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35. Cerrando heridas

NARRADOR

Sobre la cama observa a la pelinegra hurgar en su armario con tan solo una playera suya cubriendo su cuerpo, su negro cabello se pierde con la tela, sedoso y largo a media cintura, su piel contrasta con el color de la prenda, pálida y rosácea, pero suave cual pluma. Disfruta de la vista distinguiendo de vez en cuando sus firmes glúteos cubiertos únicamente por una tela delgada semitransparente en color negro, bajo ella sus fuertes y contorneadas piernas. Cuando finalmente se decide, con suma lentitud recorre su cuerpo una vez descubierto para luego ser acariciado por la tela mientras otra asciende por sus piernas, en el momento en que gira su belleza es sublime, la alegría que desprende, su tierno aspecto que únicamente encubre su lado travieso.

-¿Listo?

Su gesto inconforme y dubitativo la hacen reír, y a él disfrutar de su bello canto teniéndola en poco a su lado.

-Tienes que vestirte.

-¿Tengo? -pregunta acercándose a ella, acorralándola en un diminuto espacio entre sus brazos hasta quedar bajo su cuerpo, el par de ojos rojos lo miran expectantes, ocultándose una vez sus labios se fusionan. -Y si mejor nos quedamos aquí.

Con alegría niega mientras ríe.

-No -responde acariciando el labio inferior de su chico. -Hay que decirles.

-¿Tengo que hacerlo? -se queja ocultando el rostro contra el cuello de Akemi a quien le produce cosquilleo e intentando incentivarla roza su piel con su nariz a la par que deposita besos, su acción la descontrola reaccionando una vez la puerta es abierta.

-¡Drake! -exclama su nombre, aliviada mientras el ojiazul deja caer la cara contra la colcha.

Curioso el menor mira la escena sin acercarse demasiado, cerrando únicamente la puerta cuando su madre se lo pide, plasmándose una sonrisa en su rostro asertivo a lo que le piden.

Según lo indicado Drake va donde los abuelos tomando a cada uno de la mano, guiándolos hasta la sala pidiéndoles sentarse en uno de los sillones colocándose en medio de ambos, sonriéndoles al elevar la vista mientras en el sillón de al lado se ubican sus padres.

-Tenemos una sorpresa -dice el menor con la emoción a flor de piel.

Akemi le da un golpe en el costado a Zia para que hable, él la mira de soslayo y mira a sus padres.

-Hay dos cosas en particular de las que estuvimos hablando. La primera... -Nervioso evita ver a sus padres, -llevar a cabo la unión.

La alegría en el rostro de su madre le produce de igual manera sonreír incapaz de ver hacía su padre al percibir su mirada sobre él.

-Me parece perfecto, -Se escucha la voz del mayor, solo entonces se permite verlo percibiendo tranquilidad en su pecho y no la habitual sensación a riña que suele presentarse cada vez que cruzan palabra. Así mismo, es como si el ambiente le permitiera respirar, más tranquilo incluso con el otro tema a tratar.

-La segunda -Mira Akemi antes de continuar -es restaurar el reino desde cero.

AKEMI

Tomo asiento en el sillón al lado del ojiazul, lo miro y reprimo una sonrisa de emoción la cual se vuelve inevitable al desviar mi vista al castaño quien lleva una sonrisa plasmada y remueve su pequeño cuerpo tras hablar, por mi parte golpeo el costado de Zia para que hable, nos miramos de soslayo y lo distingo nervioso.

-Hay dos cosas en particular de las que estuvimos hablando. La primera... -desvía la vista de sus padres por lo que sujeto su mano antes de continuar, -llevar a cabo la unión.

Una vez lo pronuncia me siento igual de nerviosa y veo a aquellos frente a nosotros, Artem permanece con su típica expresión, la sonrisa de Susumu por su parte colabora a que ambos nos relajemos fluyendo la emoción. Pero el hecho de que Zia siga evitando ver a Artem me preocupa por lo que giro la cabeza para verlo, sus ojos azul claro observan a aquel a mi lado lo que me hace recordar cuando Zia hablaba de ellos, ninguna vez dijo algo concreto acerca de él, simplemente solía mencionarlo de vez en cuando al hablar de su madre. Ambos poseen la misma expresión seria y mirada fulminante, tenebrosa para quienes no los conozcan, ambos suelen mostrarse temerarios, pero son todo lo contrario una vez los conoces, especialmente Zia, amo cuando se ve tan delicado, tan vulnerable...

-Me parece perfecto.

Su respuesta llama mi atención, me emociona y distingo al otro ojiazul relajarse, intrigándome la relación entre ambos. Amé a Artem durante el tiempo en que permaneció en el reino, incluso le pedí quedarse cuando debía marcharse, prometió volver y lo hizo trayendo consigo al de hermosos ojos azul oscuro a mi lado. Lo miro de soslayo, es hermoso, lo amo, aunque ninguno de ambos seamos perfectos, después de todo ambos terminamos siendo egoístas y me alegro de que él lo haya sido, así como habernos aceptado pese a estar rotos.

★★★

-¿Qué piensas?

Con una sonrisa en el rostro giro para verlo. Tomándome de la mano me insta a acercarme teniendo que elevar la mirada para verlo a la cara, con la otra acaricia mi mejilla.

-¿Segura de qué quieres que la abuela lo arregle?

Reflexiono antes de contestar viniendo a mi memoria palabras suyas, el amor que se siente por mí, sus cuidados y el respeto que siempre ha tenido hacía mí. El día que por primera vez tuvimos relaciones íntimas, ese día que por primera vez me vio desnuda y que por segunda vez vio mis cicatrices, no las evitó... A él no le importan, no las rechaza, tampoco las vuelve el centro de atención lo cual me agrada y me hace sentir cómoda a su lado, pero cuando yo me veo en algún espejo, no me gusta, suelo evitarlas lo más que se pueda y para ello debo ocultarlas.

-Segura -respondo decidida.

Una leve sonrisa se posa en su rostro y une su frente a la mía.

-Te amo.

Sonrío, elimino espacio alguno entre ambos hasta rozar sus labios depositando un casto beso en ellos, antes de escucharlo reír cuando lo tomo de la playera para saborearlo.

Una vez más ingresamos a casa de la abuela sin siquiera tocar.

-La abuela me pidió venir, ¿no importa que me quede?

Zia niega y en ningún momento me siento intranquila con su presencia por lo que intento descubrir cuál de los gemelos es. Me concentro en sus ojos, el de ambos son verdes, pero distintos a su vez. Los suyos son sutilmente más claros con un toque amarillo en ellos, con eso me es suficiente para identificarlo por lo que segura puedo decir que se trata del segundo de ellos, su nombre no lo recuerdo.

-¿Está bien para ti Akemi? -pregunta la abuela haciendo acto de presencia, llamando mi atención hacía ella, asiento con la cabeza.

En el momento en que me encuentro sobre la camilla me atacan los nervios respirando agitada.

-¿Qué es lo que más te gusta hasta ahora de Luna Gris?

Su pregunta llama mi atención disipando el nerviosismo en mi interior.

-Zia - respondo sin titubear centrándome en sus bellos ojos, los mismos que me miran recibiendo caricias suyas en mis mejillas.

Desnuda de la parte superior mi vista se enfoca en la suya relajándome su suave contacto, mordiendo mi labio cuando percibo cierta humedad fría contra mi piel, intento normalizar mi respiración, pero es complicado ante el temor. Cierro mis ojos apretando la mandíbula cuando inicia el dolor, sé que no debo moverme, pero no hacerlo se vuelve difícil, causándome abrir los ojos cuando una mano se posa en la mía, sujetándola, Zia no es. Dirijo mi vista a nuestras manos, su firme tacto deja sutiles mimos en mi dorso recorriéndome esa familiar seguridad. Lo observo por un instante con la vista fija en nuestras manos hasta que su vista se desvía encontrándose con la mía, sus verdes ojos claros y una cálida sonrisa.

Aunque aprieto su mano entre la mía no aparto la mirada con cierta curiosidad producto de esas extrañas sensaciones que me embriagan, Artem, Zia, Susumu, la abuela y ahora él, algo en cada uno de ellos me hace sentir esa seguridad en tan poco tiempo de conocerlos, sabiendo aún nada, instándome a confiar. Y, si bien, me da cierto miedo mi reacción, la sensación no demora en opacarlo causándome preguntarme la razón. Él no me conoce, ni yo a él, pero está aquí tomándome de la mano como en su momento Zia no nos abandonó, quizás sea su relación con el ojiazul lo que lo hace estar aquí, hacer esto, no lo sé.

Al momento de desviar la mirada Zia aún lo hace depositando caricias en mi rostro, apretando la mano entre la mía cuando el dolor comienza a ser palpable, ninguno se queja y el ojiazul desvanece las lágrimas que pretenden deslizarse más allá de mis ojos depositando incluso un beso en mi frente.

Para cuando termina mi mano derecha se agita ante el temblor, mi cuerpo vibra a la par que mi respiración frenética sube y baja, pero mis humedecidos y un tanto borrosos ojos no se deprenden de los suyos, así como mi mano izquierda aún sostiene al de orbes verdes. Son lo que evitan que centre mi atención en mis pensamientos, en el ardor similar a cuando dichas cicatrices eran frescas aún en mi cuerpo, a perderme en dichos recuerdos.

Respiro con dificultad cuando todo se mueve a mi alrededor, aunque adolorida me ayudan a colocarme la playera, para cuando me doy cuenta me encuentro entre los brazos de Zia.



NARRADOR

Aun lado de su madre mira hacia la puerta por donde se ha marchado su padre, desea quedarse y cuidar de ella, pero también quisiera acompañarlos. La mujer a un lado sonríe al percatarse.

-Ve, yo cuido de ella, tú vigila que no discutan.

Aunque curioso por sus últimas palabras no tarda en marcharse emocionado alcanzando a los varones en el momento justo en que salen. Una vez en el exterior, toma a cada uno de la mano.

Mientras el nublado y fresco día transcurre, en el interior de la habitación se aprecian caricias que delinean el rostro de una chica mirando de vez en cuando un peluche en manos de la mujer de mirada nostálgica, pero alegre. Percibe un suspiro para luego verla abrir sus ojos, sin dejar en ningún instante de acariciar su rostro.

-Tu padre me dijo que te encantan -Se refiere al peluche entre una de sus manos, el verdoso conejo de felpa.

-¿Es mío?

La pelirroja asiente apreciándola acariciar la suavidad en el peluche.

-Solía venir aquí desde que Artem llego sin Zia, junto con el peluche que iba darte cuando me dijo de ti. Especialmente cuando me aseguro de ustedes.

Los rojizos ojos se posan en la mujer, bella sin lugar a dudas.

Akemi sonríe abrazando al suave conejo entre sus brazos, cerrando sus ojos disfrutando de las suaves caricias que Susumu le proporciona.

-Eres la viva imagen de tu padre.

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