2. Capturada
—Quince minutos tarde, Karla —le riñó su jefe—, creo que desde el primer día se te dijo que pasaba con quienes se les da por llegar cuando quieren, ¿no?
—Lo sé y lo siento, es que...
—No quiero excusas, quiero puntualidad, esto no es de entrada libre ni horario flexible —le interrumpió con prepotencia—. Ser recomendada por Gerardo no te da inmunidad, te dio la oportunidad de entrar de forma directa, mas no de mantener el trabajo, de eso te encargas tú misma. Que sea la primera y última vez, ¿entendido?
—Sí señor —se limitó a contestar.
Ni sus ojos llorosos, ni la expresión abatida en su rostro, nada en absoluto pudo ablandar siquiera un poco el duro corazón de aquel hombre grosero y arrogante. Claro está, nadie debía perdonar faltas como llegar tarde a trabajar, pero se puede tener un poco más de tacto al decir las cosas, cualidad que jamás en sus siete meses de trabajar allí había demostrado. No lo odiaba, Karla no tenía la energía ni el tiempo ni mucho menos el espacio en su corazón para guardar rencores, pero sí había cierto resentimiento hacia él que crecía con cada una de sus patanerías injustificadas.
Se dirigió a la bodega con rapidez, esperando poder calmar la ira que refulgía en su interior, pero tampoco había tiempo para eso si quería seguir trabajando. No podía darse el lujo de poner a prueba las palabras de su jefe, por más que quisiera, ese empleo de mala paga era lo único que tenía y sustentaba su hogar. Respiró hondo y salió.
—Un dulcecito para pasar el trago amargo —le dijo Erik con una tierna sonrisa ofreciéndole una golosina.
—Eso es contrabando, ¿sabes? —se burló, recibiéndolo con gusto.
—No si no se enteran —expresó con diversión, como quien hace una travesura.
La rodeó con esa sonrisita divertida que siempre tenía para todos, picó con suavidad sus costillas sacándole unas cuantas risas y huyó rumbo a su lugar de trabajo, la cocina. Podía no ser muy conversador o abierto a la interacción social, pero al igual que ella, Erik era de las personas que se preocupaban por los que lo rodeaban y siempre buscaba la forma de calmar la tristeza.
Él en especial tenía ese don, transmitir energías cálidas que te sacaban una sonrisa, aunque estuvieses llorando desconsolada. En muchas ocasiones le ayudó, cuando las lágrimas amenazaban por salir o cuando la paciencia estaba por estallar, como en ese justo momento. Y a diferencia de otros, Erik era de los escasos que jamás insinuó nada más allá de una amistad.
—¡Odio a ese tipo! —replicó Edna por lo bajo regresando con un par de ordenes—. Ojalá se quedara sin agua y le diera...
—Ed, por favor —le interrumpió Karla entre risas, sus ataques de verborrea siempre estaban plagados de malos deseos e insultos.
—Se le merece y lo sabes bien, dime que no para que veas tú también —se quejó como niña berrinchuda.
—Tienes razón, en serio. —Karla preparó su libretita de notas y la pluma, el delantal la esperaba doblado sobre el mostrador—. Pero recuerda que por alguna extraña razón tus muy dulces y buenos deseos se hacen realidad.
—Preciso por eso, déjame hablar, seré suave —se sonrió con malicia.
—No, mejor deséame un millón de dólares y un trabajo mejor pagado —sugirió con burla.
—Me hieres, pero no, ojalá —susurró y se apoyó con tranquilidad esperando su orden—, si fuese así no estaría aquí, por desgracia solo los malos deseos se cumplen, no todos, pero sí muchos, qué cosas, ¿no? Creo que tengo poderes especiales.
—A veces me preocupas —aseguró y se fue, el tintineo de la entrada de un nuevo cliente le dio pie de huida.
—¡Que graciosa, Kar! —murmuró Edna.
Karla usó esa poca y reciente buena energía que le dio Erik para trabajar, la sonrisa en su rostro parecía más genuina que días anteriores y eso se reflejaba en sus clientes. Claro está, sus facciones y expresiones dulces también atraían mucho la atención, quizá demasiada para su gusto, y de personas de las que deseaba ser invisible.
—Hola, linda, ¿me regalas un café y la tarta del día? —solicitó el chico, ojos avellana y una sonrisa de galán de telenovela.
—Frutos rojos y galleta, ¿le parece? —indagó con tono neutro.
—Por supuesto —contestó arrastrando las palabras—, y, si no es mucho pedir, un sándwich de jamón con patatas y una limonada, pero eso sería para más luego, estoy esperando a mi hermana.
La detallaba de pies a cabeza mientras ella, en su muy bien disimulada incomodidad, anotaba su orden con rapidez esperando irse.
—¿Algo más?
—Eso es todo por ahora, preciosa —le guiñó el ojo con lisonja.
—En seguida se prepara su orden, con permiso.
No quitó sus ojos de su cuerpo en todo el trayecto hasta el mostrador, donde con suaves movimientos se estiró hasta colocar el pequeño papel en los ganchitos y accionar el circuito para enviarlo a su destino. No podía hacer nada, estaba en su lugar de trabajo y debía mantener la postura, además de estar en la cuerda floja con su jefe. No tentaría su suerte. Sin embargo, respiró con alivio cuando una joven sonriente y emocionada llegó hasta su mesa y le besó en los labios, momento en el cual dejó de observarla con tanta intensidad.
Poco a poco la hora del almuerzo iba llegando, por lo que los comensales se fueron acumulando y la carga se hizo más pesada. Por desgracia, ese día Lorena llegaría más tarde así que les tocaba a ella y a Edna apañárselas como podían. Corrieron con suerte, la mayoría estaban sumidos en sus propias conversaciones para notar la correndilla de aquellas dos muchachas.
—Hoy los descansos son turnados, no tenemos mucho personal así que ustedes verán como hacen —sentenció su jefe sin siquiera mirarlas—, que salga la primera y no quiero interrupciones a menos que yo mismo los llame.
Se marchó así sin más, como si solo hubiese pasado de rapidez por el lugar sin notar quién más estuvo allí.
—Desagradable en todo el sentido de la palabra —murmuró Edna viendo cómo se alejaba con su caminar encorvado—, ¿vas tú primero? Yo salgo temprano hoy, no hay problema.
—Gracias, Ed, te amo —suspiró, recogió algunos platos de las mesas vacías y se dirigió a la cocina.
—¡Buenas tardes! —Le saludaron.
—Buenas tardes, caballero, sea bienvenido a... —Se interrumpió, fríos ojos azules la observaban con una sutil sonrisa torcida—. A Coffe Paté, en un momento le atenderán.
Se alejó llena de nervios, era el mismo extraño hombre del día anterior. Perturbadoramente atractivo, pero con la misma aura fría que le ponía los pelos de punta. Esperaba estar exagerando, no solía ser de las que juzga a los demás solo por su apariencia, pero este en particular tenía algo en sus ojos que le hacía considerar creer en energías y ese tipo de cosas.
Se quitó el delantal, se descalzó y reposó en el suelo, una manta suave tirada en el pequeño espacio exclusivo para los empleados hacía de estancia de reposo. No tenían más nada, era eso o no descansar.
—¿Inyección de energía con sobrecarga de buen humor? —sugirió Erik entrando a la bodega, en sus manos un plato con puré de papas, salsa y pollo desmechado, un manjar si era preparado por él mismo.
—¿Un brebaje milagroso cura enfermedades desconocidas no tendrás, así de casualidad? —preguntó tratando de sonar graciosa, pero el dolor y amargura de su corazón no pasaba desapercibida.
—Dios quiera que exista tal cosa —suspiró, dejando en sus manos la única comida que les ofrecían a lo largo del día—. ¿Cómo va todo?
—Mal, las medicinas están cada vez más caras y el seguro no lo cubre —explicó, dejándose llevar una vez más por la presión—. Tengo miedo, Erik, no quiero verla morir.
—Todo se arreglará, tú momento llegará pronto —aseguró lleno de confianza.
Una leve risa escapó de sus labios, aquellas palabras estaban cargadas de los mejores deseos, pero la vida le había enseñado que nada de eso le iba a servir. Necesitaba acciones, hechos, algo que de verdad tuviese peso y efecto. Pero no, le agradecía, pero seguía sin ser una solución.
La sugerencia de Alder volvió a su mente, tentándola y martirizándola a más no poder. Una parte de su mente le decía que sí, era lo que necesitaban y él estaba dispuesto; pero su corazón decía lo contrario, solo era un niño que apenas comenzaba a forjar su camino. No iba a estropear su futuro por algo que no era ni siquiera seguro, ¿y si no le iba bien en las ventas?
Ella perdió su oportunidad, la beca le fue removida al congelar el semestre y con ello sus sueños se desvanecieron. No tuvo elección, un trabajo de medio tiempo no le daba suficiente para mantenerse en pie. No quería eso para Alder, no si podía evitarlo.
—¿Sabes lo que dijo Alder esta mañana? —dijo Karla distraída, su mirada clavada en el techo sucio y lleno de telarañas—. Que dejaría de estudiar para ponerse a trabajar. Dios, lo que menos quiero es que le pase esto mismo.
—Y haces bien en no dejarlo hacer semejante cosa —comentó Erick con seriedad—, puedes meterte en problemas por explotación infantil de paso. Aunque, ¿qué quiere hacer con exactitud?
—Vender cosas, no sé, en la casa o cerca, quiere mantener a mamá vigilada mientras no estoy —contextualizó—. Salió mucho a papá, desconfía de la señora Peterson en cuanto al cuidado de mamá, prefiere hacerlo él mismo.
—Es un buen niño, ¿sabes? —aseguró con una nueva sonrisa—. Puede hacerlo mientras no esté en la escuela por las tardes, es más, si sabe moverse puede hacerlo allá incluso, sus mismos compañeros pueden ser sus mayores clientes.
—Habló el contrabandista profesional —se burló.
—Candyboy, me decían, si quieres le doy clases, no cobro mucho.
El ruido seco del circuito de los pedidos se accionó, un suave ronroneo de engranajes oxidados bastante característico, pero claro. Esa era su salida.
—Disfruta la merienda mientras puedas —expresó con divertida voz siniestra.
—Gracias, don comedias —replicó con fingida indignación.
Tenía solo media hora para librarse un poco del dolor de sus pies y el cansancio acumulado, no era mucho, pero por lo menos su jefe tenía algo de humanidad como para considerar darles un respiro durante la jornada. Comió tranquila, despejó solo por unos minutos su cabeza de tanto pensamiento complejo para poder disfrutar algo, no todo en su vida podía reducirse a sus desgracias.
Cuando salió se sentía un poco mejor, tanto como las circunstancias se lo permitieron. Había pocos clientes en ese momento, solo un par de adolescentes discutiendo sobre algún videojuego, una señora leyendo el periódico y un grupo de sonrientes chicas disfrutando de sus malteadas. Con una amplia sonrisa, Karla los atendió como era debido.
Se concentró en su trabajo, no quería más incidentes que provocaran otra rabieta de su jefe, tanto así que no vio nada más allá de esas cuatro paredes. Nada, ni siquiera un par de ojos azules tan claros y fríos como el mismo invierno. Cubierto por una capucha, aquel rostro perfilado marcado por algunas cicatrices, le observó por varias horas ir y venir con bandejas, notas y nuevos pedidos.
—Kar, preciosa, ¿esperas a alguien? —indagó Edna extrañada, con la mirada clavada por fuera de la ventana.
—No, nadie viene a verme jamás —contestó Karla entre risas—, ¿por qué?
—Es que...
Se interrumpió, solo había desviado la mirada un segundo y al volver, ya no estaba. La calle, ahora solitaria, parecía tan común como siempre.
—¿Qué? —indagó curiosa, mirando en todas las direcciones que el ventanal le permitía.
—Puedo jurar que había alguien ahí —expresó Edna confundida—, en serio había un tipo allí de pie solo mirando hacia acá.
—El cansancio, Ed, me hace ver cosas a veces o tal vez solo estaba esperando a alguien y se aburrió —comentó con indiferencia.
—Se veía raro, pero bue... hay mucha gente rara últimamente —se burló.
Aquello le quedó sonando, pero por más que quiso intentar ver lo mismo que su amiga nunca lo consiguió. Si de verdad alguien estuvo allí, se había ido bien lejos.
Dejó atrás aquello, volviendo a centrarse en lo suyo y contando cada minuto que pasaba. Faltaba muy poco para terminar su turno, esperaba solo entregar su delantal e ir a casa a revisar a su madre. El día siguiente era su descanso, por lo que hizo una lista mental de las cosas que tenía por hacer: sacar citas médicas para su madre, lavar la ropa, reclamar los pocos medicamentos que entraban como subsidiados por el seguro y dormir. Eso era lo que más quería, poder dormir.
Después de todo eso, si lograba tener un poco de tiempo libre, daría un par de vueltas por las calles comerciales de la ciudad en busca de una nueva oportunidad. Había muchos bares, restaurantes y almacenes donde no había llegado aún, donde no le habían sugerido cosas obscenas u ofrecido vender su dignidad por unos cuantos billetes, y esperaba poder encontrar algo positivo en ellos.
La esperanza era lo último que se perdía, y era lo único que le quedaba a ella.
—Karla, vení a mi oficina —gritó su jefe desde la puerta.
Restaban solo seis minutos para terminar su turno, faltando únicamente la limpieza de unas mesas y atender a dos de los nuevos clientes. Sin embargo, el ser llamado directo a la oficina no auguraba nada bueno.
—¿Señor? —expresó con voz baja.
Estaba en su escritorio, escribiendo a mano alzada sobre unos cuantos papales sin siquiera darle una pisca de atención.
—Necesito que te quedes a cierre, Lorena pidió el permiso para salir temprano hoy y se va dentro de unos minutos —anunció su jefe con indiferencia.
—Pero...
—No es una pregunta, es una orden —le interrumpió con altanería levantando la mirada por primera vez—, y mis ordenes se cumplen sí o sí, me la debes, ¿recuerdas?
—Solo fueron quince minutos de retraso, no cuatro horas y siempre soy cumplida con los horarios —se quejó con indignación—, no es justo.
—Mejor dime que no quieres seguir trabajando, hay muchas personas que desean tu lugar, ¿sabes? —Con cejas enarcadas, le miró desafiante.
Karla se debatía entre contestar y ceder, entre regalar su trabajo, tiempo y energía por algo que era consciente no valía todo el esfuerzo. Pero sabiendo como estaban las cosas fuera de allí, ¿de verdad podría arriesgarse a perder ese único trabajo?
Su evidente vacilación le sacó una sonrisa de satisfacción, sabiendo que siempre tenía el control de todo en ese local, incluso de sus propios empleados.
—Bien, lo haré —aceptó apretando los dientes.
—Y no cuenta como horas extras, solo por si acaso se te ocurre mencionarlo —añadió con cierto tono de amenaza y burla.
—De acuerdo.
Salió con aparente calma de aquella oficina, no le daría el gusto de verla afectada por un arranque de superioridad mal merecida. Era demasiado caprichoso para ser un hombre de sesenta y tantos años que estaba próximo a jubilarse, de no ser porque era el dueño y señor de ese lugar las cosas podrían ser diferentes.
La rabia emergió dentro de ella, llegando a dar un par de golpes a varios estantes dentro de la bodega. Quería gritar, no era la primera vez que daba ese tipo de castigos, que no reconocía las horas extras de trabajo de sus empleados y que trataba como basura a todos. Pero era a lo que debía acostumbrarse, para personas como ella sin oportunidades de nada, era aceptar las sobras o perder lo poco.
Con amargura vio las horas pasar, sus amigos irse y dejarla sola en aquel local. Faltaban dos horas para el cierre, así que debía dejar todo impecable y reluciente para iniciar labores al día siguiente. Erik le ayudó un poco dejando la cocina limpia, los trastes lavados y ordenados, solo faltaba que limpiara lo demás: sillas, mesas, ventanas, todo. Lo que no hacía a profundidad en su propia casa, lo tenía que hacer allí como castigo por llegar quince minutos tarde.
—Viejo infeliz —se quejó con un gruñido de frustración—, por unos malditos quince minutos.
Cinco minutos para las doce de la noche, su hermano y madre debían estar demasiado preocupados al no verla llegar a la hora regular, pero no había modo de avisarles. Por más que avanzara la tecnología, ella seguía sin los recursos para adquirir aquellos aparatos telefónicos, mucho menos dos de ellos.
Con el cuerpo hecho trizas, se desprendió del delantal y tomó las llaves. Se aseguró de dejar cada ventana cerrada desde dentro, todas las puertas y cerraduras bien atascadas y los focos apagados. Un mínimo exceso en la factura de la luz se los cobraba a ellos, sin importarle nada en absoluto.
Doce en punto, la medianoche había llegado con un leve rocío de lluvia. El frío empezaba a esparcirse por las calles y la oscuridad lo envolvía todo, salvo pequeños parches iluminados por las lámparas y algunas tiendas que dejaban sus bombillas encendidas. Les agradecía en el fondo, porque de no ser por ellos sus nervios estarían al tope.
Al ser tan tarde, la soledad que reinaba a su alrededor era ensordecedora. De vez en cuando escuchaba el sonido lejano de una tv, el motor de una motocicleta a unas calles de allí y pasos. Suaves y livianos pasos, como si caminara con delicadeza para no dejarse escuchar. No eran de ella, se escuchaban lejos y calmados, tal vez alguna otra desafortunada víctima de un jefe prepotente.
Se dio a la tarea de caminar más aprisa, su madre debía estar esperándola despierta y no quería preocuparla de más. Los pasos aumentaron en velocidad y sonido. Se dio la vuelta esperando ver de quién se trataba, no quería quedarse con la duda y seguir más de medio trayecto nerviosa sin razón.
Un borrón rojo se acercó a su rostro, sintió un olor dulzón mezclado con algo parecido al alcohol, un repentino mareo y ardor en sus fosas nasales, un fuerte dolor en la parte trasera de su cabeza y luego nada.
La oscuridad y el frío la envolvieron como un manto.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro