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Un par de zumbidos y el sonido habitual de la interferencia del otro lado de la línea.

—¿Solo eso?

—No estoy seguro, solo sé de momento lo que dice allí.

—¿Cuál es esa isla? No reconocemos ese nombre y tampoco está en la base de datos.

—Solo sé que es una isla antes deshabitada del pacífico, de las más grandes, no sabría decirte nada más, jamás hemos llegado por nuestra cuenta, siempre nos reunimos en diferentes puntos donde nos van a buscar.

—De acuerdo, avísame si necesitas algo para seguir con el plan, hasta pronto.

—Espera... Esta vez hay que darse prisa, debe ser ahora o podría perderse todo el trabajo.

—¿A qué te refieres?

—Me acaban de decir, hace solo unos minutos, que están vigilando a todos los del club, con quienes se relacionan y hasta de qué hablan.

—¿Lo saben?

—Lo sospechan, pero no lo tienen seguro y tampoco saben quién es, así que hay que darnos prisa porque si se enteran que soy yo...

—Lo sé, no te preocupes, es poca la evidencia que nos falta, trata de tenerla después de esta fiesta y tendremos todo para la redada.

—Entendido.

Se escuchó un leve estruendo y los zumbidos constantes del fin de la llamada.

Zaldrit había recibido el sobre tan solo un par de horas antes, el indicativo que todo el departamento de policía necesitaba para poner en marcha las operaciones, y el momento que él en lo personal más odiaba.

Llevaban más de cuatro años buscando el culpable de cientos de secuestros, desapariciones y muchos delitos más, pero solo dos con la certeza de que todos estaban conectados y perpetrados por el mismo sujeto, AltiMort.

En los últimos dieciocho meses habían tenido el mayor cúmulo de evidencias, información y capturas que en todo el tiempo de investigación. Y todo gracias a él, su preciado y único informante. Por ello se atrevió a contactarlo, con todas las precauciones posibles para salvar su identidad. En la mayor parte de la llamada se escuchó una leve interferencia, el sonido del exterior se colaba en la bocina del teléfono y a duras penas lograba entender lo que decía.

Sin embargo, entendió y aceptó lo que tenían de momento. No era mucho, pero servía para iniciar la búsqueda y poner en alerta a todo el país sobre los futuros acontecimientos. Cada vez que esa invitación era repartida por todo el mundo, empezaba la maldita cacería. «El Topo» era su principal cazador, fichado y marcado como uno de los más y peligrosos delincuentes en muchos países del continente, pero también el más escurridizo de todos.

No se podía negar que el infeliz era inteligente, ni las cicatrices ni los característicos tatuajes en su cuerpo les servían para identificarlo. No importaba cuantos avisos se repartieran con su imagen, hallaba la forma de burlarse de la autoridad paseándose con amplia libertad por las calles de la ciudad, buscando y detallando a su siguiente víctima.

Su atractivo físico era su mejor arma, sus ojos tan azules y cristalinos por más fríos que parecieran, seguían atrayendo la atención. Cabello platinado, mandíbula firme, cuerpo marcado y un porte de bad boy que destilaba por los poros lo hacían un pastelito irresistible para muchas adolescentes. Las hacía presa fácil, su mayor y más deseado objetivo.

Revisó sus archivos y anexó como evidencia una copia de la dichosa invitación, siempre diferentes una de otras y difíciles de analizar. Sin huellas, marcas distintivas, nada, limpias en cada punto del papel. Vio, una vez más, los expedientes de varias de las chicas secuestradas a manos de esos delincuentes.

Rachel Mendoza, Ariel Zarate y Susan Ricaurte, tres menores de edad raptadas hace más de diez meses en diferentes partes del país el mismo día con el mismo modus operandi. Pamela Montessori, las gemelas Katerin y Silvana Pérez, y muchas otras desaparecidas hace solo cinco meses para la última gran fiesta. Después estaban Gina Altamar y Fernanda Posotti, de las primeras en tener registros y con quienes se abrió un equipo especial dedicado a investigar esos hechos.

Solo siete meses después de eso la raptaron a ella, Sabrina Zaldrit, de tan solo dieciséis años, estudiante de último grado y el mejor promedio de su promoción. Su hermana.

Nunca se supo su paradero, por más que buscara y escudriñara en lo más recóndito del planeta, jamás se encontró el cuerpo ni el responsable. Solo hubo nombres, posibles compradores, pero nada concreto.

Para Carlos Zaldrit dejó de ser una simple misión convirtiéndose en algo personal.

—Los encontraré, aunque sea lo último que haga. —Se juró a sí mismo, mientras pegaba algunas fichas de sospechosos en su tablero.

Camander, Smith, O'Donell y Hwan figuraban entre ellos, y solo era el inicio de una larga lista.

Bienvenidos una vez más a este circo llamado Bradley verso, en esta oportunidad tenemos unos de los libros pertenecientes al universo Mafia

¿Quieres saber qué otros libros hay en este universo?

Adivina uno y te llevas una sorpresa.

Ta fácil, la historia lo muestra wiiiii

Los amo, mis pulguitas

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