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Día 0: El accidente fatal.

Jamie

     Son las siete de la mañana y los alrededores de mi departamento se encuentran oscuros como boca de lobo. Miro a ambos lados para cerciorarme de que nadie me siga, nadie sabe lo que sufrimos las famosas con el acoso mediático. Una luz tenue y anaranjada proveniente del edificio de enfrente ilumina media calle.

   Continúo mi camino tratando de no llamar mucho la atención. Por una fracción de segundo veo la cara de alguien asomarse por una esquina. Remango mis mangas hacia arriba y me preparo para atacar a mi acosador de ser necesario. Una cosa no, pero los coñazos siempre te salvan el día.

   — ¿Quién anda ahí? Advierto que llevo una plancha en el bolso, no quieres conocer lo que duele —sí, es cierto que llevo una plancha, pero de pelo.

    Sigo avanzando y paso por delante de la cafetería de mi padre. Se encuentra cerrada, pero desde mi distancia puedo ver movimiento en su interior. Elijah Moore no descansa. Cuando me he levantado esta mañana ya no estaba, ni él ni Elias.  

   Cierro los ojos y respiro el aire contaminado de Hollywood. Trato de imaginar cómo sería mi vida sin mi trabajo en el estudio. Mi podcast de consejos del corazón es uno de los mejores y con más oyentes de este lado de la ciudad. No me quejo, me da para vivir, pagar las facturas y el caro colegio de Elias.

   De repente recuerdo que alguien me vigila y vuelvo a mostrar mi pose defensiva mientras sostengo mi bolso dispuesta a plancharle la cabeza a quien quiera que sea.

    — ¡Sal ahora mismo! —grito desesperada y un poco asustada. Quién me habrá mandado a dejar mi coche en el estacionamiento de Estudios Okeke.

   Contengo la respiración y trato de no mover ni un solo musculo de mi cuerpo. Tal vez asi el acosador desista y termine dejándome tranquila. Para mi mala suerte, la persona escondida detrás de la columna no se da por vencida porque puedo escuchar su respiración del otro lado de esta.

   — ¡No llevo dinero! —digo con voz chillona.

   De pronto, y sin hacer un solo ruido, la figura desconocida sale de su escondite y yo me preparo para defenderme, pero al ver de quien se trata, aparto el bolso y con él, la plancha de pelo.

   —Un día me matarás —murmura la mujer más loca y testaruda de todo Estados Unidos.

   —Deja de aparecer como si fueras un fantasma —aliso mi ropa y recompongo mí peinado para acto seguido, seguir mi camino hacia el estudio.

   —Si yo fuera un espíritu, sería el más lindo y hablador del lugar. Pero bueno, mija, ¿me puedes decir por qué llevas una plancha en tu cartera? Ninguna persona cuerda lo haría.

   Sonrío por su acento cubano tan marcado y su vocabulario de camionero borracho.

   —Yo no soy precisamente una persona cuerda, Soledad. De hecho, ¿quién lo está en esta ciudad?

   —Eso es verdad, mijita. Todos estamos para ser internados en Mazorra.

   Ahora mi risa se hace más fuerte, al punto de ser carcajadas.

   — ¿Mazorra? ¿Eso qué es? —pregunto sin dejar de reírme.

    Soledad me observa por unos segundos y se percata que no tenemos el mismo país de nacimiento.

   —Es verdad, no sabes que es. Pues es un lugar en Cuba donde ingresan a las personas de mente inestable, luego pasan frío, y terminan muriendo de hambre, fin —lo explica con dolor, como si no quisiera recordar ese pasado.

   —No quiero ingresar ahí —replico, tratando de sacarle una sonrisa.

   —Tienes suerte, naciste en un país de yankees.

    Soledad me agarra del brazo y me insta a caminar con una sonrisa en sus labios.

    Diez minutos después, entramos juntas al estudio. Está todo listo para comenzar a grabar el podcast en directo. Tomo asiento delante de mi espejo y dejo que Soledad me arregle el cabello y maquille un poco mi pálido rostro. No lo había mencionado, pero Sole también es mi maquillista y asistente.

    Las luces led que adornan las paredes del estudio me hacen cerrar los ojos por instinto. Mi espejo se encuentra cubierto de corazones rojos de origami pegados con pegamento blanco especial. Miro a mi alrededor, al lugar donde he vivido tantos momentos felices, pero también algunos muy tristes. El techo celeste y las paredes blancas le dan un toque casual al lugar. La iluminación es casi innecesaria, porque la luz natural que se filtra por las vidrieras de colores baña toda la estancia.

   —No sé si lo sabes, pero Harry Conner ha cambiado el horario de su podcast —expone Sole sin dejar de mirar mi reacción a través del reflejo en el espejo.

   Desde el primer momento en que vi a Harry Conner, supe de antemano que lo odiaría siempre. Con ese carácter tan arrogante y superficial. Es un sabelotodo y ni siquiera intenta ocultarlo.

   —No me interesa en absoluto lo que haga ese mentiroso —le sostengo la mirada a Soledad. Mis ojos azules se llenan de ira de solo pensar en mi enemigo.  

   —Quizás te importe si te digo que ahora su podcast se transmite en directo todos los viernes y sábados a las ocho de la mañana —sonríe de forma enigmática —. Y ahora me voy, ya he soltado la bomba.

   —Espera —la tomo por el brazo antes de que escape. Si Harry ha hecho eso, solo significa que intenta putearme para hacerme enojar, pero no se lo permitiré —. Me da igual si ese mentiroso tiene su estúpido podcast los mismos días que el mío y en el mismo horario, él no es importante. ¿A quién diablos le puede gustar un podcast de crímenes y asesinatos?

   —A mí me fascinan. Y si son esos hilos de twitter sobre niños desaparecidos o asesinatos no resueltos, mejor —se encoge de hombros sin dejar de sonreír. Es una traidora. Ni siquiera sabía que le gustaban.

   Le dedico una mirada de reproche y sacudo la cabeza de forma efusiva.

   —Te prohíbo que sigas su podcast de porquería —la señalo con el dedo.

   —Jamie, tengo cincuenta y cinco años, es imposible que me prohíbas algo, mija. Además, esta como a nadie le importa, ¿o es que eres ciega, mija?  

   Después de tantos años de trabajar juntas, he terminado acostumbrándome al lenguaje de Soledad, aunque al principio me costó un poco. Y en eso tiene razón, Harry Conner no es solo un mentiroso, es el mentiroso con el mejor cuerpo del mundo. Esos brazos anchos y fuertes, ese cabello negro lacio y largo, sus ojos azules eléctrico.

   «Deja de pensar en él de esa manera, Jamie»

   No hay un solo día en este universo que no sueñe con propinarle una golpiza a Harry Conner, pero supongo que no todos los sueños se hacen realidad.

   —Jamie, estás en directo en cinco segundos.

   La voz del productor me saca de mis fantasías. Miro los micrófonos situados alrededor de todo el estudio y sonrío, no hay nada en este mundo que pueda arruinar la satisfacción que siento cuando hablo en directo. Me preparo frente al micrófono principal, carraspeo un poco para preparar la voz y contengo la respiración.

   — ¡Ya!

   — ¡Buenas días, queridos oyentes! Hoy en Con amor, Jamie, estaremos respondiendo sus dudas sobre el amor y las relaciones románticas. Nuestra línea telefónica se mantendrá abierta durante los veinte minutos del podcast. ¿Están listos para comenzar este emocionante capítulo? —acto seguido, los tres teléfonos del estudio comienzan a sonar a la misma vez. Ver la aceptación de los oyentes es música para mis oídos.

   — ¡Tenemos la primera llamada! —grita Soledad desde su puesto de telefonista.

   —Perfecto, ¿a quién tenemos en línea? Te escuchamos —ajusto mis cascos color morado y me preparo para aconsejar a la primera del día.

   —Me llamo Sharon, mi pregunta es… ¿por qué las mujeres somos tan complicadas estando en una relación?  

   —Buenos días, Sharon, su pregunta es muy sencilla de responder. Las mujeres no somos complicadas, solo sabemos lo que deseamos y los hombres nos han hecho creer que somos de esa forma. No te preocupes, Sharon, somos más fáciles de lo que parecemos, todo depende de la pareja que tengas a tu lado — mascullo con seguridad.

    La persona al otro lado de la línea suspira con frustración.

    —Le regalé por nuestro aniversario una regadera con algunas semillas de jardín a mi pareja. Pensé que le había gustado, pero a los pocos días vendió por internet la regadera y las semillas las tiró en la basura. Ahora está enojada conmigo. No la entiendo. Cabe resaltar que soy lesbiana.

    Miro con disimulo a Soledad, la cual está aguantando las ganas de reírse. ¿Quién regala en estos tiempos una regadera y semillas de jardín?

     —Querida Sharon, ¿a tu pareja le gusta la jardinería? ¿Qué deseaba ella? Estoy segura que en algún momento mencionó algo que deseaba para su aniversario. Solo es cuestión de escuchar a tu pareja, eso es lo más importante.

    —Bueno, en realidad…

    La voz de mi oyente fue interrumpida por el sonido de una fuerte explosión. Todos dentro del estudio nos quedamos quietos del shock.

    — ¿Eso que fue? —pregunta Soledad algo asustada.

    —Una explosión, claramente. La pregunta es… ¿dónde? —contraataca Randal, el encargado de la iluminación.

     A mi lado el productor me hace señas para que interrumpa la transmisión en directo del podcast. Lo fulmino con la mirada pero termino por acatar sus órdenes. Agarro el micrófono con rabia y me despido de mis oyentes con retintín.

     —Esto ha sido todo por hoy, pero recuerden que todos los viernes y sábados tienen una cita conmigo, me despido de ustedes, con amor, Jamie.

     En cuanto salgo de los focos del estudio y aparto el micrófono con rabia, camino enfurecida hacia el productor.

    —Jamie, tienes que ver algo antes de que me culpes —mi rostro hierve de rabia, pero hago un esfuerzo por sentarme en el asiento colocado frente a la enorme televisión de cincuenta y dos pulgas del estudio. De un solo movimiento, el productor oprime un botón y las noticias comienzan a llenar la pantalla de inmediato.

Fuerte explosión sacude el edificio Milano, sede del famoso podcast Los crímenes de Saturno:

Hace apenas unos minutos, el edificio Milano ha sido víctima de una fuerte explosión causada por las antiguas y desgastadas tuberías de gas. El productor de la cadena, Marcel Lecher, ha informado que no nos alarmemos, que el estudio será renovado en conjunto con el edificio. Pero los millones de oyentes se preguntan: ¿que pasará con el podcast que mantiene a muchos en vilo?  Para ello contamos con el propio conductor del podcast: Harry Conner

     —Señor Conner, ¿qué puede decirnos sobre lo que acaba de pasar?

Ver a ese mentiroso en pantalla me provoca náuseas, aunque también siento un poco de satisfacción al verlo desaliñado y con algunas heridas en su rostro. Ahora mismo me siento el diablo vengador en persona. Pero… ¿por qué sonríe a la cámara? Detesto esa sonrisa cabrona de dientes perfectos. Es como si supiera que lo estoy mirando.

     —Estoy muy consternado por lo sucedido, ahora que recién cambiaba el horario del podcast por uno un poco más asequible a nuestros oyentes. Pero estoy seguro que Marcel no se quedará de brazos cruzados y buscará una solución. Esperen el próximo capítulo de Los crímenes de Saturno muy pronto.

    Le dedico a la pantalla una sonrisa torcida. Aunque quisiera mantener esa pose de hombre seguro de sí mismo, la realidad era distinta. Harry Conner solo muestra en pantalla un rostro bonito acompañado de un carisma barato que no posee.

    «Tarde o temprano te destruiré, Harry Conner»

    —Pobrecito —susurra Soledad entre dientes.

    —Te he oído. Nada de pobre —me mofo de ella con los brazos cruzados por encima del pecho —. Deberían atusarle la lengua para que no pueda volver a hablar. Vaya estúpido mentiroso.

     Soledad me mira desde su posición con los ojos entrecerrados.

     —Ay mija, a veces creo que tienes un mojón en la cabeza. Mira que hablas mierda, de tu aula seguro tú eras de la que huían de ella por ser tan chismosa.

     — ¡Soledad! —la riño sonriendo. Es que tiene cada cosa.

     —Ay deja la guara ya, Jamie, agotas mi paciencia con ese odio hacia el cañón de Harry Conner —lleva sus manos al pecho con dramatismo. A veces creo que está enamorada de ese cabrón misógino.

     —No lo odio, solo que no confío en sus palabras —me justifico.

     —Ni que te hubiera pedido matrimonio, que intensa eres por Dios.

      Soledad pone los ojos en blanco y se aleja de mí, dando por terminada su charla. Puede que tenga razón, pero mi odio hacia Harry es más que eso. Hay cosas que no se olvidan por mucho que una lo intente, y mucho menos si tengo una persona que de solo verla me recuerda que el dolor sigue ahí.

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