Capítulo 16
El temor es un sentimiento que te consume, que te impide hacer lo que realmente deseas hacer. Jamás permitas que el temor se apodere de ti, porque si lo permites, estarás acabado. Pero mucho menos permitas, que alguien se dé cuenta de tus verdaderos temores, aunque sea muy cercano. La traición y la hipocresía existe en todas partes. Pero sobre todo, en los amigos más cercanos. Una frase decía "Aveces los amigos, son los enemigos, y los enemigos, son los verdaderos amigos." Y esa frase, tiene razón.
Salí de la sala de artes y para mi buena suerte, no servía el elevador.
—¿Pasa algo? —preguntó el chico de ojos verdes.
—¡Peter! Sólo el elevador ya no sirve, ya sabes, a las feas siempre nos toca mala suerte —me burlé, pero a Peter no le pareció gracioso.
—No digas eso, eres la chica más linda que conozco —sonrió.
—No lo creo, he visto chicas hermosas por todos lados, mientras que yo sólo tengo un cabello rojo y unos ojos cafés.
—Tus ojos son muy lindos, y tu cabello es simplemente encantador —me miró a los ojos y yo a él, lo cual me gizo sentir un tanto incómoda.
—Lo dices porque tus ojos son verdes —agaché la cabeza, pero me tomó la barbilla con una de sus manos.
—Nunca permitas que alguien te diga que no eres hermosa, lo eres, y mucho —me sonrojé ante aquel comentario.
—¿Peter? —dijo una niña, de aproximadamente ocho años, con una voz dulce y tierna. Llevaba una bata, y no tenía cabello, tenía los ojos verdes, al igual que Peter y su sonrisa era simplemente cautivadora. Tenía hoyuelos y sus pies se encontraban descalzos, seguramente se enfermaría. Entonces recordé lo que Nancy me había dicho hace un tiempo.
"—Y el ala tres... Ellos, son los luchadores, muy apenas y tienen fuerza son pacientes con enfermedades terminales, las familias esperan lo peor —bajó la cabeza."
—Falley, ven aquí, debo presentarte a alguien —la pequeña se acercó con timidez—. Ella es Catalina, Catalina, ella es mi hermana Falley.
—¿Es tu novia? —sonrió la pequeña—. Porque es muy bonita.
—Sólo es una amiga —Peter volteó a verme.
—Tú también eres muy bonita —sonreí abiertamente.
—¿Y qué pasó? —preguntó Peter preocupado.
—Tengo miedo, me aplicarán una nueva vacuna hoy —bajó la cabeza y Peter la abrazó.
—No temas, recuerda que las princesas de Disney nunca se rindieron y terminaron con su príncipe azul —la animó.
Me parecía muy tierno de su parte, se veían muy lindos.
—¿Y ella es tu princesa? —me señaló.
—Aún no —Le susurró al oído, pero lo pude escuchar perfectamente.
<<Aún no>>
—Me agradas —me dijo la pequeña y me sonrojé.
—Gracias, eres muy dulce, tu también me agradas —sonreí y ella igual.
—Bueno, Falley, es hora de que regreses a la habitación—dijo Peter y la pequeña asintió—. Te veré en unos minutos.
—¿Cuántos años tiene? —pregunté cuando Falley se había alejado.
—Siete —sonrió y yo me quedé atónita.
<<¿Cómo es que Falley teniendo siete años y con una enfermedad terminal sonriera más que yo? ¿Cómo es que Peter se mostraba fuerte cuando su hermana estaba muriendo y sus padres estaban lejos? ¿Y cómo es que yo me dejé llevar cuando tenía personas que me apoyaban? Fue así cuando me di cuenta que era una idiota por haber provocado mi enfermedad, cuando realmente tenía opciones>>
—Es linda —la halagué.
—Igual que tú —hizo una breve pausa—. Bueno, si el elevador no sirve, prueba con las escaleras, están en esa puerta —señaló la puerta color mayonesa que se encontraba al lado derecho—. Seguro que el elevador mañana ya estará funcionando.
—Bueno, gracias —me dirigí a la puerta color mayonesa.
Peter me tomó por sorpresa tomándome delicadamente del brazo, lo cual hizo que diera un pequeño salto.
—Lo siento —me soltó rápidamente.
—No hay problema, ¿qué pasa? —sonreí.
—Me agradas mucho —se puso nervioso—. Y eres muy linda, ¿Quisieras salir a cenar conmigo mañana? —se rascó la nuca.
Aquello me dejó desconcertada, pero él no sabía lo que padecía y además no podía salir del hospital.
—Estoy internada, no puedo salir del hospital —le recordé.
—Eso no es impedimento —me guiñó el ojo.
—¿A qué te refieres?
—Si aceptas, lo verás —me miró con una cara juguetona.
—No tengo ropa —reí—. ¿Quieres que salga en bata, o desnuda?
—Me gustaría mucho la segunda opción —Rodeé los ojos—. Pero sé que hacer, tan solo acepta y mañana lo verás —me persuadió.
—Está bien, acepto.
El me abrazó y yo a él, bajé las escaleras y me dirigí a mi habitación. Pero mi destino cambió al ver a Nancy ingiriendo laxantes mientras entraba a su habitación en su silla de ruedas, la cual estaba a dos habitaciones de la mía. Estaba segura de que eran laxantes, pues antes de llegar al hospital, había ingerido muchos de ellos. Creí que Nancy había mejorado.
—¿Qué es lo que haces? —la tomé del brazo y la metí a la habitación.
—Comiendo ¿qué más?, ¿no quieren que coma? —se tambaleó.
—Nunca te curarás así —la regañé.
—¿No lo entiendes? No existe ninguna esperanza en mi caso, soy un simple caso que ya quedó en el olvido, no le importo a nadie —se recargó en su silla.
—Eres mi amiga, y me importas demasiado, así que no digas que no le importas a nadie, porque me importas, y mucho, no soporto verte así —levanté las cejas.
—Catalina, nunca olvides que tienes posibilidades.
—No seas dramática, ambas las tenemos, todos las tienen. Todos tenemos segundas oportunidades —la tomé de los hombros —. Hace un tiempo, una chica de cabello claro, me dijo que era una soñadora, y le creí. Ahora, creeme cuando te digo que vamos a curarnos y a salir de aquí muy pronto.
—Catalina, no lo entiendes, tú tienes algo por lo que puedes luchar, una familia que te quiere, y amigas que te apoyan. La única persona que llegó a importarme, se marchó.
—Yo también he pasado por eso, sabes que perdí a una persona muy especial —la miré con lástima.
—Pero esa persona si te quería, y creeme que es peor ver que una persona, por la que arriesgaste todo, es feliz con alguien más, mientras te quedas sentada, observando como esa persona es más feliz sin ti —comentó.
—Pero aún puedes luchar por él.
—Ella está mejor ahora que no estoy —apretó los ojos.
—¿Ella? —fruncí el ceño.
—Sí, ella, su nombre es London —bajó la cabeza.
—¿Puedes contarme?
—Si te lo cuento, me juzgarías —dijo con seguridad.
—Por supuesto que no. Jamás lo haría.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
<<Y jamás falté a esa promesa.>>
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