guys. Deberías probarlo, te gustaría —dijo rápido, como si hablar fuera a hacer que callera de esa especie de rollo raro que giraba. A lo mejor ese era el propósito del juego, supuse, no caer del rollo en movimiento.
—Creo que paso. La última vez que jugué contigo perdí todas.
—Ganaste una vez —replicó.
Lo miré, obvia—. Me dejaste ganar —enfaticé.
Sus labios se curvaron en una sonrisa ladeada, aunque me costaba verla con su cabeza metida en la pantalla. Alcé la vista un momento. El momento exacto en el que el chico de mirada misteriosa y rostro atormentado entraba por la puerta.
No sé qué me hizo sentir aquel bombeo acelerado de mi corazón, ni ese latido frenético, ni porqué mi mirada se sintió atraída como un imán hacia él. Solo sé que sus ojos se quedaron sobre los míos y que bajo la vista a lo poco que podía ver de mi ropa y, como si me estuviera desnudando con una simple mirada, sus labios temblaron en lo que, quise creer, era una sonrisa.
Por todos los santos, dioses y ángeles. Estaba para comérselo.
Temblé ligeramente, sin razón aparente. No me solía poner nerviosa, controlaba mis nervios casi a la perfección. No tenía vergüenza alguna. Pero con él, con esa mirada que escrutaba mi interior y atravesaba las barreras de lo físico, aquella confianza y seguridad que me caracterizaba parecía evaporarse para convertirme en Mentos y Coca-Cola, listas para explotar.
Sus ojos se quedaron un rato sobre los míos. Percibí el momento exacto en el que el indicio de una sonrisa en sus labios se evaporó. La calidez que segundos antes calentaban sus ojos se congeló. Llegué a creer que me habría imaginado aquella sonrisa y deseé haberla podido capturar en una foto. Quise seguir buscando el rastro de esa mirada cálida, pero se giró sobre sus talones y se colocó en primera fila, bien lejos de nosotros.
—Madre mía, está como un tren —resoplé, colocando mis manos sobre la barbilla y apretando mis mofletes poniendo boquita de pez, como si así fuera a conseguir lanzarle algún hechizo mágico que me permitiera escarbar en su interior, en sus recuerdos.
Jayden levantó la vista, con una sonrisa. No era la primera vez que me escuchaba decir algo parecido. Solía enamorarme cada cinco segundos. Por eso le gustaba ver de quién era aquella vez. Si estaba de buen humor, incluso nos atrevíamos a hacer suposiciones.
"Tiene cara de que no le gusta el tomate"
"Sus ojos chillan que no quiere seguir estudiando. Yo creo que sus padres le obligan"
"Seguro que en su bolso tiene una pistola y va a matarnos a todos"
—¿Quién es? —Buscó con la mirada.
—El de allí delante. El de la camiseta blanca que se le marcan los bíceps. Encima está bueno —me quejé. ¿Por qué la gente se empeñaba tanto en ir al gimnasio? Seguro que podría levantar treinta kilos con cada mano. No podía competir con tales sementales. La pereza me ganaba —. Se llama Garret. Vino hace un par de días a la biblioteca a por el puesto de trabajo de la biblioteca. Me caí encima de él, literalmente —reí.
Me giré hacia Jayden cuando vi que no hablaba. Sus ojos se habían quedado anclados sobre la espalda de Garret y parecían perforarlo. No de la misma forma que había hecho yo hace unos segundos, queriendo saber qué se escondía debajo de aquella ropa pulcra y esa piel que tantos sentimientos parecía reprimir, sino como si quisiera enfrentarse a él, como si ya lo conociera.
—¿Jay-jay? Te has quedado embobado tú también, eh —Golpeé ligeramente su brazo y lo desperté de su letargo. Me miró con ojos confusos y rostro descompuesto. Mi sonrisa tembló—. ¿Qué pasa?
Me miró durante unos instantes buscando algo en mi rostro. Su rostro delgado se arrugó en una mueca y me hizo revolverme incómoda en mi asiento. Observó tan fijamente, con tanto detalle, que me descolocó. Nunca unos ojitos marrones me habían hecho sentir así, casi desorientada.
—Nada, nada. —Se rascó la nariz. Sabía que mentía. Se rascaba la nariz cuando mentía.
—¿Lo conoces?
Sus ojos me evitaron. Siguió con el juego en su móvil y mi impaciencia estuvo a punto de arrancarle el aparato de las manos. Como si hubiera escuchado mis pensamientos, agarró el teléfono más fuerte.
—Nos conocemos del instituto.
—¿Sois amigos? —pregunté, levemente emocionada. ¿Jay-jay conocía a ese semental? Volvió a levantar la mirada, como si quisiera cerciorarse de que Garret no nos escuchaba. Mi ilusión se desinfló al ver sus ojos oscuros y distantes.
—Lo éramos —susurró. Me miró fijamente. Parecía que al fin se iba a atrever a seguir contándome cuando la profesora Stone entró y Jayden abandonó toda posibilidad de confesar.
Devolví la mirada al frente, hacia Lena Stone. Echó un vistazo a la clase, con rostro autoritario, y caminó hasta su mesa con porte elegante y aire confiado. Su cabello moreno se movía en pequeñas ondas. Su piel estaba más bronceada, fruto de las maravillosas vacaciones al Caribe que había hecho con su novio este verano y del que había mandado fotos a mis padres. A penas tenía treinta y cinco años y, según ella, estaba en la flor de la vida. Quería ser como ella de mayor.
Gracias a ella había sido que prácticamente había conseguido entrar a esta universidad. Mis notas nunca fueron lo suficiente buenas como para que se hubieran fijado en mí. Mis problemas de concentración y mi culo inquieto no ayudaron a que mis resultados de acceso fueran tan extraordinarios como el resto de personas. Pero mis padres conocían a la profesora Stone, o a Lena, como yo solía llamarla. Ella fue quien consiguió traspapelar un par de cositas para que yo estuviera entre los candidatos al acceso. Cada vez que se me planteaba la ocasión, le agradecía por lo que me había permitido tener.
—Buenos días, chicos. Mi nombre es Lena y soy quien impartiré la clase de Historia del Arte...
—¿Sabes el último cotilleo de Chad y Nora? —preguntó Jay-jay, de nuevo con esa sonrisa que había flaqueado segundos antes.
Me acerqué a él para escuchar el chisme. Aunque la curiosidad infectara todo mi sistema, si él quería ignorar aquel momento, no le presionaría. Al menos por ahora. Sus ojos habían perdido esa oscuridad que segundos antes lo consumía y el entusiasmo que siempre lo caracterizaba aplacó todo lo malo que corría entre nosotros.
—Cuenta, cuenta.
—Chad se ha cruzado esta mañana con Nora de camino a clase
—Ay, madre.
—Le ha dicho que tenía que besarle.
Me puse una mano sobre la boca, ahogando el gritito sorprendido que escapó de mi garganta.
—Dios mío, ¿qué ha dicho Nora?
—Que no, obviamente.
—¿Y Chad?
Jay sonrió más grande, con esa sonrisa traviesa que solo significaba problemas.
—Que acabaría enamorándose.
—¿Quién acabaría enamorándose?
—Chad haría que Nora acabara enamorada, llamita. Es obvio —dijo como si hubiera relatado la historia como Stephen King cuando en realidad la contaba como un niño de cinco años que todavía no distingue el planteamiento, nudo y desenlace de un cuento.
—¡Ay, Dios!
—¡Amber Chandler! Si no le importa, el chisme puede esperar.
Miré a Lena, fingiendo una sonrisa culpable que me costó hacer desparecer. Sus ojos, a pesar de que querían mostrarse furiosos, me miraban divertidos.
—¡Lo siento, Lena! Prometo por Charles Chaplin que no volveré a hablar —contesté, con ojitos de cachorrillo. Algunos rieron. Lena simplemente puso los ojos en blanco y disimuló su sonrisa.
—De acuerdo, como decía...
Miré a Garret y descubrí que él también me miraba. Por un momento, percibí confusión en su mirada y eché un vistazo a Jay-Jay que parecía ajeno a todo aquello. Fruncí el ceño sin comprender su expresión.
Mentiría si dijera que no hablé durante el resto de la clase. Charles Chaplin perdone mi mentira, pero era incapaz de mantener la boca cerrada por más de cinco minutos. Aun así, seguía sintiendo la mirada de alguien en mi nuca de tanto en tanto. Como un rayo de sol tan potente que acababa por picarte. Tenía que descubrir qué había pasado entre Garret y Jay-jay. Porque algo había pasado, eso era obvio.
—¿Dónde va este? —preguntó Garret mirando el lomo del libro al no reconocer la referencia.
Frunció el ceño. Le había dejado que ordenara él mismo los libros para cuando yo no pudiera estar. Sonreí al verlo tan frustrado. Ya le había pasado con un par de libros. Me gustaba eso de él, su intento de querer hacerlo bien. Me acerqué a él.
—Es un libro de poesía. Van en las estanterías del fondo —dije. Cogí el libro entre mis manos, rozando sus dedos. Ignoré el vértigo en mi estómago mientras lo ojeaba.
Era un libro de Rapi Kaur. De mis favoritos. Si algo agradecía de poder estar en una biblioteca, era poder leer siempre lo que se me antojara. Pocos libros conseguían captar mi atención. Me dispersaba a cada párrafo, pero el libro que lograra mantenerme en vilo era merecedor de estar en lo más alto.
Salté de la mesa y me acerqué a él, lo suficiente como para dejar una distancia considerable. Miré cómo él seguía observándome con esos ojos desconfiados y llenos de oscuridad. El estómago se me puso del revés porque, a pesar de todo ello, atisbé un sentimiento que no supe cómo interpretar. Me mordí el labio sin poder evitar que una sonrisa se colara entre ellos.
—Bueno —alargué la ultima silaba, con la sonrisa terminando de aflorar—, ¿y de qué conoces a Jay-Jay?
Como si hubiera invocado al demonio, tosió y tosió. Solté una carcajada cuando lo vi ponerse rojo y palmeé con suavidad su espalda. Me acerqué a la mesa para coger una botella y dársela.
—¿Por qué lo preguntas? —interrogó cuando hubo bebido un trago y su rostro se volvía más rosado.
—Jay-jay me dijo que os conocíais.
—¿Y?
—Ni siquiera os saludasteis cuando os visteis. Tengo curiosidad por saber qué ha pasado entre vosotros —me encogí de hombros.
Guardé otro libro en su lugar, dejando el de poesía entre mis manos para cuando fuéramos a la sección correspondiente. Me di cuenta de que él estaba demasiado atento a la conversación. Yo, en su lugar, no quería mirarlo. Lo cierto es que esos pozos oscuros me ponían nerviosa así que prefería desviar mi atención.
No me gustaba sentirme nerviosa.
—¿Por qué tendría que pasar algo entre nosotros?
—¿Por qué no le saludaste?
—A ti tampoco te saludé —dijo, como si fuera algo obvio.
Lo miré, con una sonrisa que escondía más de lo que quería demostrar—. Y eso, déjame decirte, ha sido de muy mala educación —lo reprendí apuntándolo con el lomo del libro en el pecho.
Escuché la botella de agua crujir y sonreí todavía más. La sonrisa de mis labios se tambaleó cuando en sus ojos emergió un brillo travieso que encendió todas mis terminaciones nerviosas. Parecía no ser consciente de lo atractivo que era, incluso cuando la oscuridad envolvía todas sus facciones. Me arrebató el libro de las manos, acercándome a él.
—¿Qué te parece si jugamos a algo? —murmuró. Su susurro ronco me hizo tragar saliva.
Desvié la mirada por una fracción de segundo hasta sus labios. Tiempo suficiente para ser consciente de lo sabrosos que se me antojaron.
—¿Un juego?
Hizo un sonido ronco de asentimiento con la garganta. Sus labios cada vez estaban más cerca de los míos. Yo ya había olvidado de qué hablábamos, qué estábamos haciendo y por qué querría él que jugáramos a un juego. Madre del amor hermoso, ¿cómo se podía ser tan guapo?
—Una pregunta por una pregunta. ¿Qué te parece?
—¿Esa es la primera pregunta? —pregunté, con la voz tambaleante.
—No, abejita. Voy a darte ventaja, empiezas tú.
Y tal como se había acercado, se separó. Ni siquiera reparé en aquel apodo pues mi corazón saltaba en mi pecho como si volviera a la vida después de un paro cardíaco
Negué con la cabeza. Una sonrisa se coló entre mis labios. Lo miré, divertida. Sabía utilizar sus armas, lo había podido comprobar. Pero él había caído en su propia trampa también porque, cuando recobré la cordura, vi cómo se relamía los labios y su respiración estaba más agitada de lo normal.
—De acuerdo, me apunto —me senté en la mesa y cogí la botella de agua para aliviar mi seca garganta—. ¿De qué conoces a Jay-Jay?
—Del instituto, íbamos a la misma clase. ¿Tú de qué lo conoces?
—Fuimos a la misma autoescuela y, cuando nos tocaban las prácticas del coche siempre estábamos juntos. Yo conducía pésimo y a él siempre le gustaba chincharme. Luego pude devolvérsela porque aprobé antes que él —sonreí, orgullosa.
Percibí el atisbo de una sonrisa en sus labios mientras seguía colocando libros y me alegré de hacerle, como mínimo, sonreír. No se le veía como una persona que se divirtiera por el mero hecho de vivir, vivir de verdad. Me prometí a mí misma hacerle sonreír más porque su sonrisa era preciosa.
—¿Por qué elegiste esta universidad?
Se encogió de hombros—. Era la única que ofertaba cinematografía y estaba cerca de casa. ¿Tú conoces a Chad? —me devolvió la pregunta. Por el rabillo de su ojo me miraba. Entorné mis ojos a él con una sonrisa.
—¿Cómo lo sabes?
Sonrió—. Una pregunta por una pregunta.
Reí volviendo mi vista hacia mis piernas que se balanceaban sin rozar el suelo de lo menuda que era.
—Sí, somos amigos. Lo conocí gracias a Jay-Jay que son mejores amigos.
Su sonrisa se tambaleó y dejó de mirarme.
—¿Tú lo conoces?
—Sí, claro.
—¿Os enfadasteis?
Torció el gesto—. Algo así.
—¿Qué pasó?
—Muchas preguntas, abejita. Ahora me toca a mí.
Ahora sí lo había escuchado bien. No quise hacer caso del vuelco de mi corazón.
Trató de recomponer su sonrisa y se apoyó de espaldas a la estantería brindándome su máxima atención. Lástima que esa hermosa sonrisa que antes conservaba se hubiera marchitado como una rosa en otoño.
—¿Hay avances entre Nora y Chad? —Sus ojos eran traviesos y divertidos. Recuperé mi entusiasmo gracias a ello.
—¿En serio quieres saberlo? —alzó una ceja, instándome a hablar—. Hay avances. Hoy Nora ha admitido que Chad besaba bien y él estaba detrás así que lo ha escuchado todo. Si hubiera visto la cara de Nora. Dios mío, estaba roja como una manzana...
—¿No es roja como un tomate?
—Es igual —Hice un aspaviento con la mano ignorándolo. Una sonrisa curvo sus labios—. El caso es que él le dijo que se iba a enamorar de él. ¿Te puedes imaginar lo sexy que es eso? —Me mordí el labio poniendo los ojos en blanco al tiempo que fingía un gemido.
Cuando lo miré, sus ojos se habían oscurecido. Era una oscuridad distinta a la que estaba acostumbrada. Tragué duro al descubrir la razón. Me aclaré la garganta con los nervios resurgiendo de nuevo.
—¿Por qué abejita?
Tardó un rato en contestar. Fui testigo del momento exacto en el que sus ojos recuperaron el brillo travieso y la sonrisa florecía de nuevo.
—El día que Chad besó a Nora, llevabas unos pantalones con un bordado de una abejita justo aquí —señaló cerca del bolsillo del pantalón. Lo dijo como si no fuera la gran cosa, pero mi corazón había comenzado a patalear como un niño en una rabieta—. Siempre llevas algo amarillo. La camiseta, los pantalones, una goma del pelo... —me miró como si, por primera vez, pudiera ver a través de mí—...tus pendientes.
Me llevé una mano a ellos. Una abejita colgaba de mis orejas.
Sonreí—. Las abejitas son bonitas —me defendí.
—Sí, lo son.
Una sonrisa empapó sus labios de dicha. Cualquier habría matado por ser la destinataria de esa mirada que ahora me dedicaba a mí. Por primera vez, fui consciente de esos ojos color chocolate.
Me habría quedado embelesada. Lo estaba de hecho. Pero, de un momento a otro, su sonrisa se tambaleó y su mirada chocolatosa pasó a convertirse en el más amargo de los cacaos. Se aclaró la garganta. Retiré mi mirada de la suya, ligeramente decepcionada.
—¿Ahora comenzaréis a quedar los cuatro, entonces?
Sonrió un poco, pero no se comparaba a hace dos segundos.
—Eso tenlo por seguro. Jay-jay y yo nos hemos convertido en sus centinelas —Hice acopio de todos mis esfuerzos para recoger mi entusiasmo—. Nora y yo siempre nos sentamos juntas en el comedor y luego se unen Chad y Jay-Jay. Podrías unirte, si quieres.
Me echó un vistazo, como si hubiera dicho la barbaridad más grande del universo.
—¿Qué?
—No creo que sea correcto.
Entorné mis ojos hacia él—. ¿Por qué no?
—Chad y yo... eh... nos peleamos hace unos años —dijo, su voz tembló.
¿También con él?, pensé. Pero lo que dije en su lugar fue:
—¿Por qué?
No me miró, pero vi su debate interno. Esperé unos segundos más, con la esperanza de que me lo contara y el espíritu de una chismosa en un pueblo. Pero lo vi sufrir y eso era más que suficiente para no seguir.
—¿Tienes hermanos? Yo tengo uno que está trabajando de becario en una gran empresa. Estudió finanzas y ahora es ayudante del jefe.
Lo vi desubicado por mi cambio brusco de tema, pero, cuando sonrió, agradecido, supe que todo volvía a estar igual que antes.
—Sí. Tengo un hermano, se llama Ben. Es más pequeño que yo.
—¿Y es igual de cascarrabias que su hermano mayor? —pregunté divertida. Sus ojos se iluminaron cuando habló de él.
Negó con la cabeza—. Ni por asomo. Es el chico más inocente que he visto nunca —me miró a los ojos, con un cariño que me robó el aliento—. Os llevaríais bien —dijo con segundas.
—Tú te llevarías bien con mi hermano. Sois igual de serios y aburridos.
Sus ojos centellearon con diversión—. ¿Así que aburrido, eh?
—Pues sí —hice un mohín—. Tengo que sacarte la sonrisa con sacacorchos.
—Es sacar las palabras con sacacorchos, abejita.
Sonreí con aquel apodo. Me encantaba.
Habíamos dejado de colocar libros hacía mucho tiempo y, aunque se acumulaban conforme el tiempo pasaba, no habría preferido hacer otra cosa que hablar con él.
—Para querer ser productor de cine, te cuesta encontrar la belleza en las pequeñas cosas.
Se encogió de hombros—. Siempre puedo hablar contigo para que las encuentres por mí.
Reí—. Lo dudo. Tengo que sacar matricula de honor para mi curso.
—¿Y eso por qué?
—Estoy estudiando con beca. Mis padres no pueden permitirse pagar la carrera. Tienen otros gastos y esta universidad es carísima.
—¿Por eso trabajas aquí también?
Mi sonrisa vaciló durante un par de segundos. La recompuse para que no viera mi cambio de actitud. Lo cierto es que la beca cubría todos los gastos de alojamiento, comida y créditos de asignaturas. El hecho de que trabajara aquí era un asunto completamente distinto.
—Sí —mentí. Sacudí la cabeza, ignorando esos pensamientos negativos y reemplazándolo por esa mirada que volvía a derretirse como chocolate—. ¿Tú también has pedido una beca?
—Sí —dijo, con una sonrisa temblorosa. Me miró unos segundos, como buscando algo en mí, dudoso, antes de contestar—. Mis padres murieron cuando yo era pequeño. He vivido desde que tengo uso de razón en un orfanato y cuando cumplí los dieciocho, no podían cuidar más de mí. Así que aquí estoy —se encogió de hombros.
Me llevé una mano a la boca. La angustia trepó por mi garganta.
—Ay Dios, lo siento mucho, Garret.
Sonrió—. No te preocupes, abejita. Fue hace mucho tiempo.
—¿Y tu hermano? ¿Sigue en el orfanato?
Volvió a mirarme. El corazón se me paró ante esa mirada, como si fuera la primera persona que le preguntara algo así.
—Sí, más o menos —susurró. Se aclaró la garganta—. Bueno, ¿cuándo voy a conocer a ese hermano tuyo, entonces?
Entorné la mirada en su dirección siendo consciente del intento que hacía por dejar ir las cosas. Igual que había hecho Jayden antes. Lo respeté. En mi interior sentí cómo mi corazón se derretía. Lo vi más hermoso de lo que ya era porque, incluso cuando estaba roto, seguía siendo la obra de arte más conmovedora que había visto nunca.
Sonreí.
—Primero tendrás que aprender a colocar los libros más rápido. Son las ocho de la noche y no hemos hecho ni la mitad.
—Lo dice la chica que se ha tirado parloteando toda la tarde.
Sonreí, inocente.
—Para algo soy tu jefa —le saqué la lengua.
Río y juro que fue una risa que hasta el mismísimo Beethoven habría querido interpretar.
—A sus órdenes, abejita —hizo una mala reverencia con el libro de Rapi Kaur aún en sus manos y una sonrisa curvando sus labios.
Lo miré. Sus ojos se me antojaron como el chocolate caliente en una noche de invierno con una manta y una tarde llena de películas por delante. Y, por alguna razón, me imaginé cómo sería disfrutar de aquello con él.
***
Buenoooo, abejitas mías, nuevo capítulo, como había dicho. ¡Quiero saber vuestras opiniones porfiii, me haría super feliz!
Espero que os encante, hablamos por twitter, instagram, por donde queráis preciosas. PD: Hay una playlist de esta novela en spotify bajo el mismo nombre, por si queréis ambientar la novela ;)
¿Qué es lo que más os está gustando? ¿Y lo que menos?
Besos y XOXO
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