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Capítulo 6: Evento

Allison

—¿Me puedes traer mis remedios? —me preguntó mi madre.

—Ya te los tomate hace un rato.

—No, no es cierto. Tráeme mis remedios.

—Mamá...

Su cara de confusión me dejó en claro que no recordaba que yo era su hija.

Mi madre ya no podía hacer nada sola. Lamentablemente, la enfermedad había avanzado rápido en ella y en menos de cuatro años, ya estaba en la última fase del Alzheimer.

Su psiquiatra y doctor ya me habían advertido que podía morir en cualquier momento y que comenzara a asimilarlo.

Por más que ya llevara tres meses preparándome para su muerte, jamás estaría del todo lista. Podían darme la vida completa y aún así no cambiaria nada.

Mi madre se volvió a voltear en la cama para mirar hacia el techo, probablemente, confundida por el hecho que le hubiera dicho mamá.

—¿A-Allison? —preguntó.

—Sí, soy yo...

—¿Dónde está tu papá?

Odiaba cuando lo recordaba y me preguntaba por él.

—Esta trabajando, te vino a ver ayer.

—¿En serio? —asentí.

Sí, mi madre creía que el seguía vivo. Había olvidado por completo el accidente, a mis hermanos y lo que le había pasado a ella.

A penas podía recordarme a mí y a mi padre de vez en cuando.

Cuando mis hermanos aparecían para verla ella creía que eran extraños, extraños muy amables que la iban a ver, y, por supuesto, cada vez que iban les preguntaba sus nombres.

—Quiero ir al baño —me dijo, de pronto.

—Llamaré a la enfermera.

Tomé un control que había sobre la mesa de noche de mi madre y apreté el gran botón rojo que se usaba para llamar a las enfermeras. En menos de un minuto, las enfermeras que cuidaban a mi mamá llegaron a la habitación para llevarla al baño.

Primero, la subieron a la silla de ruedas y luego la dirigieron al baño.

Cuando volvió, escuché que estaba hablando en otro idioma.

Cuando las enfermeras la acostaron en la cama, Fred entró al cuarto a vernos.

—¿En qué idioma está hablando?

Escuché unos segundos con atención y respondí:

—Es alemán... su padre es alemán.

Cuando niña, mi madre hablaba más alemán que otro idioma, pero había dejado de hacerlo desde que conoció a mi padre. Después de que conoció a mi familia, no necesitó seguir hablando en alemán.

—Esta delirando... es común en las personas con Alzheimer.

Yo lo sabía, había investigado lo más posible cuales eran las cosas que le podían pasar a mi madre con la enfermedad.

—¿Entiendes algo de lo que dice? —me preguntó Fred.

Yo asentí.

Aunque mi madre no hablaba alemán cuando yo era niña, me había enseñado y por su puesto, debí hablarlo las veces que vi a mis abuelos.

Ellos solo hablaban alemán y se negaban a hablar otro idioma. Si bien, mi abuela era holandesa, hablaba el idioma por su esposo y estaba tan acostumbrada, que parecía una verdadera alemana.

—Está diciendo que no quiere usar unos zapatos... —traduje, algo confundida.

—Quizás recordó una antigua discusión con sus padres... si ellos hablaban alemán, debe pensar que esta con ellos.

Debía ser eso, pues parecía estar discutiendo con alguien invisible y nada de lo que decía hacía sentido en ese momento.

[...]

Cuando volví a casa, Rosie se acercó a mí.

—Allison, tu abuela me dijo que necesitaba hablar contigo.

—¿Dónde está?

—En su cuarto.

—Gracias, Rosie.

Subí al segundo piso y fui hacia el cuarto de mis abuelos.

Su cuarto era el más grande de todos. La cama parecía de la realeza, con sabanas doradas de seda, y estaba decorada con el mismo estilo clásico de la casa.

—Allison —dijo mi abuela, saliendo de su ropero.

No era que estuviera intentado ir a Narnia o algo por el estilo, solo que su armario era del tamaño de una habitación. Todo estaba perfectamente colgado y ordenado, mejor aún de lo que lo estaba la ropa en las tiendas.

—Hola, ¿querías hablarme?

—Sí, ven.

Fui con ella hasta su armario y ella comenzó a buscar algo entre los colgadores.

—Tengo que ir a un evento ahora y necesito que me acompañes —iba a quejarme, pero ella siguió—: Sé que debes estar cansada, pero no es nada del otro mundo, será divertido... tu abuela ya estaba muy vieja, no puedes permitir que vaya sola a sus eventos.

La anciana manipuladora... y luego se preguntaba a quién había salido yo tan calculadora y manipuladora.

—Esta bien, iré.

Esperé a que mi abuela terminara de arreglarse y luego fuimos al patio delantero, donde los guardaespaldas nos esperaban con la camioneta lista en la entrada.

Cuando mi abuela dijo "un evento", pensé que se refería a algo como opera o alguna charla a la que le interesara asistir o a algún evento de recaudación de una fundación... nunca imaginé que ella llamaría "evento" a un cumpleaños infantil.

Yo sabía sus intenciones. Ella quería que yo viera a esos asquerosos niños jugando a esos estúpidos juegos infantiles y me dieran ganas de procrear.

Ella y mi abuelo no entendían que yo no sacaría un ser vivo de mi interior a menos de que fuera un accidente. Aunque podría haberme operado, debía decir que me daba algo de temor. No era fan de las operaciones y de todas maneras, después de los veinte había dejado de tener tanto sexo. Las probabilidades de embarazarme eran mínimas.

El cumpleaños era del nieto de una de las mejores amigas de mi abuela, la cual conoció en un viaje a Dubái.

La madre del niño tenía sólo veintiséis y yo no podría comprender como había arruinado su vida a tan temprana edad.

La casa de la familia no era tan grande como la nuestra, pero aún así era bastante elegante y tenía un patio gigante.

—Ally, ¿por qué no vas a la otra sala con las mamás y los niños? —me preguntó mi abuela.

—Yo no soy mamá —le recordé.

—Pero eso da igual... ve a convivir con ellas.

No me quedó de otra que ir lo que parecía un gran salón de eventos, con las mujeres más jóvenes que cuidaban a sus hijos.

El ruido de los gritos infantiles me causaba un dolor de cabeza y de tímpanos que ninguna otra cosa me provocaba.

En vez de ir con el grupo de mamás, me senté en una silla apartada a comer bocadillos que habían en la mesa de al lado.

También habían padres, pero estos estaban jugando con los niños y sufriendo las consecuencias.

Había uno de los hombres que estaba siendo maquillado por un grupo de niñitos y otro que estaba en el suelo, mientras los niños se le tiraban encima.

Mientras miraba horrorizada las distintas escenas, una niñita rubia, vestida como princesa, se me acercó.

—¿Tú eres mamá de ese niño? —me preguntó, apuntado a un chico.

—No, yo no soy madre nadie.

—Pero tienes edad para ser mamá.

¿Qué les enseñaban esos padres? ¿Qué acaso no existían las mujeres adultas que no querían hijos?

—Pero no tengo hijos.

—¿Puedes ayudarme?

—¿Con qué?

—Ese niño me quito mi muñeca y dijo que le arrancaría la cabeza si no le daba dinero.

No sabía si lo estaba inventado, pero debí quedarme un momento pensando en lo que me había dicho. Si el niño realmente le había dicho eso, era un enfermo.

—Bien, yo iré a hablar con él.

Era un niño de no más de siete, yo podría con él.

La niña, la cual debía tener seis, me tomó de la mano y me guió hasta el chico que estaba molestando a otro, con la ayuda de otros dos. Un futuro matón.

—Oye, niñito —lo llamé—. ¿Podrías darme la muñeca de ella? —pregunté, apuntando a la pequeña.

—Oblígame, perra.

No sólo era un posible matón, era muy probable que también fuera un misógino golpeador de mujeres.

—Apenas sabes caminar, ¿y usas ese vocablo?

El niño tomó la muñeca, la cual tenía metida en su bolsillo trasero de su pantalón y comenzó a tirar de su cabeza hasta que se despegó del cuerpo.

La niñita comenzó a llorar asustada, pegándose a mí, y por alguna razón, sentí rabia.

Me agaché al nivel del niño y lo tomé por su chaqueta con fuerza.

—Mira, niñito malcriado, yo que tú pido disculpas o te prometo que iré a tu casa y le prenderé fuego mientras duermes —lo amenacé.

Bien, quizás se me había pasado la mano, pero podía jurar que ese niño tenía algún rasgo psicópata o sociópata. Ningún niño normal actuaba de esa manera.

—Atrévete, perra.

—¡Oye, suelta a mi hijo!

Ahí estaba la madre del monstruito, justo a tiempo para rescatarlo.

Solté al niño y me puse de pie para mirarla.

—¿Qué te pasa, maldita loca? —me preguntó.

—Pasa que tu hijo es un demente, ¿nos has pensado en mandarlo a un psiquiatra?

—¿Disculpa? —la madre había sonado indignada.

—Lo que oíste.

La mujer se atrevió a darme una cachetada, ahí, frente a todos los niños y otros padres.

En ese momento, las abuelas entraron para ver que sucedía y sin pensarlo mucho, le di un puñetazo a la mujer antes de que mi abuela pudiera detenerme.

Todos los niños parecieron asustados, incluso el pequeño delincuente, en especial cuando la mujer comenzó a sangrar por la nariz.

Mi mirada se cruzó con la de mi abuela y en ese momento, supe que me iría mal. 

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