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Día 5: El juego de Jamie.

Harry

- ¿Qué quieres que te explique? -pregunta Jamie con voz ácida. Aunque ya es muy común en ella.

Ella puede decir lo que quiera, pero aquí, ahora, la siento temblar entre mis brazos en este ascensor. Doy dos pasos y me introduzco en el interior del mismo, acto seguido presiono el botón de cerrar las puertas. Ha llegado el momento de revivir el pasado y aclarar muchas cosas.

- ¿Por qué Elias te llama mamá en esta carta? Claramente, la escribió él -dije convencido mientras la miraba fijo a sus ojos.

Ahora mismo solo puedo ver el brillo de su piel, la luz de su mirada y sus manos temblorosas al llevarse la mano a la boca para cubrírsela. ¿Piensa que deseo besarla? Para nada. Quiero respuestas. Algo me dice que Jamie no es sincera conmigo y nunca lo ha sido.

- ¿Qué? -pregunta ella en tono sarcástico -. Sigues teniendo la necesidad de meterte en mi vida. Eso pasa cuando no tienes una propia.

Me froto el rostro, cansado de su actitud. Continúa comportándose como una chiquilla arrogante.

-Tenemos que hablar, Jamie. Debemos aclarar toda nuestra historia de una buena vez.

La observo cruzarse de brazos y mirarme fijamente, esbozando una sonrisa sarcástica.

-De acuerdo -acepta sin más.

Experimento alivio y cautela a la vez. ¿Es lo correcto? Hablar del pasado con Jamie es como entrar en el infierno, te quemas a cada paso que das.

-Bien, ¿por dónde empezamos? -quiero que este cómoda, y no quiero decir algo que la haga explotar.

Su rostro es inexpresivo, sereno. Tiene las cejas ligeramente arqueadas, como diciendo « ¿yo?».

-Por el día que te fuiste y decidiste no mirar atrás, por ejemplo - señala con frialdad.

Tuve que morderme la lengua para no decirle lo que quería decir en realidad:

«Fuiste tú la que se fue»

-Yo te esperé, Jamie, fuiste tú la que me dejó plantado en aquella parada de autobús como un idiota -replico, y siento que la rabia y el dolor se apodera de mí.

-Tú no sabes todo lo que tuve que vivir -me recrimina negando con la cabeza, y casi puedo notar que está a punto de llorar.

-Nada, es fácil inventar una excusa, Jamie, pero sé muy bien lo que pasó ese día. Me dejaste plantado para irte con ese tipo, aquel cazatalentos. Y todavía decías quererme.

Ni siquiera cojo aire cuando suelto todo de carretilla. Ella desvía su mirada hacia el suelo y pestañea varias veces.

-No fue así...

Golpeo con mi puño derecho la puerta del ascensor y ella brinca de la sorpresa.

- ¡No mientras más, joder! -le grito -. Siempre pensaste solo en ti. En tu mundo de fantasía solo existías tú, porque eres una egocéntrica y siempre lo has sido.

Sin darme tiempo a nada, su mano impacta contra mi cara, dejándome el área adormilada. Me lo merezco por comportarme como un adolescente resentido. Jamie sale corriendo como acostumbra a hacer.

- ¡Jamie! -clamo su nombre y la sigo a pasos apresurados. La muy cabrona llega hasta la salida, detiene un taxi y se aleja poco a poco de mí.

«No te escaparás otra vez»

Para suerte mía, esta mañana he aparcado el coche cerca de la acera. Me subo en él y sigo al taxi.

A los pocos minutos observo al taxi detenerse frente a una cafetería de nombre Maryland. El nombre hace que los pelos se me ericen. Jamie baja del auto y entra en ella con prisa. Aparcó el coche en mitad de la acera sin importarme la multa que pueda caerme encima.

Entro en la cafetería y la veo ahí, sentada en la barra mientras habla por teléfono. Aprieto los puños, listo para liberar años de incertidumbres y odio. Cuando la veo colgar, me acerco a ella con sigilo.

-Jamie... -murmuro su nombre, bajito.

Ella me fulmina con la mirada y yo tengo la sensación de que se me escapa algo. De pronto, un hombre sale de la parte trasera de la cafetería y se detiene a mi lado.

-Harry, es bueno volver a verte -comenta el hombre con tono melancólico. Lo conozco, claro que sí. Es Dion Moore, el padre de Jamie.

Por un segundo sonrío al recordarlo en el pasado. Giro mi cuerpo y quedo cara a cara con él y le estrecho la mano.

-Señor Moore, es todo un gusto volver a verlo después de tantos años. No ha cambiado en nada -aprieto su mano con cariño y el me imita.

-Sí que he cambiado, muchacho, ya no soy pobre -replica de forma jocosa.

Ambos sonreímos por su broma, pero en el fondo sé que tiene razón. Todos estos años he pensado que había fallecido, porque en la prensa jamás mencionan la familia de Jamie. ¿Y Grace? Los Moore eran la familia más pobre de Crisfield, todo el mundo los aborrecía por ello.

Jamie suelta una carcajada seca.

-Sí, desde luego. Señor Moore, necesito hablar con su hija de algo urgente. Si me disculpa -le digo con amabilidad. Él asiente y se pierde hacia la parte trasera de la cafetería.

Mis ojos se centran en Jamie. Ella no me mira, pero tampoco hace falta.

-Suelta de una buena vez todo tu veneno, Harry -frunce los labios y yo contengo la sonrisa. Está cabreada.

-Escúchame por una vez, por favor. Me fui del pueblo porque tenía que hacerlo. Mi vida no era la maravilla que tú pensabas, Jamie, lo que yo te hacía creer -digo y hago una pausa para respirar -. Mi madre era una abusadora. En el interior de la casa yo era su esclavo, su prisionero, y nunca te lo dije.

Ahora si me mira, y en sus ojos veo dolor.

- ¿Por qué me ocultaste algo así? -Su voz tiene un deje rabioso-. Yo te hubiera ayudado.

- ¿Cómo, Jamie? -pregunto -. Ustedes apenas podían vivir. Si no me iba, mi madre acabaría conmigo. Pero quería que te fueras conmigo, por eso te cité aquella noche en la parada del autobús. Pero nunca apareciste, y al otro día el pueblo entero murmuraba tu partida.

Sus ojos azules se clavan en los míos.

-No me fui con el cazatalentos.

Tomo su mamo y se la acaricio, ella se deja hacer.

- ¿No? Eso comentaba en el pueblo. No solo tú, también desapareció tu padre y tu hermana. Estaba tan dolido, te odie tanto por ello, que esa misma tarde recogí mis pocas pertenencias y me fui para no volver nunca más.

Ella niega con la cabeza y termina apartando su mano de la mía.

-Ese día sucedió algo. No pude reunirme contigo.

- ¿Que sucedió, Jamie? Háblame para que pueda entenderte, por favor -no quiero suplicarle, pero estoy a nada de arrodillarme.

La música de fondo se acaba y comienza otra canción: Sabes, de Reik. Ya veo que el destino puede ser muy cabrón a veces.

-Es algo para lo que no estoy preparada, Harry, algo por lo que te he odiado por años y aún lo sigo haciendo. No me presiones, por favor -me pide con algunas lágrimas en sus rosadas mejillas.

Levanto mis manos en señal de rendición. Tarde o temprano tendría que contármelo, pero de momento no la pienso presionar.

-Mami, ya estamos aquí -la voz del mismo niño, el nieto de Soledad, interrumpe nuestra charla.

Me quedo mirando como Jamie se pone de pie y lo abraza con vehemencia.

-Te he extrañado, cariño -le susurra ella en el oído.

El niño sonríe y luego se fija en mi presencia. Una idea ronda mi cabeza, pero la edad del niño no concuerda. ¿Será mi hijo? ¿Ese niño será el motivo por el que Jamie me odia? No puede ser, el tiempo no cuadra.

El pequeño se acerca a mí y me analiza. Yo le sonrío y me agacho a su altura.

-Hola, pequeño, ¿cómo te llamas?

-Elias. ¿Eres amigo de mi mami? -pregunta con voz dulce, rebosando ternura por todos lados. Ahora que lo miro bien, noto mucho parecido con Jamie, los mismos ojos azules y el mismo color rubio de pelo. Nada que ver conmigo, aunque... sus ojos pudieran ser míos.

«Estoy inventando cosas donde no las hay»

-Sí, o bueno, eso quiero.

- ¿Qué tal si jugamos a algo? -interfiere Jamie, tratando que la conversación cambie de rumbo. Aunque sonríe, sé que por dentro está deseando que me largue.

- ¡Sí, mami! ¡Juguemos a veo veo! -exclama el niño con entusiasmo.

-Ok, cariño. Comienzo yo. Veo veo.

El pequeño sonríe y aplaude a la vez. Es mi momento para conseguir información sobre Elias.

-Me parece que antes debemos imponer ciertas reglas -la contemplo algo enfadado.

- ¿Qué tipo de reglas? -pregunta ella con curiosidad. El niño mantiene su postura en el medio de ambos.

-Si yo gano, me cuentas todo de cierto niño -lo miro, pero evito decir su nombre para que no sospeche -. Si ganas tú, te dejo tranquila.

- ¿Para siempre?

-Po supuesto. Por supuesto que no.

Si cree que asi se librara de mí está loca.

-Perfecto. Veo veo -empieza. Elias sonríe y toca su mentón, pensativo.

- ¿Qué ves? -pregunta el niño. Sus ojos brillan de ilusión, la misma ilusión que hubiera sentido yo si su madre me hubiera dicho que tengo un hijo.

-Un cretino -replica ella con los brazos cruzados por encima del pecho.

El niño se ríe de forma atropellada y le da un suave manotazo en el hombro a su madre.

- ¡Mami! ¡Eso no es un color! -la riñe el pequeño entre risas. Yo no sonrío, pero porque estoy aguantando las ganas de hacerlo.

-Ya, en serio. Veo veo -repite ella, seria.

- ¿Que ves? -pregunto sin dejar de mirarla.

-Una cosita -dice, contemplando su alrededor en busca del color perfecto para hacerme ganar.

- ¿De qué color, mami?

Me río por lo bajo cuando ella le saca la lengua a su hijo, creándose una gran complicidad entre ellos. Está claro que Jamie ha hecho en gran trabajo en la crianza de Elias.

-De color... -se da unos golpecitos en el mentón -, amarillo.

Los hombros se me tensan, y miro al pequeño para darle una sonrisa forzada.

-Los cojines de las sillas de la barra -comento esperanzado, aunque sé que se trata de algo lo suficientemente difícil para hacerme perder.

Ella niega con la cabeza y una sonrisa maliciosa se instaura en sus labios.

- ¡Ya lo sé, mami! ¡Es el sombrero del abuelo! -exclama Elias eufórico. El señor Moore ríe a carcajadas y se quita el sombrero amarillo para colocárselo a su nieto.

Su madre vuelve a menear la cabeza en respuesta negativa.

- ¿Se rinden? -pregunta sin dejar de sonreír.

Yo la observo, no quiero rendirme pero soy consciente que no voy a adivinarlo. Jamie quiere ponerme las cosas difíciles, y para rematar, en el interior de la cafetería no hay casi objetos de color amarillo.

-Yo sí, mami. ¡Es un color muy difícil!

La sonrisa de Elias desaparece y frunce el ceño mientras despeina su cabello, frustrado. Ella me mira con una ceja elevada, esperando mi respuesta. Pienso dejarla ganar por esta vez, para que tenga tiempo de pensar bien lo que va a decirme.

-Sí, yo también me rindo - musito.

Suspiro y me acerco a la puerta de salida. He perdido y tengo que irme, ese fue el trato.

-Lo sabía, de una manera u otra siempre acabas rindiéndote.

La miro echando chispas por los ojos.

-Me voy ahora, Jamie, pero no significa que vaya a dejarte tranquila.

Se pasa una mano por el pelo, un gesto que delata su nerviosismo. Lleva años haciendo lo mismo. Después salgo de la cafetería y me subo en mi coche. Aferro mis manos al volante y recuesto mi cabeza entre ellas. Todo esto me abruma, pero necesito saber que esconde Jamie. Necesito saber porque no acudió esa noche a nuestra cita en la parada del autobús.

Me enderezo en el asiento y un recuerdo llega a mi mente: el día que nos fugamos a Frederick a pintar en el puente comunal. Era un domingo, y Jamie deseaba conocer el concierto de campanadas de pueblo. Fue precioso. Cuando llegó el mediodía, todas las campanas del campanario Joseph Dill Baker comenzaron a sonar, dándonos el mejor concierto de todo el mundo.

Ese día también terminó llorando cuando pasamos por delante de una tienda infantil y vio en la vitrina de exhibición unos patines rosas. Recuerdo que me sentí miserable por no poder tener dinero para comprárselos. Éramos unos chiquillos, pero muy soñadores.

Una idea se dibuja en mi mente. Arranco el coche y me uno al tráfico de la carretera dispuesto a cumplir uno de sus deseos. Solo espero que no sea tarde.

Entro por las puertas de LA Skate Co a las tres de la tarde. Hace aproximadamente trece grados de temperatura y han pronosticado lluvia para los siguientes días de diciembre. Pero eso no es impedimento para que le diga a la dependienta el tipo de patines que necesito.

-Buenas tardes, necesito unos patines color violeta o algo parecido -pido con amabilidad.

La chica de cabello rojo como el fuego se sonroja y señala hacia unos rosados y amarillos. Niego con la cabeza y ella sale de detrás del mostrador hacia una especie de almacén, luego aparece con unos exactamente como los deseo: violetas con flores de amapolas. Aunque parezcan infantiles, son los perfectos para devolverle la infancia perdida a Jamie.

Lo único que deseo es que no sea demasiado tarde para recuperar lo que una vez perdí. No voy a volver a cometer los mismos errores que cuando tenía dieciocho años.

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