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—Necesitamos más información, no podemos solo ir a buscar bajo las piedras —vociferó Arboleda desde su escritorio—, lo que tenemos hasta ahora no es suficiente y lo saben bien. ¿Qué está pasando?

—Eso es todo lo que hay por el momento y quien sabe hasta cuando —contestó Zaldrit con frustración—, no podemos presionar porque lo están vigilando, al parecer se dieron cuenta que hay un informante y lo están buscando.

—¿Qué pretenden hacer entonces?

—Esperar y vigilar, sabemos que habrá una fiesta pronto y que no será dentro del país sino en una isla remota —explicó mostrando las pocas evidencias que tenía sobre ello—, así que tenemos dos opciones: hacer rondas de patrullaje y vigilar las salidas de cada ciudad. Si hay fiesta, empezarán los secuestros, así que podemos dar algún tipo de alerta. Por otro lado, si pretenden irse del país, deben tomar alguna de las rutas estatales, es una opción que no podemos dejar pasar.

La tensión en la jefatura de la ciudad capital estaba cada vez más alta, casi por los cielos. Tenían información, pero nada concreto y que pudiesen usar para evitar la cacería, como lo habían llamado. Estaban caminando por un sendero a ciegas.

—¿Qué se sabe del Topo? —indagó Costus, miembro del equipo especial de búsqueda—. Si hay fiesta debe haber movimiento de esos infelices, podemos guiarnos por ese lado, ¿no?

—Ese es el problema, los malditos son como ratas, escurridizos —se quejó Zaldrit mostrando algunas fotos—. Cuatro ya están en prisión, así que por el momento solo sabemos de tres de ellos, uno está en la mira en estos momentos y no demuestra ningún tipo de actividad hasta hoy, el otro está desaparecido y, por último, está el Topo. El desgraciado sabe cómo burlarnos, como esconderse y después salir por las calles sin que nadie se percate.

—En ese caso quiero que...

—Jefe... —La entrada apresurada de un joven recluta les puso en alerta, su expresión no auguraba nada bueno—. Han llegado varios reportes a la estación, señor. Perdone qué entre así, pero esto es...

—Sí, no importa, habla —exigió Arboleda.

En sus manos llevaba varios sobres, dándole uno al comandante y otro a Zaldrit, líder del equipo especial y quienes debían analizar de primera mano toda la información.

—Hace dos días un chico intentó poner una denuncia por desaparición en Buenavista, dijo que su hermana salió esa mañana a trabajar y hasta el día siguiente no regresó —explicó mostrando fotos—, solo hasta esta mañana la tomaron e hicieron oficial. Así mismo se han presentado tres casos más en esa ciudad, dos en Andalucía y cinco en Pobleda, ya estamos averiguando en que otros lugares hay reportes.

—¿Dos días? ¿Por qué mierdas nos enteramos hasta ahora? —expresó Zaldrit, mientras Arboleda solo se acariciaba las sienes con frustración—. Se dio una alerta a las autoridades hace una semana, ¿qué pasó?

—No lo sabemos, pero al parecer nuestro servicio de emergencia tampoco está funcionando como debe —anunció el muchacho con algo de temor—, también recibimos llamadas hace cuatro días, y es la hora que no toman los datos como oficiales pese a que aún no aparecen las posibles víctimas.

El silencio se hizo tan pesado que nadie pudo soportarlo, tanta tensión y rabia en un mismo lugar era asfixiante.

—A estas alturas ya deben estar trasportándolas fuera de aquí —intervino Zaldrit—, debemos hacer varios operativos, llamar a los patrulleros que estén en fronteras y doblar la seguridad.

—Llamen a Pertuz, si alguien sabe que entra y sale de este mugrero es él —exigió Arboleda—, y por favor, Castus, tú mismo encárgate de tomar esas denuncias y cortar cabezas, quiero fuera de mi jefatura al inútil que las desechó, a todos si es caso, gente desempleada es lo que hay.

—Sí señor.

—Señor, es que... aún falta algo.

El murmullo temeroso del muchacho era casi inaudible, siendo solo un mensajero dentro de ese caos le había tocado escuchar gritos y rabietas que no eran para él.

—¿Ahora qué? —se quejó.

En su escritorio colocó un periódico abierto en una página en específico, el titular era todo lo que necesitaban para perder la poca paciencia que les quedaba. «EMPIEZAN LAS DESAPARICIONES EN TODO EL PAIS». Con rapidez, ambos leyeron cada palabra de aquella columna y tomaron apuntes, necesitaban hacer llamadas e investigaciones sobre cada nombre que se mencionara allí.

—¿Por qué la prensa sabe más que nosotros? —reclamó Arboleda.

—Pido permiso para preparar a Bastidas y Saldarriaga para investigar este reporte, deben ir a Buenavista y charlar con los implicados —exigió Zaldrit—. Mientras más pronto se haga mejores oportunidades hay para dar con el Topo, estoy más que seguro que él es el responsable.

—Perfecto, el maldito está herido y en busca de algún escondite —sopesó Arboleda—, empiecen la búsqueda.

—Y también esto. —Volvió a intervenir, en sus manos, un reporte reciente les demostraba lo atrasados que estaban—. Un cuerpo fue hallado hace solo cuatro horas en una trocha rural camino a Pumpila, solo unos cuantos kilómetros de la salida de esta ciudad. Ella era una de las que trataron de reportar como desaparecida hace tres días, ya se hizo reconocimiento del cadáver y los familiares están al tanto.

En el reporte había dos fotos, una chica de cabello castaño sonriente y llena de vida, tan solo tenía diecinueve años y era estudiante de segundo semestre de la universidad estatal. En la otra, la misma muchacha con una herida abierta en la frente que empapaba su cabello en sangre, y los ojos verdes brillantes ahora abiertos de par en par, sin rastro de vida.

Nombre: Nicole Jill

Edad: 19 años.

Tiempo de defunción: entre veinte a veinticinco horas.

Observaciones: laceración frontal hasta la parte media del cráneo, con aparente fractura y trauma craneoencefálico, presunta causa de muerte. Hematomas en diferentes partes del cuerpo, entre ellas piernas y pelvis, se espera la autopsia para descartar o afirmar posible acceso carnal violento.

La cacería había iniciado, posiblemente también habría terminado con los mismos resultados de las ocasiones anteriores, y ellos, una vez más, habían sido burlados.

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