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Capítulo 4: Fastidio

Cuando volví a casa después de terminar un par de trabajos en la empresa con el equipo directivo, me encontré con que Alex seguía ahí. Había estado en la sala hablando con mis abuelos durante casi cuatro horas... ¿Qué no tenía más cosas que hacer?

En el momento que llegue a casa, el almuerzo estaba listo, por lo que todos fuimos al comedor.

Si hubiera podido asesinar con la mirada, hubiera asesinado a Alexander en ese mismo instante.

Verlo ahí, sentado, comiendo como si nada, mientras hablaba con mi abuelo y mi abuela, me provocaba una ira tremenda.

Yo estaba sentada frente mi abuela y al lado de ella estaba Alexander sentado.

—¿Y te gustó Nueva York? —preguntó mi abuelo, quien estaba sentado en la punta de la mesa.

Alex asintió con una sonrisa.

—Sí, fue una buena experiencia, de hecho, pienso volver algún día de visita.

—Nosotros tenemos un departamento allá —dijo mi abuela—. Lo usamos cuando tenemos negocios en ese lugar. De hecho, fuimos con Ally el año pasado, después de que se convirtiera en la presidenta de la empresa.

Alex me miró curioso.

—¿F-fueron para allá?

—Sí, estuvimos cuatro días —dijo mi abuelo.

—¿Y que hicieron? Supongo que no sólo trabajaron —infirió Alexander.

—No, claro que no —respondió mi abuela—. Ally salió por su cuenta, ya sabes como es ella. Nosotros fuimos a Time Square, Central Park y Broadway. ¿Imagino que tu también conociste esos lugares?

Alexander asintió.

—Hice dos amigos allá que me mostraron todos los lugares más importantes de Nueva York... —se volteó a verme—. ¿Y tú a donde fuiste, Ally?

Me encogí de hombros.

—A lugares... no recuerdo bien.

Claro que lo recordaba. Había ido a embriagarme los cuatro días en la tarde a un bar que encontré, maldiciéndolo a él y a mí misma. Nueva York solo me hacía pensar en él y en lo que podía estar haciendo.

—Oh, Alexander —dijo de pronto mi abuelo—. El viernes celebraremos aquí el que subimos al tercer puesto en el ranking mundial de las mejores marcas de cosméticos, sería bueno que vinieras.

—Alex no es parte de la empresa —me adelanté.

—Fred tampoco, pero aún así estará —dijo mi abuelo, con un tono molesto.

Mi abuelo volvió a mirar a Alexander para saber su respuesta.

—Ah... —Alex me miró de reojo—. Me encantaría.

¿Qué pretendía? ¿Qué acabara con él? Porque si seguía haciendo cosas así, lo haría.

Cuando terminamos de almorzar, mi abuelo y abuela se despidieron de Alexander y se fueron hacia el invernadero. Ahora que mi abuelo ya no era el presidente, el trabajo se le había alivianado, así que pasaba gran parte de su tiempo haciendo cosas que le gustaran.

Recién a sus ochenta y un años, mi abuelo era libre del trabajo más pesado y pasaba más tiempo con su esposa.

Mi abuela también había dejado su trabajo como parte del grupo de directivos y ahora solo tenía parte de las acciones de la empresa.

Cuando Alex estaba por salir por la puerta principal, lo agarré de su abrigo y lo atraje hacia mí.

—Mira, maestrucho. Si te llegas a aparecer por la fiesta del viernes, te arrancaré los ojos —advertí.

—Oye, tus abuelos me invitaron. No puedo decepcionarlos, princesa consentida.

—Ah, claro... No lo haces porque me quieres fastidiar, ¿no? —pregunté con ironía.

—No, claro que no... ¿por qué querría fastidiarte? —una sonrisa se asomó en su rostro. El desgraciado estaba jugando conmigo.

—¿Sabes qué? Haz lo que tu quieras —solté su abrigo—, pero te advierto que te irá mal. Muy mal.

—Lo que digas...

Alexander se arregló la ropa y me dio una última sonrisa para luego salir por la puerta.

Si ver a Alexander me había puesto de mal humor la vez anterior, saber que volvería a verlo después, me había puesto aún peor.

La presencia de Alexander no sólo me molestaba por si sola, sino que complicaría parte de mi relación con Fred.

Si mi familia no soportaba a Fred antes de que Alex volviera, ahora, con él dando vueltas por ahí, serían aún peores.

—Maldito desgraciado.

[...]

—¿Quieres que te traiga algo de comer? —me preguntó Fred.

—Bueno.

Me dio un beso en la frente y se paró de la cama para ir a la cocina.

Estábamos en su departamento. Ese día me quedaría a dormir ahí, para pasar algo de tiempo con él a solas.

Suspiré agotada. La verdad, era que yo no compartía mucho los gustos de Fred.

Eso de ver películas cursis acurrucados, mientras comíamos dulces y esas cosas, me parecía tonto.

Otra cosa que no compartíamos para nada, era esa estupidez de no tener relaciones sexuales antes del matrimonio.

Sí, durante casi el año que llevaba con Fred ni siquiera lo había visto desnudo. No me había quedado de otra que sobrevivir con mi mano y un vibrador hasta casarme.

Cuando Fred volvió conmigo, se sentó en la cama junto a mí y me entregó un plato de papas fritas. Yo lo recibí y comencé a comer las papas, gustosa. Al menos las papas me gustaban.

Cuando Fred pasó su brazo por encima de mis hombros, sentí ganas de empujarlo y apartarlo de mí.

No era que lo odiara, pero yo lo era fan del contacto físico, menos cuando no estaba enamorada de él. Efectivamente, de nuevo me había comprometido sin estar enamorada, pero si mi abuelo había cambiado su testamento, ¿por qué lo hacía esa vez? Bueno, en esos últimos cuatro años, Allison Roche había cambiado bastante.

Luego de que Alex se marchara, me di cuenta de que no quería quedarme sola el resto de la vida. Mis abuelos no durarían mucho más, no tenía amigos, no tenía padre y muy luego no tendría madre, con suerte me quedarían mis hermanos y primos y ellos harían su vida por su cuenta, al final, quizás ni siquiera pasaría tiempo con ellos. Si tenía suerte, quizás sería tía y podría cuidar a mis sobrinos de vez en cuando.

¿En qué momento me había vuelto tan patética? No tenía idea, pero tener un compañero de vida que no amara del todo, era mejor que la opción de quedarme sola o acabar con mi vida.

Cuando adolecente no pensaba que la vida sola sería tan aterradora... ahora, con treinta años, me había dado cuenta de que ni siquiera tenía un perro que me ladrara y no se sentía muy bien.

—Oye, mi amor —me habló Fred—. ¿Tú y el tal Alexander tuvieron algo?

—¿Algo? —pregunté, intentando hacerme la desentendida.

—Ya sabes, una relación... de algo más que amigos.

—¿Por qué la pregunta?

—Porque tus hermanos fueron al hospital ayer a ver a tu madre y comentaron unas cosas...

Esos gusanos infelices. ¿Se creían muy graciosos?

—Ah... —intenté sonar poco interesada—, sí, tuvimos algo, pero nada real.

—¿Cómo? —preguntó confundido.

—Bueno, es una larga historia...

Gracias a mis hermanos ya no podría seguir ocultándole a Fred lo que había pasado entre Alex y yo. Yo ya tenía el puesto de presidenta de la empresa, Fred no tendría porque pensar que yo salía con él por interés.

Le conté toda la historia de lo que había sucedido con Alex, omitiendo algunos detalles como los besos y el que dormimos juntos unas dos veces.

—Ah... bueno, al menos sé que no tengo que verlo como un posible contrincante —dijo, riendo.

Se lo había tomado mejor de lo que yo pensaba, incluso parecía aliviado.

«Bueno, me salvé de una aburrida discusión».  

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