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—¡Quiero una maldita explicación para esto! —estalló Zaldrit con furia.

La paciencia de Zaldrit había sido masacrada hasta quedar hecha polvo, no solo se trataba de homicidio a sangre fría de su amigo y compañero de academia, su propia oficina había sido allanada mientras estaba fuera haciendo el papeleo correspondiente a la nueva investigación.

—No sabemos cómo pasó, señor —explicó con temor uno de los oficiales presentes—, hubo una revuelta en la comisaría por robo y pleito de civiles.

—¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? —replicó a viva voz—. La oficina esta más que lejos de la sala de espera, ¿cómo pudieron entrar sin sospechar nada?

—Es que fue todo un desastre, la mayoría de los oficiales tuvimos que intervenir o romperían todo —se excusó el oficial—. Eran demasiados, algunos estaban armados incluso. Lo sentimos, pero no sabemos quién pudo entrar.

—Quiero reporte de todos los que estaban aquí, entre oficiales, civiles, todo el personal entre las dos y las cinco de la tarde —volvió a exigir, mirando los despojos de lo que fue su oficina—, también quiero copias de los videos de las cámaras. Sea quien sea que entró, sabía lo que buscaba y donde encontrar la llave de repuesto de las oficinas. Para ya es tarde, ¿entendido?

—Sí señor.

Salieron como alma que lleva el diablo, alejándose de la furia Zaldrit. Y no era para menos, el contenido de la basura estaba volcado por todo el suelo, sus cajones fueron vaciados sobre el escritorio y muchos de los libros que guardaba en los estantes estaban desperdigados como sea. Hojas iban y venían con el soplo de la brisa entrando por la ventana, rota y abierta de par en par.

Lo peor de todo, su computadora había desaparecido y parte de los reportes pegados en su tablero fueron removidos con violencia. Habían robado parte de la investigación que tanto tiempo le había costado crear.

—¡Chris, te necesito en mi oficina urgente! —le llamó por teléfono.

En tan solo diez minutos, el alto y desgarbado muchacho de sistemas entraba por la puerta sorprendiéndose del espectáculo.

—¡Mierda! —exclamó—. Esto es una broma, ¿verdad?

—Ya quisiera yo que así fuese —expresó con rabia—, se llevaron mi computador y parte de los documentos, al parecer intentaron...

—Carlos, creo que... —le interrumpió, mirando con atención cierto punto tras él— deberías hacer el reporte de este desastre con Arboleda antes que se entere por otros medios, ya sabes cómo es de quisquilloso.

Sin decir más, solo le hacía señas para que no dijera nada más y le siguiera la corriente. Algo se tramaba, algo había visto, y Zaldrit no se quedaría con la duda.

—Bien, carajo, vamos.

Lo siguió sin rechistar, pero no se dirigió a la oficina de Arboleda como lo había mencionado, por el contrario, salieron de las instalaciones rumbo a un parque no muy alejado donde había una pequeña oficina de vigilancia de la policía.

—¿Quieres hablar ya? —exigió desesperado e intrigado.

—Nada de esto es una casualidad, algo está pasando dentro de la jefatura que me tiene con los huevos al aire —se quejó, mirando en todas direcciones como si lo estuviesen siguiendo—. Vengo con esa sospecha desde hace un par de semanas, pero desde que empecé a buscar más a fondo sobre esa investigación tuya me di cuenta que no es paranoia, es peor que eso.

—¿De qué mierdas hablas? —replicó.

—Cuando buscaban a Pertuz que no contestaba, me atreví a intervenir su celular como prevención, que no apareciera me era demasiado extraño, sabes cómo era —explicó—, y vi varios mensajes demasiado raros como para ignorarlos.

Sacó de su chaleco una serie de hojas, imágenes impresas de un chat con un contacto que marcaba solo como «privado». No había número, ni foto, nada que pudiese dar con la identidad.

Lo mismo de siempre, nada por aquí ni por allá.

¿Cómo va el viaje? ¿Ya hicieron parada?

Que no se te olvide con quien tratas.

Última llamada, Pertuz. No es un juego.

End game.

Aunque nada de eso tenía sentido alguno, los últimos mensajes fueron los que más le preocuparon. Databan de solo un día antes de perder todo rastro de Pertuz, justo cuando, según el cuerpo forense, se reportaba la hora del deceso de su compañero.

Sin embargo, lo que más llamó la atención era una cierta extraña coincidencia. Al final de cada mensaje, una especie de firma que ya empezaba a conocer y detestar con su vida. ATM.

—Además, que se perdieran tus reportes y el computador es demasiado extraño, porque también se dañaron mágicamente esta mañana las cámaras de seguridad de todo el edificio —continuó Chris.

—¿Me estás jodiendo? —replicó.

—Ojalá, pero no —suspiró—, no sé tú, pero lo que a mi concierne no tengo dudas al respecto. Tenemos un chivo en la comisaría, está tratando de hacer lo posible por entorpecer la investigación, incluso puso micrófonos en tu oficina que pude ver con el desorden que dejó.

—¡Vaya mierda! —exclamó—. ¿Aún tienes todo lo que te he pasado de la investigación? Podemos usar eso para no retrasarnos tanto, además de rastrear la computadora con la base de datos. No se la llevaran así de fácil, en cuanto la enciendan me llegará la alerta.

—Eso lo podemos ver, pero hay algo más que no te va a gustar —expresó esa vez con temor.

—¿Qué? Ya termina de matarme el día.

—Lo siento, pero... —Hizo una pausa—. Pertuz estaba involucrado de alguna manera con todo esto de la investigación, tal parece que por eso lo silenciaron. Y creo que ya lo sospechabas, las pruebas son más que evidentes viendo estos mensajes y la firma.

—Lo sé —suspiró derrotado—. ¡Maldición!

No podía tolerar aquello, la traición de más de uno de sus colegas era más de lo que esperaba soportar en un solo día. Pero no se dejaría vencer, había vidas en juego que esperaba poder salvar de las garras de esos enfermos. Por fin tenía pruebas, podía conseguir más si recuperaba parte de los archivos de su computadora.

Lo haría, se esforzaría el doble para lograrlo, por su hermana se juró hacerlo.

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