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Especial 1

Se había levantado más temprano de lo usual, aquella sensación no se apartaba de su pecho ni de sus labios, el delicioso sabor de su boca se impregnó en lo profundo de su alma y se negaba a dejarlo ir. Estaba más que encantado, pocas veces se había dado el lujo de sentir algo así con tan solo un beso, aunque todas las anteriores habían acabado en catástrofe. Sin embargo, con ella tenía un leve presentimiento lleno de positivismo, creía que con Karla iba a ser diferente. Más dulce, más intenso, más glorioso, incluso, más genuino.

Claro está, si quería que así fuese debía cambiar de táctica e ir más suave. Haberla besado de esa manera tan sorpresiva la asustó, eso lo notó con mucha facilidad al sentir la tensión en su cuerpo y el verla salir corriendo de su oficina terminó por confirmar sus sospechas. Se culpó por eso, era consciente de que fue algo impulsivo y demasiado apresurado, pero tampoco pudo evitarlo. No se iba a justificar, por lo contrario, se reñía una y otra vez por ello, no era propio de él dejarse llevar ni mucho menos obligarla.

No obstante, la dulzura de su rostro y el leve sonrojo en sus mejillas fueron su perdición, le tentaba y llamaba a probar la exquisitez de su piel, aunque supiese que no tenía derecho alguno de hacerlo. El comprarla no le daba ningún permiso a nada, todo eso tenía un objetivo específico y saciar sus necesidades no estaba en esa lista, lo sabía más que a la perfección. Dos años y medio habían pasado y su única regla era no enamorarse, pero hasta ese momento solo ella le había puesto difícil la tarea.

Entonces, ¿qué debería hacer?

Lo pensó toda la noche, la suavidad de sus almohadas y la tenue fragancia de las frazadas no lograron darle ideas ni mucho menos ayudarle a conciliar el sueño; por ello estuvo listo antes de lo esperado, un nuevo día de reuniones y trabajo en su empresa le esperaba. Debía sacar el tema de su cabeza y concentrarse en lo urgente, por lo menos mientras estuviese en su horario laboral. No se había convertido en el joven billonario y magnate de las tecnologías por estar pensado en mujeres. Karla lo valía, pero no era el momento adecuado.

—Buenos días, señor O'Donell —le saludó su asistente con afecto.

A pesar de ser una empresa sin muchos años en el mercado, a diferencia de las demás, tuvo un crecimiento demasiado apresurado y beneficioso para todos. Generó muchos empleos, ayudó a muchas con necesidades, y por esa misma razón era muy querido entre sus empleados.

—Buenos días, Santiago —contestó con el mismo carisma—. ¿Podrías pedirme un café bien cargado, por favor?

—Desde luego, ya se lo traigo.

—¡Gracias!

Entró a su oficina y se acomodó esperando su primera recarga de energía. Aquel muchacho, carismático y bien parecido, había demostrado ser digno de confianza y muy eficiente a la hora de desarrollarse como su asistente en la empresa. Sin embargo, nadie hacía ni llegaba al nivel de Gina Altamar, su secretaria personal. Más que solo trabajar para ella, era su socia y cubierta en todo lo que tenía que ver con aquella vida.

—Su café y supongo que querrá algo de más peso —aseguró Santiago, café y tostadas en mano—, ¿algo más?

—Llama a Gina, dile que necesito que venga de inmediato —solicitó, dejando salir un suspiro.

—Desde luego —aceptó con una sonrisa.

—Y gracias.

No se dio tiempo en desayunar, había quedado tan ensimismado pensando en los miles de posibilidades y opciones que podía tener con Karla que, sin darse cuenta, estuvo a punto de retrasarse para su junta más importante del año. Lamentó su desliz, sí, pero solo porque le quitó la oportunidad de verla durante el desayuno sabiendo que ese día empezaba sus labores en casa.

El tema de los fetiches no era cierto, en realidad era algo que le repugnaba, pero se veía obligado a aparentar; sin embargo, la curiosidad por verla vestida de esa manera y actuando como su fiel y sumisa cierva le provocaba sensaciones y pensamientos más allá de un simple interés, y de qué manera.

De cierto modo le atraía más su semblante serio y la firmeza de sus acciones, cuando se enojaba y demostraba ser una fiera, cuando le hacía frente sin miedo ni titubeos, cuando su dominancia salía a flote. Todo ello, más el contraste de la dulzura de sus facciones y su belleza, la convertían en una perfecta bomba de confusiones y tentaciones. La carne es débil, saben decir por ahí, pero no lo creyó hasta conocerla a ella.

Para él, Karla representaba una flecha envenenada directo al corazón.

—¿Me llamabas? —indagó Gina.

Su voz, por más suave y conciliadora que fuese, le sobresaltó dado el rumbo que había tomado su atención. Debía esforzarse más, la concentración era uno de los pilares para mantenerse cuerdo en cada situación de su vida. Tormentosa y agrietada vida.

—Tenemos que armar un plan de contingencia, no contamos con más de dos semanas a lo mucho —explicó con rapidez, buscando entre sus gavetas los documentos que cuidaba tan receloso—. Hay que ser mucho más cuidadosos, ya sabes que hay...

—Henry... —le interrumpió, se le veía agobiada—. ¿Por qué haces eso? No eres Dios, no hay tiempo, no hay demasiadas posibilidades de hacerlo y lo sabes, solo te pones en riesgo.

—No podemos dejarlo así, nos falta tan poco, una única pieza y se completa el rompecabezas —expresó angustiado.

—Lo sé, pero... —Se vio interrumpida por un mensaje de texto—. ¿Podemos hablarlo más luego? Ya están llegando, no puedes dejar a tus invitados esperando mucho tiempo.

—Preciso hoy tenían que ser puntuales —gruñó fastidiado.

Volvió a guardar aquellos papeles en su escritorio, una forma tan segura y vigilada que, sin importar quien entrase en su oficina, no había posibilidad de encontrar esa pequeña puertecita. No era para menos, su vida y empresa dependía de toda esa información, hablando de forma literal.

—Relájate un poco, creerán que acabas de salir de un funeral —le riñó Gina.

Aquella chica, tan tímida y asustadiza como la había conocido hace ya más de dos años, había sido remplazada por esa «exuberante morena de carácter firme», como la catalogaban muchos de sus colegas. Odiaba esos calificativos, pero sí aceptaba que el cambio fue demasiado radical. No era para menos, gracias a sus cuidados y atención pudo ganarse su confianza, instruirla y convertirla en lo que era, la autoritaria asistente personal de presidencia.

Nunca la obligó a nada, ella misma decidió seguir ese rumbo y ayudarle con ese lado de su vida; de todos modos, los cinco millones que Henry pagó la involucraban tanto como a él mismo en todo el asunto.

—Y sí, te estoy regañando —aseguró, mirándolo ceñuda sin darle tiempo a replicar.

Suspiró, la mayoría de veces sabía que ella tenía razón, por algo estaba en el puesto que ostentaba con tenacidad, era una mujer de armas tomar.

Desde el pasillo del segundo piso pudo observarlos, hombres prepotentes y formales con expresiones de gran soberbia entrando por las grandes puertas de su empresa, HOD Corp., todos ellos acompañados de lindas y jóvenes secretarias dispuestas a hacer lo que sus jefes mandaban. Había excepciones entre ellos, pero eran muy pocos los que no usaban su dinero, poder e influencia para lo que se les antojase.

Los odiaba, todo y a todos ellos, los detestaba con su vida.

—¿Preparado? —preguntó Gina.

—Siempre —aseguró.

Se dirigieron al gran salón, topándose con alguno de sus colegas entre los pasillos, no todos relacionados con las comunicaciones y tecnología. De eso se trataba aquella gran reunión, unir varios mercados en un gran evento que beneficie a todos por igual. Claro está, no podían faltar sus competidores más cercanos y socios. Frig Company y Fox Technology eran los principales, respectivamente.

—Por primera vez puedo decir que me alegra ver al principito de Betiana —se burló con desdén—. ¿Cómo va todo en tu castillito?

—No estoy de humor para ti, Eran —gruñó con fastidio—. Estamos por entrar a una junta importante, ¿por qué no te comportas como el anciano que eres y maduras ya?

—¿Así te educaron tus padres? Veo que no te enseñaron a respetar a tus mayores —rio a carcajadas—, si quieres te doy un par de lecciones, mucho que te falta para imponer orden en tu casita de juegos.

—Buenos días, señor Frig, puede seguir al salón, ya casi están todos reunidos para iniciar —intervino Gina angustiada.

—Gina, Gina, Gina... —repitió, detallándola de pies a cabeza sin pudor alguno—. Cada día más bella, como se nota la suerte que tuviste con este...

—Entre al salón, por favor —le interrumpió, su rostro contraído en una mueca de coraje—, la junta va a empezar.

Pocos se atrevían tal cosa, el miedo que infundía Eran Frig con su sola presencia eran inmensos, quienes se atrevían a desafiarlo y desobedecerlo siempre lo lamentaban. Sin embargo, su libido iba más allá que su orgullo en muchas ocasiones. Con una sonrisa gatuna, mirada ceñuda e incandescente, trató de intimidarla y doblegar su firmeza, tal y como le encantaba a hacer con todas las mujeres. Para él, machista y misógino de preferencia, la sumisión era la clave para su deleite y placer.

—¿Algo nuevo que contar, Gina querida? —saludó Moira, asistente de Frig Company.

Muchas veces la presencia de ella, al igual que la de él, eran un completo fastidio para ambos. Tanto Gina como Henry tenían poca tolerancia con las personas de su tipo, pero les tocaba tragarse su coraje y hacer lo posible por aparentar. Aun así, en ocasiones como esa la fiera celosa dentro de Moira evitaba ciertas discusiones.

—Moira, que bueno verte —dijo Gina con dientes apretados, se estaba conteniendo—, ¿podrías hacerme el enorme favor de acompañar al señor Frig a la sala de juntas? La reunión ya va a empezar, necesitamos orden.

—Claro, querida —aseguró con una falsa sonrisa—. Señor Frig, acompáñeme, ¿quiere?

—Bien, nos vemos luego, principito —expresó Eran, mofándose—. Hay ciertos asuntos que debemos tocar, alguna compra que tal vez no hayas hecho efectiva, quizás.

—¿Estás...?

—Henry... —murmuró Gina en advertencia.

La escena, para alguien como Frig, le era demasiado cómica y estimulante. Le complacía sacar de sus casillas a cualquiera, todo por demostrar que seguía siendo quien mandaba donde quiera que haga presencia.

—¡Ese infeliz! —vociferó Henry, estaba furioso.

—Solo quiere provocarte, no puedes hacer un escándalo con todos aquí, cálmate —le advirtió Gina una vez más.

Un respiro y todo debía quedar atrás.

Todo el temple de su ser debía salir, la convicción y seguridad en sus gestos, palabras y movimientos debía ser más que perfecto. El nuevo y gran proyecto de su empresa dependía de eso, de la manera en que se desarrollase y culminara esa reunión. De entre todos esos grandes empresarios, Henry era de los más jóvenes y poderosos, asociarse con él sería beneficioso para cualquiera. Sin embargo, no siempre era así de fácil.

Llegar a donde estaba fue un camino lleno de piedras y muchos obstáculos, Frig Company fue y sigue siendo uno de los principales. Su presidente, Eran Frig, era un líder nato e inteligente, llevando a su empresa familiar a la cúspide del mercado mundial. Nadie había podido nivelar su éxito, ni en ese ni en otros tipos de negocio. Salvo, claro está, HOD Corp.

Por desgracia, su rivalidad iba más allá de lo laboral, Eran Frig era de los principales y más antiguos compradores en aquella gran gala. Cada seis meses y con temáticas diferentes, se daba el lujo de pagar grandes cantidades de dinero por las más niñas, más bonitas, inocentes y vírgenes. Sus fetiches por el sadismo eran inimaginables, la obsesión por la pureza del cuerpo y alma eran su debilidad, más si podía poner su tan preciada firma sobre ellas.

Él, con su poder y fortuna, se vanagloriaba de poseer la colección perfecta de muñecas, más teniendo los privilegios dados directamente por el mismo AltiMort.

Aun así, ni siquiera Eran sabía quién estaba tras esa máscara de misterio y poder inmenso. Su pase God entre los God no le daba ese acceso, su curiosidad también era ansiosa y deseosa de saber los grandes misterios de su principal fuente de placer, pero, por más que quiera, la sensatez que lo ha llevado a tener todo lo que tiene lo conmina a dejarse de esos juegos.

Nadie puede meterse en el camino de AltiMort, no si apreciaban su vida.

Por dos horas estuvo hablando, tan fluido y seguro de sí mismo como siempre, esperando poder echarse al bolsillo siquiera a la mayoría de aquellos grandes empresarios. Esa sensación de poder y adrenalina que le confería el tener toda la atención sobre sí mismo, era todo un deleite para su ego. No lo iba a ocultar, esa era la droga que lo impulsaba a ser el digno heredero del renombre O'Donell, aunque odiaba que lo relacionaran con ellos precisamente, con sus padres.

Al terminar, las dudas de muchos eran bien recibidas, elogiando una vez más todo su carácter y forma de llevar los negocios siendo, en opinión de muchos, solo un niño. Prometieron, entonces, hacer una segunda junta, esta vez solo con los verdaderamente interesados donde puedan estos llevar sus propuestas, algunas ideas para complementar y poder integrar sus propios productos en el gran evento. De eso se trató, y lo logró.

—Una vez más te tiraste a los vegetes al bolsillo, me sorprendes —se burló Eran, siempre buscando la forma de encabronarlo.

—No otra vez, compórtate como el viejo cuarentón que eres —replicó Henry hastiado.

—Esa boquita, niño, contrólate —reprochó Eran con fingida seriedad—. Yo solo quiero hacer negocios, sabes que te conviene asociarte con mi compañía.

—Con tu compañía, no contigo —reiteró, haciendo uso de su temple—. Envía la propuesta a Santiago, yo te contactaré.

—Y otro negocio más, este si es conmigo.

—¡Sorpréndeme!

La sonrisa torcida llena de malicia en su rostro no auguraba nada bueno, por lo que se arrepintió al instante de haber dicho aquellas palabras. Lo lamentará, estaba seguro.

—Estoy más que seguro que ese delicioso pastelito está sin probar —aseguró Eran con seguridad y unas ansias incandescentes refulgiendo en sus oscuros ojos—. ¿Qué tal si...?

—Olvídalo —le interrumpió, sabiendo a donde iba la cosa.

—¿Siquiera sabes que diré? —se burló, pero se veía indignado.

—Te conozco tan bien que sé que me pedirás a Cleopatra, pero no te la daré ni por el triple de lo que pagué por ella —contestó—. Jamás la tendrás.

—Dices conocerme, pero estoy seguro que no... —rio por lo bajo, alejándose a paso lento—. Entérate de esto, niñito, siempre consigo lo que quiero, sin excepción.

Giró sobre sus talones y se marchó, dejando en Henry una espinita de incertidumbre, miedo e ira. Esa había sido una amenaza disfrazada, una muy peligrosa si analizaba la situación desde una perspectiva mucho más amplia. Debía tener cuidado de ahora en adelante, en especial porque tenía cierto acceso a ella estando ese infeliz en casa. El Topo, por la cantidad suficiente, era capaz de hacer lo que le pidieran y estaba seguro que Eran sabía de su presencia en la mansión.

¿Cómo están las cosas por allá? Mantengan vigilado al Topo y alejado de las niñas, en especial de Karla.

Tecleó y envió aquel mensaje con rapidez, dirigiéndose de inmediato a su oficina para culminar los detalles y recoger sus cosas. Necesitaba irse lo más pronto posible.

Dos sobres reposaban sobre su escritorio, uno de ellos conocido, el expediente de Karla. Revisó cada rincón en su oficina, verificó con Santiago si había recibido alguna visita mientras estuvo ocupado, pero nada fuera de lo normal había sucedido. ¿Entonces? No recordaba haberlo dejado por fuera, mucho menos con su contenido esparcido sobre el mismo.

Suspiró, el estrés lo estaba matando. Revisó el otro sobre, nada con mucha importancia, solo una simple invitación a otro de esos tantos eventos que odiaba, la representación de la oligarquía y la desigualdad en el mundo.

La familia Vangy se complace en invitarlo a esta celebración.

Evento: anuncio de compromiso

Kirian Vangy & Selena Duarte.

¡Lo esperamos!

HOD

Guardó todo donde iba, dejando aquella invitación entre el montón de papeleo por desechar. Su único interés en ese momento era regresar a casa, verificar que todo esté en completo orden y verla a ella. En especial, ansiaba poder contemplarla y besarla una vez más. Pero no lo haría, no abusaría de su poder, no de nuevo.

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