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Capítulo 13

El tiempo, es la principal causa de que nos vaya mal, no alcanzamos a hacer muchas cosas por el mal tiempo que nos ha tocado, el tiempo, es demasiado para el que espera, extenso para el que sufre, corto para el que ríe y muy rápido para el que ama.

—Bien querida, es hora de bañarse —dijo la enfermera moviéndome de la camilla. Lo que hizo que me despertara.

—¿Cuál es tu nombre? —abrí los ojos.

—Me alegra que lo preguntes —sonrió—. Mi nombre es Alejandra, pero puedes llamarme Ale.

—Bueno, Ale, en seguida me daré una ducha. Pero necesito que salgas de aquí. —dije sutilmente.

—Lo lamento, tengo ordenes de quedarme aquí —rodeé los ojos y eso pareció incomodarle —. Pero tranquila, estaré sentada aquí.

—Está bien.

Me levanté y entré al baño. Era pequeño pero bonito, para entrar a la regadera tenía que abrir unas paredes de vidrio las cuales estaban polarizadas.

Abrí la regadera con el agua totalmente caliente. Me metí y me di una larga ducha. Salí de la regadera, tomé una de las toallas blancas y me la puse. Me había percatado de que no había visto ninguna maleta o mochila en la habitación. Salí y observé a Ale, la cual se encontraba sentada en una silla de la habitación leyendo un revista. Al saber de mi presencia, dejó su revista a un lado.

—¿Sucede algo? —frunció el ceño.

—No tengo maleta —respondí.

—El hospital se encarga de eso, no debes apurarte, además únicamente llevarás bata —explicó.

—¿Y mi ropa interior? —reí.

—También el hospital se encarga de eso —sonrió.

—¿Y dónde está?

—¡Oh!, lo he olvidado —confesó—. En un momento vuelvo —dijo y se marchó rápidamente por aquella ropa.

Me senté en la camilla y esperé unos minutos. Al poco tiempo Ale ya venía con la ropa interior y la bata. Me la entregó y me metí al baño. Terminé de cambiarme, y me puse las pantuflas grises; la ropa interior era un conjunto azul marino, mientras que la bata era la misma de siempre. Cepillé mi pelo y salí del baño.

—¿Quieres algo de comer? —preguntó.

—No, pero muchas gracias.

—Bueno, está bien, te explicaré las reglas de éste hospital. Primero que nada, quiero que entiendas que éste es un hospital y no un campamento en lo que puedas hacer lo que se te venga a la mente. Tenemos horarios. A las 7:00 A.M, tendrás que levantarte para ducharte todos los días que estés aquí. Te pondremos una alarma. Tal vez te percataste de que tu teléfono no está. Es porque no están permitidos los aparatos electrónicos. A las 8:30 A.M, será la hora de desayunar. Entendemos tu caso y tomáremos medidas para ello. A las 12:00 A.M, tendrás que ir al salón de arte, son dos horas, está en el ala número tres; es decir, un piso arriba de éste. A las 2:30 P.M, es la hora de la comida. Y a las 7:00 P.M, es la hora de la cena —explicó.

—¿Y las demás horas? —chasqué los dedos.

—Serán horas libres y de visita, puedes salir de tu habitación, pero no del hospital. Vendrá a visitarte tu doctor de lunes a viernes. No soy tu única enfermera, hay otros. Que no te sorprenda si vez a otra persona por aquí —sonrió.

—¿Puedo salir ahora? —alcé las cejas.

—No lo creo —hizo un puchero.

—Por favor —supliqué.

—Bien, pero te quiero aquí en media hora —mandó.

—No soy cenicienta —burlé.

—Cenicienta o no, debes hacerlo. El doctor vendrá a presentarse y a darte un chequeo —sonrió de lado.

—Al menos a Cenicienta le dieron hasta las doce —bufé nuevamente.

—Pero Cenicienta tenía un príncipe —contraatacó.

—Muy bien hada madrina —reímos al unísono y salí de la habitación.

Leí un mapa del hospital que estaba en un pizarrón. Había cuatro alas.

Caminé entre los pasillos, esperaba ver familias felices, pero en vez de eso, vi familias devastadas y tristes. Caminé más y más hasta que alguien dijo mi nombre.

—¡Catalina! —dijo aquel.

—¡Peter! Hola —sonreí y nos saludamos de mano.

El chico vestía con un chaleco de cuero café, pantalón negro, camisa blanca y zapatos color negro.

—Veo que aún sigues aquí. —señaló.

—Lamentablemente —me encorvé de hombros.

—Me dirigía a la cafetería ¿gustas ir? —invitó.

—Claro —acepté.

La cafetería estaba en el ala dos, a nueve pasillos desde mi habitación. Para entrar a ella, debía abrir una puerta de vidrio trasnparente. Al entrar, era enorme, había dos partes en las que había un bufete. Había muchas mesas y sillas blancas y el piso era gris. No había techo, pero si había paredes blancas. Nos sentamos en una de las mesas.

—¿Quieres algo de comer? —preguntó.

—No, gracias —sonreí.

—¿Puedes hablarme de ti?

—No hay mucho que decir —mordí mis labios.

—Yo diría que si, me pareces una persona muy interesante —apoyó sus brazos en la mesa.

—¿Y por qué no me hablas de ti? —alcé una ceja.

—Porque no me has preguntado —rió.

—Háblame de ti —lo miré a los ojos.

—Mi nombre es Peter Lorey, tengo veintidós años, estoy estudiando leyes en la universidad principal de Nueva Adlia. Mis padres son ingenieros y viajan bastante, por lo que casi no los veo. Tengo una hermana de doce años, la cual tiene cáncer. —bajó la cabeza.

—¿Qué tipo de cáncer? —pregunté con delicadeza.

—Osteosarcoma, o más bien; cáncer de hueso —me miró a los ojos e hizo una pausa —. Bueno, ya es tu turno.

—Mi nombre es Catalina Roswood, tengo veinte años. Estaba estudiando medicina en la universidad de Tondez, tal vez la conozcas, soy hija única —tomé una breve pausa de cinco segundos y proseguí—. Creo que no hay nada más que decir.

—Claro que lo hay, ¿por qué estás aquí? —preguntó con mucha curiosidad.

—Me desmayé y me pegué un poco en la cabeza. Estoy bien, pero me están haciendo unos análisis —mentí.

Peter era un extraño, y nunca había sido muy abierta con las personas. Parecía un chico lindo y frágil, pero no era la idea de alguien en quien podría confiar, aún no lo conocía lo suficiente.

—Bueno, ya que somos amigos... —suspiró. <<¿Amigos?>> Sólo habíamos hablado dos veces.—. Y tú estarás aquí por un tiempo —Agregó—. ¿Dónde está tu habitación?

—Peter ¿cuánto tiempo llevamos hablando? —pregunté un tanto alterada.

Había olvidado que Ale sólo me había dejado media hora.

—No lo sé, supongo que media hora ¿por qué?

—¡Diablos! —exclamé—. Me harán un chequeo, debo irme.

—¿Sabes qué habitación es la tuya?

—Sólo sé que está en el ala dos —dije alejándome de la cafetería.

—¿El ala dos?—susurró.

—Sí; es decir en este mismo piso. Adiós Peter —dije y corrí hacia mi habitación.

<<Hasta pronto Peter>>

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