Capítulo 36 | Surrender
ASHER
No puedo dejar de pensar en aquel tipo tirado en el suelo. Casi muerto.
El pecho me sube y me baja a una velocidad imperiosa, pero no consigo llenar mis pulmones de oxígeno. Es como sin con cada respiración, en vez de limpiar el aire, lo estuviera envenenando.
Envenenando de ira, de odio, de desesperación.
Mi corazón se acelera y noto una fuerte punzada taladrándome el pecho. Cada latido es una prueba más de que estoy vivo, y eso me va matando, poco a poco.
Llevo andando más de dos horas y ni siquiera me he dado cuenta. Las calles de mi antiguo barrio están desiertas, y las desgastadas farolas iluminan intermitentemente el deteriorado pavimento. Mis pasos desprovistos de voluntad me han traído hasta aquí, pero al instante me doy cuenta de por qué.
Necesito consumir algo que me haga olvidar por un momento quién soy. Necesito ser cualquier otra persona en el mundo menos yo mismo.
Los gritos de Jess cuando dejé a aquel desgraciado moribundo en el suelo me retumban la cabeza, como si fuera la voz de mi conciencia. Instintivamente, extiendo los brazos delante de mí y observo mis temblorosas manos. Están completamente ensangrentadas, sin ningún punto de piel visible.
Podría haberle matado allí mismo, una parte de mí realmente deseaba hacerlo. Pero hay algo, o mejor dicho alguien, que me detuvo: Jess.
Aumento el ritmo de los pasos y me dirijo hacia la casa de mi camello, un conocido vecino de la infancia. Supongo que si vives en un lugar así no tienes muchas esperanzas de futuro; normalmente o vendes drogas, o te la venden.
Antes de entrar, me encuentro a su madre en el jardín, fumándose un cigarrillo en las escaleras. Su piel ha perdido el color natural y se ha visto sustituido por uno amarillento, y su pelo ahora se encuentra escondido bajo un pañuelo color rosa.
—¿Vienes a por lo de siempre?
—Sí —contesto ocultando mis manos en los bolsillos del pantalón.
—Pasa, está adentro —asiento y me dispongo a subir los peldaños, pero la mujer me agarra el brazo, interceptándome—. Y ten cuidado, no deberías ir así vestido por un sitio como este.
Recuerdo como ella solía pelearse día y noche con su hijo por la ilegalidad de sus negocios. Él siempre le decía que necesitaban el dinero para pagar sus costosos tratamientos de cáncer, y que con las deudas sanitarias que acumulaban ya ni siquiera les valía con vender la casa.
Supongo que ya simplemente ha aceptado su destino. Que al mundo no le importa qué te está pasando si no tienes un apellido que lo respalde. Si eres pobre y vives en un barrio marginal, vales menos que las ratas.
Recuerdo una de las habituales frases de mi vecino y amigo Josh: "Ella me dio la vida, y ahora soy yo quien debe dársela a ella, cueste lo que me cueste".
Abro la puerta de un tirón y Josh deja a unos hombres con los que estaba hablando para atenderme.
—¿Lo de siempre, no? —pregunta mi amigo recogiéndose las rastas morenas en una coleta mientras abre un cajón de la cómoda.
Mis ojos hasta entonces perdidos, se fijan en su rostro.
—El doble —grazno, dándome cuenta de la furia que acompaña mi voz. No soy yo el que habla, sino el niño de mi interior que busca desesperadamente huir de su habitación oscura, intentando no perderse en el abismo mientras lo hace.
Josh se gira en un movimiento y sus espesas cejas se fruncen notoriamente, en un gesto entre lo sorpresivo y lo preocupado.
—Eh, tío, deberías parar un poco...
Mi siguiente movimiento no soy capaz de controlarlo; mi mano le agarra la solapa de su camisa y lo levanto en el aire estampándole contra la pared, logrando que los cuadros y los muebles vibren del impacto.
Uno de los tipos que estaban con Josh al entrar no tarda en posicionarme a mi lado y apuntarme con una pistola en la cabeza. Mi juicio está tan nublado que me importa una mierda si me dispara o no. Yo solo quiero algo que me haga olvidar mi podrida existencia, y no me iré de aquí hasta conseguirlo.
—¡Suéltalo, hijo de puta, o te meto un tiro entre los ojos!
Mi cuerpo reacciona en un impulso, y como si estuviera totalmente desligado de mi conciencia, me giro rápidamente y le golpeo la cabeza con la mía. El tipo cae hacía atrás y le piso la mano con la que sostiene la pistola, obligándole a soltarla en un grito desgarrador. Mientras tanto, el otro invitado se ríe en una sonora y malévola carcajada.
Desvío la mirada hacia su posición y su risa se apaga de inmediato. La ira me corroe por dentro y la furia controla todos mis movimientos, como si fuera una marioneta movida por mis más primarias emociones.
—¡Mátame ahora, cabrón! —escupo aumentando la presión en su muñeca y haciendo que se retuerza de dolor.
Josh se acerca cautelosamente y tira un par de bolsas blancas frente a mí.
—Ahí tienes tu mierda. Ahora lárgate de aquí.
Mi zapato libera la mano del supuesto amigo de Josh en un alarido y recojo las bolsas blanquecinas del suelo, a la vez que dejo sobre la cómoda un fajo de billetes contados.
—Está todo —zanjo.
Mis pies comienzan su andadura, pero la voz de Josh consigue detenerme.
—Eso espero, porque si no seré yo quien te mate.
Salgo de un portazo y esnifo un gramo de cocaína antes de pillar una botella de ginebra y pillar un taxi hasta mi casa.
—¡Joder! —grito a pleno pulmón mientras mis pulsaciones se van intensificando.
El poder que ejerce la cocaína se va extendiendo por cada recoveco de mi cuerpo hasta llegar a una sensación de éxtasis, de renovación, de felicidad.
Ya no me importa si he llegado a matar a aquel desgraciado o no. No me importa si mi hermana está en un psiquiátrico porque no he sabido cuidar de ella. Ni tampoco me importa que será de mí mañana. Solo me importa que ya no me importa nada.
Subo a mi habitación, y cuando estoy a punto de tumbarme sobre la cama, un sobre sellado capta mi atención. Observo la dirección del remitente y descubro que proviene del psiquiátrico de Los Ángeles. Rasgo el papel violentamente y leo su contenido:
A mí queridísimo hermano,
Sé que te sorprenderá encontrar esta carta, pero necesito contarte algo por mi propia tinta.
Antes de empezar, deberías escuchar la canción "Surrender" de Natalie Tylor, su letra representa todo lo que pretendo plasmar sobre el papel.
En ese momento, busco la canción en Spotify y conecto el altavoz del móvil, consiguiendo inundar el ambiente de música. Un grueso nudo se forma en mi estómago al oír lo que dice: "Yo me rindo".
La ansiedad crece y se extiende por todo mi cuerpo, pero me obligo a leer el resto de la carta. Una parte de mí sabe lo que contiene, pero la otra parte se niega a aceptarlo. Y solo tengo una manera de averiguarlo: leerla hasta el final.
Hermano, me rindo.
No soy capaz de vivir con este peso sobre mi espalda. Cada noche en la que mis ojos se cierran, la pesadilla vuelve a mí. Tan real, tan viva, que creo que voy a morir otra vez. Aunque no sé si eso es posible, ya que dicen que no puede morir lo que ya está muerto, y mi alma realmente lo está. Completa e irremediablemente muerta.
Mis ojos me desobedecen y se posan sobre dos manchas redondas y transparentes que resaltan sobre el papel. Son lágrimas. Lágrimas de mi hermana.
¿Cómo se puede obligar a alguien a vivir una vida de sufrimiento y dolor?
Según DOS, de Crimen y Castigo, nadie debería poder decidir sobre la vida de otro. Y yo ya he decidido sobre el destino de la mía, Asher.
Me rindo.
Sé que con Jess estás en buenas manos, cuídala bien o la perderás. Sé que ella te quiere, sus ojos me lo han dicho.
Espero que me lleves siempre en tu corazón.
Con amor,
Hellen.
El corazón se me paraliza de golpe y ni siquiera soy consciente de que un río de lágrimas se desborda a través de mis ojos. No soy capaz de mover ningún músculo de mi cuerpo, el miedo me tiene completamente inmóvil, a su merced.
Mi bolsillo vibra y me obligo a contestar la llamada. Las manos me tiemblan y no me sale la voz al contestar la llamada. Simplemente me quedo callado, esperando oír a otra persona a través del auricular, y con una profunda agonía zumbante en el centro del pecho.
—Buenas noches, le llamamos del centro de salud mental de Los Ángeles. Este es el número que tenemos apuntado en caso de emergencia —el hombre se toma un segundo y suelta aire antes de hablar—. La interna Hellen Coleman ha fallecido hace una hora, necesitamos que vengan de inmediato para poder proceder de la mejor manera posible. Mi más sentido pésame.
Unas intensas ganas de vomitar se apoderan de mi estómago y un mareo repentino me oscurece la vista.
—¿Hay alguien ahí? Perdone, ¿señor Coleman...?
Lo próximo que oigo es el grito sofocado de mi madre al ver como estrello el móvil contra la pared.
*
*
*
¡Hola mis bellos! Siento el retraso pero de verdad que no he tenido ni un segundo libre en estas semanas. He aprobado los exámenes de máster y he realizo una entrevista de trabajo en una empresa (deseadme suerte).
Prometo no volver a tardar tanto en actualizar y perdonen a esta escritora tan tardona. Mis disculpas ❤️
Creo que es el capítulo más duro que he escrito y el que más me ha costado escribir hasta ahora. Espero haber sabido transmitir todo lo que había dentro de mi cabeza.
Y ahora, sin más dilación:
💥 Capítulo dedicado a la encantadora @efranchon_ 💥 Gracias por tu apoyo hermosa ❤️
P.D.: Es importante que mantengáis la mente abierta para los capítulos que quedan, solamente dejaos llevar por la historia y disfrutadla al máximo.
Atte:
Wilmanet ✔️✔️
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro