Capítulo 22: Apagón
Allison
¿Qué había pasado conmigo durante todos esos años? A veces ni siquiera me podía reconocer.
Antes era una rebelde despreocupada que vivía la vida como se le daba la gana, en ese momento era una mujer solitaria, deprimida e insegura.
Estaba metida debajo de mi escritorio de la oficina, abrazando mis piernas con mis brazos y llorando con la cabeza apoyada en mis rodillas.
«No vuelvas a besarme en tu vida, Allison».
Las palabras de Alexander se repetían una y otra vez en mi cabeza, aunque no lo quisiera, y provocaban que mi llanto saliera aún más fuerte.
Llevaba así casi media hora y no quería salir. No quería volver a casa, no quería ver a mis abuelos, ni a nadie de la empresa. No quería ver a Alexander y menos si lo tendría que ver feliz junto a Miranda.
Sí, me había pasado de la raya al enviar un investigador privado a seguir a Alex, pero en el último tiempo no pensaba con claridad.
En ese preciso momento no podía pensar con claridad. Lo único que podía pensar era en todos los problemas que me rodeaban. Pensaba en mi padre, mi madre, Fred, mi familia, mi trabajo, Alex... todo me estaba abrumando.
Desde que tenía nueve, mi vida se había convertido en una verdadera porquería, solo quería estar en paz, sin una angustia que me persiguiera y me pesara en los hombros..., pero parecía que jamás sucedería y, quizás, era en parte mi culpa, por no saber manejar bien las cosas.
Permanecí, el resto de la tarde, debajo de mi escritorio, hasta que dieron las ocho y pude estar segura de que la empresa estaba casi completamente vacía.
Subí al ascensor, deseando que nadie estuviera mirando las cámaras con atención y marqué el botón para ir al subterráneo.
Apoyé mi cabeza contra una de las paredes del ascensor con desánimo y cuando iba pasando el piso siete, el ascensor se detuvo de golpe y las luces se apagaron.
«No, ahora no».
Yo no era claustrofóbica, ni les temía a los ascensores, pero podía asegurar que a nadie le gustaba quedarse atascado en uno a oscuras.
Saqué mi celular de mi bolso y encendí la linterna. Además de estar encerrada a oscuras, estaba sola y la empresa estaba bastante vacía, por lo que temía que nadie se diera cuenta de que estaba ahí.
Luego de pensar un momento en que hacer, revisé mi celular y decidí llamar a mi abuelo con la poca señal que tenía.
—Abuelo.
—Ally, ¿dónde estás?
—Atrapada en un ascensor de la empresa.
—Por Dios, ¿estás bien? —preguntó, preocupado—. Hubo un apagón en la mitad de la ciudad.
—¿Qué?
Yo pensaba que había sido un problema de la energía de la empresa, si era un apagón masivo, era mucho peor.
—La central eléctrica tuvo un problema, parece que hubo una pequeña explosión.
Pasé mi mano por mi cabello y apreté mis labios.
—Bueno, estoy bien, no te preocupes.
—Me ocuparé de que te saquen lo más rápido posible. Mantén la calma por el momento.
—Está bien, nos vemos.
Corté la llamada y pegué mi espalda a la pared, para luego deslizarme hasta quedar sentada en el suelo.
De pronto, sentí un ruido que provenía de arriba.
—¡Señorita Allison! ¡¿Esta bien?!
Me puse de pie y miré hacia arriba.
—¡Sí!
—¡Los bomberos vienen en camino!
—¡Gracias!
Sentía algo de pena por los bomberos de la ciudad, entre la explosión y la cantidad de accidentes que se debieron desatar por el apagón, debían tener mucho trabajo.
Volví a sentarme y me quedé pensando un momento.
Quizás el destino por fin estaba intentando asesinarme de una vez por todas para así acabar con mi sufrimiento.
—No se te pudo ocurrir antes... quizás cuando aún no nacía —mascullé.
La verdad, era que sentía mi vida cada vez más vacía. Sentía que mi futuro sería una tortura y lo tendría que vivir todo completamente sola.
Mis ojos comenzaron a aguarse nuevamente, por lo que limpié mis lágrimas con mis manos e intenté respirar y mantener la calma.
Justo en ese momento recordé algo de mi niñez.
Recordé cuando tenía once años y mi abuela me había obligado a asistir a una tonta charla que no recordaba de que era. Estar en ese lugar se me hacía muy incómodo, en especial porque no entendía lo que la gente decía, pero una cosa me quedó en la cabeza del hombre que estaba hablando: "Dios no nos da más problemas de los que cada uno puede soportar".
Era algo ridículo, si Dios se dedicaba a decidir qué problemas enviar a cada persona del mundo, entonces el pobre tenía un problema aún mayor que los seres humanos.
Quizás no era Dios quien enviaba los problemas, quizás el destino lo decidía de otra forma para probarnos, y todo tenían solución, pero no todos eran capaces de hallarla, porque había que dejar en claro que el suicidio no era una solución.
Yo era lista y era fuerte... yo era capaz de hallar las soluciones a todos mis problemas y seguir con mi vida como lo había hecho durante todos esos años. Yo no le daría la satisfacción a los demás de caer en la desgracia y menos de desaparecer de la faz de la Tierra.
Lo había decidido: dejaría de lloriquear y quejarme, y actuaría.
Justo en ese momento, vi una luz blanca que venía de arriba. Al principio pensé que era Dios intentado iluminarme, pero luego me di cuenta de que venía de una linterna que tenía un bombero en su casco.
—Señorita Roche, deme sus manos.
Me levanté del suelo y me afirmé del hombre, quien me impulso hacia arriba, sacándome por el techo del ascensor.
Ya afuera, nos subieron por una cuerda y llegamos a la puerta abierta para salir al pasillo.
—¡Ally!
Mi abuela se abalanzó sobre mí y me apretó en sus brazos con fuerza. La última vez que me había abrazado había sido antes de que golpeara a la mamá del niño diabólico.
—Mi niña, estaba muy preocupada.
—Tranquila, abuela. Estoy bien.
Mi abuelo estaba un poco más allá, agradeciéndole al equipo de bomberos.
Cuando nos separamos, bajamos por las escaleras de servicio hasta la salida principal del primer piso.
Mi abuelo le había pedido a uno de los guardaespaldas que sacara mi auto del subterráneo y lo llevara hasta la mansión.
Yo me fui con mis abuelos en la camioneta de mi abuela. Iba sentada entremedio de los dos y mi abuela no parecía querer soltar mi mano.
—Siento lo del golpe a la mujer... —dije, de pronto.
Yo no estaba acostumbrada a disculparme, ya que, nunca había sido necesario.
Mi abuela me dio una sonrisa.
—Hablé con la abuela de ese niño y me dijo que lo habían suspendido de la escuela por golpear a un compañero... Ahora que te vio golpear a su madre, se tranquilizó un poco.
—Yo sabía que era un mini psicópata, abuela —me quejé—. ¡Te lo dije!
—Lo sé, Allison, pero no puedes ir por la vida golpeando a quien se te plazca, tienes que aprender a resolver los problemas de otra manera.
—Lo sé —concordé—. En el ascensor tuve tiempo para pensar un poco.
—¿Y qué pensaste? —preguntó mi abuelo.
—No puedo decirte, es secreto.
Mi abuelo rio.
—Bueno, si eso dices.
El resto del viaje fuimos oyendo las noticias en la radio. Estaban intentado solucionar el asunto del apagón, el cual había afectado a más de la mitad de la cuidad, y también estaban resolviendo el incendio que se había provocado con la explosión en la central eléctrica.
Había unos cuantos heridos, pero estaban fuera de riesgo vital, lo que era una muy buena noticia.
Cuando llegamos a la mansión, esta estaba iluminada con velas, mientras los trabajadores usaban linternas para moverse por la casa.
En mi cuarto había varias velas que había dejado Rosie para que las prendiera e iluminara el lugar y, además, me había dado una linterna para moverme por la casa.
Decidí que en un momento como ese era buena idea tomar un baño para relajarme, por lo que prendí unas velas con las que rodeé la tina y tomé un baño de espuma para calmar mis nervios.
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