Día 3: Recuerdos al asalto.
Harry
Ver a Jamie salir corriendo con los ojos llorosos me hace sentir como un monstruo. El hijo de puta más grande de la faz de la tierra. Joder. Hubiera preferido cerrar la maldita boca una vez en mi vida. Joder, joder, joder…
Me restriego los ojos con los dedos para evitar llorar también, aunque poco me importa lo que puedan pensar los aquí presentes. Todo eso me da igual ahora. Porque me siento como una mierda.
Trago saliva y salgo caminando de prisa con la esperanza de encontrar a Jamie y disculparme. Me detengo en pleno pasillo y la busco con la mirada, desesperado por enmendar mi error. Pero nada, no logro encontrarla. Hasta que por arte de magia, la mujer que antes se encontraba a su lado, ahora me observa con detenimiento desde un rincón.
—No vas a encontrarla aquí —susurra ella con pesar. Más que palabras, su voz emite un quejido lastimero.
Escucharla hace que me duela el corazón.
— ¿Dónde puedo encontrarla? Tengo que encontrarla —dije con voz apagada.
La mujer parece pensarse si darme esa información. Tras unos instantes en los que solo se limita a observarme con el ceño fruncido, decide por fin comenzar a hablar.
—Está en el techo.
¿En el tejado? Debe estar bromeando, pero como no estoy para bromas, elijo creer que es cierto. Un rayo de sol se cuela, perezoso, a través de las persianas del pasillo, iluminando el rostro de la mujer de mediana edad.
— ¿Cómo subo allí?
—Por el ascensor. Detrás de esa columna —señala el lugar y mis ojos se iluminan.
Le doy las gracias en un susurro y corro hacia el ascensor, marco el único número que tiene disponible y rezo para que Jamie se encuentre ahí.
Al llegar, el ascensor emite una extraña música y abre sus puertas. Salgo de él y presto atención alrededor del tejado. Aprieto los ojos y siento una oleada de alivio recorrer todo mi cuerpo cuando la encuentro hecha en ovillo sentada en el suelo. La escucho sollozar y mi cuerpo tiembla al verla de esa forma.
Intento luchar contra ese sentimiento de desapego, a ver si asi doy media vuelta y me voy, y dejo las cosas como están. Me paso la mano por la boca seca como un trapo y me lleno de valor para hablar.
—Lo siento —susurro, abatido.
La posibilidad de arreglar las cosas se me esfuma de entre las manos cuando Jamie gira su rostro y me mira. Su cara se encuentra colorada, como si llevara horas llorando cuando solo han sido minutos. Todas esas palabras hirientes, palabras de despecho, incluso de odio que nos hemos dedicado por años no tienen sentido, al menos para mí. Soy yo el que debería estar enojado.
—No quiero tus disculpas. Eres repugnante —el gesto de asco y desprecio que me dedica hace que apriete los puños y sienta ganas de pegarle a la pared.
Trato de respirar profundamente para no perder la cabeza. Acabo de insultarla, es lógico que quiera hacer lo mismo conmigo.
—Jamie, sé que en realidad no deseas hacerme daño —es lo único que se me ocurre para hacer que baje la guardia. Gran error.
Seca sus lágrimas y sonríe con burla.
— ¿Qué sabes tú lo que deseo en realidad? Nunca has sido bueno para los recuerdos, quizás por eso terminas abandonando a todos.
Empiezo a notar en los ojos el escozor de las lágrimas hasta que miro de frente y noto dónde estoy y a quién tengo enfrente. Estoy tratando de contenerme, pero estoy comenzando a perder los estribos. Aprieto los puños a mis costados y las lágrimas son reemplazadas por rabia. Jamie se pone de pie y camina hacia mí sin dejar de mirarme.
—Tu comentario no me afecta en nada —miento y ella vuelve a sonreír de medio lado —. No voy a caer en provocaciones que nada tienen que ver conmigo. Tengo mi consciencia muy tranquila.
Ella suspira hondo y alza sus ojos hacia mí: unos pequeños ojos, azules claros, expresivos, enmarcados por unas pestañas escasas y unas anchas cejas rubias. Lleva su habitual sombra morada y su pintalabios rojo. Aun no entiendo su obsesión por ese color.
—No quiero tener que cruzar ni media palabra contigo, a menos que sea de trabajo, y si se puede evitar mucho mejor —esas palabras le salen en un murmullo muy convincente.
Abro la boca, titubeante, tratando de elegir las palabras adecuadas para evitar que el volcán vuelva a entrar en erupción. La pandora que lleva en su mano derecha tintinea un poco cuando levanta su mano para cruzarla por encima de su pecho.
—No lo tengo muy claro, pero si eso es lo que quieres, así será —giro mi cuerpo para irme lejos de su presencia, porque con Jamie es imposible hablar, pero antes de irme del todo le dedico unas últimas palabras —. Tampoco es que deseara derrochar mis palabras contigo. No las mereces.
Y en ese justo momento, salgo de aquí, me monto en el ascensor y vuelvo al interior del estudio.
Cuando Marcel me había informado que tenía que compartir estudio con Jamie quise morirme, pero una parte de mi deseaba verla a pesar de que no estaba preparado. Pero lo he aceptado para demostrarme a mí mismo, que me daba igual encontrarme con ella. Lo hice esperando encontrarme con la misma chica de siempre, pero me acabo de encontrar con alguien totalmente diferente.
El corazón me golpea dentro del pecho, causándome un dolor tremendo. No sé cómo respiro y termino sentándome en una especie de banqueta. No sé cómo tengo fuerzas para no desmoronarme. Por instinto, llamo al único número de contacto para emergencias que poseo en el móvil. A los dos timbres su voz femenina y delicada me responde preocupada.
— ¿Qué ha sucedido, Harry?
—Necesito verte. Es urgente —las lágrimas ya han comenzado a descender por mis mejillas y parecen no tener freno.
—Claro, claro —responde ella.
Cuelgo y salgo acelerado en busca de mi coche. Necesito ser escuchado por alguien que no me juzgue.
No sé cómo, pero me las arreglo para llegar al lugar a los quince minutos. No tengo fuerzas para dar muchas explicaciones a la secretaria, así que paso directo al interior de su consulta y tomo asiento en mi lugar, el mismo que llevo ocupando desde hace siete años. Thais solo me observa y espera con paciencia a que me sienta preparado para hablar.
—La he vuelto a ver —susurro, cerrando los ojos para no volver a llorar.
—La vez a diario, Harry, ya hemos hablado de esto —rebate ella y yo niego con la cabeza.
—Es diferente. En persona, cara a cara.
Thais suspira, supongo que resignada a mi obsesión y mi incapacidad para pasar página.
— ¿Cómo te sentiste?
—Como si estuviera en un aparato de feria: emocionado, pero también acobardado. Sentí que volvía a Maryland.
—Cuando sentiste que volvías a tu viejo hogar, ¿qué otros recuerdos reviviste?
Aunque odie las putas preguntas que suelen hacer los psicólogos, Thais logra que me relaje y me abra a ella por completo.
—Mi madre, toda la relación con mi madre. Una y otra vez —respondo por inercia, recordando todos y cada uno de los oscuros momento que viví en el pueblo.
— ¿Qué recordaste, Harry?
Miro a Thais estupefacto. ¿Qué que recordé? Todo, absolutamente todo. Los recuerdos sucedieron en bucle como una película de mi vida.
—La actitud de mi madre conmigo, su odio. La primera vez que me hundió en el fango y el estiércol de las gallinas, la vez que me encerró en el sótano de la granja durante una semana entera, todo, Thais.
Estoy aturdido. No tengo ganas de seguir charlando.
—Ya no eres un niño, Harry, es momento de dejar esas cosas atrás. ¿En qué te afecta lo sucedido con tu madre en la relación con esa chica?
«Ahí tocaste el punto, Thais»
—En todo. Sin ella no habría sido capaz de aguantar todo aquello. Pero todo terminó y ella tomó su decisión en el pasado —me pongo de pie y camino hacia la puerta de salida —. Tengo que irme, Thais, pero gracias por escucharme.
Salgo de la consulta sin despedirme y sin mirar hacia atrás.
Al salir, la calle se encuentra desierta. Respirar al aire fresco del día nublado me reconforta. Me quedo de pie, en la orilla de la acera, mirando al horizonte unos segundos. Me subo en el coche y acelero a toda velocidad para regresar al estudio y volver a enfrentarme a la realidad.
El recorrido que antes he realizado en quince minutos, ahora me he tomado mi tiempo en ello.
Entro en estudios Okeke sintiéndome miserable y cansado, pero con cierta felicidad. No sé explicarlo, la verdad. Me quito el portafolio del hombro y lo tiro al primer sofá que veo. A solo unos metros de mí observo a Jamie hablar por teléfono. Su expresión es perturbadora y de absoluto miedo. ¿Ha sucedido algo?
Ahora mismo siento deseos de abrazar y dejarla desahogarse en mi hombro. No sería la primera vez que lo hiciera.
Con paso decidido me acerco a ella. La miro en silencio.
—Enseguida salgo para allá, cuídelo, por favor —dice ella a la persona del otro lado de la línea. Sus ojos muestran angustia y desesperación. Pocas veces he visto esa expresión en ella.
¿A quién debe cuidar esa persona?
— ¿Sucede algo? —pregunto muy interesado.
Su mirada se oscurece y cambia de expresión como de actitud. Ahora me mira con rencor y no la culpo, yo también me odio.
—Deja de fingir que te importa lo que suceda conmigo —coloca sus gafas de sol en sus ojos y me mira sin apartar la vista de mi —. Los dos sabemos que nunca te ha importado nada.
Y con esas últimas palabras desaparece casi corriendo. Sale del estudio y para un taxi en el que se sube con urgencia. Yo solo la observo, porque, aunque no quiera admitirlo, nunca he sentido con nadie más lo que sentí por ella tiempo atrás. Al principio me mentía a mí mismo diciéndome que no necesitaba saber de ella. Después, cuando comenzó a aparecer en la televisión, era como ver momentos de mi pasado pasar por delante de mis ojos.
No hay día que no desee volver el tiempo atrás. Volver a esa época en que todo estaba bien entre nosotros. Ese tiempo en el que ella me animaba, me empujaba a ser mejor, me otorgaba la confianza en mí mismo que tengo hoy en día. Obviando el momento de su traición, todo lo demás fue perfecto. Y ahora, ¿Dónde está la chica dulce que conocí? ¿Qué la hizo cambiar tanto?
Mis pensamientos son interrumpidos por una voz carrasposa con acento cubano que voy conociendo poco a poco.
— ¿Qué haces ahí de pie como un anormal?
Soledad me observa con una ceja arqueada desde la puerta del estudio. Me da gracia que me haya llamado anormal. Sé que en su cultura significa ser tonto.
—Estaba... Jamie acaba de irse corriendo ¿Qué le ha sucedido? —acabo de decidir que Soledad puede ser una gran aliada a mi favor. Ella conoce a la nueva Jamie como nadie.
Ella sonríe. También he aprendido que sus sonrisas significan complicidad.
—Tendrás que rogarme que te lo cuente —dice, cruzándose de brazos —. Pero... como soy una mujer solidaria y tú estás buenote, te lo voy a decir.
Me paso los dedos entre las hebras de mi cabello demasiado largo y la miro frunciendo el ceño. ¿Qué diablos significa estar buenote? Supongo que alguien de carácter bueno. Tendré que estudiar un poco más el lenguaje cubano.
—Está bien —murmullo sin tener una respuesta muy clara.
—Ha recibido una llamada del colegio de Elias —suspira con dramatismo.
No me atrevo a seguir indagando. Ahora mismo su respuesta me deja varias interrogantes. ¿Quién diablos es Elias? Y sobre todo ¿Qué tiene que ver con Jamie?
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