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SIETE

—Me pasas las pastillas que están arriba de aquel mueble, por favor. —Señalo hacia mi izquierda.

—¿Qué son? —pregunta mientras me las entrega.

—Paracetamol, me duele mucho la cabeza —me justifico.

Acumulo saliva y me la trago.

Luis está detrás mío, abrazándome y aún así tengo frío, tengo demasiado frío de hecho. Mis dientes tiritan, percibo la temperatura de su cuerpo es más alta que la mía; su respiración pausada e incluso su aliento tibio en mi nuca. A pesar de todo eso, no consigo calentar mi cuerpo. Siento el aire helado y sé que proviene de mi alma, de la mismísima oscuridad.

Los latidos de su corazón retumban en mi espalda. Puedo sentir, sentir con todas las letras su calidez e inclusive su preocupación.

—¿Andrés?

No, no quiero hablar. No por ahora.

—¿Qué?

Se da la vuelta y pasa por arriba de mi cuerpo, ya que no puedo hacer ningún movimiento.

—Vamos a bañarse —propone—. Estás muy frío, mi mamá siempre dice que un buen baño puede arreglar cualquier cosa, incluso una mala noche.

—Perdoname, Luis.

Me siento tan avergonzado.

—No pidas perdón.

Me saca de la cama y me lleva de la mano hacia el cuarto de baño.

Una vez allí me suelta dejándome en un rincón como si fuese un nene.

Luis abre la ducha y comienza a llenar la bañera. El vapor inunda el cuarto empañando los espejos, mi cuerpo y el de él.

La poca ropa que lleva puesta, se le impregna a su pequeño y delicado cuerpo y me brinda un hermoso espectáculo visual. Sus costillas, la clavícula e incluso sus caderas se marcan a su ropa. Las ondas de su pelo se humedecen y su piel comienza a brillar como árbol de Navidad, con sus luces centelleantes de todos colores, él brinda esa alegría y algarabía de Navidad, la adrenalina de abrir los regalos, de saber con qué me voy a encontrar, así es Luis; él es una noche navideña a punto de ser las doce y en donde los fuegos artificiales brillan en tu rostro.

—Creo que ya está —instruye, se acerca a mí y quedamos cara a cara—. Al agua pato.

Hago una mueca imitando a lo que podría llegar a ser una sonrisa. No estoy de ánimos, pero por alguna razón estoy acá, haciendo lo que Luis me dice. Se lo ve preocupado y todo es por mi culpa.

Me meto en la bañera y el agua está muy caliente, es probable que sea porque mi cuerpo esté demasiado frío.

—¿Cómo está?

—Caliente.

—Es la idea.

—¿Te podés meter conmigo? —pido mirándolo a los ojos.

Él me sonríe y comienza a desnudarse.

—Estaba esperando a que me lo pidas —contesta.

Él se pone detrás mío y ahora sí puedo apreciar su cuerpo como es debido. Su piel junto a la mía ejerce un tipo de magia que todavía no estoy dispuesto a descubrir.

—Tirá un poco la cabeza para atrás —ordena.

—¿Me vas a lavar la cabeza?

—¿No querés?

—Sí, quiero.

—Éste shampoo lo compré en oferta en los chinos, que culiaos —cuenta.

Su comentario me causa gracia. Su acento es una de las cosas que más me gusta de él.

—¿Cuál es?

Plusbelle algas.

Río con la poca fuerza que tengo.

No sé cómo hace pero de los temas más banales y sin sentido termina sorprendiéndome y haciéndome reír. Creo que es único.

Único. Suspiro con pesar.

—Tenes el pelo largo, Andrés. ¿Hace cuánto que no vas a una peluquería?

La última vez fuí con ella.

—Hace rato —contesto.

Comienza a masajerme el cuero cabelludo me inclino más a él y dejo caer mi cuerpo en su espalda. Tengo las manos agarradas a mis rodillas. Sus uñas rasgan mi piel y la sensación es demasiado placentera. Y de un momento a otro comienzo a sentirme somnoliento.

—¿Luis?

—Tirate un poco más para atrás.

—¿Luis?

—¿Qué pasa?

—La pastilla ya me hizo efecto.

Mis párpados me pesan y me siento demasiado relajado, la visión comienza a nublar.

—¿Qué tomaste, Andrés?

—Clonazepam. —Sueno distante—. Necesito dormir, Luis. Ayudame a salir, por favor.

—Dejame que te termine de enjuagar el pelo.

Tira agua en mis ondas y la espuma acaricia mi espalda.

—Listo.

Luis sale de la ducha y yo me quedo tieso con la mirada ida, mirando la nada, mirando todo y padeciendo al mismo tiempo. Me siento culposo.

La imagen de Irene aparece en mi mente.

Se está riendo, ella es feliz. Siempre radiante.

—¿Andrés? —Luis me sacude de los hombros—. ¿Andrés, estás bien?

—Necesito dormir —expreso.

Me termina de sacar de la ducha.

El cuarto me parece un lugar demasiado grande y gélico, aunque en su momento pasé mis mejores días acá, hoy siento que este lugar ya no me pertenece.

—Acostate conmigo, por favor. No quiero estar solo.

—Está bien. Voy a buscar algo de ropa.

—Agarrá algo de mi cajón, Luis.

Luis se acuesta boca arriba y yo me apoyo en su pecho entrelazando mis piernas a las de él. Debería ser diferente, debería ser al revés.

Él acaricia mi pelo, pasa su dedo índice por mi frente. Sus manos son muy suaves. Sus latidos me consuelan, me abrazan.

Siento un beso cálido en la boca y luego la abrazadora e inmensa oscuridad.

***

—Buenos días, Andrés —susurra acariciandome la cara.

Intento abrir los ojos pero me cuesta mucho poder hacerlo.

—Andrés, despertate _vuelve a decir.

El olor a café con leche inunda mis fosas nasales y me remonta a otra época, no muy lejana a ésta.

Abro los ojos y veo a un bello jóven sentado en mi cama. Con un sonrisa impecable y la piel demasiado tersa. Irradiando luminosidad.

Me refriego los ojos bostezando al mismo tiempo.

—¿Qué haces acá, Luis? ¿No deberías estar en la facultad vos?

—No iba a irme dejándote así. Quería asegurarme de que estés bien.

No, no, no.

Esto no está nada bien.

—¿Luis?

—Traje el desayuno.

—¿¡Luis!? —grito, tomándolo del brazo.

—¿Qué?

—¿Te das cuenta de lo que estás haciendo?

Niega con la cabeza un poco acontrariado.

—¿Lo decís por lo de anoche? ¿Por el desayuno?

—Luis, no deberías haber faltado a la facultad, no sos mi niñera, yo sé cuidarme solo. No necesito ésto. No necesito de tu ayuda.

—No entiendo... Yo...

—No tenés que entender nada —interrumpo—. Me gustaría estar solo. Te agradezco... —hago una pausa—. En serio, gracias.

Él se me queda paralizado mirándome con los ojos bien abiertos y yo estoy siendo un reverendo hijo de puta. En definitiva es lo que soy.

—Disfrutá de tu desayuno, Andrés.

Sus hombros se alinean y endereza su columna dándole más porte a su cuerpo.

Sale de habitación sin mirarme, dejando una gran oleada de sensaciones y sentimientos que impreganan la habitación y me impreganan a mí. Una de ellas es bronca, incertidumbre e inclusive malestar.

Me siento en la cama con la mano refregandome la frente intentando dar algo de sentido a todo ésto. Dar algo de sentido a mis sentimientos.

****

Diccionario Argento

*Chinos: Acá le decimos "chinos" al supermercado que sus dueños son coreanos.

*Culiao: en la provincia de Córdoba se utiliza mucho, es un término que se usa de forma despectiva. Equivale al boludo de Buenos Aires.






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