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7. Hermosa Maldad

Se habían mantenido en un tranquilo silencio, escuchando el suave murmullo de los empleados de aquella enorme mansión trabajar en el exterior. Entre ellos, algunas suaves risas de voces jóvenes y femeninas, tal vez la misma muchacha que le atendió solo minutos antes. ¿Cómo era posible que estuviesen tan tranquilas mientras mantenían a alguien encerrado contra su voluntad?

—¿Cómo te llamas, linda? —indagó la señora rompiendo el silencio—. Yo soy Paty, si necesitas algo puedes pedírmelo sin problema.

Karla se retorcía las manos, no confiaba en la dulce sonrisa de aquella mujer por más delicada que le tratase. Estaba a sus espaldas, peinando y trenzando su cabellera, por lo que no podía ver sus expresiones ni saber en qué sentido decía aquellas palabras. Nada allí era normal.

—¿Me dejaría salir? —dijo Karla lanzando el zarpazo de entrada.

—No, linda, no es el momento para eso aún —expresó con un suspiro.

—Entonces también es mentirosa, igual que todos los demás —replicó resentida.

Con calma, Paty se posicionó justo en frente dándole la cara, centrando su mirada llena de pesar en sus ojos almendrados. Le tomó de las manos, sonriendo de lado como si quisiera suavizar alguna mala noticia. Pero, ¿qué tan malo podía ser después de todo lo que había vivido?

—Entiendo que todo esto pueda ser confuso y abrumador para ti, solo tú sabes todo lo que viviste antes de llegar aquí, pero sí hay algo que debes tener en claro de ahora en adelante —le explicó con seriedad y firmeza—, tuviste suerte de terminar aquí y mientras sea así, estarás a salvo.

—Ese cuento ya lo escuché y no me van a convencer —retiró sus manos con reproche.

—¡Ay mi niña! —suspiró con pesar—. Al igual que tú, todas tenían sus dudas y se acepta, no se ve nada bien que sigan aquí teniendo una vida afuera. Pero con la tormenta a punto de estallar, es mejor resguardarse antes de quedar atrapado en el desastre.

—¿Podría no hablar con acertijos? No entiendo nada —se quejó a viva voz.

—Si de verdad quieres volver a ver a tu familia debes obedecer, no hacer muchas preguntas y todo será más fácil para todos —insistió, sintiéndose culpable al no poder explicar al cien la situación—. Esto acabará pronto, solo ten paciencia.

—¿Qué cosa? No puedo estar mucho tiempo aquí, soy el único sustento de mi familia y...

—Lo sé, muchas aquí están en una situación similar a la tuya, pero todo tiene una solución temporal, hasta que se calmen las cosas, ¿vale?

—¡Dios! No sé de qué rayos habla —exclamó Karla exasperada.

—Hay ciertas circunstancias que me impiden explicarles todo, pero Henry...

—¡Paty! —le interrumpió una muchacha, una morena de cabello corto y mirada preocupada—. Henry te necesita en su despacho urgente, es sobre el Topo.

—Claro, enseguida voy —contestó, frunciendo el ceño con solo escuchar aquel apodo, dirigiéndose una vez más a Karla—. Puedes estar tranquila por tu familia y por ti, solo has lo que se te pida y todo estará bien.

—¡Pero!...

Karla se había quedado con las palabras en la boca, esperando una clara respuesta que no le iba a llegar, muy probablemente, nunca. Paty salió como una exhalación y aquella muchacha entró con timidez, cerrando la puerta tras de sí. Miraba a todas partes, como pensando y buscando las palabras adecuadas para calmar el mal humor de Karla.

—Ni lo intentes, a menos que tengas la respuesta que quiero no me digas más nada —intervino Karla antes de que ella siquiera abriera la boca.

—Tampoco es que tenga ese tipo de información, ¿sabes? —se rió con amargura—. Pero se hace lo que se puede y no se la pasa tan mal aquí.

Se acercó a Karla con más confianza, sentándose en la comodidad de la gran cama de dosel y fijando su mirada en el techo.

—Y si no es mucho pedir, espero puedas disculpar a Raquel —continuó—, ella es una buena chica y muy divertida, pero la golpeaste y eso le molestó un poco. Siempre tratamos de llevarnos bien entre todas, ya somos como amigas.

—¿La pelirroja? —indagó, sabiendo que tenía razón en molestarse con ella.

—Sí, yo soy Jude, es un gusto conocerte, aunque no las circunstancias adecuadas, claro —se burló y tendió su mano con amabilidad.

—Karla —contestó con cierta desconfianza, pero atreviéndose a preguntar—. ¿También fuiste...?

—Sí, la mayoría llegamos en las mismas circunstancias que tú —contestó con naturalidad—, algunas llevan más que otras, pero sí. Yo llevo como dos años, creo que soy de las más antiguas y sé lo horrible que es llegar sin saber que será de ti o tu familia, pero entre nosotras hacemos que las cosas sean más llevaderas.

Escuchó atenta y con gran asombro su relato, horrorizada de saber todo lo que había tenido que soportar estando lejos de su familia encerrada en ese lugar. Sin embargo, la duda empezaba a crecer como un parásito en su mente al sentir la calma con la cual contaba todo ello. No se le veía preocupada ni triste, se había acostumbrado a vivir allí.

—¿Por qué? ¿Cómo es que llegaste a resignarte a vivir aquí? —preguntó Karla indignada.

—No es resignación, es más bien como una tranquila espera a que llegue ese gran día —expresó, escuchando a lo lejos como le llamaban—. Debo volver, hay cosas que hacer así que nos vemos luego, por ahora creo que estás en tus días de asimilación.

—No pienso quedarme aquí...

—Ya sé que no quieres escuchar esto, pero créeme que no te conviene salir de aquí, mucho menos ahora que...

—¡Jude, carajo, ¿puedes venir?! —le interrumpieron.

—¡Voy! —suspiró—. Pero en serio, no lo hagas, tómalo como un consejo de alguien que pasó y está viviendo lo mismo que tú, no eres la única.

—¿Ya? —insistieron desde el pasillo.

La vio salir y contestar con quejas, escuchó parte de aquella conversación y la posibilidad de quedarse sola el resto de la noche. Fuera de su ventana, el reflejo de la luna iluminaba parte del alfeizar. Ya eran más de las siete de la noche, la oscuridad se cernía sobre la mansión y el ruido del trabajo empezaba a aminorar.

Esperó, paciente y tranquila, atenta a cada movimiento y ruido que sintiera a su alrededor. Y cuando la aparente tranquilidad se hizo presente, se acercó a la puerta con la poca esperanza que quedaba en su interior.

Con un suave clic, la puerta cedió con un leve empujón. Al parecer a Jude se le había olvidado poner el seguro al salir, dándole libre posibilidad de irse de una buena vez. Debía ser cautelosa, se sentía un poco mejor que antes, pero seguía teniendo gran desventaja al no conocer el lugar. Se asomó, viendo solo un leve resplandor iluminar el pasillo.

—¡Gracias, Jude! —susurró.

Cerró la puerta por unos minutos más, eran solo las ocho de la noche y podía estar segura que no todos estaban acostados. Si quería que esa vez funcionase como quería, debía ser paciente y esperar un poco más. Decidió, mientras tanto, buscar algo que le sirviera para abrir puertas o, de ser necesario, romper vidrios. Pero no halló nada, así que debía rezarle a su suerte.

Siendo las diez en punto, respiró profundo y se asomó. Silencio total. Salió y caminó con sigilo a lo largo de todo ese pasillo, esperando ninguna de las demás puertas se abriese en ese justo momento. Llegó a las escaleras, bajando con cautela y observando todo a su alrededor en busca de un lugar donde esconderse de ser necesario.

Llegado a ese punto, debía tomar una decisión. ¿Por dónde debería ir? La cocina de servicio podría ser una opción, pero corría con la mala suerte de volver a encontrar la puerta cerrada con seguro. Su otra opción era seguir buscando, caminar hasta dar con la puerta principal y rezar para que esta sí estuviese libre de llave. Sí Henry le dijo la verdad, esa era su única posibilidad.

Optó por la segunda opción, caminar sin rumbo fijo por los pasillos que viese menos iluminados, mientras más posibilidades de esconderse, mejor. Encontró, de esa manera, la puerta que daba a una amplia sala con estantes enormes de libros, un mueble amplio y cómodo y un escritorio. Era una especie de biblioteca, todo ordenado y con fragancias dulces que le hacían sentir como en casa. Y para allá quería ir, no pretendía quedarse por más que le dijesen lo contrario.

Sin embargo, escuchó cuchicheos que se acercaban a ese lugar. Era un hombre, su tono de voz era grave y sonaba enfadado, así como ya lo había escuchado antes. Era él, Henry. Se escondió como pudo debajo de la mesa del escritorio esperando que, de entrar allí, no se acercara demasiado o la vería sin duda alguna.

—... no podemos pretender que no está aquí, pero por más que quiera tampoco puedo echarlo —gruñó con frustración.

Entró y se dirigió directo a los estantes, removió casi con violencia algunos libros buscando con desespero algo. Mantenía entre su hombro y la oreja el teléfono, escuchando atento lo que le decían desde el otro lado de la línea.

—Es un enfermo, ¿qué esperas que haga? —replicó enfadado—. Sabes muy bien lo que hizo con...

Se detuvo, dio un par de golpes al estante, apartó más libros y siguió tanteando el fondo como si buscara algo detrás de estos.

—Sí, está peor, no es como esa vez —continuó con sus quejas—. No deja de mencionar lo que le gustaría hacer si tuviese el dinero para comprarla, que puede pagar con trabajo u otros productos, desde que la vio aquí ese imbécil...

Se detuvo por un segundo, apoyando la frente en sus libros y apretando los puños con rabia. Estaba ofuscado, quien quiera que le hablara desde el otro lado de la línea no hacía más que darle malas noticias.

—Eso sería aún peor, por ahora solo hay que mantenerlo a raya... o matarlo —sentenció.

Un escalofrío recorrió su espalda al oírlo hablar así, tan furioso y decidido sin importar que se refiriera a una persona. No sabía quién ni que había hecho para enojarlo tanto, pero estaba creyendo que siendo él, el gran y poderoso magnate, le sería fácil deshacerse de alguien sin dejar rastro alguno.

Sintió la necesidad de salir de ahí lo más pronto posible, entrando en una crisis de desesperación que le cerraba las vías respiratorias, ahogándola poco a poco sin oportunidad de calmarse. Cerró los ojos con fuerza, esperando poder regular el acelerado latir de su corazón y respirar con normalidad. Cerró también los oídos a los cuchicheos y quejas de Henry, escucharlo no le hacía nada bien.

Se encogió sobre sí misma, permaneciendo a duras penas en completo silencio y respirando con pausas lentas. Poco a poco su corazón se calmó, pero dio un nuevo brinco cuando un fuerte golpe sobre el escritorio le hizo saltar.

—¡Maldición! —gruñó Henry y ella tapó su boca evitando gritar—. No está, ya revisé todo, por favor dime que lo tienes tú o está en la empresa.

Vio sus piernas moverse con frenetismo frente a ella, tan cerca que le daba terror. Caminaba de un lado a otro y respiraba con rabia, parecía un animal salvaje enjaulado. ¿Qué tan importante debía ser eso que buscaba para comportarse así?

—No, Gina, no, esto no puede perderse, podría ser... —se interrumpió en seco, deteniendo todos sus movimientos—. ¡Repite eso, Gina!

Se sentó de golpe en su silla, reclinando la cabeza hacia atrás y mirando fijamente al techo. Aún no la veía, no sabía que estaba a solo centímetros de él tratando de no entrar en pánico mientras intentaba escapar de nuevo. Se le veía desesperado, pasando su mano por su rostro con frustración y derrota. ¿Qué estaba sucediendo?

Ver esa nueva actitud en alguien tan imponente, serio e intimidante como Henry era un poco preocupante. Sea lo que sea que estaba sucediendo, debía ser grave.

—¡Dios, esto no puede estar pasando! —Se levantó de golpe dirigiéndose a la salida.

Karla empezaba a relajarse, sus pasos eran rápidos y decididos, directo a la puerta en busca de algo mientras seguía hablando por teléfono.

—Esto no se puede quedar así —dijo, saliendo y escuchando su voz exigente alejarse con cada paso—, busca a Pertuz...

Respiró aliviada, saliendo de debajo de su escondite para liberar la tensión de su cuerpo. La reciente adrenalina dejó un suave dolor en sus músculos, en especial en las piernas y brazos al estar aprisionada en un espacio pequeño. Se asomó con cautela, viendo nada más que oscuridad y escuchando el sonido del viento. ¡Todo despejado!

Salió y caminó contrario al sonido de la voz de Henry, no pretendía encontrárselo mientras estuviese así de enojado, mucho menos con las intenciones de salir de aquella mansión. Debía dejar todo eso atrás, si las demás no quisieron hacerlo, ella sí lo haría sin importar nada.

Caminó hasta encontrar la cocina principal, enorme y bien equipada, ni siquiera la cocina de Coffe Paté era tan completa como aquella. Por un momento sonrió, pensando que Erik sería tan feliz como niño con juguete nuevo de tener la posibilidad de cocinar allí. Pero no estaba para eso, volvería a verlo solo si se ponía las pilas y salía de allí.

No había ventanas, ni rejillas, nada que diera al exterior, solo una pequeña puerta al fondo que esperaba sea una salida o conexión con otra habitación o algo más que la llevara a una salida.

¡Truk!

Un leve crujido se escuchó en aquella amplia sala, por lo que se detuvo un segundo con el corazón acelerado y el miedo a flor de piel. Miró en todas direcciones, pero no vio nada más que oscuridad, un silencio sepulcral y el continuó llanto del viento en el exterior. Respiró y continuó aún más rápido, no podía detenerse a averiguar que era ese ruido, debía salir cuanto antes.

—¿Por qué tan deprisa, preciosa? —indagó una voz burlona que se le hacía preocupantemente conocida—. No nos piensas dejar, ¿cierto?

No fue necesario preguntar quién era, la luz se encendió sin darle tiempo para proteger sus ojos del incandescente destello de la bombilla.

—Un aperitivo tan exquisito como tú no puede dejarse en espera, podrías echarte a perder o... —dijo aquel sujeto acercándose a pasos lentos a ella— alguien más podría aprovechar la oportunidad.

—¡Aléjese de mí! —exigió ella, tratando de no sonar tan asustada como estaba.

—¿O qué? —se burló mirándola de arriba abajo reparando todo su cuerpo—. ¿Crees que Henry vendrá a tu rescate como el príncipe azul? No tiene los huevos para hacer tal cosa, entérate antes que lo demuestre, es un completo cobarde.

—Ya le dije que no se acerque —replicó ella, chocando con el gran mesón en medio de la cocina.

Estaba demasiado cerca, tanto que con solo estirar su mano podía tocarla e incluso abrazarla con facilidad.

—Vamos, linda, contigo haría la excepción de dejarte intacta —se mordió el labio y la miraba con lascivia—, así podría gozarte todas las veces que quisiera.

Algo en los ojos de ese sujeto, azules tan fríos como el hielo, le dijo que no debía subestimar sus palabras. Más que lujuria, en él había cierta oscuridad que rayaba en la demencia y lo retorcido. Muy diferente a Henry, tan confuso como asqueroso al mismo tiempo, pero sin ese efecto de pánico que causaba el llamado Topo en ella.

—No podrás escapar de mí, lindura —susurró, acorralándola contra el mesón sin darle espacio para escapar—. Puedo estar herido, pero jamás sin fuerzas para un poco de deliciosa acción contigo.

Su rostro se acercaba cada vez más al de ella, llevando sus labios por el contorno de su cuello y oreja. Aún no la tocaba, pero su aliento cálido rosaba su piel despertando mil sensaciones de terror y asco.

Sin embargo, su quejido de dolor le hizo regresar la mirada al frente. Ya no lo tenía encima, en cambio, la espalda de Henry la cubría alejándola de aquel sujeto.

—¡Te lo advertí, joder, una sola regla se te dio y la estés quebrantando! —le reclamó enojado—. Que sea la última vez que te acercas a ella, si le pones un dedo encima te juro que te mato.

—¡Oh, que ternurita! ¿No son palabras muy grandes para ti? —se burló el Topo.

Se le veía tenso, pero esa vez la rabia sobrepasaba los límites de la incomodidad manteniéndolo firme y fuerte en su postura. Por primera vez, Karla se vio sorprendida contemplando la fiereza de un hombre.

—No estoy jugando y tampoco tengo paciencia para esto, así que no me provoques —le advirtió, tomando la mano de Karla sin despegar su mirada furiosa de él—. Aléjate de mis chicas, solo esa fue la condición para permitirte quedarte mientras te mueres y no la estás cumpliendo, ¿quieres que te heche a los perros?

—No creo que tu chihuahua pueda con este trozo de carne —rio a carcajadas, mirando una vez más a Karla con una sonrosa torcida—, ¿no lo quieres tú, linda?

—Eres un cerdo despreciable, ya dije, aléjate de ellas, en especial de Karla o yo mismo...

—¿Tú qué? ¿Vas a maquillarme y ponerme vestiditos como a tus muñequitas? No me hagas reír. —Aplaudió con sarcasmo, sosteniéndose a duras penas del mesón.

Se veía que aún dolía el solo hecho de estar de pie, pero al parecer su terquedad y ganas por crear un infierno donde quiera que vaya era más grande que su dolor físico. Ese tipo era de cuidado, y Karla podía notarlo con solo ver su permanente postura a la defensiva.

—Esto no está llegando a nada —replicó Henry, harto de él—, lo prometiste, mantén tu palabra, aunque sea una vez en tu jodida vida, ¿te es muy difícil?

—La verdad sí, me pides demasiado, Henricito. —se cruzó de brazos con fingida seriedad—. No guardo promesas a nadie más que el jefe.

—¿A alguien que jamás le has visto la cara, en serio? —Fue el turno de Henry para burlarse.

Con aquellas palabras, un destello de ira apareció en el rostro del Topo, al parecer ese tal jefe representaba más que solo un líder para su retorcida mente.

—No es necesario ver para creer en el poder que tiene ese sujeto, además, no te debo nada a ti —replicó con seriedad, real y pura.

—No creería lo mismo, de no ser por mí te habrías desangrado y podrido en medio de la nada, ¿o es que ya no hay lealtad entre ampones? —ironizó.

—¿Tú un ampón, con esa carita de santurrón que te cargas? —bufó con gracia—. No me hagas reír, Henricito, si lo fueras ya habrías probado cierto pastelito.

—Aléjate de ella, no tienes ningún derecho a....

—Pero muy fácilmente podría, ¿sabes? —le retó, dando dos pasos hacia él—. Pude haber sido el primero en disfrutar ese caramelito si me hubiese dado la gana, deberías agradecer más y quejarte menos, cabrón.

—Te agradeceré el día que por fin te mueras, sería lo mejor que puedes hacer por todos, incluso por tu jefecito —recalcó aquellas últimas palabras con sarcasmo.

—Oh, que mal, creo que te haré esperar más de lo que crees, hierba mala nunca muere, o eso dicen. —Y estalló en carcajadas.

Con ello, y sin dejar de reír como todo un desquiciado, caminó entre cogeos hasta salir por completo de la vista de ambos. Henry respiraba con pesadez, mientras ella trataba de controlar el temblor de su cuerpo.

Sin embargo, la pesadilla no terminaba ahí. Había sido descubierta en medio de un escape, causado una nueva trifulca entre dos personas altamente peligrosas y quedado ella en medio. No solo se expuso a un peligro aun mayor, el ser atrapada por ese sujeto llamado Topo, sino que también volvió a retar a su «nuevo dueño». Y esa vez, con toda la furia acumulada de sus recientes discusiones, la oscura mirada de Henry se posó sobre ella.

No se salvaría esa vez, llegó el momento de conocerlo.

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