Capítulo 26
PASADO 25
El segundo y último día del congreso nos portamos mejor. La comitiva de maracuchos mantiene las posaderas plantadas sobre sus respectivas sillas en el auditorio. Esta vez las ponencias si me entran por los oídos y mis ojos se mantienen alerta. No sé si es que las presentaciones están muy interesantes o que estoy en negación de que mañana nos regresamos a Maracaibo. Luego solo habrá un fin de semana escueto de por medio, y el lunes continuará la tortura.
Me pregunto si los estudiantes de Mecánica en la USB también sufren como nosotros.
Cuando ya toca despedirnos del campus tan bonito, arrastro los pies hacia el bus y me resigno a mi suerte.
Esta vez el trayecto es silencioso. La falta de sueño ya nos ha alcanzado y en vez de absorber todo por la ventana como una misma turista, me acomodo contra el frío panel de vidrio y cierro los ojos. Hoy no hay plan de rumba sino de relax en el hotel, y por qué no empezar desde ahora.
—Epa, Daya. Despierta que ya llegamos al hotel.
—¿Qué? Pero si han pasado cinco minutos —sale de mi boca incluso antes de que me logre espabilar. Froto mis ojos y al abrirlos confirmo que la cosa brillante fuera de la ventana es el letrero del hotel.
Javi casi tiene que cargarme hacia el ascensor. Nos apiñamos adentro hasta capacidad.
—¿Qué pedimos de comida? —me pregunta Juliette.
—La verdad no sé, tengo más sueño que hambre.
El trayecto se hace mucho más largo que el del bus, con cada parada que hace el ascensor para descargar gente. Cuando ya hemos menguado un poco me doy cuenta de que Tomás y Anderson están en la otra esquina. Aunque Tomás tiene la atención sobre su celular, Anderson me observa.
—Hoy no tomaste fotos —comenta de pronto.
—Sí tomé, pero solo de la gente que me importa.
Bufa pero no dice nada más. Espero que mi indirecta haya sido clara.
El ascensor respinga un poco al frenar y las puertas se abren. Salen Javi, Dimas, Anderson y Tomás que compartieron habitación, y quedamos las de mi cuarto. Subimos un piso más hasta llegar a la meta.
—Yo voy de primera al baño —anuncia Andrea a la vez que inserta la llave en la puerta.
—Después yo —repunta Erika.
—'Ta bien, yo de última —remato y Juliette me sonríe con agradecimiento.
Ya dentro de la habitación, caigo de narices sobre la cama que hemos compartido Juliette y yo y cierro los ojos para echarme otra siestecita. Pero un pensamiento me mantiene despierta. ¿A los muchachos también les tocó compartir cama? Porque eso si debe ser incómodo. Todos son grandes o altos. Seguro que Dimas y Javi compartieron cama porque se tienen confianza. Más vale que Anderson no le haya dicho nada raro de mí a Tomás, y que eso no sea la razón por la que Tomás hoy ni siquiera me dijo hola. Espero que no volvamos a ser como antes.
De pronto me pongo a soñar con tequeños de Monserrate.
—Um, tequeños. —Me incorporo para sentarme sobre la cama todavía medio dormida—. Yo quiero tequeños.
—Mira, tequeños —dice Juliette con una risita—, ya te podéis ir a bañar.
—Ah, bueno.
Como tortuga me levanto y recojo una muda de ropa y mis peroles de baño de mi maleta. Andrea está secándose el pelo frente al espejo y Erika está sentada sobre su cama viendo televisión. Es como si ellas dos dejaran sus lenguas fuera de la puerta y las únicas que hacemos ruido somos la televisión, Juliette y yo.
El hotel es pequeño y no muy elegante, pero lo bueno es que no se le acaba el agua caliente. Por eso escogí el último turno en el baño, para poder disfrutar de una ducha caliente muy larga. Me doy mi buen postín en el baño como no lo puedo hacer en mi casa porque a cada rato se nos va el agua. Cuando salgo en mi franela de Bugs Bunny y chores, me siento como una reina.
—Que lo apagues te dije.
—¿Qué? —Pero mi pregunta se esfuma como espuma en el mar porque el comentario no iba dirigido hacia mí, que voy recién entrando al cuarto. Desde nuestra cama, Juliette me hace un ademán de que no me meta.
En medio del cuarto, Erika y Andrea están conectadas por el control remoto de la televisión, la mano de una agarrando la parte de abajo del dispositivo, y la mano de la otra en la superior. Lo aprietan tanto que los canales se cambian solos tan rápido que marea.
Le hago un gesto a Juliette de «¿qué carajo pasa?». Ella arruga la cara.
—Que yo quiero ver televisión —gruñe Erika con la quijada apretada.
—Y yo estoy harta del ruido. Quiero paz.
—Había paz hasta que te pusiste con guebonadas.
Como están en medio camino, decido treparme sobre la cama de ellas para ir hacia la mía.
Mala idea, porque les llama la atención.
—¡Cochina, no camines sobre mi cama!
—Pero si me acabo de bañar. —Me freno sobre la cama de ellas para lanzarle una mirada asesina con propiedad a Andrea por el comentario.
—Es que éste es el problema. Yo no quería compartir habitación con ustedes.
—Nadie quiere compartir nada con vos, pendeja. —De un jalón, Erika arrebata el control remoto.
En esto ella tiene la razón, así que si quiere ver televisión toda la noche no me voy a quejar. De hecho, a mí también me están entrando ganas.
—¡Que no, dije!
Yo no sé si es por el alcohol que hemos estando tomando como agua o qué, pero a Andrea se le cruzan los cables y con reflejos de leona agarra una almohada del sofá y se la asesta a Erika con tanta furia que la tumba sobre su culo.
Erika inhala agudamente.
Yo sigilosa me bajo de la cama de ellas y me siento al lado de Juliette.
—Yo apuesto por Erika —murmuro lo más bajito posible.
—Y yo a Andrea, ¿no viste lo potente que fue ese coñazo?
—Siempre que no nos involucren no me importa.
Erika se levanta de un tirón y agarra la almohada con que la asestó Andrea y le cae a mandarria.
—¿Al final que vamos a pedir? —Podré sonar como si nada pero no despego la mirada del pleito, por si acaso. Y Juliette hace lo mismo.
—No sé pero tequeños no porque comemos eso todos los días.
—¡Desgraciada! —le chilla una a la otra, no sé cuál. Ya ambas están armadas de almohadas y mientras la una respira la otra le golpea, y viceversa. Sé que con lo poco mullidas que son, las almohadas no las van a lesionar gravemente. Lo que si me preocupa es que ya están empezando a volar plumas por el aire.
Alguien toca la puerta y como por arte de magia eso hace que las gladiadores se paren en seco. Más tranquila, me levanto de la cama y me asomo por el ojo mágico.
—Es Yael.
—Ábrele, que estamos cuadrando lo de la comida —explica Juliette.
Así que abro la puerta. Pero antes de que él logre decir lo que tenía en mente, sus ojos se posan sobre la escena caótica detrás de mí.
—Ains, ¿se están peleando con almohadas por mí? No se preocupen, muchachas, hay suficiente Yael Villalobos para todas.
—Dayana, apártate.
No sé por qué pero cumplo con la orden de Erika al instante. Y menos mal porque ella le lanza la almohada y conecta directo con la cara de Yael. Me parto de la risa ante la expresión de ofensa que aparece después de que la almohada cae al suelo.
Yael inhala profundo y en vez de picarse como pensé que iba a reaccionar, pega un grito inesperado.
—¡Guerra de almohadas!
El eco en el pasillo solo retumba por unos segundos cuando se abren las puertas y la gente se desparrama fuera de sus cuartos.
Yo nunca me hubiera imaginado que un montón de gente entre diecinueve y eso de veintitrés años de edad se iban a tomar en serio tal llamamiento. Ni que estuviéramos en el kínder. Pero un momento estoy riéndome de Yael y al siguiente estoy corriendo por mi vida por las escaleras.
Teófilo y Usnavy me persiguen como si yo fuera el trofeo. De vez en cuando logro atinarles un almohadazo. Nuestros chillidos y risas hacen eco por todo el hotel y yo creo que nos van a llamar a la policía, pero no antes de que nos aseguremos que no quede pluma sin esparcir.
Parece como si hubiera nevado en el piso de abajo. Gente entra y sale de los cuartos abiertos de par en par en búsqueda de nuevos retadores o de almohadas intactas. Teófilo se enreda con otros tres chamos que le vienen al ataque en conjunto y yo perdí a Usnavy hace rato. Entro en un cuarto equis a ver si quedan almohadas pero no hay suerte. Salgo de ese y entro a otro, pero me congelo.
El aire está impregnado de la colonia Hugo Boss.
Me doy la vuelta para salir y en ese instante entra el dueño de la fragancia. Tomás pestañea rápido y entrecierra los ojos como hacemos los miopes para ver mejor.
—¿Dayana?
—Sí, hola.
Él baja la almohada con la que venía a defenderse. Su cabello está revuelto y salpicado de plumas blancas. Respira rápido como yo y sus mejillas están rosadas.
«Mierda, es demasiado lindo».
Doy un paso a un lado para salir y él no me deja.
—Este, es una batalla campal ahí afuera.
Como si la providencia quisiera darle la razón, alguien pega un grito de Tarzán y se oyen una serie de golpes que se acercan cada vez más.
Tomás suelta la almohada y agarra mi mano. De la impresión, no pongo resistencia mientras me arrastra al baño y cierra la puerta. Reposa su hombro contra ella.
—Mierda, se me olvidó que el pasador de la puerta no sirve —murmura.
Tarzán vuelve a aullar y ahora suena como que está dentro del cuarto.
Mi instinto de supervivencia no es muy inteligente que digamos, porque lo que se me ocurre es halar a Tomás hacia la regadera y cerrar la cortina. Con la luz apagada y la adrenalina a millón, si alguien abre la puerta quizás no nos ve detrás de la cortina de plástico azul y no transparente. Si se les ocurre prender la luz sí que verían nuestras sombras al instante.
Pero yo sí veo a Tomás.
La luz de la calle se filtra por la pequeña ventana. Y la bañera no es lo suficientemente grande como para que haya gran distancia entre nosotros.
Nos quedamos en silencio, intentando calmar nuestra respiración para que Tarzán afuera no nos oiga. Algo diferente le debe haber llamado la atención porque sus pasos se alejan y parece que estamos a salvo.
El término es relativo cuando estás encerrada a oscuras con un chamo que te hace palpitar el corazón más rápido que una guerra de almohadas épica.
Debato en si moverme, en si salir de este baño y de este cuarto sin mirar atrás y volverme a lanzar a la batalla. Es lo más prudente. Sería mucho mejor tragar plumas y esquivar golpes que a que alguien nos consiga así.
Y sin embargo, es como si hubieran salido raíces de mis pies.
—¿Qué le pasó a tus lentes? —Aunque suave, mi voz retumba por las paredes del baño.
Tomás traga tan grueso que lo oigo con claridad.
—Los tengo en el bolsillo.
¿Cómo es posible que solo con ese comentario, su voz me haya puesto la piel de gallina?
—Ah, qué inteligente —comento con voz ahogada—. ¿Por qué no usáis lentes de contacto como yo?
—Me molestan.
—Pues a mí más bien me molestan los de montura.
—Te ves bien como sea —murmura.
Abro la boca a ver si inhalando por ahí puedo reactivar mis pulmones, que parecen no funcionar después de ese comentario.
Tomás da un pequeño paso adelante, ínfimo, lo suficiente como para que su respiración acaricie mi rostro. De la sorpresa doy un paso atrás y tropiezo con el manubrio de la regadera.
Un chorro de agua fría nos ataca sin tregua. Logro ahogar mi chirrido por pura fuerza de voluntad. Antes de que Tomás diga ni pío, tapo su boca con mi mano. Mis chanclas patinan sobre la superficie mojada de la bañera. Pero Tomás es rápido. Sus brazos rodean mi cintura y me ataja antes que nos tumbe a los dos.
El ruido que hayamos hecho no parece haber atraído a Tarzán o a otros, así que bajo mis manos y con una, a tientas, logro cerrar la regadera. La otra se aposenta sobre el pecho de Tomás y siento su corazón latir a toda máquina.
—Este...
—Ah, perdón. —Me suelta.
—No, gracias. —Doy un paso atrás.
Pero él no se aleja. Su mano aparta mi cabello mojado de mi cara con delicadeza. Se siente tan caliente contra mi cuello que sube la temperatura de mi cuerpo como por arte de magia. Ese no es el problema.
El problema es que sus ojos, abiertos a media asta, están clavados en mis labios. Solo eso hace que los míos cosquilleen, y les paso la lengua para aliviar la sensación.
No funciona, de hecho ahora me cosquillea todo el cuerpo.
Lo peor de todo es que no puedo controlar mi mano. Sigue sobre su pecho y la muy condenada aprieta un puñado de su franela mojada. Con ella siento a Tomás inclinarse hacia adelante. No reúno la fuerza para apartarlo porque...
Quiero besarlo con todas las fibras de mi ser.
Mis párpados empiezan a cerrarse y siento el leve roce de sus labios con los míos, suave como una pluma. Cada nervio de mi cuerpo se enciende como un farol. Inhalo su aliento y el aroma de su perfume que me ha atormentado desde el primer día.
Y de golpe recuerdo por qué esto no puede ser. Y por qué esta noche extraña se descarriló como lo hizo.
Andrea Vélez.
Lo empujo tan fuerte que Tomás se estrella contra la pared opuesta del baño. Esta vez mis piernas no me fallan y logro salir de la bañera sin accidentes. No me importa si me asestan un almohadazo. Huyo del cuarto como si fuera una escena de crimen.
Porque estuve a punto de cometer uno. No puedo creer que casi besé al novio de Andrea.
NOTA DE LA AUTORA:
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