Capítulo 27 | Ástor
Esta mañana se me han pegado las sábanas y he tenido que conducir más rápido de lo normal para llegar a tiempo a mi puesto de trabajo. Entro al edificio a lo Rayo Mcqueen y me encuentro a Freya de frente, quien me intercepta y me ofrece el té que acaba de prepararse. Lo se porque aún está humeando.
—Creo que tú lo necesitas más que yo —afirma guiñándome un ojo con picardía—. ¿Una noche loca?
Su pregunta me hace escupir el sorbo de té que acabo de tomar y un hombre enchaquetado que pasa por nuestro lado me dedica una mueca de asco.
—No... solo... me quedé viendo una serie de Netflix hasta tarde.
Freya asiente pero puedo ver la incredulidad en sus ojos. No la culpo por no creerme, ya que en realidad estuve enviándome mensajes con Asher durante toda la noche y apenas he dormido tres horas. Algo cambió entre nosotros aquella noche en el club. Es como si ya no me culpara porque me gustara alguien menor de edad, como si ese muro hubiese caído para siempre y todas las barreras hubieran desaparecido.
—Pero, ¿sabes qué? —agrego sonriendo ampliamente y sin despegar los labios—. No todo es negativo, ya que no tendré que verle la cara a Kan en una sema...
—¿Qué decías? —una voz masculina resuena altiva en mi espalda.
No puede ser.
No-pue-de-ser.
Cierro los ojos y suelto un largo y profundo suspiro antes de voltearme y ver a Kan con su habitual y odiosa sonrisa torcida estampada en la cara.
—Nada importante —balbuceo—. ¿No se supone que estabas de viaje durante una semana?
Su malévola sonrisa se intensifica y contengo el impulso de volver a arrojarle algo hirviendo en la entrepierna.
—Cambio de planes, cegata. ¿Me has echado de menos?
Le enseño el dedo de en medio y Freya ahoga un gritito ante la falta de respeto hacia mi jefe.
La verdad es que Kan consigue sacar lo peor de mí. Cuando creo que ya no puedo odiar más a alguien aparece él y me enseña nuevos niveles de repulsión.
—Basta ya de tonterías —ruge bastante molesto por mi acción—. Vamos a la cafetería, aún no he desayunado y tenemos temas que tratar.
—Pero yo ya he...
—Vamos. Ahora. —Me ordena de forma autoritaria.
Aspiro una bocanada de aire y le sigo escaleras abajo. Freya me dedica una tierna mirada de compasión mientras yo me limito a poner los ojos en blanco.
Kan se sienta en la mesa más apartada y le pide al camarero unos huevos revueltos con bacon y un café solo. Yo me siento frente a él y me dedico a mirarle mientras se come su desayuno pausadamente.
¿En serio? ¿Es que no piensa decir nada hasta acabarse el desayuno?
—¿De qué querías hablar?
En ese momento, mi móvil vibra alertándome de un nuevo mensaje. Es de Roxy:
Pon las noticias, Jessy. Es importante.
El corazón me da un vuelco al leer el mensaje y presiento que no va a ser nada bueno, por lo que le pido al encargado que encienda el pequeño y antiguo televisor que hay colgado en el techo de la cafetería. Una mujer pelirroja y esbelta aparece en pantalla:
Soy Megan Carter y voy a informarles del trágico suceso ocurrido hoy a las siete de la mañana. Ástor Levroski, vicepresidente de los Estados Unidos de América, ha muerto en su residencia de Washington D.C. Ahora mismo, sus familiares se encuentran de camino al cementerio de Los Ángeles, lugar donde será enterrado esta misma tarde.
¿Muerto? ¿El padrastro de Asher se ha... muerto?
Mi rostro palidece y siento unas feroces ganas de vomitar lo poco que he desayunado esta mañana. Alzo la vista y me topo con los oscuros y confusos ojos de Kan, analizándome como si tratara de averiguar algo.
—¿Le conocías?
Aunque sea una persona tediosa, tengo que reconocer que es bastante astuto.
—Personalmente no, pero su hijo es mi... amigo. De hecho, es tan buen amigo que tengo que irme ahora mismo.
—Está bien, Moore, puedes irte —expresa de manera sosegada, sin ningún rastro de ironía en su voz.
Kan nota como me quedo observándole perplejamente y suelta una pequeña pero viva carcajada.
—No soy el ogro que tú crees que soy —añade.
—Gracias, Kan.
Atrapo mi bolso y salgo a toda prisa de Erubbish Inc mientras marco el número de teléfono de Asher en mi smartphone
Tono.
Tono.
Tono.
Y... buzón de voz.
Maldición.
Sigo intentándolo repetidas veces antes de subirme a mi viejo escarabajo y poner rumbo a casa para cambiarme de ropa. Me doy una ducha rápida, me provisto de un vestido gris oscuro y me cobijo bajo un abrigo negro de algodón. Vuelvo a llamar a Asher pero esta vez ni siquiera da señal.
Bajo las escaleras a toda prisa intentando no caerme de bruces, enciendo el motor del coche y busco en el GPS la dirección del cementerio de los Ángeles. Si lo pienso bien, soy bastante afortunada de no haber tenido que saber su localización hasta ahora.
Al pasar la entrada, un gélido escalofrío se apodera de todo mi cuerpo y el corazón comienza a latirme con fuerza, descontrolado. Camino unos cuantos metros siguiendo la melodía que emite una orquesta de música, seguramente contratada para el funeral de Ástor.
Doy unos cuantos pasos más y me encuentro con una multitud vestida de negro y varios policías y guardaespaldas cubriendo la zona. En primera línea, distingo una silueta bastante conocida para mí. Asher.
En cuanto lo veo, corro hacia su posición y le toco tímidamente el hombro. Él se da la vuelta ante el contacto y cuando se percata de que soy yo, me envuelve con sus anchos y robustos brazos y me aprieta contra su pecho hasta dejarme casi sin respiración. Es uno de esos abrazos en los que mueres y revives. Que te resucitan.
—Se acabó, Jess. Ese cabrón no volverá a jodernos nunca más —susurra pegado a mi oído.
La orquesta vuelve a tocar una marcha fúnebre y Asher y yo nos separamos para ver como el ataúd en el que yace Ástor desaparece en su nicho. Entrelazo mi mano con la suya y ambos permanecemos inmóviles en señal de respeto. Es tan duro que se me hace eterno. La piel se me pone de gallina y siento una enorme presión en el estómago.
Aún recuerdo el momento en el que me informaron por teléfono que mis padres habían muerto en un accidente de avión. Ni siquiera pudimos enterrarles. La tía Betty, mi hermana y yo le hicimos un funeral improvisado en el jardín mucho más tarde. Fue nuestra manera de despedirnos de ellos, sea donde quieran que estuviesen.
Asher y yo esperamos a que todos los asistentes del entierro se disipen y nos sentamos en uno de los bancos de hierro oxidado que adornan el cementerio. Poso mi cabeza en su hombro izquierdo y él me atrae contra sí rodeándome con el brazo. Alzo la vista y puedo ver dos grandes surcos oscuros perfilar sus ojos, volviéndolos cansados y apagados. Su pelo está más revuelto de lo normal y un mechón rebelde le cae sobre la frente. La expresión que se dibuja en su cara es seria y... ¿aliviada?
—Asher —pronuncio y él voltea ligeramente la cabeza hacía mí—. ¿De qué ha muerto? ¿Es que acaso el también...? —pregunto en voz baja, casi en un susurro.
—No. No ha muerto de sida, si es lo que quieres saber. Mi madre nunca se lo pegó. Lo cierto es que si usas protección no deberías contagiarte. Hay personas enfermas que incluso tienen hijos sanos —expresa de manera tranquila y paciente, como si ya hubiera tenido que explicar lo mismo cientos de veces.
—¿Entonces? ¿Qué ha pasado? En las noticias no dieron ninguna información.
Asher suelta una bocanada de aire antes de contestar.
—Ha sido un infarto —zanja.
Asiento en señal de comprensión.
—Entiendo.
Asher se saca del bolsillo un paquete de Marlboro, se pone un cigarrillo entre los labios y lo enciende con un mechero grabado con dos guantes de boxeo llameantes.
—Es curioso como la vida puede cambiar tanto en tan poco tiempo. Un día estás aquí y el siguiente puedes no estarlo —musito observando como mi acompañante le da una calada a su cigarrillo.
—La vida es eso que haces mientras esperas a la muerte —dice soltando un humo gris espeso.
Me quedo absorta mirándole por unos segundos, entre calada y calada, comprendiendo lo que acaba de decir. En ese momento, se oye el traqueteo de unos tacones y vislumbro la silueta de una mujer acercándose a nosotros.
—Asher, querido, ¿puedes dejarnos un rato a solas? —inquiere su madre en tono imperativo. No era una realmente una pregunta, sino una mera formalidad. Asher nunca tuvo opción a negarse.
Él mira a su madre y luego vuelve la cabeza hacia mí, preguntándome con la mirada si me parece bien. Asiento y él se marcha encendiéndose otro cigarrillo.
—Creo que te debo una disculpa.
¿Qué?
—¿Qué? —suelto antes de poder contenerme.
—El otro día me equivoqué contigo, y te pido disculpas. Pensé que solo querías aprovecharte de mi hijo, pero creo que me estaba engañando a mí misma. Es imposible que alguien se aproveche de Asher sin que él lo consienta, es demasiado independiente y juicioso —explica llevándose un mechón rubio detrás de la oreja—. Es lo único bueno que ha sacado de lo que pasó con su padre y sus hermanos. Todo fue culpa mía.
La mujer intenta limpiarse una lágrima rebelde sin estropear su perfecto maquillaje. Veo tanto dolor en sus ojos que no puedo evitar posar mi mano sobre la suya en señal de apoyo. Ella clava su mirada en nuestras manos entrelazadas y luego la sube hasta posarla en mi rostro.
—Jessy, ¿qué te parece si empezamos de nuevo?
—Nada me gustaría más que eso.
—Pues entonces... Yo soy Cecile, encantada.
—Igualmente.
Ambas estrechamos nuestras manos en señal de amistad y una amplia sonrisa se forma en su rostro, una sonrisa muy natural y nada forzada.
Una sensación de alivio me invade al instante, como si yo fuera un globo hinchado que ha estado a punto de explotar pero que al final se desinfla soltando todo el aire.
A pesar de que todo ha ido bien, hay una pregunta que no deja de repetirse en mi cabeza, intermitentemente. ¿Será esta la muerte de la que habló la bruja o esto solo ha sido el principio?
*
*
*
¡Hola mis bellos! Aquí os traigo el especial de Halloween que os prometí. Sabéis que solo actualizo una vez a la semana pero he hecho un esfuerzo extra y aquí lo tenéis.
Espero que estéis pasando un super Halloween 🎃🎃
¡No olvidéis que os quiero! ❤️
💥 Capítulo dedicado a la hermosa de @Lilura_ah 💥
(Si queréis que os dedique un capítulo enviadme un MD)
Atte:
Wilmanet ✔️✔️
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro