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Capítulo 11: Un Adiós

Estar ahí, recogiendo sus cosas, era algo que me estaba molestando un poco.

Tomar las cosas de mi madre en mis manos, sentir su olor y recordar algunos momentos, no era algo que me gustara. Todo eso causaba que mi estomago se revolviera.

Había tratado de estar lo más positiva posible, ya que, todos los demás estaban destruidos.

Había oído a mis abuelos y hermanos comentar el hecho de que no hubiera soltado ninguna sola lagrima, pero no entendía porque se sorprendían.

Cuando me informaron que mi padre había muerto, no lloré, no hasta que vi a mi madre llorar. No era como que hubiera llorado un río de lágrimas, sólo sollocé silenciosamente junto a ella. Siempre había sido algo extraña, pero todos tenían distintas formas de aceptar y sobrellevar la muerte.

Como siempre había dicho, la muerte de mi padre era lo que menos me había dolido de todo el asunto del accidente y aun cuando para otros fuera algo extraño, así era y ni siquiera yo sabía exactamente porqué.

Estaba terminado de meter la ropa de mi madre en las maletas para llevármelas del hospital, cuando alguien entró.

—Lo siento mucho, Allison.

Era el psiquiatra de mi madre.

Yo asentí sin dejar de hacer lo que hacía.

—Está bien, ya estaba preparada para algo así.

—Antes de esto... ella me dijo que había dejado algo en una caja para su hija —comentó—. Si no tiene otra, pues debe ser para ti.

Mi madre apenas recordaba que había tenido hijos y claramente, había días que no tenía idea de nuestros nombres.

—¿En dónde?

—No aquí... dijo algo de su casa, en su cuarto. Una caja rosada con flores.

La casa de mis padres. Esa casa estaba ahí, haciéndose vieja, pero dentro de todo, tenía un buen estado.

—¿Cree que sea verdad?

—Es posible, en el último tiempo tenía algunos recuerdos... y aunque lo dijo en alemán, estoy seguro de que lo traduje bien.

Yo lo miré curiosa y luego sonreí. En su bata había una etiqueta con su nombre, la que decía que su segundo apellido era Böttcher, claramente un apellido alemán.

—Gracias, doctor.

El hombre me dio una última sonrisa y se marchó.

Luego de vaciar el armario que alguna vez fue de mi madre y revisar que no hubiera nada más por ahí, salí con las dos maletas con ruedas hacia afuera.

En la salida había dos guardaespaldas esperándome y me ayudaron a cargar las maletas en la camioneta.

—Gracias —les agradecí para luego subirme.

Después de llevar las cosas de mamá a la mansión, tendría que ver el asunto del velorio, algo más que no se me hacía nada agradable.

[...]

Era tan perturbador verla ahí, a través de un vidrio, dentro de un cajón.

No se veía muy distinta, claramente estaba más pálida y ojerosa, pero parecía como si estuviera dormida.

Como los padres de mi madre habían muerto hacía un tiempo, con solo unos meses de diferencia, la única familia que había en el recinto, era la de parte de mi padre.

Después de todo, mi madre era una Roche.

No había nadie llorando como era habitual en los funerales, sólo había un ambiente triste.

Mis tíos nos habían dado el pésame a los tres hijos, igual que algunos amigos cercanos de la familia que se enteraron por mis abuelos.

Con eso me había dado cuenta de lo sola que estaba mi madre. No tenía esposo, no tenía padres, no tenía amigos... apenas tenía hijos.

¿Sería mi funeral menos concurrido aún? Probablemente tendría suerte si es que mis sobrinos iban.

Sobrinos. Esa palabra me hizo recordar a Mía.

La pobre Mía y su supuesta buena noticia, se habían visto opacadas por esa tragedia...

«No pudo ser antes...».

Si la muerte de mi madre hubiera sido con anterioridad, su pérdida se habría apaciguado con la llegada de un nuevo integrante a la familia. En cambio, fue todo lo contrario.

En ese momento, mis tíos, padres de Mía, estaban junto al ataúd, dejando un bonito arreglo florar.

Yo estaba sentada en una silla a un costado del lugar, bebiendo un café, haciendo presencia para recibir el pésame de las personas que creían que yo estaba en una agonía incontrolable.

Mi mamá había muerto y sí, dolía, pero como ellos no la habían visto antes, no tenían idea de lo terrible que era verla vivir.

Si yo hubiera estado desnutrida, deshidratada, delirando y teniendo que ir al baño con ayuda, me hubiera suicidado con la poca cordura y fuerza que me quedaba.

Después de unos minutos, Fred apareció en el lugar.

—Ally, como lo siento...

—Tranquilo, ya te dije que está bien —dije, con calma.

Fred se sentó en la silla a mi lado.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —preguntó un poco incómodo. Yo asentí—. ¿Qué harás con la casa y las cosas de tus padres?

Yo lo miré algo extrañada. Era una pregunta algo... no era algo que alguien preguntaba en un velorio, menos a la hija del muerto.

Me encogí de hombros.

—Tendré que venderla con mis hermanos y deshacerme de las cosas —respondí y bebí un sorbo de mi café—. Incluso aún hay cosas de mi padre ahí. Me ha dado algo de flojera revisarlas.

—¿De tu padre?

—Sí, hay una mujer que cuida la casa y le hace mantenimiento... la manteníamos por si algún día mamá volvía.

Era una esperanza demasiado utópica. Pensar que ella volvería a esa casa algún día y todo sería normal, era algo que, claramente, jamás sucedería.

—¿Quieres que te acompañe a sacar las cosas cuando vayas?

—Sí estás dispuesto a aburrirte, pues allá tú.

Me dio una sonrisa y tomó una de mis manos para frotarla con la suya, haciéndome notar el anillo de compromiso.

Debido a que siempre estaba ahí, jamás le prestaba atención. Debía admitir que el que había comprado Alexander era más mi estilo, era más simple y de color dorado. Ese anillo plateado con tantos diseños y esa piedra en forma de lagrima, no me quedaba bien, al menos a mi parecer.

Luego de lo que fue una hora, llevaron el ataúd a la carrosa fúnebre de color blanco para ir al cementerio y enterrarla en el mausoleo de los Roche.

Durante el funeral, las lágrimas de algunos se escaparon, probablemente al recordar los momentos que tuvieron con ella cuando estaba sana.

Mi abuela estaba apoyada en el hombro de mi abuelo, llorando, mientras él la confortaba.

Mis hermanos también lloraban e incluso mis tíos parecían estar lagrimeando.

Yo no sentía nada, solo había un vacío, algo que me decía que ella estaba muerta, pero no podía llorar. ¿Si quería hacerlo? Tal vez... quería desahogarme para luego volver a levantarme, pero no podía hacerlo rodeada de gente.

Yo estaba acostumbrada a llorar en la soledad de mi cuarto. Estando ahí, rodeada de personas, las lágrimas no surgían y no lo harían.

—Ally, está bien si quieres llorar —me susurró Fred.

—Lo sé —me limité a contestar.

Cuando metieron el ataúd en el lugar correspondiente, todos dejaron los ramos de flores dentro y luego salimos del cementerio.

Podía oír a mi tía preguntándole a mi abuela el porqué yo no lloraba y a ella respondiéndole que yo no era muy sentimental.

Si bien, yo no era sentimental, no era esa la razón por la no me gustaba llorar en público.

¿A qué clase de persona le gustaba verse vulnerable frente a los demás? A mí no. Tampoco era que amara que creyeran que no tenía sentimientos, pero prefería mantener ocultos mis puntos débiles.

Las personas eran crueles. Cuando les mostrabas tus debilidades, les enseñabas a destruirte, y a Allison Roche nadie la destruiría.

[...]

Estando de vuelta en la mansión, pretendía estar en paz y en mi soledad, pero eso no sucedió.

Toda la familia se quedó en casa y yo debí quedarme en la sala con ellos, conviviendo.

Le había pedido a Fred que se quedara también, pues pensé que así mi abuelo terminaría sacando a todos más rápido, pero no pareció surtir efecto.

Seguramente mi abuelo se sentía mal por mí y era por eso que estaba aguantando la presencia de Fred de buena manera.

Luego de una hora de conversaciones sin importancia y de las que apenas era participé, tuve la intención de pararme y salir con la excusa de ir al baño.

Cuando estaba por llegar a la puerta, esta se abrió y Miriam entró con alguien detrás.

Alexander me miró con algo de tristeza, pero no con lástima como lo habían hecho todos los demás, por lo menos una vez en el transcurso del día.

—No aparecí antes porque creí que era correcto que estuvieras con tu familia solamente.

Miriam se retiró y yo me quedé parada frente a Alex.

—Realmente lo siento, Ally.

Alexander terminó con la distancia que había entre nosotros y me dio un abrazo.

Por un momento, olvidé que había más gente ahí, sentada en los sofás. Dejé de oír sus voces y sólo pude sentir el calor del cuerpo de Alexander y entonces, mis ojos comenzaron a picar.

Recién en ese momento, me di cuenta de que mi madre ya no volvería... de ninguna forma.

Comencé a llorar con fuerza, quejándome por el dolor que comenzó a hacerse presente en mi pecho y apretando con fuerza a Alexander.

Sí, esa vez estaba llorando como una verdadera hija que había perdido a su madre... al supuesto ser que la amaba como nadie en el mundo, la mujer que le había dado la vida; pero, en realidad, ella había muerto hacía mucho tiempo. Lo que había muerto en ese momento era la esperanza de que algún día la volvería a tener conmigo. 

¡Holis!

Otro capítulo triste, pero prometo que va a mejorar 😔

Espero que les esté gustando esta historia, igual que la primera parte. ¡Besitos!

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