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El silencio de aquel lugar era abrumador, solo se escuchaban los suaves pasos de sus soldados sobre las hojas caídas. Crujidos, ramas quebrándose y de vez en cuando el ulular de algún ave en las cercanías.

Llevaban varios minutos caminando, analizando y rodeando el área. Era demasiado grande, pero Zaldrit estaba más que preparado para cualquier eventualidad. Personal suficiente, armería pesada, equipo de comunicación, de rastreo y detectores de movimiento, estaban armados hasta los dientes. No era para menos, de haber algún tipo de vigía en ese lugar debía ser de alto riesgo, no por nada ocultarían aquella construcción en medio de la selva.

—¡Todo despejado, señor! —anunció uno de sus soldados.

—Todos atentos, estamos cerca del objetivo —contestó, la adrenalina empezaba a bullir—, nada entra ni sale de ese edificio, ¿entendido?

—Sí señor —contestaron todos al unísono.

Solo un par de metros más uno de sus soldados detuvo el avance, había varios de ellos en primera fila con detectores de metales e infrarrojos.

—Señor, encontré algo —anunció, girándose y señalando un par de árboles frente a ellos.

Incrustados en el grueso tallo, tapado con hojas y trozos de madera, se encontraba un pequeño aparato con una intermitente luz roja.

—Es un detector de movimiento, en cuanto crucemos esta barrera quien quiera que este allá dentro sabrá que estamos aquí —explicó, anunciando de inmediato por los micrófonos—. Debemos desactivarlos todos al mismo tiempo, tendríamos solo cinco minutos para entrar y tomarlos por sorpresa antes que se activen las alarmas de emergencia.

—Más que suficiente —expresó Zaldrit, encendiendo su micrófono—. Primera línea preparada, a mi señal desactivan esas cosas. ¿Preparados?

—Sí señor —fueron contestando uno a uno, localizando y acercándose a su primer objetivo.

—¡Desactívenlo ahora!

Un parpadeo y las luces se apagaron, el tiempo empezaba a correr y Zaldrit se sentía como niño en juguetería nueva.

—Que arda Troya, entonces —exclamó—. ¡Entremos!

Con rapidez y cautela se dirigieron hacia el centro de aquel lugar, un amplio lugar libre de árboles y con mucho césped, salvo algunos parches al costado de la edificación. Todo se veía tranquilo y despejado, en completo silencio como si de verdad estuviese vacío, pero él sabía que no era así.

Zaldrit hizo una señal, un pequeño equipo siguió adelante con armas preparadas, mientras el resto le cubría y vigilaba cualquier movimiento. El edificio tenía una sola puerta, enorme y negra sobre las paredes blancas. Los únicos parches de colores estaban en las esquinas, plantas trepadoras se estaban apoderando de sus muros.

Uno de los soldados hizo una pausa levantando la mano empuñada, señal de que algo había cambiado. Se hizo a un lado, todos imitándolo y colocándose a cada lado de la puerta.

—Escucho movimiento dentro, señor —susurró el soldado.

—Todos atentos, preparados para atacar —dijo Zaldrit.

Esperaron sin moverse y casi sin respirar, la expectativa estaba a punto de estallar y la tensión se sentía en el aire. Sin embargo, de esa gran puerta solo se abrió una pequeña abertura en la parte inferior de la cual salió un pequeño carro control remoto. Se dirigió un par de metros hacia el centro y se detuvo, una luz roja salió de la parte de arriba de este, dio un giro completo recorriendo todo el lugar con el láser y se apagó.

Estaban confundidos, no sabían que estaba sucediendo ni que significaba eso, pero sí tenían seguro una sola cosa: ya sabían que estaban allí.

—Preparados para...

Zaldrit fue interrumpido por un zumbido, y luego, una explosión que los dejó ensordecidos. No era letal, solo aturdidora.

—Grupo B, atentos al frente, están atacando —logró decir.

Del costado de la casa, un par de soldados con máscaras y trajes de bioseguridad salieron con metralletas en mano disparando a diestra y siniestra. Con el humo de la explosión, nadie podía ver demasiado, ni ellos ni los atacantes.

—¡Todos abajo! —gritó uno de los soldados.

Los disparos se escuchaban por todas partes, al parecer en la parte de atrás también se libraba una batalla. Zaldrit no podía dejar pasar esa oportunidad, se resguardó tras uno de los árboles aun con los oídos zumbando, pero consciente de todo.

Logró ver siluetas, grandes cabezas y armas apuntando al frente, justo donde estaban sus hombres. Se levantó y disparó, dos de ellos cayeron al instante, otros tres se giraron y respondieron al ataque.

—Intrusos en el frente, vienen armados con...

Aquel sujeto fue interrumpido, al parecer sus hombres del frente seguían con vida y activos. Más disparos, gritos y zumbidos de pequeñas explosiones.

—Grupo B atento y activo, zona despejada, señor —anunció Cáñamo—. Tenemos a dos capturados, una entrada y posibles rehenes dentro.

—Casi terminamos acá, ustedes encárguense de los rehenes, entraremos por este lado —anunció Zaldrit.

Aún quedaban cuatro soldados caminando entre las sombras, atentos a cada sonido y rama al romperse. Uno de ellos se acercó al límite, cerca de los árboles y muy cerca de sus hombres. Zaldrit esperó, segundo a segundo y respirando superficialmente, el aire estaba cargado de pólvora y el olor metálico de la sangre.

Un par de pasos más y lo tendría a solo centímetros de él, se preparó y se abalanzo sobre este. Usó su propio peso para tirarlo hacia atrás, a los arbustos que él mismo usaba para esconderse. Con sus brazos alrededor de su cuello apretó, cortando poco a poco su respiración hasta dejarlo inconsciente. No lo mataría, necesitaba hacer interrogatorios y capturas válidas.

—Todo listo por acá, señor —anunció Saldarriaga ahora al frente con los demás soldados—, tenemos una baja y dos heridos.

—¡Mierda! —susurró Zaldrit, pero era algo que se esperaba—. Atienda a los heridos, hay que terminar con esto pronto.

Un equipo se quedó fuera, vigilando y atendiendo a los heridos, recolectando más evidencias fotográficas ya analizando la zona alrededor del edificio. Abrieron y entraron por la gran puerta, era una enorme plaza con un par de mesas y sillas donde al parecer, para pasar el rato, aquellos vigías jugaban cartas y demás. Detrás de estos, otra puerta con mayor seguridad. Al abrirla, usando las llaves encontradas en los trajes de varios de los fallecidos, dieron con un pasillo oscuro y limpio, a diferencia del resto del lugar.

A cada lado y separado por un par de metros, había puertas de madera cerrada con seguro. Y al final de este, una última metálica y del doble de grande que las demás. De esta provenían gritos, sonidos de forcejeo y llantos.

—Suéltala y entrégate, ya no hay por donde salir, está rodeado —exigió, era la voz de Cáñamo.

—Me vale huevo, la mataré y volaré todo el maldito lugar —gritó el sujeto—. Si muero, ustedes se vienen conmigo al infierno.

—Último aviso, baje el arma.

Con cuidado, Zaldrit se dio cuenta que la puerta estaba abierta y sin seguro, al parecer su fuga de ese lado fue interrumpida por su equipo. Ahora, acorralado, no tenía por donde salir.

Por la rendija entreabierta pudo observar el panorama, a su derecha estaba Cáñamo con dos soldados más, frente a él otros tres y a su izquierda había un sujeto, fornido y de gran tamaño sujetando por el cuello a una chica de no más de catorce años. No estaba sola, detrás de este había otras cinco amarradas a los postes de una gran cama.

Se trataba de una gran habitación, una cama de dosel y paredes rojas era el único decorativo de todo el lugar, había escaparates llenos de artilugios de BDSM, juguetes y demás accesorios. Era todo un espectáculo sexual y perverso.

—¿Son idiotas o sordos? Largo o volaré todo el maldito lugar, a ver que les queda para su jueguito de policías —les amenazó.

Había llegado el momento de actuar, metió con cuidado el cañón de su arma por la rendija, apuntando justo a la cabeza de aquel sujeto. No era fácil, se movía demasiado y miraba frenético a todas partes apretando el cuello de la niña al ver un mínimo movimiento.

—Se lo advierto —dijo Cáñamo.

—¡Lo tengo! —susurró por el micrófono, alertando a Cáñamo y los demás.

—Se lo advertí —expresó este y sonó un disparó.

No le dio tiempo de decir nada, su cuerpo inerte cayó al suelo y la chica pudo respirar una vez más. Cayó sujetándose el cuello, la tos seca le quitó las pocas energías que le quedaban, y, aun así, rompió en llanto llena de amargura.

Todas lloraban, estaban demasiado delgadas, amordazadas y asustadas, muchas presentaban lesiones en sus cuerpos, moratones y rasguños, incluso varias estaban vendadas en gran parte. Sea lo que fuere lo que vivieron allí, debió ser realmente horrible.

—Policía de Betiana, estamos para ayudarlas. —Entró y anunció Zaldrit.

—¿Cómo procedemos ahora, señor? —indagó Saldarriaga.

—Recojan todo este desastre, lleven a las chicas a un hospital y averigüen de quien es esta pocilga —exigió, ayudándolo a los demás a desatar y sacar a las chicas—. Cualquier cosa que encuentren nos sirve de mucho, huellas, restos de ADN, lo que sea.

—Sí señor.

Un helicóptero llegó en menos de quince minutos, se había quedado en las cercanías preparado para el recate. Trasladaron a las chicas esperando tener testigos, pruebas y retratos de sus captores. Por primera vez, habían logrado salvar víctimas de todo ese entramado de muerte y desgracia.

—Señor, tiene que ver esto —anunció uno de sus soldados.

Se dirigió a la parte de atrás, un amplio entramado de césped cubría la mayor parte, salvo un parche donde parecía recién cavado, así mismo en el frente había varios de ellos de gran tamaño. Sus soldados estaban cavando en uno de ellos, sin embargo, se habían detenido al encontrar algo.

—¡Que me parta un rayo! —exclamó.

Dentro, el cuerpo sin vida y en estado de descomposición de una chica se hallaba enterrado a menos de tres metros de profundidad.

—Excaven toda la zona, llamen a cuerpo forense y que sigan buscando, no creo que sea la única —exigió.

Rezaba, una vez más, para que entre las posibles víctimas encontradas bajo esas tierras ninguna sea reconocida para él. Sin embargo, no podía pedir mucho al destino después de tanto tiempo sin verla.

No quería, pero era probable que su hermana estuviese allí en aquellas fosas comunes compartiendo su descanso eterno con cientos de chicas que como ella fueron víctimas de algún infeliz depravado.

Tenía esperanza, pero igual tenía que mentalizarse para lo peor.

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