8. Intento fallido
Le dolía, se había convertido en un ardor que cruzaba todo su brazo, pero temía decir algo y empeorar la situación, no mientras estuviese tan ofuscado y molesto como en ese momento.
Aunque claro, debía ser sincera y aceptar que había pensado cosas peores como «castigo» por su osadía e insistente desobediencia, pero estaba claro que no lo conocía más allá de un nombre y las facciones de su rostro.
Le había mirado con todo el peso de su furia, tomado del brazo con demasiada fuerza para su débil cuerpo y llevada casi a rastras a la habitación, su nuevo y cómodo «hogar». Al entrar, el portazo al cerrar la puerta fue más de lo que sus nervios pudieron soportar. Estaba aterrorizada, la profunda oscuridad en sus ojos era cada vez más peligrosa.
Se vio aprisionada contra la pared, Henry frente a ella con ambos brazos a cada lado de su rostro y su penetrante mirada sobre ella muy cerca sintiendo la calidez de sus exhalaciones en su piel. Estaba acorralada.
—Escúchame bien, Karla —expresó Henry con voz grave, casi gutural—, no voy a tolerar más tus desobediencias ni intentos por escapar, mucho menos si tengo que intervenir entre tú y ese tipo. Te lo aseguro, no quieres encontrarlo a solas por la noche si sales a dar tus «paseos» por la mansión.
Hablaba con dientes apretados, su furia era cada vez más incontenible. Temía que estallara, que hiciera algo peor que solo atemorizarla y regañarla. No sabía de lo que podía ser capaz un sujeto como él en ese estado.
—A diferencia de mí, ese idiota no será delicado ni pedirá permiso para tocarte y le importa un culo mis advertencias —continuó, pero esa vez un destello de algo más que rabia cruzó su mirada—, él lo haría sin ningún cuidado, te tomará a la fuerza y te matará sin pensarlo dos veces. A eso se dedica, eso hacen los de su tipo, no siente remordimiento ni pena por nadie, es un sádico de pies a cabeza y no se detendrá solo porque yo le diga. ¿Entendiste?
Sus pupilas se dilataban más de lo normal, sentía cierto temblor crecer en sus músculos, en especial sus brazos. La reciente furia estaba disminuyendo, siendo remplazada por ciertas emociones que con seguridad ni él mismo entendía, entre ellos, cierta confusión.
—Si quieres seguir con vida debes dejar de hacer esto, él no se dará por vencido hasta tener lo que quiere y tú, por desgracia, te has convertido en la primera en su lista —presionó una última vez sobre la pared, flexionando sus brazos y acercando a solo milímetros su rostro al de ella, y se marchó.
Sea lo que sea que haya imaginado hacer, se dio por vencido en el último segundo. El bajón de adrenalina fue inmediato para ambos, soltando una gran exhalación al quedar en completa soledad y silencio. No entendió que sucedió ni supo interpretar las expresiones de Henry, tal vez aquello solo fue su propia confusión reflejada en la oscuridad de sus ojos.
No sabía que pretendía hacer con ella ni lograba entenderlo en absoluto, pero en algo sí había caído en cuenta, ambos tenían un posible enemigo en común: el Topo. Pero, ¿quién era ese sujeto en realidad?
Por un momento el cansancio la atropelló con toda su fuerza, dejándose caer en la cama no sin antes cerciorarse de, esta vez por gusto propio, el estar protegida bajo el seguro de la puerta. No pretendía volver a escapar, no mientras ese sujeto anduviera por los pasillos de la mansión, y por su misma presencia prefería mantener el seguro de su habitación bien puesto las veinticuatro horas.
Puede que muchas cosas sean dudosas viniendo de los labios de Henry o de cualquiera de sus empleados, pero aquellas palabras sobre el Topo sí las creía y no podía dudar sobre ellas. No solo estaba la mirada lasciva y perturbadora que siempre adornaba sus ojos azules, sino la frialdad que estos mismos desprendían con solo mirarlos. Le era casi hipnotizante verlos, la hermosura del color y lo paralizante de la maldad que se escondía detrás de ellos.
De momento las cosas eran como decía Henry, si quería seguir con vida debía evitar seguir cayendo en la misma artimaña; eso sí, solo mientras él estuviese en la mansión, no dijo nada sobre los días después de su retirada, ¿cierto?
Se dejó llevar por el cansancio que le embargó todo el cuerpo, la pesadez de sus músculos y el dolor de cabeza que se hacía cada vez más insoportable. La cama era tan cómoda, que dejó salir un largo suspiro para tratar de calmar el acelerado ritmo de su corazón. De su mente no podía salir el rostro fino y pulcro de Henry, la furia en sus ojos y ese último destello que le dejó mil dudas.
Sin embargo, una duda más invadió sus pensamientos. ¿Por qué la protegía de ese tipo? No se comía esa excusa de ser de su propiedad, el haberla comprado con tanta insistencia no aseguraba nada de su parte así que nada le debía; aunque, siendo sincera, sí aceptaba el hecho de haber invertido demasiado en esa causa. Absurdo, a decir verdad.
Se dejó ir por completo, navegando en una marea incesante de relajación, respirando profundo y exhalando con calma. Hasta, claro está, un suave zarandeo la sacó de su zona de confort. Abrió los ojos con lentitud, pero pegó un salto con un grito ahogado cayendo en cuenta donde estaba y quién podría ser el posible intruso.
Se alejó de aquella fría mano que le acariciaba el hombro, pegándose a la pared contraria y fuera del alcance de esa persona.
—Lo siento, solo iba a despertarte, no pretendía asustarte —se excusó, una suave voz femenina, la desconocía—, pero puedes estar tranquila, solo vengo a hablar.
Su voz era como un arrullo de tranquilidad, pero no confiaría con facilidad solo por eso; además, no lograba ver bien de quién se trataba. Su visión no se enfocaba del todo, el haberse levantado tan bruscamente le produjo una sensación de mareo que casi la tumba en la cama, pero no quería demostrar esa debilidad frente a alguien desconocido.
—¿Estás bien? —indagó con suavidad.
—Sí, estoy bien... —murmuró, se reacomodó y respiró—. ¿Quién eres?
Frente a ella, una pequeña niña de ojos grises le miraba con gran curiosidad y preocupación. Se le veía demasiado joven para estar allí en aquella mansión, en especial por el uniforme que portaba y sabiendo el modo en que llegaban. Pero ya la había visto antes, no hacía mucho en realidad.
—Me llamo Jude, ¿me recuerdas? Vivo aquí hace casi dos años y te puedo asegurar que estás a salvo —recalcó con seriedad.
—¿Perdona? —exclamó incrédula.
¿Cómo podía ser posible que, llevando tanto tiempo encerrada allí, pueda asegurar estar a salvo? Físicamente se veía bien, con buena complexión y buen color; además, había detalles que demostraban estar bien de salud en muchos aspectos, su cabello negro lacio bien peinado y brillante, pómulos y postura firme. No se veía temerosa, intimidada o asustada.
¿Qué rayos pasaba allí dentro de esas paredes en realidad?
—¿A qué viene eso? —volvió a preguntar, entrando un poco más en razón—. Si Henry te envió a endulzarme el oído, puedes...
—Estoy aquí por propia voluntad —le interrumpió, sentándose con calma en el borde de la cama, sin intensiones de acercarse más de lo debido—, él ni siquiera está en casa ahora mismo, por eso aproveché y vine.
—No entiendo...
—Lo sé, todo ha ocurrido tan rápido que no se ha tenido tiempo para explicarte como son las cosas aquí y lo que pasará de ahora en adelante. —Fijó sus claros ojos en ella, había cierta confianza y dureza en ellos que casi no podía negarse a creerle—. A eso vengo, debes saber algunas cosas antes de poder salir por esa puerta.
—No escapar, ser obediente, no salir de noche, ser su esclava y soportar sus miradas, ¿eso? —se quejó Karla a viva voz llena de indignación—. Estoy harta de escucharlo, así que si vienes por lo mismo te permitiré ahorrarte la chachara, no lo quiero.
—En realidad no es así, pero esta vez y por obligación debe haber cambios en cómo se manejan las cosas aquí —suspiró con pesar agachando la cabeza¸ solo así pudo ver un poco de miedo en su expresión—, en especial mientras tengamos cierta visita.
Una vez más se mencionaba su presencia como algo desagradable e inesperado, algo que ya sabía y que con ello no hacía más que corroborar. No mencionó nombre, pero tampoco lo creía necesario, el Topo no era muy bienvenido allí. Entonces, ¿por qué lo dejaban quedarse?
—No entiendo, si es tan peligroso, ¿por qué sigue aquí? —replicó con mayor indignación—. Nada de lo que dicen concuerda con lo que hacen, ¿cómo quieren que les crea algo?
—Hay cosas que ni yo entiendo aún, pese al tiempo que llevo aquí, pero créeme... —Hizo una pausa mirando intensamente a la puerta—. Henry se ve de manos amarradas con algunas situaciones, le presencia del Topo es una de ellas, por desgracia, así que por lo pronto no tenemos de otra que tener cuidado.
—Pero...
Karla se estaba desesperando, la frustración de no entender lo que pasaba le estaba superando con creces. Más que aclarar sus dudas, no estaba haciendo más que enredarla el doble. De todas formas, no podía pretender explicarle una situación que ni ella misma entendía al cien y eso era aún más preocupante.
—Calma, déjame explicarte algunas cosas y tú misma podrás sacar tus conclusiones, ¿va? —insistió.
Karla dudó, pero no podía hacer más nada por el momento que aparentar seguir la corriente como corderito obediente directo al matadero, así como ellos querían. Para poder salir debía saber a quién se enfrenta, tal como dice el dicho, si no puedes con el enemigo únetele. Debía dejar atrás ya toda esa marea de miedo y sumisión que había demostrado hasta ese momento, no iba con ella el dejarse manipular tan fácil. Desde ese instante, la Karla fuerte y decidida regresaría en sí con el doble de potencia, había que mejorar los métodos de supervivencia.
Mientras, se relajó un poco frente a ella y le permitió hablar, no sin antes hacer una pausa para ir al baño. Tomarse una ducha para quitarse el letargo del sueño era primordial, si quería estar atenta a cualquier cosa debía prepararse.
—¿Mejor? —preguntó Jude con una sonrisa conciliadora—. Siéntate, después de esto podrás bajar conmigo a desayunar, debes tener hambre.
—Para ser tan joven eres un poco mandona, ¿sabes? —dijo Karla sin dejar de mirarla con cautela.
—Tengo veinte años no soy una niña, aunque lo parezca, desventajas de ser bajita —se burló, señalando una vez más el puesto junto a ella.
No quería, pero por el momento debía hacerlo; de todos modos, ¿qué tanto podía hacerle una chica de su estatura?
—Bien, debes saber que todas hemos llegado aquí de la misma manera, la subasta en aquella isla perdida —inició su relato—. Puede que te preguntes si fuiste elegida o algo, pero no, ellos solo van por la calle mirando rostros al azar y las marcan, después pasa lo que pasa.
—¿Solo es mala suerte o qué? —indagó con cierta molestia.
—Técnicamente sí, solo buscan chicas bonitas y jóvenes, pero más allá de eso no sé, lo que debería importar ahora es lo que pasa aquí —continuó, mirándola con seriedad—. En otras circunstancias el mismo Henry te habría dado esta charla, pero últimamente sé que las cosas están yendo de mal en peor, y todo tiene que ver con el Topo.
—Pero...
—Nadie lo quiere aquí, pero no han podido sacarlo por sus heridas. —Jude le interrumpió sabiendo por donde iban sus réplicas—. No sé quién esté detrás de eso, pero sí sé que es una petición de la cual no pudo decir que no, está obligado a esconderlo mientras tanto.
—Ok, primera duda resuelta de momento —expresó Karla con un suspiro—, pero la principal sigue en blanco.
—Lo sé, por ahora ese aspecto sigue igual, todas trabajamos como mucamas o empleadas de servicio para Henry e incluso recibimos pagos por ello —explicó con calma, pero Karla no dio crédito a sus palabras—. Claro está, no usamos ese dinero porque aquí tenemos todo lo que podemos necesitar: comida, hospedaje, ropa...
—Encierro, esclavitud —le interrumpió Karla—, y no quiero imaginar que otras cosas deben hacer aparte del aseo, ¿de verdad se conforman con eso?
—En ese te equivocas, pero entiendo tu miedo. —Jude sonrió, dulce y tierna.
Karla se dio cuenta de algo en ese justo momento, sus expresiones y energía carismática trasmitían seguridad. Con sus dulces sonrisas podía sentirse tranquila, podía hacerle creer, incluso, que nada malo le iba a pasar si ella lo decía. En pocas palabras, era perfecta para meter ideas en la cabeza de chicas como ella, confundidas y paralizadas por el miedo. ¡Vaya juego sucio!
—¡Explica! —exigió.
—Henry jamás nos ha tocado de forma indebida, ni a mí ni a ninguna de las chicas —continuó con su relato con tanta franqueza que estuvo cerca de creerle—, por el contrario, siempre vela por nuestra seguridad y es muy atento.
—Quiero creerte, pero nada de eso tiene sentido —expresó Karla exasperada—, o sea, ¿quién gastaría tanto dinero solo para tener a alguien de mucama?
—¿Cuánto?
—Cien millones de dólares, como quitarse un pelo de la cabeza, ¿no? —ironizó.
Por un largo segundo estuvo perpleja, su boca en una perfecta O de pura sorpresa. Al parecer, no era nada común pagar semejante suma por una de ellas, así que eso solo aumentaba sus sospechas, ¿seguía siendo invaluable hasta ese valor de verdad? No estaba segura de estar a salvo en realidad, no después de ese pequeño detalle.
—Bueno, si te soy sincera no me esperaba eso, pero no creo que eso cambie algo —añadió Jude, aun pensativa—. No puedo predecir qué sucederá desde hoy porque hay muchas cosas que no sé ni entiendo, salvo que debemos mantener un perfil bajo y sumiso mientras esté el Topo viviendo aquí y que por nada del mundo Henry permitirá que se nos acerque más de lo debido.
—¿Cómo estás tan segura de eso? —indagó escéptica.
—Henry puede ser un poco reservado y eso lo hace misterioso, lo acepto —aseguró—, pero de cierta forma, sea lo que sea que planea hacer, es mejor que la suerte de muchas de las que como nosotras cayeron en esto, he visto las noticias.
No había nada que decir ante ese argumento, porque ella misma temía que lo peor solo podría pasar en manos de una persona: Frig, aquel enigmático pelirrojo de mirada perversa y oscura con el cual Henry compitió por ella. Recordó, de esa forma, a Cristina, quien corrió con esa pésima suerte.
No tenía idea de los demás compradores, el destino que corrieron las demás niñas vendidas en aquella gala, pero tampoco creía que fuese igual de tranquilo como sucedió con ella. Tranquilo hasta cierto punto y de momento, aún faltaba camino por recorrer.
—Debes hablar con él, ¿sabes? —dijo Jude, sacándola de sus cavilaciones—. Solo hablando con él podrás saber qué sucederá, o por lo menos llegar a un acuerdo según lo que necesites tú y tu familia, así que... ¿Por qué no le llevas el café después que desayunes? No falta mucho para que llegue.
—¿De verdad debo...?
—Con uniforme incluido, pero eso solo de momento y como fachada, ya entenderás —insistió.
Se levantó con gracia y elegancia, la sonrisa no dejaba de adornar su rostro en ningún momento. Se dirigió con calma a la salida, abriendo y dejando la posibilidad de dejarla sin seguro alguno. En último instante, volteó la mirada una vez más hacia Karla.
—El desayuno está listo, supongo que ya sabes dónde queda la cocina de servicio, así que te esperamos allá para que conozcas a las niñas —sonrió, amplio y gentil—, y bienvenida a la casa O'Donell.
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