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Capítulo 10: Noticias

Apenas llegué a casa, me encerré en mi cuarto rápidamente, evitando a mi abuela lo que más pude. En momentos como ese agradecía que la mansión fuera tan grande, pues era muy difícil que todos estuviéramos en el mismo lugar al mismo tiempo.

Era domingo, por lo que no tenía que ir a la empresa, ese era mi día libre de la semana, y lo único que debía hacer, era esperar a que Mía apareciera por la casa para saber qué era lo que tanto quería. No podía ni siquiera imaginar algo, pues Mía había sido más que ambigua con su mensaje.

Lo único que suponía respecto al tema, era que era algo bueno, ya que, si hubiera sido algo malo o grave, no nos hubiera hecho esperar a todos hasta la tarde para que lo supieramos.

Para el almuerzo, había llamado a Rosie por teléfono y le había pedido que me lo llevara al cuarto. Era un poco extraño comer sola en mi cuarto mirando la televisión, pero no me quedaba de otra. Era eso o aguantar el desprecio de mi abuela.

Cuando eran las cinco de la tarde, Miriam me informó que mis primas y hermanos habían llegado a la casa, por lo que tomé aire y bajé en dirección a la sala de estar.

Cuando entré, ya todos estaban ahí, menos mis abuelos, quienes debían estar en el invernadero y se demoraban un poco más en llegar.

Saludé a todos con un beso en la mejilla, algo que recién se me hizo costumbre cuando me había vuelto la presidenta de la empresa. Después de eso, en vez de empeorar nuestra relación de familia, se había mejorado bastante.

No era que fuéramos increíblemente unidos, pero habíamos llegado a tolerarnos como debía ser.

Cuando los abuelos entraron, me percaté de que me dieron unas miradas algo molestas, pero rápidamente se sentaron en un sofá y miraron a Mía.

—¿Qué era lo tan importante que debías decirnos, corazón? —preguntó la abuela.

Mía respiró nerviosa y entonces exclamó:

—¡Estoy embarazada!

Hubo un silencio momentáneo, pero de inmediato los abuelos se levantaron para felicitarla.

Mía tenía una pareja hacía dos años. Era un hombre un poco menor que yo, que era gerente en una empresa de plásticos... ¡Estaba aportando a matar nuestro planeta, pero eso no parecía importarle a alguien!

—Pero sólo tienes veinticinco —dije, sin poder guardármelo.

Todos me miraron extrañados.

—¿Y qué? —preguntó Mía—. No sé si sabes, pero a los veinticinco ya se puede tener hijos.

—Sí, pero...

—Ally, este bebé es una bendición —dijo mi abuela con un tono algo pesado—. Además, la edad de Mía es perfecta para que salga un bebé sano.

Veinticinco, la edad perfecta... Sí, perfecta para arruinar toda tu juventud trayendo un bebé al mundo.

Las mujeres que se embarazaban antes de los veintiocho lo debían hacer por accidente, porque no veía como se podría querer tener un hijo a esa edad.

Pobre Mía, se había tirado por un barranco imaginario del que no podías dejar de caer hasta la muerte.

Podían decirme dramática, intensa, lo que fuera; pero así era como yo lo veía.

Mientras todos felicitaban a Mía y le preguntaban cuanto tiempo tenía, mi celular comenzó a sonar.

Saqué mi celular de mi abrigo y lo tomé para contestar. Era de la clínica de mi madre.

—¿Aló?

—Señorita Allison, quería informarle que su madre fue trasladada de urgencia al hospital Maxwell debido a lo que parece ser un derrame cerebral...

El teléfono resbaló de mi mano por la sorpresa, cayendo al suelo.

Todos voltearon a verme por el sonido del golpe.

—¿Ally? —preguntó Max—. ¿Paso algo?

—Tenemos que ir al hospital... —susurré, en un estado de shock—. Mamá tuvo un derrame cerebral...

Al igual que yo, Max quedo en shock, pero se tardó menos en reaccionar.

Todos fuimos a los autos, yo yendo con mis hermanos en mi camioneta, mientras mis abuelos y mis primas fueron en el auto de Katherine.

Mi camioneta la estaba manejando un chófer, ya que, ninguno de los tres estábamos en condiciones para conducir.

Yo no sabía que decir, ni que hacer. ¿Qué se podía hacer en un momento como ese?

Dave iba sollozando y Max se veía alterado, pero estaba intentando relajarse.

No tardamos más de diez minutos en llegar al hospital y, corriendo, fuimos a la recepción de la zona de urgencias.

—Somos familiares de Emily Roche —dijo Max, con la respiración alterada, al momento de llegar.

La enfermera que estaba ahí busco algo en un ordenador y luego dijo:

—Ella está en cirugía con el doctor González en este momento, no tengo más información. Por favor tomen asiento.

No nos quedó de otra que sentarnos en la sala de espera.

Dave estaba siendo consolado por los abuelos, mientras Max hablaba con mis primas y estas le daban su apoyo. Yo... yo solo estaba sentada mirando el suelo y pensando.

Tenía sentimientos encontrados en ese momento. Mi madre ya tenía Alzheimer, lo único que faltaba era que quedara con secuelas de un derrame cerebral.

Las personas que sobrevivan a eso solían quedar inválidos o con problemas mentales y su vida jamás volvía a ser la misma, ¿qué quedaba para mi madre en ese caso?

«Dios, si eres real... llévatela».

La iba a extrañar. Si bien, esos últimos años no habían sido los mejores, era mi mamá y la amaba.

Extrañaría sentarme junto a ella, frente a la ventana del hospital a mirar lo que hubiera afuera: lluvia, personas, un árbol...

Al menos, si se iba en ese momento, no debería despedirme, pues odiaba las despedidas, en especial, las que eran para siempre.

Mi celular comenzó a sonar de nuevo, dejando ver el nombre de Fred en la pantalla.

Contesté y me llevé el teléfono a la oreja.

Ally... ¿Cómo estás?

—Tranquila...

Lamento mucho no poder ir... estoy lleno te trabajo, pero intentaré pedir mañana libre.

—Está bien, no te preocupes —hubo un silencio—. No lo va a lograr, ¿cierto?

Fred no dijo nada por varios segundos.

Ella... es complicado. El Alzheimer es como el VIH, cualquier enfermedad se vuelve mortal, incluso un resfriado.

Lo suponía. Nadie que pesaba cuarenta kilos por su incapacidad de poder tragar o que no pudiera beber agua sólo, debía tener un buen sistema inmune.

Por favor, dime lo que pasa —me pidió, luego de un momento.

—Lo haré. Adiós.

Adiós, Ally.

La llamada se cortó y volví a quedar como antes, mirando el suelo, sin prestar atención a mi alrededor.

Luego de varios minutos, un doctor apareció en la sala de espera.

—Familiares de Emily Roche.

Todos se acercaron rápidamente, mientras yo solo me puse de pie con lentitud y me acerqué con mucha tranquilidad.

—Lo lamento mucho, hicimos todo lo que pudimos, pero en su condición era muy difícil que pudiera sobrevivir —informó.

Max se alejó de grupo y comenzó a llorar en silencio, mientras Dave lloraba abrazado a mi abuela.

—Gracias, doctor —le agradecí.

—Ally...

Miré a mi abuelo y asentí.

—Estoy bien.

Por fin mi madre se había ido y podía descansar en paz.

Un peso se quitó de mis hombros en ese momento y me sentí aliviada de que no viviera más años cargando con una enfermedad que la estaba volviendo una muerta en vida.

Además, si era que toda esa cursilería del cielo y el paraíso existía... mi madre se reencontraría con mi padre, con el amor de su vida.

Aún no podía comprender que había querido hacer el destino con salvarla del accidente solamente a ella, pero imaginaba que había una razón y simplemente la había pasado por alto o la descubriría con él tiempo.

«Dios, si fuiste tú... Gracias». 

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