Día 8: Jamie siempre vuelve.
Jamie
La cabeza me da vueltas y tengo la visión borrosa. Maldigo un millón de veces esta maldita enfermedad que no me permite ver más allá de lo que tengo delante de mis narices. Síndrome de ojos secos le llaman.
Que Harry culpara a mi hermana de todo ha sido como una bofetada en la cara. Un puñetazo en el estómago. ¿Cómo se atreve a meter a Grace en esto? Él se marchó del pueblo llevándose mis sueños, mi vida, dejando un caos detrás.
Deseo gritar, inclinar la cabeza hacia atrás y gritar por el dolor y la sensación de injusticia que estoy sintiendo. Las lágrimas corren por mis mejillas y no puedo evitar que lo hagan.
Soledad me detiene, sin tocarme pero interponiéndose en mí camino.
— ¿A dónde vas, Jamie? Deberían conversar, solos.
Un sentimiento de rabia se apodera de mi cuerno. De todas, Soledad sabe que eso es imposible entre él y yo. No necesito que un narcisista me restriegue en la cara su incapacidad para afrontar sus propias decisiones y culpar a otros por ellas.
—No... —Comento sorbiendo mis lágrimas—, me marcho. Necesito... necesito ver a Grace, hablar con ella.
Soledad me observa como si estuviera loca. Me dedica una mirada de lástima que me paraliza.
—Jamie, tu hermana está muerta —susurra.
Asiento con la cabeza y frunzo el ceño. Como si no lo supiera ya.
—Lo sé, pero necesito visitar su tumba.
Me siento desesperada por alejarme de este lugar. No puedo olvidar como me sentí cuando Harry se fue de mi vida, no puedo olvidar como me dejó hecha trizas. Me he esforzado durante años por arrancar el pasado y olvidarlo, no puedo permitir que vuelva a hacer lo mismo.
Con pasos titubeantes y los ojos llenos de pena, salgo del estudio y me subo a mi coche por primera vez en semanas. El motor ruge y acelero con dirección a Cedar Hill Cemetery, en Maryland, nuestro antiguo hogar.
Respiro hondo y me abrazo a mí misma cuando a la hora me detengo frente a las puertas del cementerio. El enorme tronco de árbol quemado de la entrada me recibe. La casona del encargado, con sus ventanas oscuras siempre me ha inquietado, haciendo que afloren los recuerdos que creía enterrados.
Recorro el lugar y por fin doy con la tumba de mi hermana. El jardín de hierbas a su alrededor parece haber sido invadido por la maleza. La lápida de Grace yace en el medio con una ligera inclinación a la izquierda. En el centro de esta se encuentra incrustado en acero sus datos: Grace Moore Lee, 1996-2016. También un corto epitafio escogido por mí hace años: El amor es el alma y el alma no muere. Te amamos.
Siento cierto ardor en el cuello y un cosquilleo en los dedos. Hago un esfuerzo para contener los sentimientos que me embargan. Con la yema de mis dedos acaricio la piedra y suspiro.
—Grace, hermanita —susurro entre lágrimas —. Te he extrañado.
Trago el nudo de mi garganta y continúo hablando.
—Ha vuelto a aparecer Harry, ¿lo recuerdas? El padre de Elias, tu hijo. Lo odio, Grace, por su culpa estás aquí, hermanita —rompo a llorar sin consuelo.
—No deberías mentir de esa manera —dice una voz a mis espaldas.
Se perfectamente a quién pertenece. Aprieto los puños y me doy la vuelta para enfrentarlo. Ambos respiramos hondo producto de la tensión que ha comenzado a invadir el ambiente.
—En esta historia la mentirosa no soy yo, Harry —comento al tiempo que trato de recuperar el aliento.
—Habla conmigo, explícame porque no entiendo nada, Jamie —me suplica a la par que se limpia las lágrimas que resbalan por sus mejillas.
«Harry Conner llorando»
Nunca lo he visto así, jamás lo he visto llorar, ni siquiera en el pasado. Una parte de mí no puede olvidar, pero otra insiste en que rompamos la barrera que nos separa de una vez por todas.
—Está bien. —Levanto las manos y las dejo caer de nuevo.
—Podemos ir a otro lugar.
Niego con la cabeza.
—No, quiero que sea aquí, delante de Grace, se lo debes —se le vuelven a llenar los ojos de lágrimas al escuchar mis palabras.
—Jamie, no le debo nada a tu hermana, pero está bien, haré lo que quieras.
Solo quiero empezar a sentirme normal de nuevo. Dejar el pasado atrás y ser yo otra vez. Tantos traumas que superar.
—Nunca le toqué un solo pelo a Grace, nunca. Ella hizo de todo para llamar mi atención, pero jamás lo logró. No podía mirarla con otros ojos que no fueran de hermanos. ¿Cuántas veces te dije las cosas que tu hermana me hacía? ¿Las trampas que me ponía para que me acostara con ella?
—Las cosas no fueron así, y lo sabes. Te acostaste con Grace y luego pretendiste que no existía.
—No, joder, no fue así —pasa su mano por la cara y vuelve a mirarme —. Dos noches antes de mi partida, tu hermana se apareció desnuda en mi habitación. Dijo que estaba muy triste y necesitaba consuelo. Yo la aparté con gentileza porque era tu hermana, y la lleve de vuelta a casa. Te juro que no pasó nada, Jamie.
Niego con la cabeza, irritada.
—Es mentira, Grace me confesó toda la verdad antes de suicidarse aquella noche. Elias es tu hijo, Harry y siempre has renegado de él. Grace le prendió fuego a aquella caseta porque tú la rechazaste, a ella y a su bebé —replico, toco mi pecho del dolor que estoy sintiendo en él.
—No eres la primera que tiene que lidiar con la muerte de un ser querido, Jamie. —Habla con voz compasiva aunque sus palabras no lo son—. Se te olvida que Grace interpuso una demanda en mi contra por abuso a una menor, tu hermana fue la culpable de que haya pasado dos putos años de mi vida en la cárcel.
Se detiene y siento una opresión en el pecho. Se planta justo delante de mí. En sus ojos azules hay una expresión sincera y honesta. Quiero creerle, pero mi hermana no sería capaz de algo así.
—Grace no era así, ella no haría algo como eso.
Harry se ríe.
—Continúas sin conocer a las personas que te rodean. Tu hermana estaba celosa, y me amenazo con ello varias veces, pero nunca le presté importancia. Elias no es mi hijo, Jamie.
Cruzo mis brazos por encima del pecho y resoplo.
—No te creo ni una sola palabra. ¿Cómo sabes que fue Grace quien hizo la denuncia?
Harry me coge del brazo.
—Porque en el juicio salió su nombre, Jamie, fue ella quien lo hizo, incluso fue citada para atestiguar y nunca apareció.
Lo miro pensativa.
—Porque ya estaba muerta.
Aunque las piezas del puzle encajan, me niego a creer que Harry no sea el padre de Elias. Su traición es mucho más dolorosa por él.
—Déjame demostrarte que no miento, por favor —Suspira y cierra los ojos —. Quiero hacerme una prueba de ADN.
— ¿Qué? ¿Un ADN? —murmullo en voz baja.
—Sí, entre Elias y yo. Así sabrás el tipo de persona que era tu hermana, y el tipo de persona que siempre he sido yo.
Se me desboca el corazón. Veo tanta convicción en sus palabras, que me quedo helada. En mi mente no cabe que mi propia hermana haya sido capaz de destruir mi vida. Es imposible.
Lo miro con atención.
—Lo haremos, pero solo para demostrarte que eres un mentiroso —lo señalo con mi dedo índice y él no deja de mirarme mientras asiente.
—Siento muchísimo haberte hecho daño, Jamie, pero... —hace una pausa, pensativo —, si la prueba de ADN es negativa, que así será, tendrás una cita conmigo. Me darás una oportunidad para enmendar todos los errores del pasado.
Me limpio el polvo del pantalón. Quiero sonreír, pero entiendo que no es momento.
—Sí, la gente siempre vuelve a donde fue feliz, y yo, Jamie, no soy la excepción —aseguro con una media sonrisa. No quiero parecer desesperada —. ¿Puedo preguntarte algo?
—Solo si también respondes a mi pregunta.
Las lágrimas ya han dejado de caer, ahora solo me queda la sensación de pesadez en el cuerpo. Casi está anocheciendo, y dentro de poco no lograré ver nada.
— ¿Cómo te hiciste locutor? No recuerdo que te gustara en el pasado —comento frunciendo el ceño.
—Por ti —Su voz me alivia aun en contra de mi voluntad. Lo miro y por una vez recuerdo las cosas buenas del pasado —. Porque te veía en la televisión y quería estar cerca de ti.
Lo miro confusa, la respiración y los latidos del corazón se me aceleran a pasos agigantados.
— ¿Qué querías saber, Harry? —pregunto para sacarlo de los recuerdos.
— ¿Por qué el violeta? Trato de entenderlo pero en mi cabeza no hay explicación lógica. Sé que ya te pregunté una vez, pero tu respuesta no me convence.
Me duele tanto que llegue a ese agujero donde había enterrado todas las emociones. Pero debo contestar, y ser sincera una vez en mi vida.
Tomo aire y vuelvo a expulsarlo.
—Porque el día que Grace murió, llevaba un vestido largo violeta. Me juré a mí misma que no volvería a usar otro color nunca, por ella.
Cierro los ojos mientras las lágrimas caen, otra vez.
—Te sientes culpable.
Dirijo mi vista hacia el suelo, avergonzada.
—Yo... yo vi como mi hermana ardía en llamas, yo sostuve su cuerpo carbonizado entre mis brazos, yo vi como su vestido violeta favorito perdía el color por el fuego. Sí, me siento culpable de no haber podido ayudarla.
Es una respuesta sincera, dolorosa y es la primera vez que la digo en voz alta. Harry se acerca y me frota los brazos. Sus brazos me rodean antes de que pronuncie otra palabra. Me aferro a él como si fuera mi tabla de salvación, la persona por la que he esperado por años. Ahora mismo lo necesito con todas mis fuerzas.
Harry se aparta, y me sujeta la cara entre las manos. Me limpia las lágrimas con los pulgares.
—Tú no tienes la culpa de nada… tu hermana no estaba bien.
Niego con la cabeza y aparto mis ojos de él. Tengo que alejarme, o volveré a contar lo que no deseo que nadie sepa.
—Tengo que irme, ya casi está anocheciendo —me zafo de sus manos y me limpio la cara.
Harry me toma del brazo antes que me vaya.
—Espera, voy contigo. Recogeremos a Elias y lo llevaremos al hospital. Quiero hacerme las pruebas cuanto antes.
Lo observo con detenimiento, pienso en protestar, pero está en todo su derecho y en parte lo entiendo.
No digo nada, solo me limito a subir a su coche y observar la nada. Harry mete la marcha atrás y a los segundos ya estamos rodando por la carretera de vuelta a Hollywood. No digo una sola palabra en todo el trayecto. Solo pienso en que le diré a Elias cuando se vea arrastrado a un hospital.
Llegamos a mi casa antes de lo previsto, o tal vez la ansiedad me ha hecho verlo de esa forma. Me bajo del coche de un salto y Harry me sigue. Mi padre me espera en la entrada de la casa, ya que antes le he enviado un mensaje para que tuviera a Elias listo.
—Papá —mascullo.
—Está adentro, en el comedor. —Me rodea con sus fuertes brazos y luego me deja ir.
Echo a andar hacia el comedor y me lo encuentro sentado en una silla comiendo una manzana. Se ve adorable con sus piernitas colgando mientras las mueve hacia adelante y hacia atrás.
Tengo los nervios a flor de piel cuando me acerco a él y lo abrazo con cariño.
—Hola, cariño, tenemos que irnos —murmuro y sus ojitos claros brillan ilusionados.
—Sí, mami, el abuelo me ha dicho que vamos al doctor —coloca una de sus manitas en mi hombro y sonríe —. Tranquila, mami, no tengo miedo a las agujas.
Este niño me desarma. Tiene la capacidad de hacerme añicos con una sola frase, al menos es más valiente que yo. Estoy cansada, me siento débil y emocionalmente exhausta. Pero no me derrumbaré, no ahora.
Lo tomo de la mano y salimos juntos hacia el exterior. Harry conversa con papá mientras nos espera. Subimos juntos a su coche y nos perdemos calle abajo camino hacia el hospital más cercano.
Llegamos al hospital y una doctora enseguida nos atiende. Nos guía hacia un cuarto en donde le toman la muestra de sangre a Elias, después hacen lo mismo con Harry pero me he asegurado que el niño no estuviera presente.
—Los resultados estarán dentro de veinticuatro horas —nos informa la doctora.
Harry resopla y yo me siento más inútil que nunca en la vida.
—Mamá, tengo hambre —masculla Elias haciendo círculos en su barriguita.
—Vayamos a comer pizza, he escuchado que te encanta —le dice Harry sonriendo. Elias le devuelve la sonrisa y asiente con la cabeza, aunque no tan entusiasmado como suele ser siempre.
Salimos del hospital hacia la pizzería más cercana. No es la favorita de Elias, pero estoy segura que le gustará casi tanto como la otra. Verlo murmurar y chupetearse los dedos mientras come es todo un espectáculo.
Luego de eso, Harry ha insistido en que vayamos a algún lugar para compensar a Elias por haberse portado bien mientras le extraían sangre. El corazón se me dispara y se me queda la boca seca cuando me doy cuenta que nos ha traído al planetario.
— ¿Por qué este lugar? —La pregunta sale de mis labios antes de que pueda evitarlo.
Harry sonríe y el aire frío despeinada su pelo.
—Porque me encanta este lugar. Recuerdo que solíamos imaginar que cazábamos planetas —replica sin dejar de sonreír.
Separo los labios y siento un nudo en el estómago.
—Sí... lo recuerdo —Intento asimilar lo que acaba de decir—. Pero eso es parte del pasado.
Los planetas que cuelgan del techo se iluminan de repente, creando una atmósfera de tonos azules y blancos. Hay bastantes personas alrededor, pero a Harry no parece importarle eso. Elias observa con atención toda, nunca ha venido a este lugar.
Harry comienza a acercarse a mí poco a poco. Suelto el aire que estaba conteniendo en los pulmones y suspiro. Se acerca a mí hasta que las puntas de nuestros pies se rozan. Esos ojos tan azules y ese pelo oscuro me hacen ponerme nerviosa.
—Harry... —susurro.
Me acaricia la mejilla.
—Shh, solo déjalo ser.
Y como si fuera una señal divina, el móvil que antes sostenía entre mis manos, cae al suelo y termino apartando mi cara para agacharme a recogerlo.
«Gracias, Dios»
Cuando vuelvo a erguir el cuerpo, la expresión de Harry ya no es la misma. Sus ojos han dejado de brillar. Me preocupa lo que esté pasando por su cabeza.
— ¿Qué pasa? —pregunto algo asustada. Se ha quedado de piedra, ni siquiera pestañea.
— ¿Por qué llevas ese tatuaje, Jamie?
Me fulmina con la mirada justo en el momento en el que se ilumina el cartel del planeta Saturno y este comienza a girar. Varios datos del planeta se escuchan en una voz en off de algún altavoz.
«En Saturno llueven diamantes»
Recuerdo esa frase a la perfección, como olvidarla. Supongo que se refiere al tatuaje de mi cuello, pero no es que quiera preguntarle. Algún día este momento llegaría. Ahora solo debo ser sincera, otra vez.
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