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Motivado

Si algún bailarín es capaz de decir que cuando estaba en primer año le gustaban las clases de ballet, yo realmente dudaría que fuera cierto. A veces era súper tedioso. Cada día la misma rutina. Ejercicios en la barra y el centro del salón, clases de escolaridad, y cuando llegaba la noche, al menos yo, estaba agotadísimo y solo quería caer sobre mi cama y dormir al menos durante una semana completa. Todo para al día siguiente volver a levantarme y repetir la misma jornada, casi idéntica a la anterior. Era como estar atrapado en un bucle sin fin. Pero en el fondo, había algo en ese bucle que me mantenía atrapado. Motivado.

El curso escolar avanzó poco a poco. Nuestras clases de especialidad ya no eran ejercicios sencillos en las barras ni nada por el estilo. El profesor Daniel Alejandro comenzó a impartirnos distintas materias, como por ejemplo danzas del folklore campesino. Por citar algunas: la caringa, el zapateo, el son, entre otras.

Además, comenzamos a aprender bailes clásicos de salón: vals, minué, pavana, y las danzas de carácter, las cuales eran de nuestro agrado y preferencia.

Las danzas de carácter son mayormente los bailes folklóricos nacionales de un país, llevados al ballet, como por ejemplo, la polca, la mazurca, la czarda. El profesor Daniel Alejandro nos enseñó cómo se bailaban y nos puso ejemplos de ballets en los que se podían apreciar: El Lago de los Cisnes, Cascanueces, Coppelia. En cierta ocasión nos llevó al Teatro Principal para que viéramos un ensayo del Ballet de Camagüey, que daría unas presentaciones de la última obra mencionada y fue maravilloso disfrutar de aquella rítmica coreografía del primer acto de la obra.

Cuando salimos del teatro, Siany, Dánae y yo compartimos recuerdos sobre nuestra actuación en la Fiesta Provincial de la Danza. Los demás escuchaban nuestras historias con vivo interés, principalmente el profesor Daniel Alejandro. Él había estado allí también. Lástima que no recordara haberlo visto. Nos sorprendió enormemente saber que él había sido el encargado de preparar a la pareja que interpretó el pas de deux Romeo y Julieta. Me pareció increíble. Los muchachos que tanto yo había admirado, habían sido alumnos de mi profesor. Ellos ahora estaban cursando el décimo grado, o sea, el primer año del nivel medio en la Academia de Artes Vicentina de la Torre.

Jero nos dejó boquiabiertos a todos cuando nos dio una breve reseña acerca de quién había sido Vicentina de la Torre: una camagüeyana que residiendo en La Habana había sido alumna de Alicia y Fernando Alonso, en la academia que llevaba el nombre de la prima ballerina assoluta de Cuba. Tras los acontecimientos de 1956 perpetrados por el gobierno de la época, siendo imposible continuar la obra iniciada para el desarrollo del ballet en nuestro país, la joven agramontina regresó a su ciudad natal y decidió poner en práctica los conocimientos adquiridos. Su labor, su entrega y sacrificio dieron origen al Ballet de Camagüey:

_ Si no consigues ser bailarín puedes lograr una buena carrera en historia del arte, Jero._ bromeó el profesor, y se dirigió a todos nosotros diciendo._ Vicentina de la Torre no descansó hasta crear en Camagüey una cultura del ballet. Ella tuvo un sueño y lo defendió hasta el final, con todas las fuerzas de su corazón. Espero que ustedes sepan hacer lo mismo.

Cada día el profe nos aconsejaba lo mismo. Decía que cuánto uno se propone en la vida, debe hacerse con el mayor amor posible y con todas las fuerzas del corazón. Y por ellos cada uno de nosotros se esforzaba al máximo. No resultaba fácil, pero debíamos poner todo de nuestra parte. La preparación técnica era rigurosa, el profesor nos daba incluso, nociones de elementos que no debíamos conocer hasta años superiores, además, había comenzado a exigirnos a los varones que realizáramos ejercicios físicos:

_ Un bailarín debe tener la fuerza suficiente para levantar a una bailarina con la misma ligereza con que levanta una flor.

Siempre nos advertía además que no deseaba masas exageradas de músculos:

_ Esto es una escuela de ballet, no de fisiculturismo.

En el gimnasio de la escuela, donde había todo tipo de aparatos para ejercitar cualquier parte del cuerpo: brazos, piernas, tobillos. Además, existía un equipo de fisioterapeutas que se encargaban de ayudarnos juntamente con el profesor a realizar los ejercicios. Por otra parte, no podíamos descuidar las clases de escolaridad con todas las materias que se nos impartían, entre las cuales, era el francés la que más me golpeaba. Por más que me explicaban que era necesario aprender a hablar en ese idioma, o al menos dominar algo de él, puesto que muchos de los términos estaban expresados en dicha lengua, a mí me parecía innecesario. Me resultaba sobre todo difícil la pronunciación, en la cual Ettienne y Siany me ayudaban. Virgilio y Dubia nos enviaron a ambos un diccionario de francés y español para que nos fuera útil en nuestro aprendizaje, mas, ni aún así mejoré. Mis calificaciones en francés siempre fueron algo bajas.

A medida que avanzaban las clases, iba observando el desempeño de mis compañeros. No soy exagerado al afirmar que en nuestro grupo había derroche de talento más que en los otros. Ghislaine prometía ser una excelente bailarina. Su extensión de piernas era envidiable, al igual que sus empeines.

Dánae también despuntaba talentosamente. Su trabajo con los port de bras eran de una exquisitez plena. Ludmila nos dejaba mudos a todos. Estábamos acostumbrados a su carácter serio y recogido, a su silenciosa actitud, pero cuando bailaba, aquella Ludmila desaparecía, se transformaba en otra muy diferente, rodeada por un aura misteriosa que la iluminaba ante nuestros ojos. Sobre todo, demostraba poseer una gran capacidad interpretativa, como acostumbraba a llamarla el profe. Ella podía dar a demostrar en su danza diversos estados de ánimos con un histrionismo sorprendente a su edad.

Miroslava también se destacaba en su modo de bailar. Su fuerte eran los saltos, los cuales ejecutaba con elegancia. Solo había algo que no me agradaba de su baile. Empleaba en ella tal aire sombrío, tal sequedad... Se puede decir que sus movimientos eran mecánicos. Aunque había cambiado un tanto su actitud para con nosotros, continuaba considerándose especial, altiva, observándose en todo momento en los espejos del salón. El profesor la requería varias veces, aconsejándole bailar menos de memoria, y más con el corazón.

Amairaní me encantaba. Era un verdadero gusto verla, principalmente cuando adquiría alguna pose, las cuales resultaban realmente graciosas y estilizadas. El único problema de Amairaní era aquella insoportable afición suya por comer.

Pero de las hembras, indudablemente la más talentosa en todos los sentidos era Siany. Tal vez mi cariño y apego a ella me hacían idealizarla, pero creo que no era el único que pensaba igual. En Siany se resumían cada una de las capacidades de mis compañeras. Era un verdadero deleite para los ojos verla realizar ejercicios en la barra o en el centro del salón.

Referente a la labor de los varones, puedo decir que Jero era uno de los mejores en términos generales, aunque Ari y Ettienne no eran menos. Ari mostraba una rara aptitud para los saltos y Ettienne poseía una elasticidad envidiable y prometía cierta habilidad con los pies que le auguraba éxitos futuros. En cuanto a mí, no puedo decir gran cosa. Mi desempeño era normal, común y corriente. Hacía lo que debía hacer y punto, aunque trataba siempre de hacerlo lo mejor posible.

Éramos solo un grupo de niños iniciando en los senderos por los que debíamos transitar durante cinco años, antes de la primera ronda clasificatoria. Todavía, a la hora de bailar, se podía notar el cierto acartonamiento de los chicos de nuestra edad, con movimientos a veces algo rígidos. Pero poníamos alma y corazón en lo que hacíamos.

El curso continuaba avanzando. El profesor nos montó algunas coreografías sencillas para varios eventos político-culturales, sin muchas complejidades técnicas. Aún guardo especialmente en mi memoria y creo que jamás lo olvidaré, la oportunidad que tuve de estar frente a Fernando Alonso, el cofundador del Ballet Nacional de Cuba y reorganizador del Ballet de Camagüey. Estaba en la ciudad para celebrar su cumpleaños. Fernando Alonso se consideraba a sí mismo, fiel amante de Camagüey, donde había vivido y trabajado durante muchos años. En aquella ocasión visitó la escuela y se le ofreció un sencillo homenaje. Siany, Jero y yo fuimos seleccionados para participar en dicho tributo. Siany le hizo entrega de un ramo de flores, y Jero y yo de un hermoso cuadro y un diploma bellamente enmarcados. Entre los recuerdos más emotivos que guardo en mi corazón, ese es uno de ellos, haber estado cerca de uno de los grandes maestros en el arte danzario, uno de los pilares de la escuela cubana de ballet.

Debo confesar que en todo el tiempo transcurrido, había surgido en mí un gran apego a la escuela, y no solo en mí, sino en todos los demás. Las semanas en que salíamos de descanso a nuestros respectivos hogares resultaban hasta cierto punto dolorosas. Como residíamos en distintos municipios, lamentábamos los pocos días de separación que vendrían. Dánae y yo acudíamos a estudiar o a entrenar a casa de Siany. Nuestras sospechas acerca de un posible enamoramiento entre Ari y Dánae aumentaron, puesto que ella no hacía más que hablar de él, lo cual nos resultaba sumamente gracioso. Los días que estábamos en el pueblo, Andie se encargaba de prepararnos y se nutría además de lo que íbamos aprendiendo. Nosotros a veces la ayudábamos a impartirles talleres a sus nuevos alumnos. No dejaba de preocuparse por nosotros, de interesarse en lo que estábamos aprendiendo en la escuela. A veces, se le escapaba alguna que otra pregunta sobre nuestro profesor. Habíamos notado cierto interés de ella hacia él, desde un día en que había ido a visitarnos a la escuela y había entrado al salón donde recibíamos las clases. Daniel Alejandro y Andie habían quedado como atontados al verse y él no pudo contenerse algunas averiguaciones respecto a nuestra ex-profesora, en cuanto ella se despidió.

Casi sin darnos cuenta el año escolar llegó a su fin. Con inmenso dolor dije adiós por dos meses a mis queridos amigos, incluso a Miroslava, que mantengo, había cambiado un poco su actitud para con nosotros. Solo un poco. Nos despedimos del profesor Daniel Alejandro e intercambiamos direcciones y números telefónicos para mantenernos en contacto. El profe nos advirtió que aún de vacaciones, no dejáramos de lado nuestra preparación física dondequiera que estuviésemos.


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