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Capítulo 9: Ella

Allison

Que buena mentirosa era. Podía mirar a Alexander directamente a los ojos y decirle que nunca me había gustado alguien, sin siquiera titubear.

Al principio no estaba segura de si realmente había sentido algo por él, pero después de que me diera esa descripción... bueno, creía que Alexander Meyer me había gustado.

Eso de insultarlo y verlo en menos solo era mi escudo de defensa para evitar demostrar algo que no podría llegar a nada porque yo sabía que no era el tipo de Alexander. Su tipo era personas como Carol y Miranda, no yo.

Miranda... Yo la había tenido en la mira todo ese tiempo, por lo que sabía que estaba soltera, haciendo un taller de arte para adolescentes en una academia de arte.

En cuanto a Carol, sabía información valiosa que no estaba segura de que Alexander supiera y no sabía si era la mejor idea decírselo. La chica había tenido un hijo con el chico por el que había dejado a Alex, Joshua, pero en ese momento estaban separados.

Quizás Alexander ya no sentía nada por Carol, pero eso no significaba que no le dolería la noticia.

Lo que me parecía algo curioso era que su familia no se lo hubiera dicho en todo este tiempo. Sabía que se habían distanciado de ella, pero la madre de Alex seguía en contacto.

—Si Fred ni siquiera te gusta, creo que no deberías casarte con él —dijo Alex, después de un momento—. Estoy seguro de que encontrarás a alguien.

—Ya tengo treinta años... y los hombres menores son un problema.

El problema de conseguir a alguien menor era que siempre sería más inmaduro que yo.

«Debí ser lesbiana».

—Yo también tengo treinta, pero no se trata de la edad, sino del momento correcto.

—A las mujeres menores les gustan los hombres mayores.

Solo era cosa de pensar en Miranda. Podía apostar que, si ella volvía a ver a Alex, volvería a tener esperanzas de tener algo con él.

—A los hombres mayores les gustan las mujeres menores... Quizás haya un hombre de treinta y cinco o cuarenta que sea tu alma gemela —sugirió.

Había una posibilidad tan mínima de que fuera un hombre soltero, no divorciado, sin hijos, que yo le gustara y que a mí me gustara...

—Fred no está tan mal...

—¡Allison! —me reprendió.

—¡¿Qué?!

—¡No puedes casarte con alguien que no amas!

—¡Si puedo y verás cómo lo hago!

Me crucé de brazos infantilmente, pero en el fondo, deseaba que algo me detuviera y no pudiera casarme con Fred.

Fred era un buen hombre, era atractivo y cuidaba bien de mi madre, lo que le agradecía con toda mi alma... Alguien como yo no podría encontrar alguien mejor jamás. ¿Quién podía soportarme a mí? Era un número muy reducido de personas.

—Ally... —Alexander tomó una de mis manos entre las suyas—. No deberías apurarte en hacer algo como eso porque esta vez será peor que la anterior si no sale bien.

Lo sabía y por la misma razón ya no había vuelta atrás.

Además, siempre estaba la opción del divorcio.

—Estaré bien... Fred me agrada.

—Si las personas se casaran con quien les agradara, entonces las licencias de matrimonio tendrían más demanda que los cosméticos Athena.

Solté una risa.

—Solo no le digas a nadie lo que te dije, ¿sí?

—Claro —dijo con sinceridad.

Yo sabía que él cumpliría su palabra. Si fue capaz de mantener la farsa del compromiso, entonces podía con un secreto que no lo involucraba directamente.

—Gracias, Alexander.

[...]

Después de todo, no me quedó de otra que dormir en la habitación para visitas del departamento de Alexander y para cuando desperté, vi que tenía mensajes de dos personas distintas.

Tenía un mensaje de Fred pidiéndome disculpas por no haber contestado y excusándose con que estaba de turno esa noche. El otro mensaje era de Mía: "tienes que ir a la mansión en la tarde. No me importan tus problemas con la abuela. ¡VE!".

Parecía que algo importante sucedía. No había otra razón por la que Mía tendría que ser tan insistente.

Me levanté para ir al baño y luego de hacer mis necesidades y darme una ducha, me puse mi ropa.

Cómo tenía planeado quedarme con Fred, había llevado ropa para dormir y Alex no debió prestarme nada esa vez.

Cuando terminé de cambiarme, salí de la habitación y me dirigí a la de Alex para saber si ya había despertado.

Entre abrí la puerta lentamente y me di cuenta de que seguía en la cama, acostado... o desparramado, mejor dicho. Alex ocupaba casi toda la cama de dos plazas, él solo, siendo que no era tan grande. Había una almohada en sus pies y otra sobre su cabeza.

No sabía exactamente porque estaba tan desordenado esa mañana, pues, las veces que había dormido con él, usaba un espacio normal y no se movía demasiado.

Entré lentamente a la habitación y me quedé de pie junto a él.

Había días en los que me lamentaba tanto haberle dicho que se fuera, pero luego pensaba en lo infeliz que lo hubiera hecho y quitaba esa idea de mi cabeza.

Con cuidado, tomé la ropa de cama, la cual estaba muy arrugada y doblada, y la estiré para cubrirlo bien. Luego, quité la almohada de encima de su cabeza y arreglé un poco de su cabello que estaba cubriéndole el rostro.

—Nos vemos después —susurré.

Salí de la habitación sin hacer mucho ruido y fui por mi bolso para irme.

Antes de ir a la mansión, paré en un café para tomar desayuno.

Me senté en una mesa y le pedí a la mesera un capuchino con dos muffins y un sándwich.

Mientras esperaba mi orden, amarré mi cabello en una cola alta, con una liga que tenía en mi bolsillo de la chaqueta.

No quería llegar a casa tan temprano, por lo que cuando llegó mi desayuno, comencé a degustarlo lentamente.

Luego de veinte minutos ahí, comiendo con lentitud, una cara conocida cruzó la puerta de vidrio. Era Miranda Novac.

«Oh, Dios...».

Si la chica era linda cuando Alex la había conocido, en ese entonces era más que linda, era atractiva.

Yo ya la había visto de lejos y en fotos, pero viéndola ahí, me di cuenta de que había ganado peso, con eso su trasero y senos habían aumentado y su piel se veía tan suave y perfecta como siempre.

«Todas las mujeres tienen imperfecciones. Todas», me recordé para sentirme un poco menos fea.

Ninguna chica se veía como salida de una revista en la vida real, pero Miranda se acercaba bastante con esos lindos ojos azules y con cada cabello en su lugar. A mí ni siquiera me gustaban las mujeres, pero sabía admitir cuando una mujer era preciosa y Miranda lo era.

Sin percatarme, la quedé mirando por más tiempo de lo que alguien disimulado lo hubiera hecho y ella se dio cuenta. Cuando nuestras miradas chocaron, sólo reaccioné a mirar por la ventana... Había sido tan obvia que daba pena. Incluso en las telenovelas actuaban mejor que yo.

—Un gusto verte de nuevo, Ally —dijo, cuando pasó por ahí.

Yo no alcancé a reaccionar, apenas pude levantar la cabeza cuando ella ya se había ido a sentar a otro lugar.

¿Qué era peor: tener a Miranda cerca de mí o ir a casa?

No sabía si Miranda tenía conocimiento de lo que había sucedido entré Alex y yo, e imaginaba que no, por lo que debía creer que yo ya estaba casada con él.

Pensé en decirle y así darle otra oportunidad con Alex, pero mi lado irracional salió a brote y no pude. Los celos recorrieron mi cuerpo al solo imaginarlos a ellos dos como una pareja feliz.

«Algún día él encontrará a alguien», me dije a mi misma.

Mientras más pudiera retrasar ese fatídico día, mejor.

Terminé de comer, apresurándome un poco, y pagué la cuenta. Cuando me levanté de mi asiento y caminé a la puerta, le di una mirada a Miranda, quien levantó la suya al instante, como si lo hubiera sentido.

Me forcé a darle una sonrisa, la cual me respondió amablemente, y salí del lugar para ir a la mansión. 

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