1. Acechando en las sombras
Cada vez que lo intentaba, la frustración le carcomía hasta lo más profundo de su ser. Sabía que era difícil, en especial conociendo su situación tanto académica como social, pero no esperaba encontrase con tanto rechazo y discriminación. Encontrar un segundo empleo se estaba convirtiendo más en un calvario, que una solución a sus problemas. ¿Lo peor? Las miradas lascivas y sugerencias obscenas que le repetían cada vez que se paseaba por aquellas calles, le dejaba una sensación de suciedad como si una asquerosa capa de mugre le cubriera todo el cuerpo. Karla lo vivía casi a diario, pero nunca se acostumbró a ello, nadie lo hace ni debería hacerlo. Aun así, seguía buscando sin parar. No quería rendirse, no podía darse ese lujo viendo la situación tan crítica que vivía su familia.
Mientras caminaba directo al restaurante donde trabajaba un horario de ocho horas por un salario menos del mínimo, trataba de pasar el trago amargo de su última visita. Su reciente mal humor no podía afectar el trabajo, siempre debía presentarse ante los comensales con una radiante y amplia sonrisa, aunque esta no sea real.
«Si quieres te pago por atenderme personalmente, no soy difícil y la pasarás muy bien», le había insinuado aquel tipo del bar.
Un escalofrío de puro asco recorrió su cuerpo, pero de momento le tocó dejar aquello atrás. El tintineo de la puerta al abrirse la trajo de vuelta a la realidad, había llegado al restaurante y, por ende, su hora libre se dio por terminada.
—Karlita, mi niña —saludó Edna con euforia—. ¿Qué tal todo?
—¿Tan rápido terminaron tus vacaciones? —indagó con curiosidad.
—Por desgracia sí, pero por lo visto dos semanas fue demasiado para nuestro querido jefecito —susurró—, igual no me afecta si es menos o más tiempo, de todas formas, solo estoy aquí media jornada.
—Ojalá pudiese decir lo mismo —suspiró con amargura.
Karla se dirigió a la bodega, lugar donde tenían un pequeño cuarto para poder guardar sus cosas y un baño donde cambiaban de uniforme.
—¿Qué pasa, cariño? —preguntó Edna con pesar.
—Qué no pasa.
Le contó sus más recientes pesares, como la muerte de su padre hace solo una semana y la recaída de su madre debido al bajón emocional. Todo ello sumado al déficit económico que estaban pasando, ya que una de sus principales fuentes de ingreso no estaba. Su padre y ella misma eran el único sustento del hogar, su hermano aún era menor de edad por lo que sus mayores problemas solo debían ser rendir en la escuela.
—De verdad lo siento, linda, pero sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites, ¿cierto?
—Claro, y te lo agradezco —contestó conmovida.
—Y también con él —continuó Edna con seriedad.
—¿Quién?
—Cómo que quién, por supuesto que Gerar —replicó—. Te ayudó a conseguir este trabajo, puede hacerlo con uno mejor y, además, sabes que estaría dispuesto a ayudarte en lo que necesites si se lo pides.
Karla negaba una y otra vez con solo escuchar su nombre. Gerardo era un gran chico y le había ayudado mucho desde que lo conoció, pero era precisamente eso lo que no le agrada del todo. Siempre ha sido caballeroso, atento y demostró un gran interés por ella, sin embargo, no quiere verse obligada a corresponderle de ninguna manera solo por recibir su ayuda.
—Ese es el problema, no quiero que piense que me aprovecho de su interés en mí para sacar partido y beneficiarme, o que... —explicó entre susurros deteniéndose en seco.
—¿O qué? —insistió Edna—. Vamos, dime, sabes que puedes confiar en mí.
—O que crea que corresponderé solo por eso —contestó con una exhalación—, no soy muy confiada con esas cosas y tampoco me gusta que quieran... comprarme.
—Pero, mujer, ¿de dónde...?
—Orden a la mesa cinco —anunciaron desde cocina interrumpiendo sus quejas—, ¿ya Karla regresó? Tenemos más clientes, y algunos sin atender.
Edna había quedado casi petrificada ante sus palabras, no sabía hasta donde podía llegar su desconfianza por los hombres o la gente en general, pero en cierto sentido sabía que tenía razón al hacerlo. Como su amiga y confidente, sabía de sus desastres en el amor y otros conflictos externos.
—Algún día debes dejar de desconfiar tanto, y lo sabes —aseguró Edna—, pero por ahora a trabajar.
—No hay más remedio —suspiró sintiéndose agotada, tanto emocional como físicamente.
Terminó de cambiarse y salió directo a la zona de reparto, donde una bandeja con dos platos de comida le esperaba. Con una nueva y fingida sonrisa, se dirigió a una de las mesas con su respectivo pedido. Eran clientes regulares, una pareja de señores que podían tener la edad de sus padres, iban casi todos los fines de semana a cenar allí ocupando el mismo puesto y pidiendo el mismo menú, casi una tradición. Y así como ellos, varios de los presentes iban al local con mucha frecuencia, excepto...
El tintineo de las campanillas al abrir la puerta les avisó de un nuevo cliente, un peculiar y un tanto intimidante. Era un joven de complexión delgada, piel casi pálida y rostro cubierto por un tapabocas y capucha. Aquel sujeto entró con mucha tranquilidad y tomó asiento, mientras leía la carta dispuesta en su mesa Karla se acercó para tomar su orden.
—Buenas tardes, caballero, bienvenido a Coffe Paté —repitió el discurso con aparente tranquilidad, sintiendo un nudo de inquietud crecer en su interior—, ¿qué le podemos servir?
De un tirón, aquel sujeto retiró capucha y tapabocas dejando su perfilado rostro a la vista de todos. Unos profundos ojos azules la detallaron de pies a cabeza, intimidándola aún más. Realmente apuesto, pero seguía dándole una vibra extraña que no terminaba de gustarle, como un escalofrío que trepó por toda su espalda erizando cada vello de su cuerpo.
—Solo quiero un café bien cargado y el periódico de hoy —dijo, dejando a un lado la carta con una inquietante sonrisa—, por favor.
—Por supuesto, en un rato se lo traigo.
Se alejó suspirando para sus adentros, no sería mucho lo que demorara en el local si solo consumía aquello, y de cierto modo le daba algo de alivio. Sin embargo, las horas pasaban y aquel sujeto no despegaba sus ojos de ella. Solo a veces retomaba su lectura en el periódico como si quisiera disimular, y aquel café había desaparecido hace mucho.
El final de su turno había llegado por fin, pero aquel sujeto seguía allí leyendo la misma noticia. Karla, cada vez más nerviosa, se dirigió a la bodega del restaurante para prepararse y salir.
—¡Ed! —le llamó con cierta urgencia—, ¿te vas con alguien hoy?
—No, iré sola hasta la parada de buses —contestó con naturalidad, hasta que notó su semblante—. ¿Qué pasó, estás bien?
—Sí, es solo que... —La voz le temblaba, los nervios que la envolvían eran muy fuertes y aún no sabía por qué se sentía de esa manera—. ¿Puedo ir contigo?
—Claro, si quieres le digo a Erik que nos acompañe —sugirió.
—Sería perfecto, gracias —suspiró aliviada.
Ya listas, salieron del local dejando lugar al turno nocturno. Sin embargo, aquel sujeto ya no estaba por ningún lado. Sus nervios aumentaron y pensamientos descabellados se pasaron por su mente, ¿la estaría esperando fuera? ¿Estará escondido buscando el momento oportuno para acercarse? Pero nada de eso pasó, ni vio rastro absoluto de aquel sujeto en todo su recorrido, cosa que le hizo recriminarse por su errado razonamiento.
«¿Por qué la paranoia tan repentina, Dios?», pensó.
Al llegar a casa encontró lo mismo de todos los días, su hermano haciéndose cargo de los quehaceres mientras su madre reposaba en cama. Agotada por los dolores constantes que sufría y la somnolencia habitual por los medicamentos, era lo menos que esperaba hiciera en esos momentos o la mayor parte del día. Toda esa situación le torturaba día y noche, le dolía no poder darles lo que se merecían y necesitaban, en especial a su madre, quien con tanto fervor los sacó adelante a ambos.
—Alder —le riñó Karla—, ¿qué haces?
—Solo ordeno un poco —se excusó, moviéndose de un lado a otro—, ya casi acabo.
—¿Las tareas? —indagó con la ceja enarcada.
—Ya casi termino, no se me dan tan mal —suspiró, haciendo una pausa—. Al menos déjame hacer esto, ¿sí?
Karla solo lo abrazó, le conmovía y agradecía que fuese tan considerado con ella en esas circunstancias. Solo tenía catorce años, pero entendía casi a la perfección la situación que estaban viviendo.
—Te lo agradezco en serio, pero es mejor que te dediques a estudiar —le susurró, mientras con ternura acariciaba sus cabellos—, quiero un mejor futuro para ti, así que repósate y a descansar, yo termino.
Sin rechistar, solo le dio un beso en la mejilla y se marchó a su habitación. Karla, aún con el nudo en la garganta, decidió revisar el estado de su madre. Su semblante era igual de pálido, pero se veía tranquila y sin rastro de sufrimiento. Depositó en su frente un cálido beso, acarició sus mejillas con dulzura, y con lágrimas en sus ojos salió de la habitación.
Deseó con todo su corazón poder mejorar la situación, quería darle un tratamiento que curara de forma definitiva su enfermedad, pero con el servicio de salud tan precario que podían solicitar, a duras penas le daban medicamentos. Peor todavía, no habían sido capaces de encontrar un diagnóstico asegurado. ¿Cómo luchar si no sabes a qué te estás enfrentando?
Empezó con los quehaceres que, gracias a Alder, era muy poco lo que faltaba. Limpió la cocina y dejó preparado lo esencial del desayuno al día siguiente, para que solo fuese terminarlo y empacar para que su hermano pudiese llevar algo de comer a la escuela. Con el cuerpo agarrotado, se preparó para acostarse y por fin descansar el poco tiempo que le quedaba. Solo cinco horas restaban, pero era más de lo que había podido dormir en varios meses.
Al despertar con el sonido de la alarma, el cansancio seguía aplastando sus músculos sin darle tregua; sin embargo, la voluntad de seguir sin rendirse le permitía levantarse para iniciar su rutina diaria. Una pastilla general para el dolor, su muy necesaria taza de café bien cargado y las energías regresarían al cien por ciento. No dio más vueltas, terminó el desayuno y adelantó el almuerzo, despertó a su hermano para que se preparase para ir al colegio y atendió a su madre.
—Buenos días, mamita, ¿cómo te sientes hoy? —saludó con una amplia sonrisa.
—Mi niña hermosa, no te sentí llegar anoche —contestó entre susurros, su voz cansada y rasposa muy poco se podía elevar—. ¿Estás durmiendo bien? Te veo un poco ojerosa.
—No te preocupes por mí, madrecita, mejor dime cómo estás —insistió, chequearla era una de sus prioridades y el único modo de tener algo de tranquilidad—. No evadas mi pregunta, ¿cómo te has sentido?
—Pues... —Una ráfaga de tos le robó el aliento, provocando fuertes espasmos casi incontrolables.
Con rapidez, Alder acercó el tanque de oxígeno listo para ser usado, la mascarilla expulsando sus vapores y el chirriante sonido de aquel camastro a todo timbal. No era la primera ni segunda vez, ya habían perdido la cuenta de cuantas veces una simple tos se convertía en todo un martirio. La capacidad pulmonar de su madre decaía cada vez más, su corazón se debilitaba por igual y su energía casi desaparecía. No se sabía de alguna cura, no hallaban tratamiento acertado y todo por la ineptitud del servicio médico.
Un día puede ser un simple resfriado, otro algo más serio como una neumonía, pero según otros doctores los resultados no arrojaban nada suficiente para aclarar el asunto. Y así quedaba, en medio de frustraciones y exámenes simples que no servían para lo que necesitaban.
Para Karla cada visita al centro de salud era vivir en el mismo infierno, ver como su madre moría de a poco sin poder hacer nada, pasando de mano en mano sin saber que padecía con exactitud, tal como sucedió con su padre.
—Trata de respirar más despacio, por la boca si es posible —decía una y otra vez—. Con calma, tranquila, no pienses en nada más, solo inhala y exhala todo lo que puedas, no hables.
—¿Traigo su jarabe, el inhalador, algo? —preguntó Alder desesperado—. ¿Qué hago?
—Cálmate, todo va a estar bien, solo hay que normalizar su respiración —expresó Karla con aparente tranquilidad.
En el fondo estaba aguantando las fuertes ganas de llorar, el ver a su madre en ese estado le dolía en el más profundo de su ser, pero por ella y por su hermano debía ser el punto de apoyo en momentos como ese. La desesperación solo le daría más carga, así que ella misma ponía mano firme sobre todos, incluso sobre sus propias emociones.
Poco a poco su respiración se fue normalizando, pero el dolor sería algo que permanecería por un par de horas más. En esos casos no quedaba de otra que dejarla con la mascarilla hasta que pase el susto, y solo por ese día le permitiría a Alder faltar a clases, ya lo llevaría ella personalmente a la escuela.
Siete y cuarenta y cinco, solo le quedaban quince minutos para llegar a su trabajo, pero nada podía hacer, iba a llegar tarde sin importar el esfuerzo que hiciese.
—Karla, antes de irte... —titubeó Alder, pero respiró profundo y tomó el valor que necesitaba—. ¡Quiero dejar la escuela para poder trabajar!
—No, ni lo pienses —sentenció mirándolo horrorizada.
—Sí, puedo y debo hacerlo —insistió envalentonado—, no podemos dejar a mamá sola todo el tiempo que estoy en la escuela y quiero ayudar, sabes que lo necesitamos.
—Lo sé, te juro que desearía poder hacer más, pero esta no es la solución —replicó con seriedad—. La señora Peterson nos está ayudando, ella puede venir a ver cómo está mamá mientras vas a la escuela, y yo estoy buscando un segundo empleo, no es necesario que dejes de estudiar.
—No eres un robot para sobrecargarte con tanto, déjame hacerlo, solo será este año mientras se componen un poco las cosas. —La suplica desesperada de Alder atravesó su pecho—. Tengo unos cuantos ahorros, puedo comprar algunas cosas y venderlas aquí desde casa, sin descuidar a mamá.
—No, por favor no hagas esto, sé que tienes la intensión de ayudar, pero si te dejo hacerlo más adelante sufrirás las consecuencias.
Karla sabía que él tenía razón, pero así mismo ella también creía tenerla y sus argumentos tenían mucho más peso. Puede que se convierta en una gran ayuda de momento, pero más adelante quien sufriría sería él al verse atrasado según el estamento académico de su país.
Debía cumplir sus ciclos al pie de la letra, cada curso y cada materia aprobada con éxito, solo eso aseguraba poder tener posibilidades de una beca en la universidad tal como ella tuvo. Sin embargo, no quería el mismo destino para su hermano, tener que dejar sus estudios por solventar gastos del hogar y perder la mayor oportunidad que tenía para salir de ese círculo vicioso de pobreza.
Ella no tuvo más opción, pero él aún tenía la oportunidad al alcance de la mano y no dejaría que la desperdiciara.
—Gracias, de verdad, pero créeme que la única forma de buscar mejores oportunidades es que tú estudies. No puedo hacerlo porque la necesidad la tenemos justo ahora, aun así, quiero que tengas lo que yo no. Eso incluye estudiar, graduarte y ser profesional, ¿sí?
Se agachó de cuclillas, tomó su delicado rostro entre sus manos limpiando las furtivas lágrimas que bajaban por sus mejillas. Sus ojos grises y facciones eran tan parecidas a su padre, que le dolía el corazón el verlo y recordarlo.
—Pero...
—No pienses en eso, mi niño. —Le consoló—. Concéntrate en tus estudios y todo saldrá bien, te lo prometo.
—Igual piénsalo, ¿sí? —insistió, la perseverancia era una de sus cualidades.
—¡Te amo! —Se despidió con un beso en la mejilla.
Al salir no pudo evitar dejar fluir ese nudo que la estaba asfixiando, lágrima tras lágrima la frustración salía a raudales por sus ojos. Odiaba su situación, no esperaba eso para su madre después de todo lo que había hecho, merecía más que solo sufrimiento y dolor; tampoco quería nada de eso para su hermano, rodearlo de preocupaciones que un niño de su edad no debería tener; mucho menos deseaba eso para ella misma, vivir con el miedo de perder lo poco que le quedaba en el mundo.
Su madre necesitaba ciertos medicamentos especiales, pero su limitado seguro de salud no se lo permitía, debía comprarlos de su propio bolsillo y no había cómo hacerlo. La mayor parte del tiempo tenían, a duras penas, algo para llevarse a la boca, ¿qué otras opciones había?
Estaba desesperada y no sabía que más hacer.
Hola mis pulguitas
No nos emocionemos, estoy en celular prestado
Aun no sé que pasa con el mío, pero sigue sin funcionar
Acepto ideas, help.
Mientras, anunció parroquial
La planificación del nuevo libro empezó, esperemos que el tiempo me de para subir algo este año
Eso y que mi app sirva
*llora*
Los quiero, y feliz año nuevo.
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