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Extra

Alexander

No sé qué demonios intentaba Ally yendo a jugar golf con inversionistas, pero impresionarlos no debía ser.

Luego de la muerte de los abuelos de Ally, la cual la había afectado mucho, por supuesto, se había tenido que comenzar a encargar de las cosas que su abuelo solía hacer, como sociabilizar con los inversionistas jugando golf en un club en el que todos eran millonarios mayores expertos en ese deporte.

Ella era pésima jugando y no solo eso, no tenía paciencia y presionaba a los demás para que golpearan la pelota. Los pobres ancianos solo intentaban concentrarse en meter la bola en el agujero y ella estaba por detrás quejándose o haciendo comentarios ofensivos en susurro, que realmente todos oían.

Luego de que perdiera el tiro más fácil de todos, pues solo estaba a treinta centímetros del hoyo, las personas comenzaron a comentar cosas que sabía que la enfurecerían, aunque en cierto modo se las merecía por atacar primero a los demás.

-Definitivamente no sacaste el talento de Bernard -dijo uno-. Debe estar revolcándose en su tumba.

-¿Sí? Pues yo te mandaré a la tumba si...

Corrí junto a ella, antes de que hiciera algo de lo que se arrepentiría, le quité el palo y la interrumpí:

-Ally tiene otras cualidades.

-Eso supongo, no es la presidenta de una prestigiosa empresa por nada...

Yo asentí y jalé a Allison para alejarnos.

-Fue un gusto jugar con ustedes, nos vemos -me despedí.

-Espero que la próxima vez sea en el funeral de alguno -masculló Ally.

-Son inversionistas, eso no te conviene.

-Debe haber más... Además, esta panza me impide jugar decentemente -se quejó, mientras yo abría el auto.

-Siempre fuiste mala, no le eches la culpa a la bebé.

Sí, habían leído bien: Allison No quiero tener hijos jamás con ningún hombre Roche, estaba embarazada y nada más, ni nada menos que de Alexander El meastrucho de secundaria Meyer.

Le abrí la puerta del copiloto del auto y cuando subió, cerré la puerta con delicadeza para subir al asiento de conductor.

La mayoría de las personas a nuestro alrededor pensaban que yo le había insistido para tener hijos, pero en realidad no era algo que para mi fuera indispensable. Si hubiéramos estado los dos solos, durante toda nuestra vida, no me hubiera sentido vacío, para nada.

Durante los años que habíamos estado solos, la habíamos pasado muy bien. Habíamos viajado, salido a comer y disfrutado cada momento juntos, incluso si simplemente íbamos a dar un paseo por la calle.

Cuando Ally apareció con la sorpresa de que quería tener hijos conmigo después de cinco años de matrimonio, había quedado en shock. Pregunté veinte mil veces si era porque se sentía presionada o si estaba jugando, pero ella me juro que era porque quería tener un hijo conmigo.

Lamentablemente, los abuelos de Ally habían muerto poco después de que nos casáramos. Bernard simplemente no había despertado un día y, meses después, Amelia había sufrido un derrame cerebral que la había matado rápidamente. Por esto, ninguno había podido enterarse de que su nieta consentida había terminado por decidir formar una familia.

Aún así, imaginaba que Bernard y Amelia, donde fuera que estuvieran, estaban felices con la decisión de Ally.

Mientras conducía, noté que Ally ponía caras, las que yo sabía que significaban.

-¿Quieres comer algo?

-Sí -dijo de mala gana-, pero he subido como mil kilos en estos meses.

-Amor, tienes un bebé dentro -le recordé-. El bebé pesa.

-Lo sé, Alex, no soy tonta.

-Entonces deja de decir que estás gorda -pedí-. ¿Qué es esta vez? ¿Frutillas con crema? ¿Chocolate?

-Quiero un pastel de chocolate -pidió con un tono de voz infantil.

-Te dejo en la casa y voy por él, ¿sí?

Ally asintió con una sonrisa y dejó de quejarse.

Luego de casarnos, el abuelo de Ally nos había regalado una casa, la cual, para mí, era bastante más grande de lo necesario, pero entendía que Allison estaba acostumbrada a comodidades excesivas, por lo que sólo había tenido que acostumbrarme al enorme espacio.

La mansión había pasado a Katherine y Jocelyn, pues los demás habían tomado otros caminos y ninguno tenia una familia tan numerosa como para querer vivir ahí.

Obviamente, como Allison era la gran dueña de cosméticos Athena, la casa debía tener seguridad las veinticuatro horas del día y Miriam y Rosie trabajaban cinco días de la semana ahí, con un horario menos extenso que el que tenían en la mansión.

Cuando llevé a Ally a la casa, la ayudé a subir al cuarto para que descansara y le pedí a Rosie que le hiciera un jugo de piña natural y fui por el pastel de chocolate que le gustaba a mi esposa.

Mientras comparaba la tarta, recibí un mensaje de mi madre para que fuéramos a comer al día siguiente.

Mi madre, por supuesto, estaba loca por la bebé. Le había comprado ropa, juguetes y hasta un andador... cuando ni siquiera había nacido aún.

Suponía que, al ser su primera nieta e hija de su único hijo hombre, era especial para ella, sobre todo cuando Luna no tenia ni el más mínimo plan de darle nietos.

Yo también estaba emocionado ese último tiempo, particularmente porque Ally ya había cumplido los ocho meses y medio. Saber que tendría una mini Allison en mis brazos me hacia sentir una felicidad inexplicable y realmente estaba ansioso por poder verla y amarla.

Cuando volví a casa con el pastel, lo llevé al cuarto y Allison lo devoró como si no hubiera comido en mil años.

Yo amaba verla comer, aún cuando lo hiciera como una salvaje, pero consentirla me hacía feliz. Luego de que fuera a dejar la bandeja con los platos a la cocina, ambos nos dimos un baño y nos acostamos a ver televisión.

-Mamá nos invitó a comer mañana -le informé.

Ally emitió un quejido.

-Todos los días tengo algo que hacer -reclamó.

-Te prometo que el martes podrás descansar todo lo que quieras y te voy a atender todo el día, ¿sí?

Ally se acomodó sobre mi pecho y me abrazó.

-Eres el mejor hombre del mundo, ¿lo sabías?

-Tú eres la mejor mujer del mundo, mi amor -dejé un beso en su cabeza y comencé a jugar con su cabello para relajarla.

El siguiente día sería agotador, por lo que esperaba que esa noche pudiera dormir bien, aunque con una gran panza y un ser vivo dentro suponía que era bastante difícil.

[...]

Allison

Cómo todas las noches desde que había cumplido cuatro meses con esa bebé dentro, había dormido como la mierda.

La bebé parecía tener un botón que se apretaba en la noche y no dejaba de patear.

Cuando desperté en la mañana, después de poder dormir tres horas de corrido, vi a Alexander a mi lado, con el cabello en todas direcciones, la boca entreabierta y el torso descubierto.

Era tan lindo y tierno. Ya llevaba cinco años de matrimonio conmigo y aún era la persona más preocupada y romántica de todas, tanto, que me había hecho querer procrear.

Luego de lleváramos un poco más de cinco años casados, comencé a darme cuenta de que tener un hijo con él no sonaba nada mal. Comencé a tener sueños y a imaginar una familia con él y las ganas de embarazarme comenzaron a surgir en mí.

No le comenté nada a Alex hasta que estuve segura de que era eso lo que quería y cuando lo estuve, le pedía que tuviéramos sexo al menos cinco veces por día, hasta que, en un mes, lo logramos.

-Mi vida, ya son las once -le dije.

Por suerte, en ese período, Alex había salido de vacaciones de verano y yo, por supuesto, no tenía que hacer nada en la empresa a menos de que fuera una real emergencia, por lo que había dejado a Max como mi remplazo durante mi pre y postnatal.

Aun cuando Alexander había estado trabajando los meses anteriores, llegaba a casa a atenderme y a consentirme sin importar lo agotador que hubiera sido su día, lo que me indicaba que había decidido formar una familia con el hombre correcto.

-Ya voy... -murmuró.

-La bebé y tu esposa tienen hambre.

Eso lo hizo abrir los ojos de inmediato y no tardó en incorporarse.

-¿Qué quieren de comer mis princesas? -preguntó, estirándose.

-Hace calor -dije-. Tengo ganas de una ensalada de fruta con helado de piña y...

-Jugo de piña -terminó por mí-. Lo tengo, amor.

Me dio un besito en los labios y luego uno en mi enorme panza para luego tomar una camiseta y ponérsela.

Yo encendí la cama televisión y me acomodé en la cama para esperar el desayuno como una reina, algo que no creía merecer del todo, pero Alexander insistía que sí.

A veces no entendía como Alex no se cansaba, pero suponía qué sí lo estaba, solo que no lo demostraba para evitar preocuparme, ¿no era el mejor hombre del universo? Para mí, lo era.

Luego de tomar desayuno, nos dimos un baño y nos vestimos rápidamente, pues a Dona le gustaba que fuéramos puntuales y el almuerzo siempre era a la una y media.

Cuando llegamos a la casa, Dona de inmediato comenzó a mostrarme los nuevos regalos que le había comprado a la bebé.

La única cosa que alguna vez había discutido con Dona, había sido el apellido de la pequeña, pues Alexander había aceptado que tuviera mi apellido primero sin problemas, pero a ella le parecía extraño. Después de que Alexander la convenciera, por fin se había quedado tranquila y lo único que hacía era comprar cosas que yo no le pedía, pero ella quería... y yo solo aceptaba.

-¿Y como te has sentido? -preguntó el señor Meyer, sentándose en su sillón de siempre, mientras yo estaba en el más grande, con Luna.

-Cansada, pero Alexander hace que me sienta mejor siempre -dije con una sonrisa.

-Mi Alex es todo un caballero -dijo el señor con orgullo.

-Lo es -concordé.

-¡Llegó Colín! -avisó Luna, poniéndose de pie.

Inmediatamente, Alex salió de la cocina y corrió a la puerta, intentado ganarle a Luna. Ambos se comenzaron a dar empujones como dos niños de cinco años, hasta que Alex logró abrir la puerta.

-Hola, Colín -saludó Alexander, con un tono un tanto amenazante-. Pasa, por favor.

La amabilidad de Alexander con Colín era obviamente cínica y el pobre muchacho lo sabía, pero aún así le sonreía y lo respetaba. Yo no podía creer que Alexander lograra intimidar a alguien, pero si lo pensaba bien, su actitud de maestro lo hacía ser autoritario cuando lo quería.

Luna tomó a Colín de la mano y lo llevó a la sala, donde saludó a todos.

Colín se sentó a mi lado, notoriamente nervioso por la mirada de Alexander.

-Alex, déjalo tranquilo -le pedí-. Mejor ve a ayudar a tu mamá con los platos.

-Ya voy -dijo de mala gana.

-Gracias -me dijo Colín, cuando Alex se marchó.

Seguimos hablando de diferentes temas y cuando la mesa estuvo lista, nos sentamos a la mesa y almorzamos.

-¿Y como se va a llamar al final? -preguntó Dona.

-Emma -dijimos Alex y yo al unísono.

-Que lindo nombre -comentó Colín.

-No como Colín.

Miré a Alexander con furia, igual que Luna, aunque él solo siguió comiendo con una sonrisa en el rostro.

Miré a Colín con una sonrisa un tanto nerviosa.

-Esta bromeando -lo excusé.

Luego de que el almuerzo terminó, fuimos a la sala de nuevo, donde Luna y el señor Meyer estaban emocionados por ver un partido de basquetbol de su equipo favorito.

Cuando estaba por sentarme en el sofá junto a Luna, mi celular se resbaló de mi mano y cayó al suelo.

-Yo te lo recojo, amor -me dijo Alexander, dejando los platos en la mesa para ayudarme.

-No, tranquilo, estoy bien.

No me gustaba que me protegiera tanto. No estaba invalida, no tenía problema con agacharme, ni moriría por ello.

Recogí el teléfono y cuando me enderecé, sentí un líquido que corría por mis piernas.

-Mi vida... -llamé a Alex con un hilo de voz.

Él llegó junto a mi rápidamente y me miró preocupado.

-¿Qué pasa?

-Rompí la fuente... -dije, aterrada-. La rompí, ahora.

Ambos quedamos en un trance por unos segundos, hasta que Alexander reaccionó.

-Mierda.

Inmediatamente, él y Colín me llevaron al auto y Alexander condujo en dirección al hospital Maxwell.

Las contracciones comenzaron a ser insoportables, comencé a quejarme y a apretar la pierna de Alex, quien aguantaba el gritar conmigo, imaginaba que porque intentaba mantener la calma y hacer que todo fuera menos aterrador.

-¡Me duele! -me quejé.

-Lo sé, preciosa, pero por favor, intenta respirar -pidió, asustado.

Comencé a respirar aceleradamente, pero no estaba ayudando, el dolor seguía subiendo de intensidad.

Cuando llegamos al hospital, me llevaron en una silla de ruedas hasta adentro y me prepararon para el parto en una sala.

Primero, tenían que esperar a que me dilatara lo suficiente, lo que podía llevar veinticuatro horas y no me gustaba para nada la idea. Revisaron mis signos vitales y los de Emma también, notando que todo estaba normal, lo que me alegraba mucho.

Por suerte, Emma parecía querer nacer rápido, pues sólo nueve horas después, ya estaba lista para el parto.

Me inyectaron la anestesia epidural en la espalda baja y luego me llevaron a la sala de parto.

Alexander estaba a mi lado, tomando mi mano y dándome palabras de apoyo que no oía, pero que debían ser muy dulces, como él.

El esfuerzo de pujar me había hecho sudar más de lo que nunca había sudado en mi vida y aún casada, no podía detenerme, por lo que la enfermera solo me animaba diciendo:

-Ya falta poco.

Realmente tenía unas tremendas ganas de maldecir, pero para no arruinar lo que supuestamente debía ser un lindo momento (lo que definitivamente no era para mí) me había decidido contener.

Luego de más de cuarenta minutos pujando, sudando, gritando y sufriendo; oí el llanto de Emma y mi cuerpo se relajo, dejándose caer por completo en la camilla.

Luego de que la limpiaran, la enfermera se acercó a mí con ella en sus brazos.

-Es una sana y hermosa niña.

Yo la recibí y miré a Alexander, quien estaba lleno de lágrimas.

-Soy papá -susurró.

Yo asentí con una sonrisa llena de felicidad.

-Te amo mucho, amor -me dijo, para luego darme un beso en la frente, sin importarle lo sudada que estaba-. También a esta dulzura.

-Yo también los amo.

Emma tenía sus ojos cafés muy abiertos, los cuales eran muy parecidos a los de Alexander.

Aunque yo jamás había tenido en mis planes tener hijos, en ese momento agradecía no haberlos seguido. Como me había dicho mi abuelo alguna vez: "no hagas planes porque casi nunca funcionan".

Hasta ese entonces, mi vida se había basado en hacer planes que no funcionaban y quizás, había sido mucho mejor así.

[...]

Estaba viendo a los dos amores de mi vida durmiendo a mi lado.

Emma estaba entre nosotros dos, mientras Alexander estaba a su lado, con una sonajera en la mano.

A veces me gustaba verlos dormir o jugar... o simplemente existir. Solo eso me hacía sentir la mujer más feliz de la Tierra.

Había días en los que pensaba que todo eso era un sueño, que despertaría y estaría dormida en la oficina y llegaría mi abuelo a regañarme por no hacer nada por mi vida.

Mi abuelo... hubiera amado que conociera a Emma, pues, para mí, él hubiera sido como su abuelo. Yo jamás había visto a Bernard o a Amelia como abuelos como tal, para mí eran como padres y haberlos perdido me había dolido mucho, pero agradecía haberlo hecho cuando tenía a Alexander a mi lado para ayudarme a sobrellevar el dolor, tal como ellos dos lo habían hecho cuando perdí a mi verdadero padre.

Podía imaginar que mi abuelo se regocijaba al saber que, después de todo, había hecho todo lo que alguna vez él quiso que hiciera. Al final, me había logrado concentrar en mi crecimiento laboral y lo disfrutaba; había encontrado el amor en un hombre bueno, que me respetaba y amaba también; me había casado él y habíamos tenido una hermosa hija.

Me levanté de la cama para meter a Emma a su cuna, con mucho cuidado de no despertarla, la cual estaba justo a mi lado de la cama.

Luego, quité los juguetes y peluches de la cama y me acosté junto a Alexander, que, por inercia, me abrazo por la espalda, pegándose más a mí.

-Te amo -murmuró entre dormido.

-Yo a ti, mi vida.

Entrelacé mi mano con la suya y cerré los ojos con una sonrisa en el rostro para poder descansar. Estaba segura de que el día siguiente seria tan bueno o mejor que ese.

¡Holis!

Aquí está el especial que les había prometido.

Realmente amé escribir esto y, aunque no prometo nada, tal vez vuelva a escribir otro... algún día.

¡Espero que lo hayan disfrutado!

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