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Día 4: Una carta especial.

Jamie

     Entro en el recibidor del colegio corriendo como una loca y con los nervios a flor de piel. Cuando he recibido la llamada de la maestra de Elias casi me da algo.

     Busco con la mirada al causante de mis desvelos y me lo encuentro sentado en el sofá junto a la maestra. Tiene la cabeza baja y en sus manitas regordetas sostiene un papel. Cuando Elias nació, me jure a mí misma que nunca le iba a faltar nada, ni siquiera un hombro en el que llorar.

     Aunque papá me ayuda un montón con él, no siempre fue así. Hubo un tiempo, cuando Elias era pequeño, que ni siquiera era capaz de ofrecerme su ayuda para cuidar de él, ni cuando enfermaba ni cuando yo tenía que ir a la universidad por algún examen importante. Coordinar de imprevisto mi rol de madre, estudiante y trabajadora a tiempo parcial en aquel supermercado, hizo que mi carácter poco a poco se fuera enfriando. No lo culpo, pero tampoco la llegada de Elias ha sido culpa mía.

    — ¡Mami! —grita Elias y sale corriendo al verme llegar.

    —Hola, pequeñajo, ¿qué ha pasado? —acaricio sus mofletes rosados y despeino su cabello rubio dorado.

    —Un niño ha querido quitarme mi carta, y yo no podía permitirlo, mami —hace un puchero con sus labios que siempre ha tenido el poder de derretirme por dentro. Hay tantas cosas en Elias que me recuerdan el pasado, uno que deseo olvidar.

    —Cariño, la violencia nunca es una vía para solucionar las cosas, ¿de acuerdo?

     Él frunce el ceño. Tiene las cejas pobladas y unas pestañas largas muy hermosas. Es un niño muy guapo, y no estoy mintiendo.

    —Sí, mami…

     Elias sonríe y asiente. Camino hacia la maestra que espera paciente a que hable con el niño. Le tiendo la mano con cortesía y me presento.

    —Hola, buenos días, soy la mamá de Elias. Ya me ha contado lo que ha sucedido y hemos mantenido una charla educativa —miro al niño y sonrío —. Espero que no haya más problemas.

     La maestra me observa y sonríe, pícara. Está nerviosa, ha comenzado a mover su pie como si estuviera en una cita.

     —Señorita Moore, Elias es un buen niño —susurra casi sin aliento, cubriendo su rostro con las manos ¿Qué le pasa? —. Espere un segundo, estoy emocionada de conocerla. No todos los días una conoce a una celebridad.

    Ah, es eso. He pensado que se sentía mal o algo.

     —Tranquilícese, soy una persona como cualquier otra —le digo sosteniendo su mano. Ella sonríe con timidez.

     La chica suspira y se prepara para continuar su discurso.

     —Elias ha empujado a su compañero de clases porque Claude ha querido quitarle su carta para Navidad.

     Miro a Elias y este hace una mueca de disgusto. Esta mañana va vestido de forma informal, ya que hoy es sábado, se supone que no  hay clases, pero me ha pedido venir a la excursión que el colegio organiza.

     —Cariño, ¿te has disculpado con Claude? —le pregunto con voz autoritaria.

     Él asiente, avergonzado. La forma en la que las mejillas se le tiñen de rojo cuando se siente así siempre me ha causado ternura.

    —Lo ha hecho, señora Moore. Y Claude también le ha pedido perdón y le ha devuelto su carta intacta —explica la chica. Es muy joven para ser maestra.

     Miro a mi niño y termino abrazándolo. Veo en él todo lo que su madre fue un día.

     —Asi se hace, cariño —lo animo. Beso su cuello, haciéndole cosquillas. Hasta que Elias se aleja, serio, y tiende su mano con la dichosa carta causante de todo este enredo.

     —Toma, es para ti —me dice, y noto algo de desánimo en su pedido.

    Miro su mano, y dudo si tomarla, pero termino estirando mi extremidad para sostener la carta de Elias con dulzura.

    —Pensé que era para Navidad —le digo con voz suave. El tipo de tono de voz que solo utilizo con él.

    —Lo es, pero quiero que la leas antes.

    Sus ojitos azules celeste brillan, como lo hacen siempre cuando algo lo entusiasma. Aunque Elias se parece a mí un poco, también tiene mucho de su padre y de Grace.  

    Abro la carta y comienzo a leerla con lentitud, tomándome mi tiempo para analizar cada una de las palabras incrustadas en ella.

Estimado Santa Claus:
Disculpe mi atrevimiento en escribirle esta carta, pero me urge que usted me ayude con algo.

     Sonrío al leer la cordialidad que ha utilizado en la carta. A veces pienso que Elias tiene más edad y no siete años.

   Mi mami Jamie está muy triste. El otro día en el recreo, escuché como Mike hablaba con su mamá. Resulta que el papá de Mike los ha dejado y se ha ido, y ahora su mamá está muy triste. He pensado que tal vez, mamá está triste porque papá también se fue. Aunque no lo conozco, a veces lo odio, pero quiero que mami sonría.

Vengo a pedirte que, por favor, regreses a mi papi, a ver si mami no trabaja tanto. A veces no la veo, cuando llega del trabajo ya estoy durmiendo.

Santa, este año no quiero ni juguetes ni ropa, solo te pido eso, mi papá. Por favor.
En Navidad dejaré galletas con chispas de chocolate encima de la mesa del comedor, por si te entra hambre repartiendo los regalos. Estoy seguro que mi papá será muy pesado de cargar.

Con cariño, Elias.

     Mis labios tiemblan mientras algunas lágrimas corren por mis mejillas. Solo pienso en el niño que tengo delante de mí, en mi hermana Grace y en que soy una maldita cobarde por no ser capaz de contarle la verdad a Elias. Soy consciente que no debo llorar enfrente de él, por eso trato de serenarme. Levanto la cabeza al techo y respiro profundo, tratando de apartar las lágrimas de mis ojos.

    Me agacho a su altura, beso su cabeza y lo miro.

     —Ya hemos hablado de ello, cariño —digo casi sin aliento mientras me guardo la carta en el bolsillo de la chaqueta.

    Tantas veces he deseado hablar mal de su padre, pero me he contenido por él, porque Elias no lo merece. Delante de él mi odio desaparece. Soy consciente que en algún momento tendré que hablarle de su padre. Pero hoy no es ese día.

    —Pero, mami, ¿y si papá necesita ayuda? Yo soy muy bueno en el agua —su petición me parte el alma y me hace sentir miserable.

    Sí, le dije a Elias  que su padre es marinero y que viaja por todo el mundo ayudando a los animales marinos. De ahí proviene su obsesión con todo lo relacionado con el mar.

    —No, cariño, papá ya tiene muchos marineros que lo pueden ayudar. Tú tienes que estudiar, ¿de acuerdo?

    Él asiente a regañadientes.

    Cierro los ojos. Me duele el corazón por mentirle de esta forma tan ruin, pero yo no elegí esto, su padre fue el que eligió abandonarlo. ¿Cómo le explicas a un niño que su padre nunca quiso saber de él?

    —Mami, ¿podemos ir a comer pizza? —su vocecita tan inocente pero hace volver a sonreír. Desde luego, mi vida no sería igual sin Elias. Tenerlo a él ha sido siempre mi tabla de salvación. La persona que no me deja caer en la locura.

    —Claro, cariño. Iremos a comer pizza y luego te llevaré conmigo al estudio.

    — ¡Yupi! —exclama dando saltitos de felicidad.

    Lo ayudo a arreglar la mochila, y lo tomo de la mano para caminar hasta el exterior del colegio. Tomamos un taxi y nos dirigimos a comer esa ansiada pizza a su restaurante favorito.

    El estudio se mantiene en absoluto silencio desde el exterior. Entro de la mano de Elias, pero antes he llamado a Soledad para que me espere en la entrada. Nadie del estudio, a excepción de ella, conoce la existencia de Elias. Para todos los que trabajan aquí, el niño es el pequeño nietecito de Soledad.

     Elias sonríe al ver a Soledad de pie en la puerta. Corre hacia ella y la abraza con entusiasmo. Después de todo, Sole es la madrina de Elias.

    Aún recuerdo cuando la conocí, hace casi siete años atrás. Yo estaba buscando trabajo en una peluquería de aquí de Hollywood, entré con Elias en mis brazos, que para aquel entonces tenía unos dos meses de nacido, y ella era una de las peluqueras del lugar. Me ofreció su ayuda incondicional, sostuvo a Elias en sus brazos y le dijo a su jefa que ese niño era su nieto y que no tenía con quien dejarlo. Ella fue despedida por asistir al trabajo con el niño, y yo conseguí el trabajo.  Desde ese día comenzamos a vivir juntas, ella cuidaba de Elias mientras yo trabajaba. Todo lo que soy ahora, se lo debo a ella.

    —Pero mira a quien tenemos aquí, mi ahijado favorito —lo carga en sus brazos y llena su rostro de besos. Elias ríe.

    —Soy el único que tienes, tía Sole —replica el niño con educación, pero de forma jocosa.

    Sole lo observa y le sonríe con los brazos en sus caderas.

    —Mira este mocoso, con todos los culeros que le he cambiado. Lo único que me faltó fue darte la teta.

    Me carcajeo, pero es cierto lo que dice. Soledad ha sido para Elias más madre que yo.

    —Tía, Sole, ¿podemos jugar a algo? —pregunta el niño con el ceño fruncido.

    —Claro, ya buscaremos con qué jugar —le acaricia el cabello revuelto.

    Un rostro conocido asoma la cabeza por detrás de la puerta. Sale de su escondite y se muestra intrigado entre nosotros. Mi corazón late con fuerza en el pecho, como si quiera salirse de su lugar. Lo miro, esperando que hable algo, pero sus ojos están centrados en el niño de siete años que juega con Soledad sentado en el suelo.

     Por un momento tengo miedo de su reacción, pero recuerdo que no tiene derecho a tener ninguna reacción.

     —Vaya, tenemos sección de guardería infantil hoy —se burla y la sangre comienza a hervirme.

«Contrólate, Jamie, está Elias delante»

   —Hola, señor Harry, Elias y yo estamos jugando al "veo veo". ¿Quiere unirse a nosotros? —dice Soledad, y yo la miro abriendo mucho los ojos. Ella conoce mi pasado y por todo lo que he sufrido.

    Harry sonríe.

    — ¿Elias? ¿Es tu hijo? —la pregunta va dirigida a mí, a pesar de que no aparta la vista del niño.

    Cruzo mis brazos, respiro hondo y le dedico una mirada antipática. No sé qué hacer, no sé qué responder. Por suerte, Soledad interrumpe, salvando la situación.

    —No, en realidad es mi nieto. Jamie ha ido a buscarlo al colegio por mí. ¿Verdad, mi cielo? —esto último se lo pregunta al niño. Elias le sonríe a Harry y asiente con la cabeza.

   —Mira, tía Jamie, mi abuela ha perdido otra vez al "veo veo" —corrobora el niño, tan inteligente como siempre. Sabe que en el estudio él deja de ser mi familia.

    Harry nos observa con atención. Sé que está analizando todo a nuestro alrededor porque hay algo que no le cuadra. Hasta que vuelve al ataque con sus preguntas.

    — ¿Qué edad tiene? No parece muy mayor.

    —Ocho años. Además, no te importa, metete en tus asuntos —le replico, mintiendo.

    La cara de sorpresa de Harry es imposible de olvidar. Pero conociéndolo como lo hago, no dejara el tema pasar con tanta facilidad.

    —Tienes razón, no me importa, pero tengo una última pregunta. ¿Por qué el colegio te llama a ti si no eres familia? —me mira con su ceño fruncido y los ojos entrecerrados.

    De pronto, el pasillo estrecho que lleva hasta el estudio mayor de grandes ventanales me parece demasiado largo. Respiro hondo y me preparo para darle una respuesta creíble.

    —Aunque no te mereces ninguna explicación, te la daré. Porque yo pago el colegio de Elias.

    Salgo de ahí y entro de forma apresurada al interior del estudio mayor. Me coloco la mano en el pecho al cerrar la puerta detrás de mí y suelto el aire que estaba conteniendo.

    «Maldito mentiroso»

     Me acerco a mi mesa de trabajo y coloco en mi cabeza mis cascos de la suerte. Le hago una seña al camarógrafo para indicarle que ya estoy lista para grabar. El capítulo de hoy será en vídeo, no solo audio.

    Cuando escucho que la secuencia de inicio termina, empiezo a presentar como lo hago de costumbre.

    — ¡Buenos días, Hollywood! Comenzamos este podcast, con un tema muy especial, ¿Qué hacer para durar toda la vida con tu pareja? —hago una breve pausa, porque ni yo misma me creo nada de esto —. Para que una relación amorosa perdure, no hay que hacer cosas extraordinarias como muchos piensan, pues en los detalles simples hay mucha magia y el amor suficiente para mantener la chispa de afecto que debe existir en toda pareja.

    A mis espaldas, siento la puerta del estudio abrirse y luego volver a cerrarse. La voz de Harry murmura algo, pero no logro entenderlo bien.

    —No hay secretos mágicos, ni cosas muy rebuscadas, sino voluntad, comprensión, consideración y el cuidado hacia el otro. Por eso, hoy en Con amor, Jamie, te damos las notas que te ayudarán a preservar esa relación con el amor de tu vida para siempre. Presta atención.

    Oigo un chasquido a mi lado, giro levemente la cabeza y ahí está, Harry Conner sentado a mi lado, pero sin mostrarse delante de la cámara. Trato de concentrarme en lo mío y olvidar que lo tengo muy cerca.

     —El primer consejo de hoy: Empiecen y terminen cada día juntos. Si están en una etapa de noviazgo y todo apunta a que se trata de una relación que va durar muchísimos años, que cada día comience con una llamada para saludar y que  la última persona con la que tenga contacto sea contigo. De esta manera, se afianzarán los lazos de convivencia para una vida juntos para siempre.

     —Uf, como si el "para siempre" existiera. Patrañas. Cuando llevas veinte años con la misma persona, lo menos que deseas es verla cada día al despertar—murmura Harry con sarcasmo.

    Lo miro fijamente, y termina por callarse. No caigo en sus provocaciones.

    —Considera su esfuerzo en el trabajo. En esos momentos en los que tu pareja no puede más de cansancio y no le quedó más que rendirse sobre su escritorio, arrópalo, ponlo cómodo… Es un detalle que demuestra tu interés en él.

    Mi voz delicada sale a través del micrófono, y yo me siento en las nubes, hasta que miro de reojo al incordio que tengo sentado a mi derecha y recuerdo que lo odio.

    Él carraspea y percibo algunas risas detrás de mí.

    —Siento no estar de acuerdo, querida Jamie, pero muchas veces no tenemos fuerza para arroparnos a nosotros mismos, menos a la pareja.

     Lo está haciendo a posta. Quiere desvincularme y desacreditarme en frente de mis oyentes. Pero no voy a permitir que lo consiga.

    —Abrácense cada mañana. No hay nada que pueda superar un abrazo sincero. En cada amanecer, dale un gran abrazo a tu pareja para que sepa desde temprano lo mucho que lo amas y le hagas liberar endorfinas bien de mañana.

     Harry comienza a reírse a carcajadas. Eso termina por enojarme mucho más, me quito los cascos y pego un manotazo en la mesa. Todos dejan de reírse y me miran con curiosidad.

     — ¡Deja de sabotearme! ¡Imbécil! ¡Qué vas a saber tú de relaciones, cuando la más larga que has tenido se llamaba Vanessa y era la gallina ponedora de la granja de tu madre! —exploto por completo.

     Todos a nuestro alrededor vuelven a estallar en risas. Harry se queda boquiabierto y con un gesto de su mano le indica al camarógrafo que dirija la cámara a nosotros dos. Luego sonríe de forma maquiavélica.

     —Vaya, Jamie. Mira quién habla, la que se desnudó delante de un perro para que le dijera que pensaba acerca de su conjunto de sujetador y bragas. El pobre perro, quedó traumado.

     Lo miro directamente a los ojos, retándolo. Si Harry Conner quiere guerra, guerra tendrá.

    «Tú lo has querido»

     —Eso no viene al caso. Pero... ¿qué pasa con aquella vez en la que saliste corriendo de la casa de la señora Hoton? Cuéntanos, Harry, estamos deseosos de saber.

    Lo pincho, porque sé que he tocado tema peligroso. Siento que sus ojos podrían causarme una muerte súbita en cualquier momento.  

    —Claro, Jamie, huía de la casa de la señora Hoton porque cierta chiquilla, se había quedado encerrada en el granero, desnuda. Fui a rescatarla y terminé corriendo desnudo por medio pueblo. ¿De verdad quieres que cuente eso, Jamie?

    La tensión se hace más grande con su pregunta. Los teléfonos del estudio han comenzado a sonar, todos a la vez. El público espera mi respuesta, así que la doy.

     Imposible olvidar ese día, cuando me había quedada encerrada en el granero de la señora Hoton porque me reuní con su hijo para tener sexo por primera vez. El muy cabrón me desnudó y luego se fue, dejándome allí encerrada. Llame a Harry y enseguida fue a rescatarme, pero la chispa surgió entre nosotros y él termino desnudándose, hasta que la señora Hoton nos pilló y el primer instinto de Harry fue salir corriendo desnudo. Él se llevó la fama de nudista a la vista de todo el pueblo, y yo de facilona.

    —No. No quiero —digo, avergonzada.

    —Eso pensaba —él se recuesta en su silla mientras sonríe. Cabrón.

    Me levanto enojada y salgo del estudio dispuesta a perderme de aquí.

    Me encierro en el ascensor que lleva al tejado, pero antes de que presione el número del piso, Harry impide que las puertas se cierren.

    —Ahora que mierda quieres, ¿no terminaste ya de humillarme? —me quejo. Aunque estoy reprimiendo las ganas de llorar, me queda poco.

    —Quiero que me expliques esto —agita un papel en mi cara. Me lleva unos segundos darme cuenta que se trata de la carta de Elias.

     Mi cuerpo se estremece. Intento bajarme del ascensor, pero él me rodea con sus manos y me aprieta contra la pared. Que Dios me salve de lo que va a suceder.

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