Capítulo 12: Sentimientos
Alexander
No comprendía muy bien porqué todos miraban a Allison como si fuera algo raro.
Había muerto su madre, era normal que llorara con todas las ganas de su ser..., pero entonces, recordé lo que era normal para Allison Roche.
Podía apostar mi vida a que Allison no había llorado una sola lagrima en todas esas horas, menos frente a tantas personas, aun cuando eran familiares. Como alguna vez me había comentado Bernard Roche, su nieta no confiaba en casi nadie, ni siquiera en su propia familia.
Lo que más me ponía nervioso, era como nos miraba Fred. Claro, ella era su prometida, pero estaba llorando en mis brazos. ¿Era un monstruo por sentirme bien con eso?
Después de unos minutos, Ally se separó de mí, sorbiendo su nariz.
—Lo siento —se disculpó temblorosa—. Mojé tu chaqueta.
—No te preocupes.
De todas maneras, estaba usando ropa en oferta de una tienda para nada especial.
Ya no tenía porqué fingir ser alguien que no era con la familia de Allison y, por eso, no tenía que ocupar la ropa de marca que tenía cada vez que los veía hacía cuatro años.
El abuelo de Ally se me acercó para saludarme y me quedé hablando con ellos por un tiempo, mirando de reojo a Allison.
Ella había salido un momento y luego había vuelto a sentarse junto a Fred.
No me di cuenta cuando ya había pasado más de dos horas y en la sala no quedaban más que los abuelos y Allison, quien estaba sentada en el sofá de enfrente.
—Alexander, puedes quedarte aquí si lo deseas —me dijo Amelia—. Es tarde y las calles están resbalosas.
—No, no se preocupe... estaré bien.
—Bueno, pero cuídate.
Me despedí de los señores Roche y ambos salieron, dejándome con Allison en la sala, a solas.
—¿Quieres hablar? —pregunté.
—No... ya se me pasó.
—¿No es muy rápido?
Me miró con algo de desagrado y hubo un silencio bastante incómodo.
—¿Y te arreglaste con tu abuela? —pregunté para apaciguar la tensión del ambiente.
—Creo... no hemos hablado mucho más que por lo de mi madre.
Nuevamente se instaló el incomodo ambiente en la habitación.
—¿Fred se molestó? —me miró sin entender la pregunta—. P-por lo de antes...
Ally se cruzó de brazos y negó.
—No se molesta con facilidad y mucho menos es celoso.
No había sentido eso. Fred si parecía molesto, o al menos incómodo, con lo que había sucedido.
—¿Estás molesta tú?
—¿Yo? —preguntó con ironía—. ¿Por qué lo estaría?
Precisamente. Era obvio que ella estaba molesta conmigo, pero no podía comprender por qué. Nunca podía comprender nada cuando se trataba de Allison Roche.
Me paré de golpe del sofá.
—Sabes... a veces no entiendo tu problema conmigo —dije con un tono molesto—. Un día me detestas, quieres matarme y que desaparezca de tu vida y al otro, tú eres la que llega llorando...
—¿Yo? —Ally también se puso de pie y me miró furiosa—. ¡Tú eres el que se aparece siempre! ¡Te fuiste, te olvidaste de mí y cuatro años después llegas con una sonrisa como si nada hubiera sucedido!
—¡Lo único que sucedió fue que hice lo que me pediste! ¡Todo el tiempo hago lo que me pides y aun así pareces molesta!
Allison pareció ofendida.
—¡¿Hacer lo que yo te pido?! ¡Que no se te olvide que hicimos un trato y por eso fue que hiciste lo que te pedí!
Tragué saliva, intentando aguantar las ganas de correr y llorar.
—Sí, al principio sí..., pero yo estaba dispuesto a quedarme aquí para ayudarte y mandar al diablo mis sueños... ¡No lo estaba haciendo por tu dinero, lo estaba haciendo por ti, idiota!
Dicho eso, me acerqué a la puerta para salir.
—¿Y por qué crees que yo te deje ir, idiota?
Me quedé congelado, con la mano puesta sobre la manilla de la puerta y luego de unos segundos, me volteé lentamente a verla.
Allison se acercó a mí.
—Pero ya es pasado.
Paso por mi lado, abrió la puerta y salió; dejándome solo en la sala.
No tenía claro si había sido Dios quien me había iluminado en ese momento, o si lo había hecho alguien más, pero pasó.
Me di cuenta de que no sólo yo le había gustado a Allison Roche, sino que yo había correspondido sus sentimientos también.
—No puedes ser más estúpido, Alexander.
Sentía unas ganas increíbles de correr en busca de Allison y hablar del asunto para aclarar las cosas que comenzaban a dar vueltas por mi cabeza, pero sabía que ella no era como yo. En ese momento, no llagaríamos a nada y quizás, solo lograría empeorar las cosas.
Resignado, salí de la mansión y fui hacia mi auto para volver a mi departamento.
[...]
Allison
Mañana amanecería afónica de tanto gritar contra la almohada.
Me había confesado indirectamente al imbécil de Alexander y, si bien, yo lo trataba de idiota, sabía que no era así. Alexander era lo suficientemente listo para comprender una indirecta como la que le había dicho.
Cuando me cansé de gritar, me senté en la cama y me quedé mirando una esquina del cuarto, imaginado lo que sería una relación entre nosotros.
Tenía dos palabras: desastre y fracaso.
Alexander y yo éramos tan distintos que no podríamos congeniar ni siquiera en qué lado de la cama dormiría cada uno. Sí, habíamos dormido juntos, pero esas veces no estaba de ánimo para reclamar.
En una día común y corriente, Alexander y yo discutiríamos por absolutamente todo y alguien tendría que terminar cediendo... y no sería yo.
Lamentablemente, una relación no podía basarse en que uno de los dos cediera a todo... simplemente no podíamos tener una relación.
¿Por qué me gustaba Alexander si parecía no poder soportarlo? Quizás me había confundido. Él pasó mucho tiempo conmigo por casi un año y mezclando eso con sus besos... sus increíblemente exquisitos besos.
Llevé mis dedos a mis labios y comencé a tocarlos. Estaban segura de que aun podía recordar la sensación de sus labios tocando los míos. Una sensación que jamás había sentido con nadie, ni con Fred.
¿Era que Alex besaba muy bien o era algo más? No lo sabía y, tal vez, tampoco quería averiguarlo.
No quería descubrir más sobre mis sentimientos hacia Alexander. Ya con saber que alguna vez me había gustado y que aun ese entonces me seguía importando más que yo misma, era suficiente.
En ese momento, Fred llegó a mi cabeza. Me sentía mal por él, pues seguramente pensaba que había aceptado su propuesta de matrimonio por amor, pero yo estaba tan lejos de amarlo, ni siquiera tenía claro si me importaba de verdad. Si Fred me hubiera importado, hubiera rechazo su propuesta y habría sido sincera con él.
Agarré mi cabeza con ambas manos y comencé a llorar otra vez. Si no tenía un problema, era otro y, en ese momento, mi mente estaba agotada, por lo que no tarde mucho en quedarme dormida entre el llanto.
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