El inicio de todo
La primera vez que entré en contacto con el ballet fue cuando tenía cinco años. Estaba sentado en la sala de mi casa viendo el televisor y transmitían un programa variado infantil en el cual presentaron un fragmento del segundo acto del ballet Coppelia. Me fascinó sobremanera lo que vi. Cuanta magia y fantasía había en aquella escena donde los bailarines interpretaban muñecos en una especie de juguetería. Por supuesto, en aquel entonces yo no era capaz de saber exactamente qué significado tenían aquellos suaves gestos que me cautivaron enormemente.
Recuerdo que una hora después me puse a tratar de imitar los movimientos que había visto en el televisor, con tan buena suerte, que mi padre me sorprendió. Nunca he comprendido, _ ni comprenderé_ ese absurdo desdén machista hacia el arte, y más específicamente, hacia el ballet. Mi padre era el típico macho cubano, orgulloso del sexo varonil. Para él resultaba una ofensa mayúscula que hubiese hombres que bailaran profesionalmente. Aquella tarde recuerdo que me regañó fuertemente. Llegué a creer que iba a golpearme, pero por suerte no lo hizo. En cambio, me gritó cosas horribles:
_ ¡¡Los machos no hacen esas pajarerías!! ¡Los machos juegan pelota, bolas, bailan trompos o se bailan a una jeva en la cama! Pero nunca... Óyeme bien Raúl ¡Nunca bailan cositas raras de esas! ¡Que no te vuelva a ver en esa gracia!
Evidentemente no estaba dispuesto a ganarme una paliza de mi papá. Una vez me azotó con un cinto y estuve sin poderme sentar un día entero, con toscas marcas moradas en los glúteos y las piernas. Mi mamá le peleó bastante y lo acusó de salvaje. Desde aquel entonces le tuve terror a mi papá y trataba de obedecerle en todo y de no molestarlo con tal de que no me golpeara. Era el rey de la casa. Su palabra era ley.
Dos años después, descubrí que me gustaba bailar, pero no me atrevía a hacerlo por temor a ocasionarle un fuerte enojo a mi papá. Ya tenía la amarga experiencia de que mi maestra de segundo grado había preparado una danza campesina en la que primero fui el principal, pero cuando él se enteró me obligó a dejarlo. En vano mamá trató de interceder por mí. La negativa fue rotunda:
_ Ningún hijo mío varón va a bailar como mariquita delante de nadie.
_ Jerónimo, _ trató de explicarle mamá._ Raúl no es el único que va a bailar. Otros varones de su aula...
_ ¡Te dije que no Eleonora!_ rugió papá._ ¡Raúl no va a meterse en nada de bailecitos y esas pajarerías! ¡El tiene que ser macho-macho! ¡Primero lo mato antes que verlo en algo de eso!
Así era mi padre. Así pensaba Jerónimo Emiliano Nieves Rodríguez. No pude bailar, y nadie supo cuanto me dolió no poder hacerlo. Decidí sepultar el arte, principalmente la danza, aunque aún soñaba con bailarinas danzando con sus tutús clásicos como platos confeccionados con tules y encajes. Aún se me aceleraba el corazón al ver por la televisión escenas de ballets y hacía un esfuerzo supremo por no imitar aquellos gestos que me encantaban.
Mi padre decidió que yo debía hacer deportes para fortalecerme y que supiera defender y no dejar que nadie me metiera el pie. Primero fue el boxeo. Solo asistí una vez. Recibí un puñetazo que me rompió el labio inferior y fue suficiente para colgar los guantes.
Después el béisbol. Asistí un mes entero. Me gustaba, pero yo era pésimo al bate y la mayor parte del tiempo estuve en la banca. Desistí.
Detrás siguieron el fútbol, el baloncesto, esgrima, atletismo. Nada. Al final, siempre la misma historia. Terminaba dejando los entrenamientos. Me gusta el deporte, pero no para practicarlo yo precisamente. Y eso era algo que mi papá no entendía.
Un día, o mejor dicho, una tarde, me tomó de la mano y me llevó a un sitio. Era una pista deportiva donde entrenaban kárate. Fue donde más duré. Practiqué kárate durante dos años. Tuve un profesor exigente, que veía buenas aptitudes en mí, _no acabo de entender donde_ le decía a mi papá que yo era de sus mejores alumnos. Realmente trataba de hacer las cosas lo mejor posible con tal de tener contento a mi padre. Memorizaba todas las catás que nos enseñaban, lanzaba patadas y golpes que los otros chicos envidiaban, y a veces, hasta yo mismo impartía clases a los niños más pequeños o que se iniciaban, a petición de mi entrenador. Fui a algunas competencias, incluso, en una ocasión llegué a nivel provincial y obtuve medalla de oro. Papá estaba feliz, orgulloso. Ya me veía como una gloria del deporte. Decía que yo iría a estudiar a la EIDE de Camagüey. Apenas tenía yo tiempo para soñar con bailar. Hasta un día...
Ya tenía nueve años. Cursaba el cuarto grado. Tenía además dos hermanitas gemelas menores que yo: Shirley y Shaina, de cuatro años. Las amo, pero a veces quisiera retorcerles el cuello y esconder los cadáveres. Mi rutina se resumía en ir a la escuela y en las tardes a los entrenamientos de kárate. Todo parecía indicar que mi vida estaría encaminada definitivamente a convertirme en deportista, algo que en verdad, no me apasionaba.
Lo único que a mi papá no le molestaba que yo hiciera al respecto del arte, era dibujar. No lo hacía nada mal. Quizás no era un DaVinci, ni un Carlos Enríquez, pero me defendía bastante bien con los colores y unas hojas de papel en blanco.
Se hizo una selección en mi escuela de diez niños que supieran dibujar, para impartirles clases en la Casa de Cultura del pueblo. Entre ellos, estuve yo. Los talleres serían dos veces por semana y no coincidirían con mis entrenamientos de kárate, lo que a papá le tranquilizó e hizo que aceptara. Jamás olvidaré aquella tarde. Mi vida cambió desde ese entonces.
La Casa de Cultura Luis Casas Romero se erguía ante mí. Majestuosa, con sus salones llenos de bullicio y constante actividad. Ignoraba lo que dentro de ella me esperaba. Nos pasaron a un salón en el que se mostraba una exposición de pinturas, objetos de cerámica y tallados en madera. El profesor al frente de la clase nos explicaba que aquellas eran obras de artistas locales y decía otras cosas que no recuerdo, porque realmente no estaba escuchando. Mi atención había sido atraída por un grupo de niñas que acompañadas por sus madres, habían comenzado a llegar y subían por la escalinata del lobby hacia los pisos superiores. Algo dentro de mí ansiaba enormemente saber a donde se dirigían. Me preguntaba que había en el segundo y tercer piso de aquel plantel.
Las clases de artes plásticas me resultaron terriblemente aburridas. La existencia de tantas técnicas para dibujar terminó por aturdirme. Pedí permiso para ir al baño con el único objetivo de salir fuera y respirar aire fresco. Dentro de aquel pequeño salón sentía que me asfixiaba.
En el segundo piso, donde precisamente estábamos, además del salón de artes plásticas, estaba el de música, el de teatro y la biblioteca. Junto a esta, se elevaba una escalinata desde donde me llegó una suave melodía y una voz adulta, femenina, que contaba de uno a ocho de un modo cadencioso.
Atraído por la música y la voz quise saciar mi curiosidad. Miré hacia atrás, para cerciorarme que el instructor no me veía, y poco a poco, con temor de ser atrapado y la ansiedad de descubrir que había arriba, fui subiendo hasta llegar.
Ante mí se extendía un amplio salón, en el cual había muchas niñas, _ alrededor de treinta_ y una mujer que parecía impartir una clase. Algunas de esas niñas las había visto llegar y sus madres estaban sentadas aparte, en un muro o fuera del salón, en un inmenso balcón que rodeaba todo el edificio prácticamente. Sin hacer ruido me senté en el último peldaño y con los ojos muy abiertos observé cuanto sucedía. No tardé en descubrir con emoción, que se trataba de una clase de ballet.
Las niñas, de todas las razas y de diferentes edades, vestían leotardos de gimnasia, o trusas de playa. Algunas calzaban zapatillas de tela, medias o iban descalzas. Todas llevaban el cabello recogido en moños. Hacían suaves ejercicios con los brazos y los pies, al compás de la música y del conteo de la instructora, una mujer joven, de unos treinta años. Era alta, esbelta, con el cabello castaño oscuro recogido en una coleta que le rozaba la mitad de la espalda. Tenía una afilada nariz que le sobresalía en el rostro donde brillaban los ojos más azules y penetrantes que recuerdo haber visto anteriormente. Se paseaba por entre las niñas, repitiendo incesantemente su conteo, que se elevaba por encima de la música, proveniente de un reproductor conectado en un rincón al que no tenía acceso visual desde donde me encontraba.
Permanecí atento. No quería perder ningún detalle. Aquella oportunidad era mágica y única. Allí estaba yo, olvidado de todo, hasta de mí mismo. No pude evitar cierto temor cuando la profesora se dio cuenta de mi presencia. Pensé que me echaría de allí, pero me equivoqué. Ella me miró por unos segundos, con sus hermosos ojos azules llenos de curiosidad e interés y prosiguió su lección. Respiré aliviado. Todo indicaba que mi presencia no estorbaba, aunque no fue por mucho tiempo. Preocupado por mi tardanza, el instructor había salido en mi búsqueda, y tuve que regresar al salón a dibujar tontas naturalezas muertas carentes para mí de todo interés.
Aquella noche casi no pude dormir. Solo pensaba en la clase de ballet, o el fragmento de ella que había presenciado. Deseaba ardientemente que llegara el próximo encuentro en la Casa de Cultura. No asistiría a la clase de artes plásticas. Iría a disfrutar de otra lección de danza, pero esta vez, de forma íntegra.
Hasta ese entonces los días transcurrieron lentos. Cuando se presentó la ocasión le dije bien claro al instructor que no estaba interesado en continuar recibiendo el taller, por lo que estuve libre para subir a la tercera planta, sentarme en el mismo sitio y disfrutar de lo que realmente atraía mi atención. La profesora estaba ayudando a varias niñas a hacer el split. Algunas lloraban, se quejaban, gemían adoloridas. Yo las entendía perfectamente. En el kárate había tenido que aprender a hacer los tres tipos de split y había sido muy doloroso. Para mí no tanto, porque siempre he tenido una gran flexibilidad corporal. Sin embargo, no podía dejar de burlarme inconscientemente de aquellas pobres chiquillas infelices que sufrían indescriptiblemente.
La profesora ya me había visto. Otra vez su mirada fue mezcla de curiosidad e interés. Dio orden a todas las niñas de que se organizaran, y tras colocar un CD en el reproductor, inició el conteo repetitivo hasta ocho, observando a todas las chicas que parecían flotar, paradas sobre las medias puntas de los pies y moviendo los brazos con una suavidad exquisita que me aceleraba el pulso. Tan abstraído estaba, que no me di cuenta que la profesora seguía mirándome de soslayo.
Las niñas ahora se movían, creando diferentes formaciones, alternando en parejas, ejecutando rítmicos saltitos sobre una sola pierna con la otra levantada y extendida hacia atrás. Noté que había algunas niñas que no formaban parte de la coreografía. Estaban sentadas en el suelo, observando la ejecución de sus compañeras. Había una cuyo rostro estaba contraído en una mueca desdeñosa.
La profesora dio la orden de detener el ensayo. Puso fin a la música y dio unos minutos de descanso. Estaba dispuesto a levantarme para irme, cuando se me acercó y se agachó junto a mí:
_ Buenas tardes._ me saludó con tono alegre.
_ Buenas tardes._ respondí sin poder ocultar mi nerviosismo.
_ ¿Tú no estuviste aquí mirando el otro día?_me preguntó.
Respondí que sí con un receloso movimiento de cabeza. Ella prosiguió:
_ ¿Qué te pareció lo que viste ahora?
_ Está lindo._ dije.
_ ¿Por qué vienes a ver mis clases?_ preguntó esta vez, y no me dejó contestar al cuestionarme más directamente._ ¿Te gusta el ballet?
Por supuesto, la pregunta me dejó sin habla. No me lo esperaba. Apenas pude responder con un gesto entrecortado que no era ni un sí ni un no. En el fondo, me avergonzaba manifestar mi afición por la danza. Con una sonrisa misteriosa ante mi turbación, me tomó de una mano y me dijo muy dulce:
_ Ven conmigo.
Me arrastró hacia el centro del salón. Yo temblaba y comencé a sudar. Las niñas y las madres presentes al momento clavaron sus miradas en mí, llenas de interés.
La profesora me llevó hasta el fondo del salón, sobre una plataforma pequeña y circular. Me pidió que me quitara los zapatos y que me parara derecho, juntando los talones y tratando de abrir los pies lo más que pudiera. Fue trabajoso e incómodo, puesto que no podía flexionar las rodillas en aquella posición, además, me costaba mucho mantener el equilibrio, por lo que la profesora me sostenía las manos. Y lo hice. Las cejas de la profesora se alzaron un poco al contemplar mi proeza. Luego, me pidió que levantara una pierna hacia delante y que estirara el pie hasta que me doliera. Levanté la pierna tanto como pude, casi por encima de mi cabeza, despertando gran sorpresa en todos los presentes que no me quitaban los ojos de encima y cuchicheaban como enloquecidas. La profesora se echó a reír y tuvo que pedirme que no subiera tanto la pierna. Bajé un poco e hice lo que me pedía. Resultó ser igualmente incómodo, aunque no tanto, pero creo que le agradó como lo hice, porque me dijo:
_ Tienes un buen empeine... ¿Sabes hacer el split?
¿Qué si sabía hacer el split? No tuve que responderle con palabras, al momento ya lo había hecho delante de ella y todas sus alumnas. Una señora de aspecto encantador, estaba sentada junto al grupo de madres y se nos acercó:
_ Parece que tiene buenas condiciones._ opinó.
_ Si. _ respondió la instructora._ Por lo menos tiene buena elasticidad, empeine, es delgadito...
_ Y muy lindo._ añadió la anciana mirándome con una sonrisa pícara que me hizo enrojecer.
Con unas palmadas, la instructora llamó nuevamente a las niñas. Una se atrevió a preguntar:
_ Profe ¿El va a ser el príncipe?
_ Sssshhh..._ ordenó la profesora llevándose un dedo índice a los labios._ No vamos a hacernos ilusiones. Recuerden lo que pasó con el último varón que vino.
_ Pero el otro no era tan bueno._ dijo una.
_ Si, este sabe hacer el split._ añadió otra.
_ Y levanta la pierna altísimo._ chilló una más.
_ No es gordo como el otro._ señaló una cuarta.
_ Yo hablaré con él, pero ahora ustedes van a ensayar... ¡Y desde el inicio!
Las protestas no se hicieron esperar, pero sin prestarles atención, la profesora impuso orden y luego de iniciada la música, las chicas no tuvieron más remedio que comenzar. Primero bailaron dos niñas solas, después, cuatro. El resto permanecía inmóvil, en una posición unánime que a veces rompían para ejecutar isócranamente algún que otro sutil movimiento. Yo las observaba, hechizado, poseído por la música y el baile de ellas. De repente, la profesora irrumpió en el ensayo, acompañada de otra niña, la misma que había visto observar a las demás con desdén en su rostro. Ambas se movían delicadamente, aunque, tuve la impresión de que lo que bailaba la instructora, correspondía más a un hombre que a una mujer. Al finalizar, casi estuve a punto de aplaudir de no haberme contenido lo suficiente. La instructora señaló los errores que había visto durante el ensayo y a algunas niñas en específico les aconsejó en qué pasos debían trabajar más para lograrlos mejor. Las niñas comenzaron a marcharse, algunas solas, otras con sus madres. La instructora recogió su reproductor de música, y mientras se quitaba las zapatillas de tela y calzaba sus tenis me dijo:
_ Llevo seis meses preparando esta coreografía. Desde finales del curso pasado. Quiero presentarlo en el mes de octubre en la Fiesta de la Danza. Escogí el segundo acto de El Lago de los Cisnes. Le hice una versión súper reducida y acorde técnicamente a la edad infantil. He trabajado duro con las niñas, sus madres están preparando los vestuarios y todo lo que haga falta._ suspiró profundamente al decir._ Pero lamentablemente aún necesitamos lo más importante, que es un varón que haga el papel del príncipe Siegfried. Hemos tenido ya cuatro varones y siempre pasa algo que nos hace quedarnos como en el principio, en cero. El primero que tuvimos se acomplejó porque los demás muchachos se burlaban de él. El segundo tenía interés de hacerlo, pero no era bueno técnicamente. El tercero, la familia no lo dejó. Y así ha sido un problema tras otro, y ya falta un mes para el festival, y los padres de las niñas están preocupados.
Y ella también, aunque no lo dijo se lo notaba en los ojos. Aún no sé que fuerza poderosa me empujó. Ni siquiera pensé cuando dije:
_ Yo lo haré.
La instructora me miró con sorpresa, como si no creyera en mis palabras, pero al advertir la seguridad y la firmeza en mi semblante, se dio cuenta que hablaba en serio:
_ ¿Estás seguro?_ me preguntó, un poco dudosa.
_ Si, quiero bailar. Me gusta el ballet._ respondí. Yo mismo estaba sorprendido de mi ímpetu
_ Pero, ¿Y tu familia? ¿Ellos estarán de acuerdo?
_ ¡Si, si! ¡Ellos me dejan!
Tal vez me creyó, quizás no, sin embargo, me dijo que regresara al día siguiente por la tarde. La verdad es que yo mismo no creía en todo lo que había dicho ¿Cómo podía decir que mi familia iba a estar de acuerdo? Si mi papá se enteraba que me había apuntado en ballet, le iba a dar una convulsión, y las probabilidades de que me asesinara eran de un ciento cincuenta por ciento.
Antes de irme, quise saciar mi curiosidad. Tenía una duda que me golpeaba fuertemente:
_ Profe ¿Qué le pasó al cuarto niño?
Ella me miró:
_ Su padre no estaba de acuerdo en que él estuviera en ballet. Vino un día a un ensayo y se lo llevó dándole una paliza.
Aquel relato me puso los pelos de puntas. Eso mismo me pasaría a mí si mi padre se enteraba de lo que estaba a punto de hacer. Esa noche me acosté temprano, no porque tuviera sueño, sino para pensar bien en lo que haría. Por un lado, estaba el deseo que tenía de bailar, de verme como esos bailarines atléticos que salían por la televisión, pero por otro, estaba el terror por mi padre, el temor de ser descubierto por él y correr la misma suerte de aquel desdichado del que me habló la profesora. Aún estaba a tiempo de retirar mi palabra. Podía decirle que mis padres no estuvieron de acuerdo como yo creí que estarían y... y entonces me quedaría nuevamente con los deseos de bailar, como cuando la danza campesina de segundo grado. Todo parecía indicar que nunca haría realidad mi sueño, y una vez escuché decir a una amiga de mi mamá, que la gente que no hace realidad sus sueños, vive infeliz y frustrada por siempre. En aquel entonces no sabía que quería decir ser un frustrado, pero sí conocía el significado de infeliz, y me aterraba la idea de no ser nunca una persona feliz.
Tardé en dormirme aquella noche, agobiado por mi indecisión y mis temores. Escuché incluso cuando llegó mi papá de la calle y como mi mamá le peleaba. Desde hacía algún tiempo, papá estaba llegando tarde a casa, a veces, hasta borracho, lo que a mamá le molestaba mucho. Cuando abrí los ojos ya había amanecido. Durante toda la mañana continuó desatándose en mi mente aquella lucha que apenas me permitió prestar atención a las clases. Al llegar la tarde, mi decisión estaba tomada: con mucha pena le diría a la instructora que no podía formar parte de la coreografía porque mi padre no me lo permitía. Pero al llegar a la tercera planta de la Casa de Cultura, todo mi valor de renuncia se desplomó. Como siempre, allí estaban las niñas, sus madres y la instructora, que al verme sonrió entusiasmada y corrió hacia mí:
_ ¡Llegaste! ¡Qué bueno! Dime tu nombre para presentarte a las niñas y a las madres.
_ Ra... Ra... Raúl Nieves Díaz._ pude contestar a duras penas.
Me tomó suavemente del brazo y tiró de mí. Sentía mis piernas como de plomo, la garganta reseca. Ella, con visible alegría, anunció los presentes:
_ ¡Atiendan todas, traigo una buena noticia! ¡Ya tenemos al príncipe Siegfried que necesitábamos!
Las niñas aplaudieron e intercambiaron murmullos pícaros entre ellas:
_ Él es Raúl Nieves Díaz... Espero que lo ayuden y apoyen en todo.
Luego me miró a mí y se presentó:
_ Yo soy Andie Martínez. Soy instructora de ballet. A las niñas las irás conociendo poco a poco, mientras tanto, te presentaré a la que bailará contigo.
Y me puso delante a...
_ Ella es Maricary.
Ante mí estaba la chiquilla que miraba a todas con expresión desdeñosa. Extremadamente blanca, con el rostro salpicado de pecas y unos ojos carmelitas llenos de orgullo y altivez. Me miró con cierto desinterés y acarició sus negros cabellos estrictamente peinados hacia atrás:
_ Yo soy Odette, el personaje principal de la obra.
¡Qué pesada! Hasta su voz daba a entender lo odiosa que era. Ese aire de grandeza y prepotencia me molestó enormemente. Su madre también vino a saludarme. Nunca vi que se cumpliera mejor el dicho ese que expresa: De tal palo, tal astilla. Maricary y su mamá eran tal para cual:
_ Bien, las niñas solistas van a unirse a las niñas del cuerpo de baile y van a ensayar toda la coreografía. Maricary y yo vamos a ensayarle a Raulito lo que tiene que hacer.
Fue entonces cuando recordé lo que quería hablarle a Andie sobre mi decisión, mas, no pude decir nada. Ver su alegría y a las chicas ya formadas para empezar a bailar, nubló mi mente, lo olvidé todo, solo pensé en los deseos que tenía yo de estar allí. Mientras las niñas ejecutaban sus partes con asombrosa uniformidad, Andie me explicó brevemente de qué se trataba la coreografía. Me repitió que había realizado una pequeña versión de un clásico del ballet universal: El Lago de los Cisnes. Representaría el segundo acto, en el que el príncipe Siegfried encuentra en un lago a una princesa hechizada por un malvado brujo, condenada a ser un cisne de día y humana de noche. Me encantó la historia nada más escucharla. Andie empezó a enseñarme a caminar, con elegancia, con gallardía, como debe caminar un bailarín en escena. No me fue difícil aprender. Pecho y rostro erguidos, brazos redondeados alrededor del cuerpo y los pies siempre punteados y vueltos hacia fuera. Comenzó luego a enseñarme la coreografía que debía interpretar con Maricary. Debía sostenerla siempre con suavidad, con delicadeza, cuidarla en escena. Puse todo mi empeño en el ensayo. Trataba de no olvidar cada detalle y de hacerlo lo mejor posible. Andie veía que yo captaba rápido los pasos, posiciones, gestos y se entusiasmaba más y más. Creo que me habría enseñado toda la coreografía aquella tarde de no haber sido por la misma señora del encuentro anterior, que le dijo:
_ Deja algo para mañana o el niño se volverá loco con tantos pasos.
_ Si, _ opinó Andie._ tiene razón Alejandría. Por hoy ya es suficiente.
Pero sus ojos brillaban llenos de emoción, más azules que nunca por los deseos de seguir adelante. Al día siguiente habría ensayo de nuevo, además, Andie me tomaría las medidas para confeccionarme el traje que usaría para encarnar al príncipe. Mientras me dirigía a mi casa pensaba en lo bien que me sentía. Durante el ensayo ni siquiera recordé a mi papá. Era tal mi entusiasmo que lo había olvidado por completo. Pero también me sentía cansado. Ese día decidí no ir al entrenamiento de kárate.
Mi segundo ensayo fue bastante bueno. Dejé a todas asombradas. Con la excepción de algunos detalles, recordaba casi todo lo que había aprendido el día anterior. Por supuesto, me había pasado casi toda la noche ensayando a escondidas en mi casa. Los comentarios de las madres eran favorables, me consideraban especial, con talento. Las niñas, _algunas, _ me coqueteaban, y Andie ni se diga. Todo su interés y atención estaban volcados en mí.
Solo había alguien que parecía no estar muy feliz con mi presencia. Maricary no me miraba con buenos ojos, enseguida me di cuenta de ello. Torcía la mirada y dibujaba gestos despectivos con los labios. Incluso, durante el montaje de la segunda parte de la coreografía, intentó hacerme quedar mal ante Andie. Me soltaba la mano, o se quejaba de que la apretaba duro o... ¡Ya no recuerdo cuántas cosas absurdas y falsas trató de inventar para que me regañaran a mí! Pero el tiro le salió por la culata. Fue ella quien recibió una fuerte amonestación:
_ ¡Maricary por favor! ¡Hoy estás dificilísima! No se te puede tocar porque te quejas de todo.
_ Pero Andie..._ quiso replicar Maricary, pero su madre tomó la palabra.
_ Maricary espabílate... Tú no quieras que yo me ponga como me sé poner. El muchachito lo está haciendo bien, eres tú la que estás bobeando.
Verse ridiculizada públicamente hizo que Maricary no volviera a quejarse durante todo el ensayo. Al igual que la ocasión anterior, memoricé cada paso que me enseñaban. La coreografía ya estaba concluida. Andie me explicó que esa parte que interpretábamos Maricary y yo recibía el nombre de adagio, un término de ballet que no es más que el tiempo lento y suave que ejecutan un bailarín y una bailarina.
Andie decía que el adagio en un ballet, es como una charla romántica de una pareja de enamorados, y que como tal había que realizarla. Me era difícil fingir estar enamorado de Maricary, pero traté de hacer mi mayor esfuerzo, aún cuando ella tenía una cara más de angustia que de deseos de bailar, lo que ocasionó nuevos regaños por parte de la profesora y de su mamá.
El ensayo concluyó y tuve que irme con la instructora Andie y la señora de aspecto encantador, llamada Alejandría. Ella era abuela de una de las niñas del grupo, que bailaba entre las cuatro solistas que ejecutaban una danza muy curiosa y complicada que ellas lograban con exquisita gracia. Me admiraba como podían bailar aquellos pasos tan difíciles y de forma tan rápida. La niña se llamaba Siany y era mucho más bonita que Maricary, y más agradable también. Fue ella quien debió hacer el papel de la princesa Odette.
Siany era alta y delgada. Todo en ella parecía haber sido hecho de forma delicada. Tenía el cabello de un suave y brillante color castaño claro, largo y lacio, atravesándole la espalda. Sus ojos marrones poseían una profunda intensidad oscura. Vivía con sus abuelos, ya que sus padres residían en el extranjero. Ella no quería irse a vivir con ellos porque tenía adoración por sus abuelos, quienes se hacían cargo de su crianza.
Carmelo, su abuelo, era maestro albañil. Él mismo había construido la casa donde vivían. Era un señor curtido por el trabajo duro y muy serio a simple vista, pero quien lo conocía a fondo, se daba cuenta de lo divertido que podía llegar a ser aquel hombre tan trabajador y vigoroso a pesar de sus años.
Alejandría era una excelente costurera. Según supe, ella misma había confeccionado todos los trajes de las treinta niñas que interpretaban a los cisnes, y un diseño muy especial para Maricary, que debía diferenciarse del de las otras. Ahora debían tomarme a mí las medidas para hacerme un traje de príncipe. Aquella tarde tampoco podría ir al entrenamiento de kárate.
Era aburridísimo aquello de las medidas. La abuela Alejandría, con una cinta de las que se usan en asuntos de costura, sacaba conclusiones exactas. Andie me mostró los diseños que tenía dibujados en un cuaderno. Las niñas usaban medias pantys blancas y unos trajes muy bonitos como los había visto yo en el televisor en varias ocasiones, con unas faldas planas y tiesas como platos. Andie me explicó que aquellas faldas recibían el nombre de tutús clásicos. Había otro tipo de tutú, llamado romántico. Este otro era largo y vaporoso como un encaje, un tul o una gasa.
Mientras Andie y la abuela Alejandría disponían las telas para empezar a cortar, Siany y yo hablábamos:
_ Qué pesada es esa Maricary._ dije yo.
_ Ella siempre es así. Se cree la mejor en todo.
_ Hoy se la tenía cogida conmigo. Por cualquier cosa daba una queja distinta.
_ Dice mi abuela que lo que pasa es que Maricary está celosa. Ella siempre ha sido una de las preferidas de la profe Andie.
Me encantaba hablar con Siany. Era súper simpática y enseguida nos hicimos amigos:
_ ¿Desde cuándo estás en ballet?_ le pregunté.
_ Desde hace dos años. Primero estuve en gimnasia, desde los cinco, y a los siete le dije a mi abuela que quería ser bailarina. Este año me presentaré a las pruebas para entrar a la Escuela Vocacional de Arte.
Una escuela de ballet. Aquella idea me agradó ¿Cómo sería una escuela así? Siany me dijo:
_ Tú deberías presentarte también. Dice mi abuela que enseguida aprobarías... Como eres varón. Casi no hay varones en ballet. No les gusta. Dicen que esas son cosas de mariquitas.
No tenía que decírmelo. Yo estaba más que claro en ello. Mi propio padre era uno de los que pensaba de esa forma. En cambio, me agradaba la idea de pensar en poder estudiar en una escuela así, pero había un problema: Mi padre. Enseguida mi rostro se ensombreció:
_ No puedo. Mi papá no me dejaría. Él quiere que yo estudie kárate en la EIDE.
_ ¿Tú eres karateca?_ se sorprendió Siany.
_ Si ¿No me crees?
Me puse de pie y comencé a hacerle algunas demostraciones de cómo tirar golpes o patadas, con mucho cuidado de no romper algún adorno de la sala, donde nos encontrábamos. Siany me miraba con admiración. No era para menos, la combinación de karateca y bailarín de ballet no es algo común. Pero lo más importante es que desde aquella tarde, Siany y yo nos convertimos en excelentes amigos.
Mamá esa noche notó algo raro en mí y así me lo hizo saber. Decía que mis ojos brillaban mucho y que parecía muy entusiasmado. Ni siquiera estaba peleándome con mis insoportables hermanas gemelas, que se la pasaban molestándome todo el tiempo. Yo solo podía pensar en el ballet. Me veía ya con mi traje, bailando el adagio del segundo acto de El Lago de los Cisnes, rodeado de todas las niñas del grupo, vestidas con sus blanquísimos tutús clásicos. Pero no sería Maricary mi pareja de baile. No. En mi sueño, sería Siany, mi nueva amiga, quien encarnaría el papel de Odette, y Maricary, como castigo por ser tan odiosa y autosuficiente, la mandaría a la última fila del cuerpo de baile, donde nadie la viera prácticamente.
No obstante, continuaba latente el temor de que papá me descubriera. Además, ya hacía dos días que no iba a entrenar kárate. El profesor podía quejarse y... No quería siquiera imaginar lo que pasaría.
Papá no vino a comer, y llegó muy tarde en la noche, como se estaba haciendo frecuente ya en él. Me despertó su voz, peleándole a mi mamá, y casi en sueños, me pareció escuchar el llanto de ella.
Transcurrieron dos semanas durante las cuales mantuve mi incursión balletística en el más absoluto secreto. Dominaba perfectamente mi parte, y poco a poco me aprendí también las de mis compañeras. Andie estaba un tanto nerviosa, puesto que el festival se iba acercando más. Había sido necesario adelantar la fecha del mismo y solo restaban tres semanas para el estreno de nuestro ballet. A mi traje solo le faltaban detalles para ser terminado. Aquel cambio de fecha trajo consigo que arreciaran los ensayos, que se extendían hasta muy tarde. Por suerte, llegaba a mi casa y podía justificarme mintiendo con mis entrenamientos deportivos a los que ya me era imposible acudir, puesto que los ensayos eran agotadores. Además, Andie había comenzado a poner en práctica una sesión preparatoria antes de cada ensayo, consistente en la ejecución de diversos ejercicios para mejorar los empeines, las poses, el porte de los brazos y las cabezas, lo cual resultaba aún más extenuante.
Con todo y el esfuerzo, disfrutaba cada encuentro, y cada día ansiaba ardorosamente que llegara el momento de correr a la Casa de Cultura para dedicarme por entero al baile.
Papá no sospechaba nada, por suerte. A veces no iba a dormir a la casa. Claro, él era el vicedirector de una escuela de becados, y tenía que quedarse en ocasiones de guardia. Mamá también lo sabía, por eso, yo no entendía porqué tantas veces se quedaba esperándolo en las noches.
Para colmo, mi entrenador de kárate llegó una mañana a la escuela y fue a buscarme al aula, preocupado por mis ausencias. Tuve que mentirle, decirle que había salido con mi mamá últimamente y que también había estado enfermo del estómago. Su interés en que no me ausentara más, no impidió que continuara asistiendo a mis ensayos de ballet.
Ya conocía a todas las niñas del grupo. Siany se había encargado de presentármelas a todas, y ellas, mostraban gran interés en mi persona, algunas, hasta me enviaron mensajitos amorosos, que mi inocente timidez me inspiró a rechazar o dejar sin respuestas. Solo había una de ellas que parecía no estar todavía muy contenta con mi presencia. Maricary no ocultaba su rencor hacia mí. Era lógico. Antes de mi llegada, ella había sido la niña privilegiada, la consentida, pero al incorporarme yo, todas las atenciones se habían dirigido hacia mi persona, y era algo que ella no podía soportar. En cambio su mamá me adoraba y no hacía más que consentirme y piropearme, algo que no me agradaba en lo absoluto.
Todas las madres que acudían diariamente a los ensayos, no hacían más que repetirme una y otra vez que lo mejor que yo podía hacer era presentarme a las pruebas de la escuela de ballet. Realmente, no sabía que hacer. Por más que yo quisiera no podría hacerlo sin el consentimiento de mi familia, y eso era algo que jamás recibiría.
Faltaban tres días para el festival. Yo no podía dormir en las noches a causa del nerviosismo. No era el único. Siany también me decía cuán ansiosa estaba, y las demás niñas igual lo comentaban entre ellas. Andie, ni se diga. En los ensayos, a cualquier mínimo error nos hacía repetir la coreografía una y otra vez, hasta que quedaba perfecto. Aquella tarde, al final del ensayo, cuando me disponía a marcharme, Andie me detuvo:
_ Espérate Raulito. Te voy a llevar a tu casa.
Al momento, claro está, me negué:
_ No hace falta profe.
_ Oh si, claro que hace falta. Estoy ansiosa por conocer a tus padres, que supongo vendrán a verte bailar, aparte de que necesito hablar con ellos de algo muy importante.
Me entró tal pánico que me eché a temblar. No podía ir a mi casa con la profesora Andie o todo se descubriría. De algún modo debía impedir que eso sucediera:
_ Déjelo para otro día, profe._ le rogué._ Mire, de seguro que ahora en mi casa no hay nadie.
Ella me miró, sin comprender mi actitud:
_ ¿Qué te pasa Raulito? Tal parece que no quisieras que fuera a tu casa ¿Por qué? Además, estás como asustado y...
Se detuvo. De repente acababa de darse cuenta de lo que ocurría, del motivo de mis temores:
_ Tus padres no saben nada ¿Verdad?_ me preguntó, pero no obtuvo respuesta. No pude contestar. Bajé la cabeza. Estaba avergonzado de haber sido descubierto. Ella me obligó suavemente a mirarla:
_ ¿Por qué no me lo dijiste?_ me interrogó.
_ Es que tenía miedo de que usted no me dejara bailar si le decía que mi papá no estaba de acuerdo. A él no le gusta el ballet, y no quiere que yo lo practique. Él dice que eso no es para los hombres, que los que lo hacen son los pájaros. A mí me gusta el ballet, pero no soy pájaro.
Me miró compadecida y me acarició los cabellos:
_ ¿Y tu mamá? ¿Qué dice tu mamá? ¿A ella le gusta que tú bailes?
_ No lo sé. Mi mamá nunca dice nada. En mi casa quien manda es mi papá. Todos tenemos que hacer lo que él dice.
Tras una pausa, Andie me dijo:
_ Mira, vamos a hacer lo siguiente. Te voy a llevar a tu casa, y voy a hablar con tu mamá, no con tu papá ¿Te conviene así?
Yo no estaba muy convencido:
_ Pero ¿Y si mi papá está ahí...?
_ No te preocupes._ trató ella de tranquilizarme._ Si tu papá está en la casa yo me las arreglaré para que no sospeche nada.
No pude hacer nada más. La profesora Andie me llevó a mi casa en su bicicleta. Nunca le había hablado a Dios, nunca había rezado, de hecho, no tenía la menor idea de cómo se hacía. Lo cierto es que aquella tarde me dirigí a Dios por primera vez, suplicándole que mi padre no estuviera en casa cuando llegáramos. Y supongo que Dios me escuchó. Cuando mi mamá abrió la puerta, lo primero que hice fue preguntarle si papá estaba allí. La negativa me hizo respirar aliviado:
_ Buenas tardes._ intervino Andie._ ¿Usted es la mamá de Raulito?
_ Si, soy yo._ contestó mamá intrigada ante esa desconocida que me acompañaba.
_ Mire, yo necesito hablar unos minutos con usted, si no es molestia.
_ ¿Sucedió algo malo con el niño?_ se preocupó mamá.
_ No, no. No se asuste que no es nada malo. Mire, mi nombre es Andie Martínez y soy profesora de ballet en la Casa de Cultura del municipio.
Solo vi un par de ojos verdes que se abrieron desmesuradamente en el rostro de mamá. Pero su turbación no le impidió ser cortés. Invitó a pasar a mi profesora, y a sentarse. Shirley y Shaina tenían la mala costumbre de alborotarse ante la llegada de cualquier visita, pero mamá no les dio tiempo esta vez de hacer de las suyas. La profesora Andie comenzó a hablar, explicándole a mamá el porqué de su presencia. Le contó sobre mi interés por la danza clásica, y mi innata facilidad para ejecutarla. Le sugirió que mi futuro podía ser convertirme en bailarín; que, aunque muy sacrificada y exigente, sería una bonita carrera; que siendo aún un niño podía tener la oportunidad de prepararme como tal si me presentaba a las pruebas de aptitud para ingresar a la escuela de ballet. Y le aclaró además, que en nada tenía que afectar mi orientación sexual.
Mamá no decía nada, solamente escuchaba, y a veces me soslayaba con sus ojazos verdes siniestramente oscuros, aunque yo no podía descifrar si estaba o no molesta. Antes de irse, Andie le pidió que pensara bien, que mi vida y el ballet pudieran estar muy atados, y sería una lástima romper ese lazo. Además, de forma muy amable la invitó a asistir al festival para que me viera bailar.
Tras la partida de la profesora, esperé un fuerte regaño, reproches, amenazas, advertencias, pero no fue nada de eso. Mamá no me dijo nada. Nos preparó el baño a mis hermanas y a mí en el más absoluto silencio, e igualmente hizo lo mismo con la cena. De seguro estaba muy enojada conmigo a causa de haberle mentido durante tanto tiempo.
Me entristecía el hecho de que mamá no me hablara. Me acosté a dormir temprano, como siempre, arrepintiéndome de haberme metido en aquel lío. Cuando casi estaba a punto de quedarme dormido, sentí unas manos suaves que me acariciaban los cabellos. Al abrir los ojos, me encontré el rostro sonriente de mamá. No parecía estar enojada, todo lo contrario, me miraba con ternura, y hasta puedo decir, con orgullo:
_ ¿Te gusta bailar?_ me preguntó y le respondí con un gesto afirmativo._ ¿Por qué no me dijiste nada de lo que estabas haciendo?
_ Tenía miedo de que se lo contaras a papi y que él se molestara.
Mamá me besó en la frente:
_ Quiero que siempre confíes en mí, Raúl. Soy tu madre y puedo ayudarte. Quiero que cuentes conmigo desde hoy en lo adelante ¿De acuerdo?
_ Si mami. _ contesté.
Volvió a besarme en la frente y dijo antes de salir de la habitación:
_ Estoy ansiosa por verte bailar. Dice tu profesora que eres muy bueno.
_ ¿Vas a ir conmigo al festival?
_ Claro que si. Solo tendré que salir temprano de la biblioteca, buscar a tus hermanas en el círculo y dejarlas con alguna vecina, de lo contrario, si te ven, le irán con el chisme a tu padre.
Nos reímos los dos y mamá preguntó:
_ Me imagino que no has ido más a los entrenamientos de kárate ¿No?
_ No he podido._ contesté.
Mamá levantó las cejas y lanzó un resoplido leve:
_ Eso no le va a gustar nada a tu padre cuando se entere.
Fue entonces cuando se me ocurrió preguntarle:
_ Mami ¿Por qué papi casi no viene a la casa, o llega tarde?
Mamá no respondió. Sus ojos se tornaron tristes. Todo su semblante se ensombreció:
_ Ya es hora de dormir. Descansa bien, mi bailarín.
La alegría que sentía no me permitió ver en aquel momento que mamá había evadido mi pregunta. Ella estaba de acuerdo en que yo bailara. No se oponía como papá. No tenía ya que mentir, por lo menos a ella.
Desde aquella noche tuve en mi madre mi más grande apoyo, y a la mejor de las amigas. Hice de ella mi confidente, partícipe de todos mis problemas.
Llegó el tan esperado día del festival. Jamás lo olvidaré. Un viernes en la tarde. Yo estaba terriblemente nervioso. El evento debía comenzar a las dos en punto, pero Andie nos había exigido estar en la Casa de Cultura a las doce y media, para vestirnos, peinarnos y maquillarnos.
Mamá pidió permiso en su trabajo y recogió a mis hermanas en el Círculo Infantil bien temprano, dejándolas al cuidado de una vecina nuestra que sentía predilección por nosotros. Andie trataba de ocultar su estado ansioso, mas no podía. El nerviosismo era un invitado más en aquella celebración.
El festival se realizaría en el escenario del patio de la Casa de Cultura. Como nuestra coreografía llevaba cierta ambientación y escenografía, Andie ubicó parte de ella para ahorrar tiempo. Cubrió la pared manchada del fondo del escenario con cortinas blancas y colocó enredaderas verdes de tal modo que daba la impresión de haber otra cortina de hojas sobre los lienzos blancos. Situó también grandes setos floridos pintados en cartón y clavados en bases de madera, a cada extremo del proscenio. Había adornado el escenario en la mañana con el apoyo de padres y madres de las niñas del grupo. A la hora de arreglarnos, solo permitió que estuvieran ayudando cinco madres y la abuela de Siany. Por supuesto, entre las madres no pudo faltar la de Maricary.
Andie me vistió personalmente. Mi traje consistía en un pantalón de lana elastizada de color blanco que se ajustaba completamente a mis piernas, y una hermosa camisa negra, con pechera blanca bordada en lentejuelas que despedían destellos brillantes y coloridos. Las mangas eran excelentes, con formas redondeadas, ya que por dentro tenían una capa de nylon para que abultaran. Cada manga se dividía en dos. Por supuesto, calzaba unas cómodas zapatillas de gruesa tela que más parecían botines. Cuando todas las niñas y sus madres me vieron, quedaron maravilladas:
_ Parece un príncipe de verdad._ opinó la mamá de Maricary con gran admiración, y casi me comió a besos, algo que a su hija no le agradó mucho. Ni a mí tampoco.
Las niñas me resultaron hermosas. Todas con sus tutús blancos bien paraditos, con sus finas medias y sus zapatillas de satín anudadas dos dedos por encima de los tobillos. Solo había algo que no me gustaba de sus atuendos, y eran unos gorros extraños hechos de algodón y plumas blancas de gallina, que ocultaban parcialmente sus cabellos completamente recogidos. Todos eran iguales, excepto el de Maricary, que tenía una pequeña corona confeccionada con cartulina y papel dorado. Aquel tocado me arruinaba el resto del vestuario, pero qué se le iba a hacer. Andie lo había diseñado así y no se podía cambiar.
Estábamos listos. El festival había comenzado, pero Andie no quería que saliéramos para que nadie nos viera. Nos mantuvo todo el tiempo en unas oficinas tras el escenario. Solo escuchábamos las músicas que bailaban los otros aficionados: estampas campesinas, bailes folklóricos... Y soportábamos la interminable sesión de fotos a la que nos sometían los adultos, queriendo inmortalizar aquel momento en que estábamos hermosamente ataviados. Todas las madres querían que yo apareciera en una foto con su hija. Llegó un momento en que solo quería salir corriendo de allí. Me estaba cocinando dentro de aquel vestuario, muy elegante, sí, pero insoportable de usar. Si alguna otra madre me volvía a hablar de otra fotografía creo que me iba a dar un ataque.
Finalmente, Siany y yo nos escurrimos sin que nos vieran y subimos tras los laterales. Desde allí pudimos ver algo del festival. Un trío de niñas ejecutaba una danza española, con bastantes imprecisiones. Siany y yo nos dimos gusto criticándolas, cuando de repente, una de las madres nos descubrió:
_ ¿Qué hacen aquí? Todo el mundo anda buscándolos. Detrás de este número vamos nosotros.
Al momento todo se revolucionó. Andie y las madres corrían de un lado a otro, y nos apuraban para que formáramos y estuviéramos listos. Sentía como el corazón me palpitaba furioso en el pecho y más aún cuando se escuchó a través del micrófono, el anuncio de nuestro turno. Andie puso al fondo del escenario, un castillo en ruinas dibujado en cartón. Las niñas se organizaron en la escena. Escuché levemente los comentarios de elogio del público y sentí orgullo. La música de Chaikovsky envolvió el patio, y entré yo en escena, armado con una rústica ballesta de madera. Las niñas bailaban magistralmente, al unísono. Me sentía nervioso, con ganas enormes de orinar. Pero cuando llegó mi turno de bailar todo desapareció y me dejé llevar por la dulce melodía.
Andie nos había advertido mil veces que no podíamos mirar al público. Yo sentía unos deseos inmensos de ver a mi mamá, de percibir su reacción, pero por nada del mundo me atrevería a hacerlo. Andie había sido clara en su advertencia, rayando casi en la amenaza:
_ Al que agarre mirando hacia el público, que se prepare.
Los aplausos tronaban. Era una tormenta furiosa de palmas ensordecedoras, mezcladas con los vítores. Los presentes, de pie, expresaban su admiración hacia la actuación que acabábamos de concluir. Nosotros, desde el proscenio, saludamos inocentemente y sobrecogidos ante aquella efusiva reacción. Distinguí el rostro sonriente de mamá, aplaudiendo, como enloquecida. A mí, en ese momento, me regresaron los deseos de orinar.
Las niñas no hacían más que hablar y hablar, comentando con sus madres sobre lo hermoso que había quedado todo. La mamá de Maricary y la abuela Alejandría, además de otros padres, nos habían fotografiado y filmado. Andie lloraba emocionada, repartiendo besos y abrazos. A mí, particularmente me dio cientos:
_ Raulito, _ me dijo._ que lindo te quedó, mi cielo. Parecías un hombrecito derechito, seriecito...
Yo solo estaba ansioso por descargar mi vejiga casi a punto de reventar y de quitarme aquella indumentaria que me estaba asfixiando. Minutos después, mamá y yo estábamos en una de las oficinas, cambiándome de ropa. Mami estaba sentada frente a mí, en una butaca, quitándome aquel camisón negro. Anteriormente, me había abrazado, besado y felicitado por lo bonito que había quedado nuestro ballet, y sobre todo, por lo bien que había ejecutado mi parte. Sin embargo, en ese momento, en que solo estábamos ella y yo, comenzó repentinamente a sollozar. Me asustó verla así:
_ ¿Qué te pasa mami? ¿Por qué estás llorando?
_ Por nada niño, por nada._ contestó ella tratando de controlarse, pero le resultaba imposible.
_ No digas que por nada. Tú misma dices que nadie llora por gusto.
Mamá sonrió a través del llanto, y me envolvió en un abrazo:
_ Todavía estoy emocionada de haber visto algo tan lindo como lo que te vi hacer hace un rato.
_ ¿De verdad te gustó?_ le pregunté.
_ Si, me encantó. Pero dale, vamos a terminar de vestirte para ver lo que queda del festival.
Siany y sus abuelos estaban sentados a nuestro lado. Nosotros los escuchábamos comentar entre ellos. Estaban seguros de que tendríamos el máximo galardón en las premiaciones. La verdad es que yo estaba seguro que ninguna otra danza superaba a la nuestra. El festival pronto llegó a su fin. Ahora solo restaba que el jurado deliberara y escogiera a los ganadores. Nos invadía tal ansiedad que apenas sí podíamos estarnos quietos. Andie y los demás adultos intentaban disimularlo, pero no podían ocultar que también estaban terriblemente impacientes.
Por fin, el esperado momento llegó. Las tres especialistas que conformaban el jurado, _ unas mujeres de la provincia Camagüey, estiradas y elegantes._ subieron al escenario y comenzaron a entregar los premios. Hubo reconocimientos, menciones, todos en diversas categorías: ballet clásico, contemporáneo, folklore, internacional, popular... Siany y yo estábamos cada vez más angustiados al ver que todo el mundo recibía premios menos nosotros. Una de las integrantes del jurado anunció:
_ El Gran Premio se le otorga al montaje: El Lago de los Cisnes - Acto II.
Pueden imaginar el escándalo de treinta y tantos niños y todos sus familiares. Las niñas chillaban y batían palmas. La euforia desbordaba los corazones. Andie fue a recoger el diploma, pero el galardón no concluía allí. Recibimos también el premio de la popularidad y un reconocimiento especial por la escenografía y el vestuario. Pero lo más sorprendente fue cuando otra miembro del jurado proclamó:
_ El jurado desea destacar el desempeño de algunos niños por la excelente ejecución que realizaron en su coreografía: una felicitación especial para el pequeño que interpretó al príncipe Siegfried, y a las niñas que ejecutaron la danza de los cuatro cisnes.
Era increíble... ¡Me había ganado un premio de interpretación! Mi primer baile y me ganaba un reconocimiento del jurado, y me encantaba saber que Siany también lo había ganado, y las otras tres niñas que bailaban con ella. Por supuesto, Maricary rabió de celos y envidia al verse excluida.
Nos entregaron un bonito diploma a cada uno. Andie no podía ocultar su felicidad y satisfacción. Había alcanzado un éxito rotundo con aquella excelente coreografía, una de las obras cumbres del ballet clásico universal, pieza clave en el repertorio de las más afamadas compañías del mundo, y que ella se había atrevido a montar con un grupo de niños inexpertos.
Los aplausos menguaron poco a poco hasta desaparecer por completo, ahogados por una música estridente. Los espectadores comenzaron a retirarse. Siany y las otras niñas continuaban celebrando con alegría nuestros triunfos, solo Maricary y su madre parecían estar molestas. Y de hecho lo estaban, a causa de que no hubiesen reconocido el esfuerzo de ella y lo bien que había bailado. Al fin y al cabo, como decía Maricary, ella era la protagonista.
Las tres mujeres del jurado se reunieron con Andie para hacerle algunas sugerencias y recomendaciones, pero antes fueron a verme a mí y a mi mamá. Me felicitaron y hasta me hicieron enrojecer con sus comentarios halagadores. Una de ellas le sugirió a mamá que no perdiera la oportunidad de presentarme a los exámenes para ingresar a la escuela de ballet de Camagüey:
_ ¿Tú vas a hacer las pruebas para la escuela de ballet?_ me preguntó Siany rato después, mientras merendábamos sentados en la escalera del lobby de la Casa de Cultura.
_ No lo sé._ respondí._ No sé si mi mamá está de acuerdo. Ya se lo han dicho varias veces.
_ ¿Tú quieres hacerla?_ quiso saber Siany.
Ni siquiera pude responder con seguridad, aunque en el fondo, sí deseaba realizar los exámenes y probar suerte. Siany prosiguió:
_ Deberías embullarte. Yo voy a hacerla y otras niñas del grupo también.
_ ¿Hasta Maricary?
_ Si, hasta ella. Pobrecita, tremendo berrinche le dio porque no le dieron un diploma..._ Siany miró a todos lados y dijo en un susurro._ Yo oí a Andie comentándole a mi abuela, que Maricary no había bailado bien como otras veces.
Tenía razón. En los ensayos, Maricary levantaba más la pierna, con amplios arabesques, alzaba siempre la cabeza y realizaba port de bras con elegancia y soltura. Aunque fuese una pesada, no podía negarse que tenía talento. En cambio, durante la presentación, había estado muy por debajo de la calidad que siempre hacía presente en su forma de bailar.
Andie se despidió y nos recordó que los ensayos se reanudarían dentro dos días justamente. Nuestro éxito no debía cegarnos. Había ciertos detalles que debíamos pulir, y si queríamos salir triunfantes en el festival provincial, teníamos que esforzarnos más. El evento se realizaría dentro de dos semanas, en la ciudad de Camagüey. Me prometí prepararme mucho mejor.
En el trayecto a casa, no hacía más que reír y saltar de la mano de mamá, que se divertía con mi alegría, contagiada por ella:
_ ¡Estate quieto, muchacho!_ me regañaba. Pero yo no podía tranquilizarme. Estaba feliz por todos los premios que habíamos obtenido, y aquella era mi manera de expresarla. Atardecía rápidamente. El sol moría tras un apretado racimo de nubes grises que comenzaron a teñirse de un luminoso rojo. Todo me parecía hermoso: el atardecer, las calles, las personas que transitaban. Me sentía inmensamente feliz.
De repente, cuando más entusiasmados íbamos mamá y yo, reconocí a mi papá. Iba saliendo de una casa muy linda, toda enrejada y bien pintada. Hacía días que papá no iba a la casa. Como tenía tanto trabajo en la escuela, o eso creía yo... Al momento se lo dije a mamá, que lo buscó con la vista.
¿Quién era la mujer que acompañaba a mi papá? Nunca la había visto en mi vida. Iba a preguntarle a mamá si sabía quién era, pero noté que algo había cambiado en su semblante. Estaba muy pálida, con los ojos muy abiertos. Cuando quise llamar a papá para que nos viera, ella me lo impidió:
_ Vámonos ya para la casa, Raúl._ me dijo con sequedad.
_ Pero... ¿Y papá?
_ Lo ves en la casa. Si es que va.
No pude entender su actitud, _por lo menos en aquel momento_ como tampoco pude entender porqué mamá estuvo llorando lo que quedó de la tarde y casi toda la noche. Yo continué bailando, en mis sueños, con Siany, el adagio del segundo acto del Lago de los Cisnes.
Noté que mamá se levantó muy cambiada al otro día. Había algo en ella que la hacía diferente ante mis ojos. La veía más altiva, haciendo las cosas con más interés y dinamismo. Aquella mañana nos preparó a mis hermanas y a mí y nos llevó al círculo infantil y a la escuela respectivamente. Mamá quiso que anunciaran en el matutino sobre mi premio de interpretación en el ballet, pero me negué rotundamente. Los muchachos se burlarían de mí si se enteraban. No obstante, fue imposible evitar que mamá se lo contara a mi maestra, quien se puso contenta ante la noticia, y sobre todo, cuando mamá le dijo que cuando fuera a hacer otra danza, contara sin ningún problema conmigo.
A pesar que mi papá aún no sabía nada, me sentía totalmente libre sabiendo que mamá aprobaba que yo bailara. No hay nada mejor que hacer lo que a uno le gusta sin ningún temor. El problema del deporte se resolvió fácil. Mamá me preguntó si quería continuar con mis entrenamientos, y al responderle que no, ese mismo día fue en busca del profesor de kárate y le planteó que yo no asistiría más, puesto que me estaba preparando como bailarín. Ahora sí podría dedicarle todo mi tiempo a los ensayos, que continuaron con mayor intensidad.
Pasaron tres días, durante los cuales el cambio de mamá iba acrecentándose. Noté que había empezado a arreglarse, _ algo que hacía mucho tiempo no la veía hacer. Había comenzado a sonreír más a menudo, y hasta jugueteaba con mis hermanas y conmigo, algo que tampoco hacía desde mucho tiempo atrás.
Mamá siempre estaba seria, como nerviosa, y por todo se apuraba. Era lógico que aquella nueva actitud me dejara perplejo. Tal parecía que habían hecho un cambio, tomado a una y puesto a otra en su lugar, aunque aquella otra me agradaba muchísimo más.
Fue al cabo de ese tiempo que papá regresó a casa. Llegó en la tarde, cuando mamá estaba a punto de disponer la mesa para cenar. Yo estaba jugando con mis hermanas a ser maestro de ballet, enseñándole las posiciones de los brazos, los pies y las posturas del cuerpo. Cuando lo vi entrar quedé estaqueado, con un nudo en la garganta que me impidió articular palabra. Mis hermanas en cambio, se lanzaron sobre él, gritando locas de alegría. Mamá salió de la cocina precipitadamente. Jamás olvidaré la expresión de su rostro y su mirada. Sus facciones parecían endurecidas y sus ojos reflejaban cierto desprecio. Mi papá no se dio cuenta de inmediato, pero luego, con Shirley y Shaina en brazos, se aproximó a mamá e intentó besarla, pero ella, muy sutilmente lo esquivó:
_ ¿Vas a quedarte a comer?_ preguntó en un tono seco e indiferente.
_ Claro que si. En todos estos días extrañé tu comida, y otra cosita tuya...
Quiso besarla, pero nuevamente el intento resultó fallido. Mamá le dio la espalda y se dirigió al comedor. Papá dejó a mis hermanas y se dispuso a platicar conmigo de hombre a hombre. Me preguntó cómo iban mis entrenamientos de kárate, y tuve que mentir diciéndole que todo marchaba bien. Me vi forzado incluso a hacerle algunas demostraciones, lanzando puñetazos y patadas que a él le agradaron sobremanera. Por suerte, mamá no tardó mucho en disponer la mesa para la cena. Todos nos sentamos y durante unos minutos comimos en silencio. Mamá no, ella no probó bocado. Miraba a papá muy seria:
_ ¿Hubo mucho trabajo en la escuela por estos días?_ preguntó de repente
_ Muchísimo, no he tenido casi tiempo para nada. Iba a venir ayer, pero me compliqué.
_ Supongo que saldrás evaluado de excelente este curso. Últimamente la escuela significa mucho para ti.
Papá ignoró el irónico tono en las palabras de mamá. Se limitó a masticar con aire despreocupado. Mamá apretó más el rostro. No sé porqué, pero me di cuenta que estaba muy furiosa por algo. De repente me vino a la mente que tal vez era a causa de haber visto a papá con otra mujer. De hecho, tenía motivos para estar molesta, pues papá no estaba aquel día en la escuela, y sin embargo, no había ido a la casa. Mamá preguntó de repente:
_ ¿Has hablado con el entrenador de Raulito?
_ No._ respondió papá bebiendo unos sorbos de agua._ Ni siquiera lo he visto, pero no me preocupa. Ya Raúl me dijo que todo iba bien.
_ Ya me imagino._ añadió mamá tranquilamente._ Por supuesto que todo va de lo mejor, ya que Raulito dejó de ir al kárate.
Casi no pude creerlo. Mamá había soltado todo por delante sin ningún miramiento. Sus palabras fueron como un balde de agua helada sobre mí, como un fortísimo golpe de viento que me arrancaba todo, dejándome al descubierto en mi mentira frente a papá, que había quedado atónito, sin poder articular palabra alguna, actitud de la cual se aprovechó mamá para continuar diciendo:
_ Tienes que felicitar a Raulito. Hace tres días se ganó un premio en un festival.
_ ¿Festival de qué?_ masculló papá con voz ronca.
_ Un festival de danza ¿De qué va a ser? Tú sabes que a él siempre le ha gustado bailar, y no lo hace nada mal. Todo el mundo se quedó admirado cuando lo vieron. Hizo un ballet tan lindo que hasta un premio se ganó. Ahora van a competir a Camagüey, y como necesita ensayar bastante, decidí que lo mejor era olvidarse del kárate.
_ ¿Con quién contaste?_ fue esta vez la pregunta de papá, quien estaba visiblemente enfurecido.
Yo temblaba sentado a la mesa. Temía que papá fuera a regañarme o a pegarme a causa de la decisión de mamá, que ignorando por completo su actitud dijo:
_ ¿Contar? Con nadie. Creí que no era necesario contar con alguien al respecto. Digo, yo soy la madre de Raúl, tengo derecho a decidir acerca de lo que le conviene. Además, tú no estabas aquí desde hace... ya hasta perdí la cuenta... ¿Qué querías? ¿Qué te llamara a la escuela para preguntarte si estabas de acuerdo en que tu hijo comenzara a prepararse para hacer las pruebas y entrar a una escuela de ballet? Como ya me sabía de antemano tu respuesta, me ahorré el trabajo de preguntar tu opinión. Además, podía ser que tampoco estuvieras en la escuela en ese momento.
Aquello fue demasiado para papá que sin poder contenerse más, se levantó de la silla al tiempo que descargaba un fortísimo golpe sobre la mesa, haciendo sonar bruscamente los platos y estremeciéndonos a todos, incluso a mamá, quien a pesar de todo, supo disimular la reacción. Con igual sangre fría como hasta aquel momento nos ordenó a mis hermanas y a mí:
_ Niños, vayan para el cuarto. Su papá y yo tenemos mucho de que hablar.
Sin replicar, Shirley y Shaina se retiraron. Yo fingí salir, pero me quedé escondido, escuchando:
_ ¿Con permiso de quién coño quitas a Raúl del kárate y lo metes a esas mariconerías del ballet?_ casi gritó papá, a lo que respondió mamá con tanta calma que me sorprendió.
_ No necesito el permiso de nadie para decidir lo que más le conviene a mi hijo.
_ Si, déjalo boba. En el kárate él se iba a hacer macho de verdad. En esas cositas de ballet lo que se va es a pajarear tó.
_ Cómo tu sobrino Chanito ¿No?_ soltó mamá de repente. Papá quedó sin habla. Mamá continuó. _ ¿Ya se te olvidó tu sobrino el médico? Casado, con tres hijos y con cuarenta y pico de años en las costillas, dejó a la mujer por un enfermero del hospital donde trabajaba... No, Jerónimo Emiliano Nieves, no hace falta ser bailarín de ballet para ser homosexual. El que lo va a ser, lo es siendo bailarín, o médico, o boxeador o barrendero de calle. Si Raulito lo va a ser en un futuro, está bien, yo no quisiera, pero es mi hijo, como quiera que sea, y no voy a troncharle su sueño ni sus deseos por algo que al final, sería inevitable.
Pero papá no quería entender. Se negaba a aceptar las palabras de mamá:
_ Le zumba que me reviente trabajando y que llegue a la casa y...
Fue entonces cuando mamá no pudo contenerse más:
_ ¡Chico no seas cínico! ¿Trabajando? ¿Vas a venir a decirme que llevabas casi una semana sin venir a la casa porque estabas trabajando? ¡Vamos! Este curso sales vanguardia nacional por lo menos, porque no hay nadie tan comprometido como tú... Ven acá, dime una cosa, o mejor dicho, explícame y aclárame ¿Desde cuándo cambiaste de empleo?
_ ¿Qué quieres decir?_ preguntó papá, desconfiado.
_ Si, porque yo no sabía que habías dejado la escuela para ponerte a trabajar en una casa de alquiler.
Papá enmudeció. Pude ver desde mi escondite que se había puesto pálido, y que miraba a mamá con los ojos muy abiertos. Mamá se encogió de hombros:
_ Vamos ¿Te quedaste mudo? ¡Di algo!
_ No sé que quieres que diga porque no entiendo de qué estás hablando.
_ Hablo de que hace tres días, tú estabas aquí en el pueblo con otra mujer, metido en un alquiler.
_ Dile a quien te informó el chisme, que eso es mucha mentira.
_ Nadie me lo dijo, Jerónimo Emiliano Nieves Rodríguez. Yo misma te vi, y no solo yo. Raulito, tu hijo, también te vio. Es más, si quieres te digo qué ropa estabas usando en ese momento.
Sé que continuaron discutiendo, pero no me quedé a escuchar que otras cosas pudieron decirse, pues corrí a la habitación y me encerré con mis hermanas. Cuando volví a salir, vi a papá con una maleta en la mano, que se disponía a marcharse. Quise llamarlo, pero mamá no me dejó:
_ ¿A dónde va papi?_ le pregunté.
_ Tu papá no va a vivir más aquí, Raulito. Ya tú eres grande y puedes entenderlo. Tu papá tiene otra mujer y se va a vivir con ella..._ se inclinó frente a mí y me pidió, mirándome fijo a los ojos._ No le digas nada a tus hermanitas, no es bueno que lo sepan por ahora.
Mamá me abrazó. Sentí sus lágrimas humedeciéndome el cuello, a pesar que ella hacía un supremo esfuerzo por no manifestar su tristeza.
Yo no quería que papá se marchara. Me entristecía que nos abandonara. No sé porqué, pero de repente creí que papá se iba por mi culpa, por haber dejado los entrenamientos de kárate por el ballet. Me arrepentí una y mil veces de mi afición por bailar y tomé una decisión: si tenía que renunciar a la danza para que papá regresara, así sería.
Al día siguiente no fui a la Casa de Cultura. No le dije nada a mamá y asistí al entrenamiento de kárate. Tal vez no debí hacerlo. El entrenador, aunque se alegró de verme, se mostró burlón, apodándome el bailarín frente a todos los muchachos. Algunos quisieron seguirle el juego, lo cual me molestó, pero intenté no hacerles caso, mas, uno de ellos me llamó Alicia Alonso y me tocó la cara. Me cegué. El dolor y mi sentido de culpabilidad por la partida de papá, unido a la rabia que me invadió, no me permitieron pensar. Cuando vine a darme cuenta, ya había derribado al burlón y la había emprendido contra él a puñetazos y patadas. No sé cuántos me sujetaron impidiendo que continuara golpeándolo. Lo habría matado de no haber sido así. Me fui a mi casa, llorando, lamentando no haber obedecido a papá, de otro modo, él estaría ahora viviendo con nosotros.
Mamá no tardó en enterarse de mi ausencia al ensayo. Andie fue esa misma noche a la casa, preocupada por si algo me había sucedido. Me negué a responder sus preguntas. Mamá, mirándome fijamente, intervino:
_ No te preocupes Andie, él no va a faltar más. De eso me encargo yo.
No bien quedamos solos, mamá me abordó, insistiéndome una y otra vez en que le explicara el motivo por el cual no había asistido esa tarde a la Casa de Cultura. Sin embargo, ella sabía perfectamente cuál era la causa, puesto que al ver que yo continuaba decidido a no hablar, me dijo:
_ Raúl, tu papá no se fue de la casa por cuenta tuya. No tiene nada que ver con que bailes o no. Él se fue sencillamente porque quería irse. Ya no quería vivir con nosotros. No tienes que sentirte culpable, ni dejar de hacer lo que te gusta. Eso no hará que tu padre regrese.
Sus palabras no me convencieron del todo. Continué sintiéndome responsable de lo ocurrido. A pesar de que ansiaba seguir bailando, creía que si dejaba de hacerlo, papá podía regresar.
Mi estado de ánimo decaía en cualquier lugar. Tanto en la casa, como en la escuela o en la Casa de Cultura. No volví a faltar a los ensayos, pero fue evidente que algo en mí había cambiado. Ya no hacía las cosas con el mismo entusiasmo que antes, y eso no era bueno. Para el festival provincial solo faltaba una semana, y Andie nos exigía hasta el máximo. Siany se dio cuenta de mi cambio y trataba de saber el porqué de ello. Alejandría, su abuela, también me cuestionaba al respecto. Maricary disfrutaba el hecho de que no bailara tan bien como antes. No podía ocultarlo, y a Siany esa situación la enfurecía:
_ Si no quieres decirme que te pasa, allá tú._ me reprochaba._ Pero lo que me saca de quicio es que le des el gusto a la insoportable esa de Maricary.
Pero no me interesaba nada. Solo ansiaba que papá volviera, que al llegar de los ensayos, él estuviera en casa. Tal vez no era el mejor padre del mundo, pero era el único papá que tenía, y sentía mucho cariño por él.
Andie no podía ocultar su preocupación a causa de mi actitud. En vano insistía una y otra vez para que hiciera las cosas tan bien como antes. Al final de uno de los ensayos, mamá se sentó con Andie y con Alejandría, y entre lágrimas, les expuso lo que estaba sucediendo. Creo que estaba angustiada y desesperada, pero supongo que Andie y la abuela Alejandría la hicieron sentir un poco mejor.
En medio de todo este dilema, llegó el día del festival provincial. Recuerdo que fue un domingo. Tuvimos que levantarnos de madrugada, a las cinco y treinta exactamente. En la Casa de Cultura debíamos aguardar por dos guaguas que habrían de recogernos. Cuando mamá, mis hermanas y yo llegamos, estaban casi todas las niñas reunidas, acompañadas de sus familiares acompañantes. Siany se alegró mucho en cuanto me vio llegar, pero me vi relegado a un segundo plano, puesto que en cuanto reparó en mis hermanas se olvidó por completo de mí e hizo perfecta relación con Shirley y Shaina. Las guaguas no llegaron hasta las seis y cuatro de la madrugada. Todos abordamos, la mayoría de las niñas desesperadas por sentarse con sus amiguitas preferidas y cerca de las ventanillas. Por suerte, Maricary y su madre viajaron en el otro ómnibus. Siany y yo nos sentamos juntos. Muchas de las niñas iban acompañadas solamente de sus madres, pero otras iban con su mamá y papá. A estas fueron las que observé casi todo el viaje, deseando poder, como ellas, disfrutar de la compañía de mis padres.
El sol apenas empezaba a asomarse cuando llegamos a Camagüey. La ciudad dormía aún, a pesar de que algún que otro transeúnte deambulaba por las calles a esas horas. Las guaguas se detuvieron frente al Teatro Principal. Quedé maravillado ante la imponente edificación, la belleza del lobby, que veía a través de las rejas cerradas. Las enormes lámparas de cristal que pendían del techo, reflejadas en los grandes espejos de la pared, sobre las vistosas escalinatas. Me preguntaba como sería el interior del teatro.
Tuvimos que esperar, sentados en los bancos del parquecito de la plaza frente al plantel, semi dormidos. Nos descubrieron el astro rey y los vecinos del entorno, derrumbados sobre las aceras y los bancos, aguardando el momento de entrar al teatro.
Cerca de las ocho de la mañana, comenzaron a llegar los del personal técnico del teatro y los camiones o guaguas con otros artistas aficionados, instructores y familiares acompañantes que igualmente habrían de participar en el festival, provenientes de otros municipios. Muy pronto, la plaza frente al Teatro Principal estuvo atestada de personas. Alguien llamó a todos los instructores desde la entrada del teatro. Un sujeto no muy alto de estatura, robusto, con escaso cabello color tabaco, ojos verdosos y una enorme y puntiaguda nariz:
_ Ese que llamó es el director artístico que va a preparar el espectáculo._ explicó Andie al regresar._ Ahora va a haber un ensayo técnico para coordinar bien todo lo de las luces y las ubicaciones en el escenario. Los padres no podrán estar presentes, así que yo entraré con los niños y ustedes esperarán por aquí o pueden dar una vuelta y regresar más tarde. El festival como tal empezará a las dos.
Entramos al teatro por un lateral que conducía a la recepción y a un salón pequeño, luego de despedirnos de los padres. Mamá me advirtió que me portara bien y lo hiciera todo correctamente. Las gemelas lloraron por quedarse y lograron salirse con la suya. Andie las acogió cariñosamente junto a ella. Mamá se marchó junto a los abuelos de Siany y el resto de los padres. A continuación, tras vestirnos con ropas cómodas de ensayo, dígase leotares las niñas y yo con una licra negra larga y una camiseta blanca sin mangas. Subimos al escenario para realizar lo que según Andie, sería un ensayo técnico.
Jamás olvidaré la impresión que causó en mí el gran escenario del Teatro Principal, con aquellos telones inmensos, las luces en espera de ser encendidas. Desde allí, distinguía el lunetario casi desierto, a no ser por algunas personas dispersas entre las butacas. Andie ordenó que nos preparásemos para ensayar. No sé si lo que hicimos fue realmente un ensayo. Cada cinco minutos alguien decía algo, Andie casi no nos prestaba atención. Hablaba todo el tiempo con el luminotécnico y con el director artístico. Generalmente, nuestra coreografía llamó mucho la atención y sembró expectativas. Cuando terminamos, salimos del escenario rumbo a un saloncito, puesto que no podíamos quedarnos para ver las otras obras concursantes. Siany, algunas niñas y yo nos escurrimos ligeramente en la oscuridad y pudimos ver todo. Los números restantes no eran nada del otro mundo. Me di cuenta enseguida que nosotros los superábamos a todos, excepto a uno. Se trataba igualmente de una coreografía estilo clásico, bailada solo por una pareja. Durante unos minutos aquella muchacha y su acompañante se adueñaron de toda nuestra atención. Los gráciles movimientos de ambos nos sedujeron hasta el punto de que al finalizar, estuvimos a punto de romper a aplaudir. Era evidente que aquel montaje representaba un rival muy poderoso contra nosotros, o por lo menos, eso le escuché decir a algunas niñas de nuestro grupo. Poco me importó si nos superaban o no. Yo solo podía verlos a ellos dos, danzando de aquella manera primorosa, y deseé tanto poder bailar así, con tanta facilidad y gracia. Verlos danzar me había hecho olvidar todos mis problemas y miedos.
La mañana se fue así, entre ensayos y discusiones de los instructores con el director artístico, que no parecía ser alguien de muy buen carácter, y de una de las acomodadoras del teatro que nos regañaba una y otra vez, haciéndonos salir del área de bambalinas, aunque volvíamos siempre a colarnos para mirar. Al mediodía fuimos a almorzar al Centro Provincial de Casas de Cultura. Confieso, que acostumbrado a la semi oscuridad del teatro, el sol me golpeó violentamente los ojos. Siany se me acercó y se prendió de mi brazo:
_ ¿Viste a la pareja que bailó?_ fue su pregunta.
Respondí que sí con un movimiento de cabeza:
_ Ellos son los que van a ganar en el festival, estoy segurita. Se lo dije a mi abuela, y ella dice que no. Pero ella no los vio bailando. Yo sé que ellos van a ganar. Andie ya se puso nerviosa, aunque lo disimula muy bien. La gente anda comentando que esos muchachos son de la escuela de ballet de Camagüey. Si compiten con nosotros, claro que tienen que ganar. Ellos saben más y eso es tremendo descaro.
Casi no escuchaba el parloteo de Siany. Solamente pensaba en aquellos dos jovencitos que habrían de competir contra nosotros en igual categoría:
_ ¿Te gustaría bailar como esos dos muchachos?_ le pregunté a Siany, interrumpiéndola en su protesta de si era justo o no que aquellos dos obtuvieran el gran premio en el festival.
Siany me miró sin comprender al principio mi pregunta, pero no tardó en contestar:
_ Claro que me encantaría bailar como ella, pero para eso debo estar en una escuela de ballet.
Ni siquiera sé que me impulsó a decir con toda decisión:
_ Yo voy a estudiar en la escuela de arte. Tú y yo, y ya verás que vamos a bailar mejor que ellos.
Por un momento todo el pesar a causa de la ausencia de mi papá había desaparecido como por arte de magia. Sencillamente se había esfumado, como si jamás me hubiese sentido así. De repente, tenía unos deseos inmensos de bailar. Volvía a ser el mismo de antes.
El festival comenzó a las dos y dos de la tarde. El lunetario del Teatro Principal estaba abarrotado, tanto en la planta baja como en el piso superior. Un murmullo gorjeante crecía y crecía por momentos. En los camerinos, reinaba el nerviosismo entre los bailarines. Andie, con la ayuda de otros padres, _ incluyendo a mi mamá_ ya nos habían vestido, peinado y maquillado a todos. Mis hermanas no podían ocultar su admiración ante los vestuarios de las niñas. Como se habían hecho tan amigas de Siany, no hacían más que tocar el de ella. Mamá las regañaba una y otra vez, preocupada de que le fueran a ensuciar el tutú a mi amiga. Los demás concursantes nos miraban, admirados por nuestros vestuarios. Andie nos reunió:
_ Bien, atiendan todos... Estamos en el festival provincial. Vamos a actuar en un buen teatro, el mejor de Camagüey, y eso ya es todo un premio, todo un privilegio. Puede ser que alcancemos el máximo lugar, puede que no, eso no es lo importante. Quiero que bailen mejor que nunca, que se sientan como verdaderos artistas, como los grandes bailarines que puedan existir. Róbense al público de tal modo que los aplausos que les den retumben en todo este teatro. Eso es lo que realmente importa.
Su discurso no nos quitó el nerviosismo, pero si nos hizo sentir más seguros y con más deseos de bailar. Maricary, egocéntrica y autosuficiente como de costumbre, se acercó a mí, pavoneándose con su vistoso traje y me dijo:
_ Ya oíste a Andie. Haz las cosas bien.
La miré de arriba abajo, y pausada pero fríamente, le dije:
_ Eso te pega más a ti. No olvides que yo gané un premio por bailar, y tú no.
Por supuesto, mis palabras cumplieron el objetivo que ansiaba. Maricary no se atrevió a decirme nada más, incluso, hasta llegué a pensar que se echaría a llorar, puesto que dibujó un gracioso puchero en su rostro maquilladísimo. Mientras estuvimos allí, fueron varias las veces que me recalcaron que bailara bien, que hiciera todo tan lindo como antes. Andie sobre todo me lo suplicaba de vez en vez.
Sonaron en varios momentos unas campanadas, y tras la tercera y última, una agradable voz femenina dio la bienvenida a los asistentes al festival y anunció en off los números que integrarían el primer bloque. Además, solicitó muy amablemente que fueran silenciados todos los teléfonos móviles durante el espectáculo. Al instante se inició un intenso corre-corre, y el nerviosismo se apoderó aún más de todos, entre exclamaciones y sacudir de manos. Por suerte, a nosotros no nos tocaba bailar aún.
De repente, ante nosotros aparecieron los muchachos que tanto nos impresionaron durante el ensayo técnico. Nuestros vestuarios no eran nada comparados con los de ellos. La muchacha estaba hermosísima, con sus cabellos rubios recogidos en un peinado alto y lleno de rizos, entre los que se entrelazaba una guirnalda de perlas, con rositas blancas hechas de encaje. Lucía además un hermoso vestidito de satén y tul rosado, estilo medieval, tan etéreo como majestuoso, con deslumbrantes detalles de lentejuelas multicolores.
Su compañero lucía no menos gallardo, con unas mallas blancas ajustadas a sus piernas, y un lujoso chaleco, también de estilo medieval, azul intenso e igualmente al vestido de su pareja, con bellos detalles de lentejuelas y minúsculas cadenitas plateadas entrecruzadas unas con otras de forma curiosa y original. No podría describir hasta que punto llegó mi admiración. Juntos se veían formidables y con aquellos atuendos, definitivamente, resultarían exquisitos.
Se veían relajados. Nada alteraba la tranquilidad de sus rostros. Ella estaba muy al pendiente de su peinado, que acariciaba cada cierto tiempo, y también de las mangas de su traje, cuidando que no se les arrugaran. Él permanecía muy serio, y derecho como una estaca, con las manos tomadas tras la espalda. Hubo un instante en que ella reparó en nosotros, _ en Siany y en mí_ y tocando a su pareja, señaló con una sonrisa:
_ Mira, que chulos.
El muchacho miró en dirección a nosotros y también sonrió. Me sentí importante solo por el hecho de que se hubieran dado cuenta de nuestra presencia, lo que nadie más había conseguido.
Concluyó el primer bloque. Hasta nosotros llegaban los aplausos del público. La misma voz femenina anunció los números del segundo bloque. Allí actuaríamos nosotros. Cuando nos llegó el turno, me di cuenta entonces que no habíamos traído la escenografía con nosotros. Pero no había que preocuparse. Durante el mediodía, Andie había dispuesto un enorme telón de fondo en el que aparecía dibujado el paisaje sombrío de un lago en medio de la noche, con las ruinas de un castillo destacándose en la lejanía iluminado por una majestuosa luna llena. Se lo habían prestado unos amigos suyos que formaban parte del Ballet de Camagüey.
Nos ubicamos cada cual en el sitio que íbamos, esperamos a que el telón se descorriera majestuosamente, y que una débil iluminación inundara la escena. La música de Chaikovsky envolvió la sala, y dimos inicio a la versión segundo acto del famoso ballet creado por Marius Petipa y Lev Ivánov. El público callaba, observando nuestra actuación. Entre la oscuridad centelleaban las luces de los teléfonos de los padres, grabando nuestra presentación. Di todo de mí. Me convertí en el príncipe Siegfried. Maricary no estuvo nada mal, pero las que realmente se robaron a la audiencia, fueron Siany y las otras tres niñas que ejecutaban la compleja danza de los cuatro cisnes.
Los aplausos las acompañaron en la realmente difícil variación que ellas defendieron honorablemente. El resto de las niñas, en las evoluciones del cuerpo de baile, tuvieron una loable actuación digna de destacar. Todos los movimientos resultaron fluidos, elegantes y hasta cierto punto, muy uniformes, aunque hubo momentos en que algunas se equivocaron, no dándose mucho a notar.
Cuando el telón se cerró, con los últimos acordes de la partitura, una ovación estremeció la sala, y un grito de bravo atravesó el abarrotado local. La cortina se descorrió para nuestro saludo. Vimos, desde el proscenio, al gran grupo que conformaban nuestros padres, puestos de pie, aplaudiendo. Escuché claramente las voces de mis hermanas llamándome desde el lunetario. Tras nuestra reverencia, el telón volvió a cerrarse, y cuando nadie nos veía rompimos a gritar llenos de alegría, y a abrazarnos por el éxito obtenido. Al público le había fascinado nuestra presentación, de ello no había dudas. Tuvimos que desalojar rápidamente el escenario para que pudiera actuar el otro número. Coincidencia, era la pareja que tanto me gustaba. Cuando él estaba dirigiéndose al escenario, me vio y acercándose a mí, me extendió una mano y me dijo:
_ Felicidades príncipe Siegfried. Te quedó muy bien.
No sé si me escuchó darle las gracias, porque apenas tuve aliento para hablar. Siany y yo nos quedamos cerca, ocultos en los laterales para verlos bailar. Ellos interpretarían una versión de la escena del balcón del ballet Romeo y Julieta, con música de Prokófiev y coreografía de Ernest McMillan. No tengo palabras con las cuales calificar la ejecución de ambos. Fue tan hermosa que casi sentí deseos de llorar. Aquellas dos figuras recorrían el escenario haciendo gala de su elegancia de movimientos y de la técnica que ambos poseían. Si con nuestra actuación el público ovacionó, con la de ellos fue delirante. Los aplausos y los gritos fueron tantos y de tal manera que casi ensordecí. La sala en pleno se puso de pie, mientras los jóvenes bailarines sonreían y reverenciaban desde el proscenio.
Fue lo mejor que se presentó en el festival, nadie lo puso en duda. Siany y yo aplaudimos tanto que hasta nos dolió las palmas de las manos. Después, nos cambiamos de ropa y fuimos con nuestro grupo a disfrutar de lo que quedaba del espectáculo, aunque ya nada llamó nuestra atención, y todo el tiempo nos la pasamos jugando y conversando. Ni siquiera puedo decir cuantos números se presentaron, solo sé que mis hermanas se durmieron. Finalmente, la misma voz que anunciaba en off, dijo que el jurado habría de reunirse para deliberar, para acto seguido realizar las premiaciones:
_ ¿Crees que ganemos?_ me preguntó Siany.
_ No sé._ le dije.
_ Yo creo que va a ganar la pareja que bailó Romeo y Julieta._ opinó Siany._ Se lo merecen, porque la verdad es que bailaron de lo más lindo, y la gente los aplaudió cantidad.
_ A ustedes también los aplaudieron mucho._ intervino mi mamá, que escuchaba nuestra conversación, mientras sostenía a una de mis dormidas hermanas sobre sus piernas.
La abuela Alejandría cargaba a la otra y agregó:
_ Si, no pierdan las esperanzas. Yo estoy más que segura que no nos vamos a ir con las manos vacías. Al menos con una mención nos vamos para Florida.
Otra vez un murmullo gorjeante se había cernido sobre la sala. Se notaba claramente la impaciencia de los presentes. Por fin, los miembros del jurado subieron al escenario, bajo una intensa lluvia de luces. Eran quince personas en total, entre hombres y mujeres, todos estirados y derechos, como auténticos profesionales de la danza. Estoy seguro que en aquel momento, no era el único cuyo corazón latía presurosamente.
Uno de ellos tomó la palabra, transmitiendo a todos los participantes del evento una gran felicitación por la calidad de las piezas presentadas. Tras un aplauso masivo en apoyo a sus palabras comenzaron a entregarse los premios, según las distintas categorías de baile. Hubo menciones, reconocimientos, y yo, cada vez más nervioso. Llegó el momento de los premios a los mejores números presentados. El tercer premio correspondió a un montaje del municipio Nuevitas, tres niñas que ejecutaron una danza contemporánea. El segundo premio lo ganó una coreografía con música tradicional cubana, de Camagüey. Siany y yo estábamos a punto de echarnos a llorar, creyendo que no obtendríamos ningún mérito, cuando anunciaron el primer lugar, que obtuvo una coreografía de baile español, también de Camagüey. Y cuando más desesperanzados estábamos, anunciaron un reconocimiento especial para la bonita pareja que interpretó el pas de deux Romeo y Julieta. El público aplaudió y gritó tanto, que hasta me dolió la cabeza. Pero no dejé de batir palmas ni por un momento. Ellos no competían, solo participaron en el festival en calidad de invitados especiales. Siany y yo nos miramos sin entender. Si ellos no competía y no habían alcanzado el Gran Premio, entonces, eso quería decir que... Si, lo obtuvimos nosotros. El escándalo que organizamos fue atroz. Andie, llorando como una niña subió al escenario a recoger el diploma y la pieza tallada en forma de tinajón que recibió. Nosotros nos abrazábamos, llorábamos, reíamos... Habíamos obtenido el máximo galardón de aquel evento: El Gran Premio a la mejor coreografía de la Fiesta Provincial de la Danza.
Sabíamos que de ganar, nos sentiríamos bien. Pero no creí que fuéramos a sentirnos tan bien. Todos subimos a las guaguas, conformes y con buen ánimo. Los padres de las niñas y Andie comentaban lo bien que había salido todo. Yo estaba cansadísimo. Solo ansiaba llegar pronto a mi casa, darme un baño caliente y acostarme a dormir. El madrugón de ese día empezaba a surtir efecto. Ni siquiera tenía hambre, puesto que al salir del teatro, y tras tirarnos centenares de fotos en el escenario, en el lobby del teatro, en la plaza, habíamos acudido a una cafetería, cerca de la iglesia Nuestra Señora de la Soledad. Ya en la guagua, cuando esta se puso en marcha, vi en la plazoleta a mi admirada pareja de baile, conversando con un pequeño grupo de personas. Recordé que él me había felicitado tras verme bailar, y lo más justo era que yo hiciera lo mismo. Pero no podía detener la guagua para bajar y darle mis congratulaciones. Por ello, me aventuré a sacar la cabeza por la ventanilla y grité:
_ ¡Felicidades Romeo!
Por supuesto, todo el que se hallaba cerca miró hacia mí. Él también, y al reconocerme, respondió con una sonrisa y agitó la mano en una despedida. Mamá no me dijo nada, ni siquiera me regañó por mi impulso de sacar medio cuerpo a través de la ventanilla. Estaba aún demasiado emocionada por nuestro éxito, que no hacía más que mirarme y sonreír.
Casi todos nos dormimos durante el viaje de regreso. El estrés de ese domingo pesaba sobre nuestros párpados. Mamá cargaba a Shirley, y yo a Shaina. Mis sueños giraban en torno al Teatro Principal. Me veía a mí mismo interpretando a Romeo, y a Siany encarnando a Julieta, y el público se ponía de pie, eufórico, vociferando y aplaudiendo emocionado.
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