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¿Qué se siente ser la persona con más poder, dinero y misterio en el mundo? Esa respuesta solo la podía tener una persona, AltiMort.
Nadie sabía quién era en realidad, ni como luce su rostro, ni su género, nacionalidad, nada. Su identidad era un completo misterio, el cómo logró tanta fortuna y poder también, pero solo había algo seguro con respecto a su persona: era un completo peligro.
Las grandes fiestas y lujos que ostentaba en su isla privada eran el mayor deleite que podía ofrecer, un secreto bien guardado entre los suyos, desquiciados igual que su anfitrión. Claro está, siempre tenía extremos cuidado en quienes invitar. Los más poderosos y adinerados, recomendados incluso por sus mejores clientes. No cualquiera recibe la invitación dorada, mucho menos con pase GOD.
Para muchos ese era AltiMort, un dios encarnado entre los mundanos, un ser de inigualable firmeza y fortaleza, con grandes capacidades y cualidades, con suma inteligencia. Todo lo que giraba en torno al nombre eran nada más que mitos, muchos alimentados por el mismo misterio tras la máscara que oculta su identidad.
—Hay varias cosas que necesito entiendan —expresó con cierto tono irritado a sus allegados—, lo que pasa en mi isla se queda allí mismo, pero eso no significa que no me entere de cada detalle de lo que ocurra.
Todos presentían el desastre venir desde que fueron llamados a su oficina, tan solo cuatro personas de alta confianza podían entrar a ese lugar. La rabia se reflejaba en su rostro, algo había salido muy mal para que llegara a ese estado, pero siendo AltiMort, debía estar bajo control o solucionado. Sin embargo, eso no los librara de la reprimenda.
—¿Alguien vio a esta chica? —indagó, lanzando sobre el escritorio una foto.
La suave seda cubría gran parte de su cuerpo, pero era tan fina y luminosa, que se podía aprecia el tono acaramelado de su piel, trigueña de cabello lacio castaño, ojos amielados y labios rosados, un deleite.
—Sí, mi señor, fue subastada igual que...
—¿Por qué? —le interrumpió tajante—. ¿Por qué demonios no la vi entre el catálogo antes de la subasta?
El silencio reinó en la habitación, aquello era aún peor de lo que lograron imaginar y que con toda probabilidad no tenía solución. La chica fue vendida como todas, no podían pedir devolución.
—Hubo algunas que llegaron después de...
—¿Por qué no me avisaron? —volvió a interrumpir cada vez con más ira—. Esta dulce muñequita debería estar en mi colección privada, no en manos de alguien más. ¿Me quieren explicar por qué sucedió esto?
—Lo lamentamos mucho, podemos...
—No pueden hacer nada, a estas alturas del partido habrá perdido más que su valiosa etiqueta —replicó con indignación—. Espero y aspiro a que esto no se vuelva a repetir, ¿estamos? Solo esta vez la dejaré pasar, una más y no vivirán para contarlo.
—Sí señor.
Soltó un largo y pesado suspiro, todos los allí presentes atentos a cualquiera de sus movimientos. Con el humor que se cargaba, podía sacar su arma y disparar sin remordimiento alguno, lo ha hecho antes y no dudaría en repetirlo.
—Bien... debo aceptar que esta vez hicieron un buen trabajo, por eso no tomo represalias verdaderas con esto —explicó, regresando su atención a aquellos temerosos seguidores—. La gala fue todo un éxito, buenas ventas y buenos precios, excelentes, a decir verdad.
Una sonrisa apareció en su rostro, mientras el alivio regresaba a los cuerpos de aquellos asustados seguidores.
—La mercancía fue invaluable y con buena apariencia, más que otras veces, pero... —Hizo una parga pausa—. Este idiota dejó escapara a una niña, se dejó ver y causó demasiado revuelo entre los puebleruchos. ¿Alguien me dice por qué el Topo sigue vivo después de eso?
—Señor, usted había mencionado su captura, pero inmediatamente la canceló al creer que podría ser de utilidad, recuerde donde está —contestó con voz firme, lo más firme que pudo, uno de sus seguidores, el más cercano de todos.
—¿Alguna noticia además de lo que ya sé? —exigió.
—Se está recuperando de sus heridas, señor, aún está herido, pero está dispuesto a hacer lo que le ordene para enmendar su error —contestó.
—Perfecto, no quiero más errores como este, uno más y ninguna de sus tácticas funcionará para convencerme, debería estar muerto hace mucho tiempo —dijo, más para sí mismo que para los demás.
—¿Algo más, mi señor?
—Quiero la identidad del infeliz que anda divulgando nuestra información, todos los detalles que la policía sabe y quien la dirige —vociferó, recalcando cada palabra cada vez con más ímpetu—. Quiero que verifiquen si todo lo que Pertuz nos dijo es cierto, cada palabra que haya salido de su asquerosa boca, con quien tenía contacto y qué les dijo.
—Sí señor.
—Pueden irse.
La tranquilidad nunca había sido uno de sus más logrados privilegios, lo ansiaba por primera vez en su vida, pero nunca lo alcanzaba. Mucho menos con esa última noticia, algo que ya sabía de antemano y tenía sus sospechas, pero que confirmó no hace mucho y poco sabían sobre el causante.
En la soledad de su oficina, reparó en cada detalle de aquella foto, la delicia de la piel y la dulzura de sus facciones, aquel cuerpo voluptuoso que perdió por culpa de algún inepto. Suspiró, nada podía hacer al respecto, su valiosa etiqueta estará por los suelos si es que aún sigue con vida, porque conociendo a los bastardos de sus clientes esa era una posibilidad poco viable.
Sopesó, entonces, las opciones que tenía en mano referente al soplón. No sabía quién era todavía, pero eran pocos los sospechosos e intuía que sería fácil adivinar de quien se trataba. Sin embargo, no llegó a ser quien es por dejarse llevar por su intuición. Debía ser paciente, esperar y tener las pruebas necesarias. Después de eso, se daría completo gusto dando rienda suelta a su castigo.
—Espero no caigas en mis manos, jävlar, porque te juro que personalmente me encargaré de hacerte sufrir —se dijo y una sonrisa maliciosa adornó su rostro.
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